Rodenkirchen, 26.5.
Ayer, al llegar al Bistro Verde para almorzar, hice un curioso descubrimento que olvidé anotar. Rebeca, Antonia y Paul ya habían llegado cuando nosotros, por mor de la maldita KVB [la compañía de transportes públicos de Colonia, una de las peores de Europa y puede que del mundo], lo hicimos con 5’ de retraso y una larga espera de 20’. A Rebeca la identifiqué al primer golpe de vista. A Paul no tengo en claro si lo identifiqué así o porque estaba sentado al lado de Rebeca. Y desde luego que a mi querida Antonia (la considero mi nieta) la reconocí apenas reconocí a Paul, aún no la tengo catalogada en el álbum interior: es decir, que mi memoria fisionómica es de un perfil muy bajo.
Hoy fuimos a almorzar con Oskar en el Steep’s, Anna nos atendió. Oskar y yo hubiésemos querido ir al chino, que además estará cerrado por vacaciones desde mañana hasta el 14.6., pero el cuero no me daba para más, estoy convertido en un pecio, en el resto de mi propio naufragio. Cuánto durará esta tortura a la que me somete un cuerpo que, al parecer, ya no sirve para nada. Sino para joderme la vida, y eso sí lo hace requetebién, nobleza obliga a reconocérselo.
Siesta pesada y de la que me despierta bruscamente Diny, lo hago creyendo que ya es lunes. No está lejos el día que crea que he visto al fantasma de Canterville. Y al levantarme veo los nuevos mensajes que me han llegado y lo han hecho al alma, ¡cuánto cariño derrochan en mí mis amistades! No sé cómo agradecerles.
Rodenkirchen, 27.5.
Desde Otraparte, esa grandísima poeta que es Lucía Estrada me escribe lo que sigue: «Ricardo querido, cada uno de mis mejores deseos van directos hacia ti y hacia Diny. Todo estará bien. Sois fuertes y necesarios para el mantenimiento de la inteligencia y la sensibilidad, y eso, lo cuida la Vida. Te mando mi cariño a través de la lluvia montañosa de estos días en Medellín, a través de un poema de Else Lasker Schüler, a través de las nubes, también serenas, esperando leerte prontamente, que es el mejor de los abrazos».
Me anunció Montse una visita inesperada, la de Harry y Willy, a la que quizás se unirían ella y Chico (Rebeca tiene turno de noche), si bien al fin no vinieron. Vi el email de Montse al levantarme de la siesta. Antes, había logrado reunir las fuerzas necesarias como para ir a hacer unas transferencias al Banco y almorzar al Bistro Verde, que está al lado. A Diny no le dije nada de lo de Harry y Willy, para darle una agradable sorpresa, Y sí que fue una gran sorpresa recibirlos, al llegar ± a las 7:15 pm, venían en las cuerdas, como se dice en la jerga del boxeo, decidieron quedarse a dormir en Colonia, y hay que ver: lo primero que hice al abrir la puerta de nuestro apartamento y verlos ahí, fue abrir los brazos y por primera vez en nada menos que 59 años de conocernos, darle un abrazo a Harry, el mayor de mis cinco cuñados, que me correspondió sollozando sobre mi hombro mientras yo contenía las lágrimas sobre el suyo. Vinieron con la caravana de Harry, que se quedó en Italia cuando murió allí su mujer, nuestra Thea tan querida; estaban visitando a Chantal, su hija casada con un italiano, de quienes tienen una nieta preciosa, Tosca, una segunda edición de su abuela paterna. Hubo que trasladar el cadáver de Thea a los Países Bajos y lo hicieron en avión. Después volvió Harry, llevando con él a Willy para buscar la caravana y traerla a casa: infinitas horas de viaje por esas autopistas más del diablo que de dios, por eso Harry no quiso ir solo. Al poco de llegar salimos a cenar al Steep’s, que queda a menos de 5′, incluso con nuestro andar tan cansino de irremediables ancianos. Tras la cena tuvimos todavía una hora de palique en el apartamento y, cuando se fueron, todos estábamos apenados por lo breve del reencuentro. Pero menos da una piedra, diría consoladora mi abuela Remedios.
Rodenkirchen, 28.5.
Estuve viendo anoche una copia remasterizada de El tercer hombre. En mi lista de las 10 pelis más memorables de toda la historia del cine, es como para parafrasear a don Antonio: «Entre los cineastas míos, Carol Reed tiene un altar». Este Tercer hombre es algo grandioso, como filmado sacándole la lengua al tiempo, así como al espacio y al mismísimo Einstein. Nunca fue tan bueno Orson Welles como en su breve conversión en Harry Lime, ni Alida Valli al aparecer como sólo Valli en los créditos del principio. Y la cítara de Anton Karas es un homenaje a la música en sound track, jamás en la vida oiremos una cítara en la calle sin pensar en ella. Yo la oí una vez en Viena, cuando al auto oficial en que un embajador español nos mostraba la ciudad se detuvo delante de un semáforo. No le quise pedir que nos dejase bajar para oírla in situ. Me dije que parecería tic de turista. Aunque no lo hubiese sido.
Discusión con Diny a cuenta del almuerzo del martes en el “Restaurante” del Maternus. Me gana por puntos porque abandono. No puedo perder más de mi tiempo en discusiones que terminan en callejones no sin salida sino con salida cerrada con un candado de siete llaves.
En La Modicana me rehago del combate, Yo Jacob, con los ángeles de Diny, mando a hacer puñetas al médico de cabecera y como y bebo a piacere. Tengo ya casi 85 años, ¿cuántos más años deseo seguir viviendo en este desvivir en el que vivo ahora? A la mierda las prescripciones facultativas. Quiero que los míos sepan que morí en mi ley y con la conciencia clara de que si sigo así, no hay camino de retorno. Ni un Ricardo Bada que lo desee.
Viene la pedicura y, como siempre, enseguida pegamos la hebra. Es curioso lo bien que se me da el hacer buenas migas con la gente. Me recuerda algo que me dijo Ettore una vez en Berlín: «Es que es muy difícil no hacerse amigo tuyo».
Rodenkirchen, 29.5.
Vi anoche de nuevo Love Affair [Tú y yo], 1939, en copia no remasterizada, pero es que la que hay lo está en colorinches, me repatea el higado y me duele porque tengo el hìgado en muy malas condiciones.
Ovidio viene el 11 y quiere que nos encontremos para almorzar. Es una persona a la que sólo pude demostrarle mi afecto de una manera palpable una noche que nos encontramos en Madrid y pasamos juntos un par de horas y me despedí de él con un abrazo que no se esperaba en la Puerta del Sol, ya pasada la medianoche. Me alegro infinito de que venga y quiera reencontrarme. Como el 11.6. es un martes (día de descanso en el Bistro Verde) lo llevaré al Steep’s, tendremos todo el local para ± seis comensales, y podremos platicar con toda tranquilidad, casi como si estuviéramos en casa.
Rodenkirchen, 30.5., Corpus Christi
Ayer tarde, rastreando ex Twitter en busca de trinos para mi columna semanal en Nexos descubrí uno de @Alucine_ preguntando: ¿Cuál es tu venganza cinematográfica favorita? Y esta respuesta desde Huelva, de mi ahijado José Manuel: Cadena perpetua. Me dije que hace mucho tiempo que la vi la última vez, todavía antes del incendio en el viejo apartamento, la vi de nuevo anoche, pues. Y es en verdad un peliculón con toda la barba, perilla y bigote, como se decía en mis viejos tiempos. Buen gusto el del ahijado, a fe mía.
Desde hace unas semanas vivo en estado silvestre, y si digo silvestre es porque lo hago a salto de mata.
La enfermedad de Diny ya me lleva costados un par de años de vida, pero van a ser muchos más si no aprendo a vivir con sus falencias, de las cuales no es para nada responsable pero me enervan y muchas veces me sacan de quicio. Diny me puede matar sin querer mucho antes de lo que sería bueno para ella.
Los intestinos me gobiernan, debo ir al baño casi a cada ½ hora. Finalmente decido que me toca gobernar a mis intestinos y sacar a Diny a almorzar en el Steep’s, no puedo volverla monja de clausura por mor de mi estreñimiento. Tom nos recibe con su bonhomía de siempre y Diny le encarga una salchicha al curry con pommes y yo mis espárragos con un par de papas y mantequilla derretida. Es una comida reconfortadora. Al pagar le digo a Tom que a lo mejor dentro de 10 años le recuerdo lo que voy a decirle ahora y nos vamos a reír los dos, pero la verdad es que si me muriese pronto lo haría contento de saber que por fin, al cabo de 48 años de vivir por acá, he encontrado dos lugares donde ya tengo trato de parroquiano [=Stammgast]. «Y sí que lo es usted», me dice afectuoso y me aprieta el hombro izquierdo con su manaza.
Breve diálogo con Laura esperando el ascensor en el Maternus. De pronto le oigo decir algo que me lleva a preguntarle extrañado: «¿Esperando a su novia?» «No, mi novio, dije novio». «Perdón, entendí novia y me extrañó porque tengo entendido que usted no es lesbiana». Si hasta el oído me falla, a mí, que poseo uno muy desarrollado, tendré que ponerme en guardia.
Le escribo a Arcebelle, contestando un email suyo emocionante: «Deseo que sepas que lo que me has escrito me ha llegado al fondo del alma por la sencilla razón de que yo podría haberte escrito palabra por palabra lo que me has escrito vos. Ahora, p.ej., me he levantado de la cama, tras la siesta, y he ido al baño a refrescarme la cara con agua corriente, y en un momento inesperado he perdido el equilibrio (tengo problemas en ese sentido y me debo mover como a cámara lenta) y he hecho lo que yo llamo –en el lenguaje del billar –unas carambolas a dos bandas, es decir, mi cabeza ha chocado con dos paredes del cuarto de baño. He salido del lance, como es natural, con unos moretones y unas rozaduras semisangrientas en los nudillos de la mano izquierda. La próxima vez espero tener más suerte y quedarme ya sin sentido y, a ser posible, más allá del Bien y del Mal. / Ojo: no me voy a suicidar, como parece deducirse de uno de tus párrafos, y si lo hago será de manera legal, con auxilio médico y en consenso con mis hijos y nietos: la Constitución de este país garantizó hace ya un par de años el derecho legal al suicidio como parte inalienable de la voluntad de un ciudadano libre y que no desea seguir viviendo. / Lo único que me deseo en estos momentos es una muerte rápida e indolora, a ser posible mientras esté dormido. Ahora, con la muerte de mi concuñada Thea, he pensado mucho en ello. / Mi padre murió igual, de manera inesperada y fulminante, pero creo que conservó hasta el fin la triste consciencia de qué le estaba pasando y de que era ineluctable. Thea sufrió un derrame cerebral, murió sin recobrar el conocimiento. Ninguna de esas dos formas de morir me importa, aunque prefiera la segunda».
Rodenkirchen, 31.5.
Vamos a almorzar al Steep’s. Le pregunto a Tom algo que no me han sabido responder ni las asistentas ni las Hausdamen del Maternus: ¿será posible que una dieta casi diaria de espárragos durante casi un mes sea la causa del implacable estreñimiento que padezco? Tom opina que sí, que entra dentro del reino de lo posible. Entonces le encargo un panqueque de tocino de jamón, pero con helado de vainilla, como el que hace un par de días comió Diny, para mi gran sorpresa, y Tom se ríe de buena gana: «¡No era de tocino de jamón sino de manzana! No está en la carta, pero solemos ofrecerlo». Lo encargo, pues, algo amoscado por no haberle prestado atención al plato de Diny y despacharlo mentalmente casi como una broma de la cocina del Steep’s. Luego me dedico al que me trae Tom y en verdad en verdad os digo que es un plato delicioso. Pasa a ser hoy sin más trámites estrella fija de mi repertorio de la cocina alemana. Curioso que lo haya venido a descubrir al cabo de más de 60 años.
Rodenkirchen, 1.6.
Estuve viendo Rawhide [El correo del infierno], de 1951, un western muy bueno de Henry Hathaway, con Susan Hayword y Tyrone Power, que como High Noon [Solo ante el peligro, o A la hora señalada al otro lado del gran charco] respeta rigurosamente las tres unidades –tiempo, lugar y acción– del teatro neoclásico. Con unos actores ejemplares en sus desempeños. «Esa Susan es otra cosa», habría dicho Rolando, y ese era el mayor de sus elogios.
A medianoche descubro a Diny vestida ya como para salir a la calle, le pregunto que adónde va, y me dice que a pasear. «¡Pero si es medianoche, Diny, mira por la ventana!ۚ» «¿Medianoche? -–mira hacia fuera, la noche cerrada-–: Entonces voy a seguir durmiendo». Y se acuesta de nuevo. Yo también me acostaré a dormir, sólo entré al cuarto de Diny para ver si estaba bien arropada. Estoy llegando a un punto en que ya no sé lo que hacer. Y no quiero ir incordiando a mis hijas con un quejido que no cesa, porque es imposible que cese. Ojalá se apiaden de mí los dioses y me lleven pronto consigo.
En la farmacia de la esquina compro un específico contra la tos que me muerde el pecho desde hace días, y un laxante suave, sin ricino, contra el estreñimiento que me martiriza desde hace ya tres días sin que consiga dar de cuerpo por más que lo intento varias veces al día. La farmacéutica, jovencísima, me pregunta si bebo bastante agua al cabo del día. No le quiero mentir. Me dice: «Pues beba, beba mucho, su cuerpo lo necesita».
En el Bistro Verde, Paul, aquejado por preocupaciones económicas, me dice que después de comer con nosotros irá a hablar con sus padres. No dudo de que le van a echar una mano, pero lo principal es que aprenda a manejar el dinero, es una asignatura que tiene pendiente, y es esencial en la vida. Mis tres hijos ya la aprendieron, cada uno por una causa distinta, y los tres recurrieron a mí, que les eché un cable no sin hacerles prometer que aprenderían a no gastar más de lo que ganasen. Los Bada, mi rama paterna, nunca fuimos ricos, por eso nunca nos vimos en apuros, siempre supìmos vivir dentro de nuestros límites. Y yo, cuando gané tanto entre 1965 que llegué a la Deutsche Welle, y 1972, al hacerme redactor de plantilla, la mayor parte la ahorré para mis hijos, y luego mis nietos, aunque ahora tal vez voy a ser yo quien necesite ese dinero. Las vueltas que da la vida.
Dos veces tuve que interrumpir mi siesta, las dos por causa de Diny, a quien le pregunté que de dónde venía. Ambas veces me respondió que salió a dar una vuelta y que no lograba abrir la puerta de nuestro 230 con su llave. Se lo cuento a Dórota, la asistenta polaca que vino a cambiarle el pañal y a ponerle el pijama, pero se queda un rato a charlar conmigo antes de pasar al otro cuarto. Lo suele hacer. Y siempre tiene palabras muy cordiales para expresar lo que para ella es parte importante del trato no sólo con Diny, también conmigo. Es un bálsamo charlar con ella, que a su belleza corporal añade la de su alma, un alma generosa y comprensiva. Después de empijamar a Diny viene hasta mi escritorio y me entrega la llave del apartamento que colgaba de su cuello. «Quédesela», me dice, «si ahora le da por hacer excursiones fuera del 230 es mejor que no lleve consigo la llave, alguna vez puede escapar al control de las chicas de Recepción e irse a la calle, y en ese caso es mejor que no lleve la llave, créameloۚ». Le doy las gracias con los ojos a punto de lágrimas, lo entiende: esta mujer es adorable.
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