Weiß/Colonia, 12.6.
2:00 am : Acabo de ver de nuevo Los siete magníficos, en la versión con Denzel Washington: Desde luego mi favorita sigue siendo la versión original, la japonesa, Los siete samurais, pero tampco cabe la menor duda de que las dos remakes de Hollywood son buenas.
A las 7:14 am me despertó Diny para preguntarme si no era hora de que me levantase para acudir al encuentro con la familia, en la heladería. Le explico medio dormido que el encuentro en la heladería es a las 2:00 pm y que con el bus de las 13:42, que nos deja a la puerta del local, llegaremos allá en menos de nueve minutos. Cuando Diny se va cerrando la puerta del dormitorio me resulta imposible conciliar el sueño, pero sigo en la cama amodorrado hasta las 10:30. Acá quisiera yo ver a Job.
Pasa Chico a buscarnos con su auto y atravesamos el mercado de pulgas en que se ha convertido hoy el pueblo; a pesar de los 47 años de la absorción municipal por Colonia, los mismos que llevamos viviendo aquí, no consigo llamar “barrio” a Weiß, para mí sigue siendo el pueblito de pescadores al que nos mudamos hace ya casi medio siglo. En la heladería de Sürth nos reunimos todos menos Angie y Vincent (con quienes cenamos y celebramos el viernes), Pia (en la fiesta de cumpleaños de una de sus hijas) y Paul (promocionando su libro en un mercado callejero en el centro de Colonia). Y todos encargamos helados excepto Henri, quien pide una pizza margarita y da buena cuenta de ella en eso que su tatarabuela Remedios llamaría «un santiamén».
Weiß/Colonia, 13.6.
1:45 am : Tercer y último episodio de la nueva miniserie policial ambientada en Ámsterdam y con el comisario Van der Valk como protagonista. La trama de este episodio alcanza las altas esferas de la ciudad y al comisario le tienden una emboscada donde lo apalean de tal modo que si la cosa fuera real no habría habido continuación del episodio hasta dentro de un par de meses y una intensiva cura de rehabilitación, minucias que en el rodaje se reducen a menos de dos minutos. Desde siempre me sentí asombrado por la espléndida recuperación de los personajes de este tipo de pelis o telefilmes cada vez que les zurran la badana de una manera que inspira pavor de sólo contemplarlo.
Viene Montse a buscar a Diny para acompañarla a Rodenkirchen en la compra de unas medias de compresión, y luego a la tienda de aparatos acústicos porque los nuevos audífonos no funcionan, hay que carmbiarlos por otros… si bien no tendré que volver a pagar los casi 3.300 € que ya pagué por los que se evidencian como inútiles. Alabado sea el santísimo sacramento del altar.
Apabullante sorpresa el regalo de José Luis por mi cumpleaños, después de haber leído mi diario: nada menos que el PDF de la novela de Sofía Casanova Viajes y aventuras de una muñeca española en Rusia. ¡Y en el fondo de la portada se ve un ferrocarril con su locomotora de vapor humeante y todo! Casi una premonición de Memorias de un vagón de ferrocarril… Y sin casi, el presentimiento de que con lo referente a ambos relatos tal vez logre enhebrar uno de estos textos que tanto me gusta escribir, sobre temas inéditos, inesperados. Pero, primero, claro, tengo que leer la novela de doña Sofía: son nada más que 125 páginas, y esa es una medida que todavía la admito como lectura en pantalla, además de que el tipo de letra es bastante legible… Palatino Linotype tamaño 16, 60 pulsaciones por línea …de manera que la lectura no le creará problemas a mis tan cansados ojos. Oremus.
Con el correo quelonio me llega un primoroso atado de diez señales de lectura que le he comprado a Yannah, la nieta adoptiva de Willy, de manos tan hacendosas. De acuerdo con una indicación que le hice a Willy, nueve de las señales muestran anaqueles repletos de libros. Hosanna in excelsis!
Se cayó Internet alrededor de las 7:00 pm y yo me caí de bruces sobre el pétreo suelo cibernético, la requetecontrarremilputa que lo requetecontrarremilparió. Son las ya las 10:45 y todos mis intentos de restablecer la conexión han fallado miserablemente, de manera que lo dejo por imposible, mi primera tarea de mañana es ponerme en contacto con Telekom para que desfagan el entuerto.
Weiß/Colonia, 14.6.
1:45 am : Nada que valga la pena en la tele, pero por dicha tengo desde el domingo el regalo común de mis hijos y nietos, los respectivos últimos episodios de las sagas del comisario jubilado Konráð en Reikiavik, del inspector Rebus en Edimburgo, y del capitán Blanc, de la Gendarmerie Française, en la Provenza, eu un lugar a medio camino entre Marsella y las bocas del Ródano, cerca de la Camargue. Me decido por este último y ataco la lectura con tal fe que me cargo el primer tercio de un envite. Me atrajo de la trama, en especial, el hecho de ser la primera vez que leo una novela que trancurre íntegra durante los días más duros del primero de los confinamientos a que nos ha sometido la pandemia. La atmósfera que transmite la narración es la de algo muy cercano a lo que habrá de ser el fin del mundo.
En La Modicana, Diny se contenta con una sopa de espárragos (al final pedirá un postre), Ulla pide una pasta cuyos ingredientes no retengo, Carlitos una ensalada gigantesca, y yo lo mismo que hace una semana, mi tabla de entremeses marítimos, cuya guarnición verde se la lleva Carlitos para cenar esta noche, junto con la mitad de la ensalada que no fue capaz de engullir. Hoy no hay sobremesa con la pareja asimétrica, sólo pasan a saludarnos cuando salen del patio adonde les convoca el reclamo de su dios: son heliofílicos a carta cabal. Y hoy andan con prisas por acudir a una cita. Casi echamos ya de menos el ratito de charla que hemos venido institucionalizando en las últimas semanas.
Antes del mediodía y después de la siesta, dos jornadas intensivas de telefóno con los funcionarios de Telekom empeñados en desfazer el entuerto de mi pérdida de la conexión con Internet. Dos veces me anuncian que han superado el problema. La primera lo hacen por medio de un SMS en el móvil de Diny (ya que no sólo perdí la conexión de Internet sino también la del teléfono fijo): que todo está en orden… pero que si no lo estuviera llame al teléfono 2799-19814… y como no lo está, llamo a ese número y una voz pregrabada me informa que ese número no existe. Esto fue algo antes de que pasara Carlitos a buscarnos. Tras la siesta, Telekom de nuevo, y esta vez me atiende un técnico súper amable que al cabo de ¾ de hora largos de llamada me pide que desconecte el enrutador y vuelva a conectarlo pasados 3’ y habré recuperado Internet. Y que de todos modos me llamará dentro de una hora para ver si la cosa funcionó. Desconecto el enrutador, dejo pasar 3’ y lo conecto de nuevo… y continúo sin la conexión a Internet. Y el técnico no me llama ni por san Putas, agnóstico y mártir, así es que decido dejar mi próxima llamada a Telekom para mañana. Curiosamente no estoy enrabietado, encabronado ni nada que se le parezca. Peor. Mucho peor. Estoy por completo resignado, contra el destino nadie la talla, y si el destino es un algoritmo, ni el dios todopoderoso de los cristianos la tallará con él. Menos mal que me quedan dos tercios del episodio del capitán Blanc.
Weiß/Colonia, 15.6.
1:40 am : Concluyo la lectura del noveno y por ahora último epìsodio de la saga del Capitain Blanc, del que me queda como recuerdo más memorable la descripción de las consecuencias que tuvo el primer confinamiento francés a causa de la pandemia.
Mi nueva confrontación teléfonica con Telekom también se ha desarrollado hoy en dos turnos, al mediodía y ya entrada la tarde. En la del mediodía tengo al otro lado de la línea a un técnico ruso que se llama Iván Kutuk y no es nada terrible, como el Zar que fue su tocayo, pero culmina sus esfuerzos para restaurar mi conexión con Internet enviándome un SMS con una clave sólo provisonal que debo utilizar en las próximas dos o tres horas, como medida de excepción antes de recuperar la línea principal. Entretanto he aprendido a manejar ya tan bien el móvil de Diny que localizo el SMS al primer intento (no como ayer, que me llevó un ¼ de hora), aplico la clave provisional… y no pasa nada. Rien de rien, madame la marquisse. Como los dilatadísimos diálogos en alemán y en lenguaje ténico me dejan extenuado, pospongo la siguiente llamada, como ayer, para después de la siesta. Esta vez quien me atiende es una voz femenina, a la cual le cuento el viacrucis tecnológico que llevo recorrido desde antier: «Mientras hablo con usted se cumplen 48 horas de mi exilio de la nube», le digo y noto que se sonríe por como me responde: y me pide que me quede en línea y no pierda la paciencia: «¿Me deletrea la palabra esa, por favor? Es para buscarla en el diccionar…», y esta vez se ríe abiertamente y «Manténgase en la línea, por favor», me dice. Al rato, con mucha calma y tratando de que no me duela demasiado, me dice que la única manera viable de resolver el entuerto es que un técnico pase por nuestra casa y se encargue de restablecer el orden en el enrutador y el PC. Pero que, como mañana es día de fiesta, el Corpus Christi, no podré recibir la visita del técnico hasta el viernes, entre las 9:00 am y el mediodía. Le pido que anote bien nuestras señas por aquello de que no vivimos directamente a la calle sino en segunda fila, etc., y lo anota cuidadosamente. Pasado mañana a mediodía. Con suerte serán 84 horas sin Internet. Menos mal que me quedan dos novelas del regalo familiar por mi cumpleaños.
Weiß/Colonia, 16.6. Corpus Christi
1:20 am : Primero estuve viendo el primer episodio de la segunda temporada de El joven Morse, que es también el primero donde interviene su vecina, la joven enfermera negra con quien mantendrá un idilio que nunca se explica cómo y por qué terminó. Y luego me jalé el primer ⅓ de la nueva saga de Arnaldur Indriðason, con el comisario ya jubilado Konráð, que me cae bastante simpático.
Me levanté a las 11:11 am, la hora canónica de los colonienses, desayunalmorcé leyendo el diario y me puse a seguir leyendo el episodio de la saga de Konráð, llegó Rebeca dizque con el propósito de sacar de paseo a Diny, pero se enredaron en una charla que duró hasta que me fui a dormir la siesta, cuando me levanté seguían platicando, yo seguí leyendo la novela de Arnaldur, pasó Rebeca a darme un beso antes de irse, la fui a despedir al balcón, seguí con la lectura, vino Diny a despedirse antes de echarse a dormir, le recordé los colirios que debo ponerle en los ojos antes de ello, me dijo que hacía hoy una pausa, nos dimos un beso, se metió en su cuarto, fui a la cocina y me preparé una cena fría (trucha asalmonada ahumada, con un chorreón de aceite de oliva virgen, y un cuenco de yogur con tropezones de chocolate y almendras), y son las 22:04 y me dispongo a seguir leyendo, hasta donde pueda, la novela del comisario retirado Konráð. No tengo ganas de ver nada en la tele, ni tampoco hay esta noche conciertos que valgan la pena ni la dejen de valer: no hay programado ninguno. Mi Corpus Christi ha pasado sin pena ni gloria. Y sin Internet, es decir, también sin purgatorio.
Weiß/Colonia, 17.6.
Como teníamos anunciada para hoy, entre las 9:00 y las 13:00, la visita de un técnico de Telekom, cometí el error de pedirle a Diny que me despertase a las 8:00, antes de salir ella de compras. Me fui a domir temprano, cerca de las 0:30 am, y a punto de dormirme, a las 1:45, me vino Diny a despertar preguntándome si ya era la hora. Le dije que no, que aún faltaban más de seis horas hasta las 8:00, pero me volvió a despertar a las 3:45, y tuve que pedirle que, por favor, se olvidase de que me tenía que despertar a las 8:00. Nunca más le volveré a pedir que me despierte a una hora temprana. Ni a cualquier otra. Ha perdido por completo la noción de las horas y los días. Malhaya sean los dioses.
Llegó el técnico de Telekom a las 11:15 am y a las 11:55 ya tenía instalado un nuevo enrutador y todo volvía a ser normal en mi PC. He estado 89 horas [=5.340’ interminables, 320.400” inacabables] sin Internet y sin teléfono de red fija. Quienes sin ser nefeliadictos [del griego νεφέλη “nube” y del latín addictus] dependemos, queramos o no, de los caprichos de la meteorología algorítmica, tenemos gracias a estos accidentes una idea bastante aproximada de lo que debe ser la condenación eterna.
En el primer episodio de la nueva saga de Arnaldur Indriðason, este precioso camafeo acerca del protagonista: «Konráð era uno de los últimos islandeses que nació perteneciendo aún su país a la monarquía danesa. Un día después de su nacimiento, y bajo un aguacero, se proclamó en ƥingvellir la República de Islandia. Por un breve momento de su vida, tan breve que apenas si cuenta, tuvo Konráð un rey danés. Siempre le enervaba que su padre le tomase el pelo a causa de ello, pero con el tiempo terminó por amar ese vínculo con Dinamarca, aunque apenas si valía la pena hablar del mismo».
Weiß/Colonia, 18.6.
Apareció ayer en Vasos Comunicantes la última de mis aportaciones al Centro Virtual Cervantes, y mi compadre José María, desde su beatus ille a orillas del Cauca, me comenta: «Tanto como llegar a traducir como es debido, sobre todo poesía, no creo que se llegue muy pronto a ello; sin embargo, la posibilidad de conectar un computador al cerebro o viceversa, vía virtual o por cables, no está muy lejana y pienso, lo pensé hace unos ocho años, que bajo ciertas circunstancias, sería de muchísima utilidad». Le contesto: «O como dijo Platero: «Pabulor, ergo sum», es decir: «Tengo pienso, luego existo». En cuanto a lo de traducir poesía, si pienso que hay un poeta escocés candidato al Nobel por sus poemas en esperanto, ya no me extraña nada ni en este mundo ni en el siguiente».
Como Diny tenía que hacer un par de compras en Rodenkirchen, la invité a almorzar en el Bistro Verde, para que no tuviera que cocinar esta noche. Había pocos comensales dentro, casi todos estaban en la terraza (la heliofilia germánica es una enfermedad de transmisión genética), y nos atendió una camarera nueva. Diny pidió fricasé de pollo y yo un filete de platija empanado, que es una delicia que se deshace en la boca, si está bien cocinado, y este lo estaba, y no le tiene nada que envidiar ni al lenguado ni al rodaballo. Redondeé el ágape con un pastel de chocolate con fresas y nata, Diny no quiso postre. Y la camarera nueva sabe, entretanto, que somos parroquianos fijos, me di cuenta de cómo la dueña le dijo que acudiera a llevarle la cuenta a “los señores Bada”.
Después de almorzar, y mientras Diny hace sus compras en ReWe, la espero en la parada del bus frente a la alcaldía de Rodenkirchen. Hace un calor agobiante, sahariano. Me quedo pensando un largo rato en la absoluta fatuidad de la vida. Qué resta de todo lo vivido: el recuerdo de un par de orgasmos que sería pecado olvidar, aquellos donde las medulas gloriosamente ardieron, para decirlo con Quevedo; y el recuerdo de las sonrisas de mis nietos cuando jugaba con ellos, lo que ya no hago. El resto es relleno, paja, virutas, aserrín, materia deleznable, incluyendo en ello todo lo que llevo escrito. «Lo digo y no me corro» (© by César Vallejo). Y en ese momento llegan a la par Diny y el bus.
Me cuenta Manu que en el otoño de 1987, TVE, en su segundo canal, emitió la serie completa de Alexanderplatz, y añade: «Recuerdo que aunque los capítulos eran largos todos ellos se me hicieron cortos». Le contesto: «Y sí, Alexanderplatz es una maravilla de serie, qué bueno que pudiste verla, aunque fuese sincronizada… Ese acento berlinés del original es algo así como oír una de las tragedias grotescas de Arniches interpretada por Aurora Bautista y Valeriano León, ahí el idioma se vuelve plástico, es una belleza añadida… Recuerdo esta réplica, en La venganza de la Petra, cuando la señá Nicanora le pide por enésima vez que se levante de la cama al haragán de su marido:
«Nicanora: ¡Que van a dar las diez!
Señor Nicomedes: ¿Y qué culpa tengo yo? Que den cuando quieran. ¿Es que yo me opongo?»
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