Weiß/Colonia, 19.6., primera hora de la noche
A veces, como medida higiénica (en fin, como purgante) es bueno leer un mal libro o ver una peli de las que no tienen perdón ni de dios ni de nadie. Y esta noche pasaban El amor en los tiempos del cólera, de la que me habían hablado pestes, así es que decidí verla. Aaah, ha sido bien radical, como cuando mi madre, siendo niño, me daba aceite de ricino para deslastrarme el estómago, los intestinos y hasta el alma. Lo único que empaña mi sentimiento de bienestar es imaginarme que a García Márquez tiene que haberle gustado: es tan relamida como él.
Weiß/Colonia, 19.6. (1)
Los pájaros sufren con el ruido de las grandes ciudades, pero desarrollan sus estrategias para superar el estrés y, más que nada, la incomunicación, puesto que el ruido les impide hacerse oír por sus congéneres. Este es el resultado de diversas investigaciones de ornitólogos españoles y neerlandeses sobre el verdecillo y el paro carbonero, respectivamente. Pero según parece, la más lista de todas las especies es el petirrojo, que sencillamente evita por completo la confrontación con el ruido, se limita a esperar que llegue la noche, cuando nos vamos a dormir y el tráfico se amansa: entonces cantan ellos. Por dicha, acá en Weiß, donde nosotros, en la linde del bosque, no padecemos la carencia de sus trinos y gorjeos. Y cuando hace mucho calor, suelo abrir la puerta de la terraza y pongo en el tocadiscos los DVD del “Catalogue d’oiseaux” de Messiaen, y no son pocos los pájaros que acuden y se posan en el muro de la terraza, en la mesa, o en el mismo dintel, y se escuchan sublimados en otro soporte. Y escribo esto y me entra a caminar por el pecho una inmensa tristeza que tiene letra, letra de Juan Ramón: «Y yo me iré y seguirán los pájaros cantando». Así es, carajo. Y ya debe estar a la vuelta de la esquina, la estación total.
Weiß/Colonia, 19.6. (2)
Concluí el borrador del texto sobre Sábato (36.006 espacios, me excedí en seis) a las 7.11 p.m., justo a tiempo para sentarme ante la tele y ver y oír a don Carlos Kleiber dirigiendo la Cuarta de Brahms, a las 7.15. Ese ha sido el premio por el trabajo cumplido. Un premio no merecido ni condiciente por mi prosa, sino por mi disciplina. Después de lo cual descubro en la estafeta un mail de Jorge donde me cuenta que ayer estrenó en Medellín, con su Orquesta Filarmónica, el 2º concierto para violín de Bela Bartok. ¡Será cabrón, recién me lo cuenta ahorita, a toro pasado, sin haber yo podido avisar a mi tribu paisa para que fuese como un solo hombre (lo cual incluye a mis amigas, puesto que no se desmontan del caballo de autollamarse “uno”) a ver y oír en su salsa a uno de los mejores, si es que no al mejor violinista de América Latina!
Weiß/Colonia, 20.6., primera hora de la noche
Un nuevo premio a mi disciplina lo consigo esta noche en la programación de la tele alemana, con Passion Fish, peli que adoro, y no sólo por ser de John Sayles. Y antes de irme a la cama encuentro en la estafeta un mail de Maysi con excelentes consejos para proteger mis archivos en caso de tragedias meteorológicas como la de mi vecino a quien le cayó un rayo en la casa y le jodió la computadora. Le contesto antes de cerrar el quiosco: «Bueno, a ti sí te lo puedo decir, Maysi querida, porque eres de las pocas personas serias que conozco, pero aunque no lo dejé consignado en mi diario en Fronterad, la conclusión a la cual llegué es que un desastre como ese sería una excusa absolutamente comprensible para mi suicidio, incluso sin carta de despedida. De manera que jamás voy a desconectar la compu cuando llegue una tempestad de ese calibre».
Weiß/Colonia, 20.6. (1)
Embebido como andaba en la redacción del “texto Sabato”, olvidé registrar que el sábado, por fin, dimos cuenta del regalo de cumpleaños que me hizo Rebeca, sus exquisitos filetes rellenos, una receta renana que le sale como para chuparse los dedos. Los tuvimos que congelar porque el cronograma programado no nos permitía comerlos en el momento de la entrega, y porque era cuestión de que se les hiciera el honor que merecen. Y el momento llegó con la cena del sábado. Menos mal que Rebeca y Diny dejan en alto el pabellón gastronómico en esta familia.
Weiß/Colonia, 20.6. (2)
Misión cumplida, finiquité hoy el libro Límeri de Bueno Saire y acabo de enviárselo a Anahí, hasta su depto en el cogollo de Retiro. Mi preferido de entre los 57 es el de mayor nonsense: «Si bien desde Garay lo llaman Once, / no es por el fútbol, no, ni porque a un Ponce / se le cayó la P. / La Lectora prevé / que fue para rimar aquí con “bronce”».
Weiß/Colonia, 21.6., primera hora de la noche
En cualquier actividad humana puede llegarse al tope. No a la perfección, que es tan aburrida. Pero sí hasta donde se encuentra el límite máximo en el camino a la perfección. Por ejemplo en una actividad más denostada, por los puristas del cine, de lo que nunca llegará a serlo ni de lejos la de la Real Academia por los puristas del idioma: la sincronización, el doblaje de las pelis. Para empezar, pareciera que todos ellos han leído a Homero en griego (antiguo), a Hölderlin en alemán y a Puschkin en ruso. Gente que aceptan a ojos (y oídos) cerrados que Anthony Quinn y Richard Basehart hablen en italiano en La Strada, eyaculan (o se humedecen) suspirando por lo incontrovertiblemente más, ay, original, que es el sonido, ay, original, mientras que no tienen inconveniente en aceptar la agresión que significan los subtítulos a lo más cinematográfico del film, que es la imagen. La progenitora que los dio a luz. Pero en fin, lo que quería recoger acá es que en cualquier actividad humana puede llegarse al tope. Y una de esas milagrosas veces es la sincronización de Clockwork Orange en alemán. Wolfgang Staudte la hizo, un genio, carajo. Es como cuando Hans Magnus Enzensberger tradujo los diálogos de Ridicule, la peli de Patrice Leconte que transcurre en el Versalles de Luis XVI y donde los cortesanos hablan en el lenguaje de las preciosas ridículas: no dudo de que los diálogos del guión original de Rémi Waterhouse sean buenos, seguro que lo son, pero estoy más seguro de que la traducción alemana los supera. Es también como aquello que dije alguna vez, que King Salomon’s Mines, de Rider Haggard, de 1885, era la anticipada traducción al inglés de una novela de Eça de Queiroz publicada en 1890 y que se titularía As minas de Salomão, convirtiéndose en un clásico de la literatura portuguesa.
Weiß/Colonia, 21.6.
Desde Cáceres me manda Josefa Cortés (¡qué apellido tan íntimamente ligado a México!) aquel impresionante vídeo de Perla en el teleprograma de Pedro Ferriz, justamente en México, el 6.9.2010: “Al sordo hay que gritarle / El grito de dolor / Estoy harta”. Aún me conmueve escucharlo, como la primera vez. Ahora bien, una lectura atenta de la Biblia o de Homero (don’t forget Casandra!) y de los trágicos griegos, nos alerta acerca de que la puerca humanidad no aprenderá nunca, se refocila en tales pocilgas desde el albor de la historia. Donde sólo hemos avanzado es en las posibilidades de aumentar la difusión del mensaje. Pero desde el día del programa han pasado más de diez meses, y la situación en México no ha mejorado tantito así. ¿Significa eso que el grito de Perla fue uno en el desierto? Puede ser, pero no en el de las almas.
Weiß/Colonia, 22.6. (1)
Constantemente recibo libros, es raro el día en que el cartero no me deja uno, dos o tres libros nuevos en casa. Me los mandan desde Revista de Libros (para ver si reseñarlos) o las editoriales, o me los envían los autores, a veces los traductores. ¿Qué hacer contra esa marea? (y al usar ese “contra” descubro que me estoy autodefiniendo). Sencillamente apilarlos por orden de llegada, pero con diversos criterios. Los que de todos modos debo leer (porque si no no los leerá nadie). Los que tendría que leer (aunque sólo fuese por las dedicatorias personales, agradecidas desde la llegada del ejemplar, todavía sin leerlo). Y los que leeré si el cupo de los anteriores deja sitio en el tiempo que me resta en esta reencarnación. Resumen: Como estoy muy empeñado en releer un par de docenas, largas, de obras maestras, leo muy poco de lo nuevo. Y cuando alguien muy escandalizado me reta que cómo es posible que no haya leído a un tal Kumarami… ¿o quizás es Kamiruma… o será Murakami…?… ¡mierda, no sé, pero algo así por el estilo!, entonces yo sigo releyendo mi Ibsen, o mi D.H. Lawrence, o mi Jane Austen, y me cago en la tapa del órgano.
Weiß/Colonia, 22.6. (2)
Oskar en casa, desde que salió de la escuela, y como mañana (Corpus Christi) es día de fiesta en Renania, tan católica de labios afuera, desde que llegó a casa anunció que esta noche no se iba a acostar antes de las 11, porque mañana se puede quedar en la cama hasta que se le canten las bolas. No lo dijo así, claro. Pero lo podría haber dicho así, de conocer la expresión. Se me ocurre que un aspecto importante de su felicidad debe consistir en eso: vivir con los abuelos, y el día siguiente, festivo. Acaba de darme un beso y despedirse de mí (son las 11.11 p.m.) para irse al catre. Adoro a esta criatura. Es algo así como un cuarto hijo que me dio la vida en su persona. Siento los ojos húmedos y no, no es de tanto fijarlos en la pantalla. En fin, ahora me toca cine, Shortbus, a las 11.35, y la peli es brava. Vamos a ver si no anduve muy equivocado en mi juicio la primera vez que la vi. Que fue reservarme el juicio para la segunda vez, y esa es hoy.
Weiß/Colonia, 23.6., primera hora de la noche
Estuve viendo Shortbus hasta la hora en que empezó Lone Star, y ahí cambié de canal. Sayles es Sayles; mientras que Shortbus entretiene y punto: la sola circunstancia de ser anorgásmica su protagonista, al final es demasiado poco para construir alrededor toda una peli de 102’, además al borde mismo del porno. Esta no es mi cerveza, como dicen gráficamente los alemanes.1
Weiß/Colonia, 23.6. (1)
En Camden, Australia, la biblioteca municipal ha recibido de vuelta un libro prestado hace nada más que 122 años. Se trata, además, de un ejemplar valiosísimo, la primera edición de un ensayo de don Charles Darwin, Plantas carnívoras. Al parecer se cayó detrás de un sofá y allí se quedó hasta la semana pasada. Imagino lo que estará pensando Diny tomando en cuenta mis hábitos: Una familia en cuya casa no mueven el sofá durante 122 años, eso sería el paraíso para Ricardo.
Weiß/Colonia, 23.6. (2)
Me levanté con un dolor casi insoportable en la espalda, arriba, como si un leopardo hambriento se me hubiera agazapado entre los omoplatos, tirándole dentelladas a un antílope que acaba de cazar. Pero tenemos visita, Marta Antonina, nuestra querida amiga polaca, la traductora de Julio Cortázar, y la hemos invitado a ella y a Wieland a almorzar. Primero pasamos por lo de Montse, para dejar en casa a Oskar, y luego acudimos a La Modicana, cuya cocina les encanta a los dos. Por mor del idioma, se forman naturalmente dos diálogos, el de Diny con Wieland y el mío con Marta, aunque también a veces se generaliza la plática. Cuando le cuento a Marta que he estado a punto de cancelar nuestra cita a causa del dolor de espalda, me contesta con una frase genial: «En Polonia decimos que la vejez no le salió bien a Dios». Nos ha traído un regalo muy lindo, el libro Medallones, de Zofia Nalkowska, y una cajita de caramelos Krakowski. Deliciosos. Luego del almuerzo nos despedimos y me tiendo una hora sobre el cojín eléctrico. La termoterapia me alivia bastante. Pero no del todo, maldito cuerpo y sus falencias.
Weiß/Colonia, 24.6.
Prácticamente todo el día dedicado a despachar correspondencia quelonia y a poner en orden un montón de facturas de médicos y farmacia, para enviarlo todo mañana al seguro de enfermedad y a la subvención estatal: se me han juntado en el trimestre cuentas por valor de ± 5.500 €. Y así anda de números rojos mi cuenta en el banco. Ay… Por lo demás, concluyo la lectura de un libro fascinante, Antes de que esto se acabe, de Diana Athill, y le escribo a Andrés a sabiendas de que mi recomendación será llover sobre mojado, seguro que ya lo conoce, y además en el original.
Weiß/Colonia, 25.6. (2)
La esquela me salta inmediatamente a la vista en el diario de hoy: Dr. Med. Elizabeth Humbert (* 26.3.1911–† 20.6.2011). Ella fue nuestro primer médico de cabecera en Colonia, cuando vivíamos en el Karolingerring; tenía su consulta en el cogollo del Vringsveedel, el barrio de San Severino, la célula matriz de Colonia. Y la matriz de Diny le causó problemas de conciencia a nuestra buena doctora Humbert, católica creyente y practicante, quien le desaconsejó que se hiciera esterilizar, porque en su caso sería irreversible; que era mejor que me esterilizase yo, caso en el que sí sería una operación reversible. Al final, humana y social como era, transigió con el deseo de Diny, un par de meses después de nacer Montserrat. Y por lo que veo, alcanzó hasta cumplir un siglo de vida. ¡Cuántos recuerdos me trae su nombre!
Weiß/Colonia, 25.6. (3)
Salgo con la bici, a pesar de que llueve desde anoche, sin escampar, pero hasta el mediodía es la última oportunidad que me queda para recoger unos remedios ya encargados en la farmacia + despachar el correo quelonio en la oficina postal, entre el mismo un ejemplar de la separata de Cuadernos Hispanoamericanos con mi artículo sobre Bomarzo, que remito a la Casa Museo de Mujica Laínez en las sierras de Córdoba: veremos si llega, siempre es arriesgado hacer un envío a un lugar llamado El Paraíso. Regreso a casa empapado en lluvia y sudor, me ducho y contesto varios mails, arreglo varios archivos, en especial el del Poema del Sábado, que incluye hoy un lindo soneto que traduje del portugués con azúcar, el que se habla y escribe en Brasil. Y luego, el almuerzo. Con mayonesa, mostaza, aceite, jugo de limón, unas gotas de Maggi y un diente de ajo, Diny se sacó de la manga el sábado pasado un mojo sensacional para mi ración de gambas. (Me las quería freír, pero «me negué en redondo, como las plazas de toros», según decía Jardiel Poncela). E hizo tal cantidad de mojo, que pude congelar la mitad. Y como me puse a pensar que mi avión de mañana, a Bilbao, puede caerse, decidí despedirme hoy de este mundo cruel almorzando otra ración de gambas con semejante mojo, degustándolo como aquello que en el lenguaje carcelario llaman “la comida del verdugo”. Hmmmmmmmmmmm…
Posdata
Un par de amigos me reprochan que al abrir el hipervínculo de esta última entrada, sólo aparece el original del poema. Está claro que debe de ser así, pero no quiero privarles de la traducción, que parece que es lo que desean leer.
Nota bene : La cajazeira es un árbol que sólo existe en Brasil, y sus frutos son los cajás, que yo convierto en cayás al traducir, por mor de la fonética. Vale.
———————————————————————
¡Cayás! ¡Y recordar que Laura un día
(¡qué día claro! ¡olor y esplendor era!)
me llamó para que en su compañía
los comiésemos bajo la palmera!
– «¿Vamos solos?», le dije. Y la hechicera:
– «¿Miedoso de ir conmigo?» Y se reía.
Las trenzas se arregló, saltó ligera
de mi brazo a colgarse, y qué porfía:
– «¡Corramos!» – «¡Sí, corramos!» – «¿Qué apostamos?»
Y tras breve señal ahí nos largamos,
corrimos contra el viento que silbaba.
Mas atrás me quedé yendo corriendo,
porque más que la apuesta me importaba
ver su falda volar, como iba viendo.
*******************************************************