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Mientras tantoDe mi Diario: Semana 25 / 2013

De mi Diario: Semana 25 / 2013


 

He podido comprobar, por las preguntas que me llegan vía email, que son pocos los lectores de este diario que se dan cuenta de que está sembrado de hipervínculos que amplían o ejempllifican lo dicho en el texto. Me cuesta harto trabajo buscar los correspondientes enlaces e implementarlos. No me dejen la impresión de que aro en el mar. Vale, y gracias.

 

Weiß/Colonia, 16.6.

A partir del desayuno, en fondo, las nueve sinfonías de Ludwig Van en la versión Harnoncourt.  A la 7ª le tocó el turno ya después de la siesta. Y luego de oírla tomando café, me vine aquí, a la pantalla, busqué con ayuda de Miss Hortensia Google la versión Carlos Kleiber con la orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam (de dónde si no, pelotudo), me endosé los auriculares y me refugié por un largo rato en el paraíso perdido. Y lloré, carajo, lloré, tanta perfección es posible. Me imaginé a Dios, pero no al hijueputa Jehová de la Biblia, que carece de oído, sino ese Buen Dios de Rilke, el de las barbas blancas (¡Carlitos, pues!), recostado en una nube, con la mano en la mejilla y oyendo arrobado, y diciéndose de puro narcisista «Sí que valió la pena el trabajo que me di, un Ludwig Van y un Carlos me salieron perfectos, por eso rompí el molde».

 

Olvidé consignar ayer que Henri me entregó en la fiesta del doble cumpleaños un dibujo suyo que según él me representa, y según yo nos representa, en el momento en que lo estoy trayendo a casa desde el Kindergarten. Como lo vi firmado por Henri & Oskar, quise saber a qué se debía ese parto compartido, y Oskar me aclaró que él se había limitado a ponerle ojos a la figura que, según Henri, soy yo. Alabado sea el santísimo sacramento del altar, para Henri soy una ameba.

 

Weiß/Colonia, 17.6.

2:15 am : L’hérisson [El erizo] es una de las más bellas pelis que he visto en mucho, muchísimo tiempo. Escribo estas líneas con los ojos húmedos antes de irme a dormir.

 

Tuve que ir a la oficina postal a recoger un paquete (eran dos) cuyo aviso me dejó el cartero en el buzón. Un cartero hijueputa que faltó a la norma sagrada de timbrar dos veces. Yo estaba en la cama ya despierto cuando sonó el timbre, y esperé a que abriera Diny, aunque quizás fuese Montse y en tal caso podría abrir ella misma porque tiene llave de nuestro apartamento. Pero al minuto oí salir a Diny del cuarto de baño y evidentemente no había oído el timbre, le dije y ya era tarde, el cartero se había ido dejando el aviso en el buzón. Me quejo en la oficina postal y la empleada, que me conoce, ni siquiera se inmuta, mira el aviso y me dice que ese cartero era uno de los suplentes, que no saben que en estos casos los paquetes se pueden dejar con el vecino más próximo. Temblando estoy si pienso en los 16 días que vamos a pasar en Holanda, a principios de julio. Menos mal que Frau Lück tiene un poder nuestro y puede recibir los certificados que lleguen. Nuestro cartero lo sabe. ¿Pero lo sabrán sus suplentes, si se va de vacaciones? Ir a la oficina postal del pueblo es un martirio para mí porque con la bici ya no me atrevo y yendo a pie debo sentarme a recobrar aliento cada dos por tres. Qué horror la vejez, esto sí que es horror y no el del final de El corazón de las tinieblas, puro horror literario, no sufrible en carne propia.

 

Estuve trabajando un rato en la compu portátil de Diny, que nos llevaremos a Holanda, y quiero irme seguro de que no tendré que llamar a mi manitas Arzola para preguntarle cómo implemento mi Google Drive. Mientras espero que se abra el programa descubro que Diny ha colgado de la pared una postal neerlandesa con una leyenda, y esa leyenda me sugiere un tuit: «El viejo refrán holandés “No puede prohibirse el viento, pero pueden construirse molinos” no es respuesta a un reto, sino resignación». Veremos a quien se lo afrijolo.

 

Por 2ª vez en menos de 24 horas, L’hérisson. Ahora ha sido con Diny, a las 8:15 pm en el canal einsfestival. Y esta vez ya andaba sabiendo todo lo que sucede en ella, cosa que Diny no, de manera que saltó de su asiento gritando «¡No!» en la antepenúltima escena. Luego me dijo que estaba preparada para un drama, pero no para ese. Es algo de lo que a mí me pasó la primera vez que leí El olvido que seremos, y así se lo escribí a Héctor: «Estaba preparado para la muerte de tu padre, pero no para lo demás. No para unos capítulos que me dejaron sin aliento, tanto que aunque iba embalado tuve que suspender la lectura, me habían herido, y me hicieron además entender una observación tuya cuando hablamos por teléfono el 13 de diciembre, “que es el día de Santa Lucía”, me dijiste, pero que en realidad era y es para ti mucho más que sólo eso».

 

Weiß/Colonia, 18.6.

Luce un sol digno del Sáhara y el termómetro marca 37°. Almorzamos en La Modicana unos espaguetis con salmón y gambas, y al volver al auto, estacionado enfrente de la puerta, pero a pleno sol, fue como meternos en una sauna. Ay.

 

Poniendo en orden y depolucionando viejos archivos, encuentro esta anotación: «En uno de sus impagables ensayos gastronómicos, Wolfram Siebeck habla de una empleada de un hotel de Moscú que para sus cálculos empleaba unas “auf Drahtstangen aufgereihte Holzkugeln” [bolas de madera en varillas metálicas], o sea, lo que en español podemos nombrar con la sola y sencilla palabra «ábaco». El poder de síntesis de los idiomas parece ser una cosa que va por barrios».

 

Mi actual lectura en el baño es el relato del viaje que a comienzos del siglo XIX hizo Johanna Schopenhauer a Inglaterra y Escocia, en compañía de su esposo y de su hijo Arthur, de 16 años, quien también escribió un diario viajero, tan sabroso como el de su madre. Esta tarde, mientras lo estaba leyendo, de repente empezó a cantar un mirlo, y su canto, porque Diny había dejado la ventana rebatida y el mirlo cantaba desde un árbol muy cercano, se oía con toda la fuerza del celo que posiblemente se lo inspiraba. Dejé el libro sobre el escabel, abierto por donde iba en mi lectura, apoyé los codos en las rodillas y hundí la cabeza en las palmas de mis manos, y con los ojos cerrados me concentré en el canto de ese mirlo. Ha sido uno de los momentos más felices de mi vida en las últimas semanas. Y tan puro, tan simple, tan diáfano.

 

Weiß/Colonia, 19.6.

Voy a buscar a Henri al Kindergarten y en el camino debo detenerme tres veces, sin aliento. No es tan sólo que estoy gordo y desentrenado, es que son 38°, debería haber pensado que era mejor que Diny lo fuese a buscar, y que luego yo lo devolviese a su casa a las 5 pm, cuando ya amaina un poco este calor asfixiante. Y en verdad sí que lo pensé. Pero mientras Diny estaba de compras llamó Montse y me dijo que ella y Frank pasarían a buscar al pibe a las 3:30. Y bueno, ya que sólo quiere dormir la siesta con Diny, mi cuota de felicidad con él consiste en traerlo a casa, y mientras pueda dar un paso no pienso renunciar a ello. Esta vez, en el camino de vuelta del Kindergarten acá, con su manita en la mía, sólo tuve que hacer una parada.

 

Weiß/Colonia, 20.6.

Oigo truenos lejanos al despertarme. Cuando me levanto, descorro las cortinas y abro la ventana para orear el dormitorio, a las 9:49 am, parece que fueran ya las 9:49 pm. Y así se mantiene un par de horas, hasta que por fin llega la tormenta anunciada para ayer, con truenos, relámpagos y una lluvia de gotas gruesas, desde el noroeste. Dura casi una hora. A las 2 pm ya ha pasado todo y, aunque no sale el sol, el cielo se ha despejado y el aire se siente fresco, como recién duchado.

 

Me llega por correo quelonio la notificación de la Oficina Federal de Pensiones de Jubilación, de que a partir de este mes cobraré 3,47 € más por mes. Es decir, el 0,25% de subida que Frau Merkel & Co. nos han graciosamente concedido para que hagamos frente a la subida del coste de vida, que es de casi dos dígitos. «Keep smiling!», como le grita el soldado gringo que quiere hacerles una foto, al final de La hora 25, a Johann y Suzanna, después de la tragedia que han vivido y sufrido durante toda la 2ª guerra mundial. Yes, keep smiling, Frau Merkel, and thanks, thanks for the alms; Dios se lo pague. [Para una tesis doctoral: Del jubilado como pordiosero].

 

Hay un tema que siempre me resistí a consignar en este diario, pero reinar en ello sería faltar al deseo íntimo de no ocultar nada de mi persona (excepto aquello que pueda afectar a terceros, y en su intimidad). No son pocos los amigos que me han preguntado, una y otra vez, cómo hago para que lo que escribo sea tan legible. Prescindiendo del pormenor, no tan prescindible, de que a veces, cuando repaso mis anotaciones de años atrás, no logro entender un carajo de lo que quise decir, pasando, pues, por alto ese detalle, yo les he contestado siempre que posiblemente se deba al hecho de los muchos años que he trabajado en y para la radio, y que cuando escribes para ese medio, o actúas en vivo en él (como fue mi caso desde febrero 1995 a diciembre 1999, siendo el moderador principal de los dos diarios informativos en vivo de la Radio Deutsche Welle para América Latina), la norma de oro es no olvidar nunca que el oyente no puede volver los oídos hacía atrás sin perderse gran parte de lo que sigue, como sí puede el lector, en cambio, volver la vista atrás si está leyendo un libro y no entiende lo que acaba de leer. El texto para el oído tiene que ser comprendido de bote pronto, como se dice en el lenguaje del baloncesto. Pero luego hay un aspecto que no tiene que ver con el oído y sí con el ojo, y es cuando escribes para revistas y/o suplementos culturales, y de repente te atrancas en la redacción porque te das cuenta de que lo que escribes no transmite lo que piensas ni lo que querías decir, o al menos no lo hace con la transparencia, con la claridad con que lo estás viendo internamente, pero no reflejado en lo que escribes. Ahí, durante mucho tiempo, antes de que adquiriese cierta destreza en el manejo de la compu, lo que me ayudaba bastante era dejar de escribir y colocar en el múltiple sonoro un CD con la grabación de un ensayo de Pierre Monteux dirigiendo la orquesta del Concertgebouw (el de Ámsterdam, de dónde si no) durante el ensayo del 2° movimiento, la marcha fúnebre, de la 3ª sinfonía, la Eroica (de Beethoven, de quién si no). Monteux les hace repetir una y otra vez, nada menos que a los profesores del Concertgebouw, la frase inicial hasta conseguir que suene cómo él piensa (o sabe) que debe de sonar. E interrumpe continuamente el ensayo para decirles como un padre a unos hijos distraídos: «Se trata sólo de un matiz, de un pequeño matiz, eso es todo lo que tenemos que hacer esta mañana». Qué hijueputa. Sólo que luego, cuando escuchas la grabación de la sinfonía, después del ensayo, sabes por qué valió la pena tanta hijueputez. Ahora, que trabajo en pantalla directamente, descubrí un vídeo de mi dios musical, Carlos Kleiber, con la grabación de un ensayo de la obertura de Der Freischütz, y pierdo (¡gano!) una hora aprendiendo cómo se le ganan matices a una partitura, de tal manera que luego, cuando regreso a mi texto y aquel lugar donde me quedé atrancado, inmediatamente me doy cuenta de dónde ataqué en la mayor lo que podía decir en do menor, y dónde un pizzicato sería bastante más efectivo que un crescendo con tutti Ay sí, a la música le debo esa “legibilidad” de lo que escribo. No a la literatura, merde alors! Tengo la profunda convicción de que un alevín de escritor que posea un mínimo de oído musical, puede aprender a expresar sus ideas por escrrito mucho mejor, mucho, mucho mejor, después de ver ese video y/o de oír ese CD, que en milyún talleres de dizque creación literaria.

 

Weiß/Colonia, 21.6.

Mi columna de hoy en El Espectador me ha traído un aluvión de emails, todos coinciden en que se trata de una historia muy triste. Cuando llego a la 1:00 pm a mi cita con la pedicura le cuento a Frau Spichala y le digo que el choque para mí fue tremendo. Sobre todo porque si yo hubiera sabido que la chica estaba tan enferma, ya desahuciada, ni siquiera se me hubiese ocurrido enviarle mis observaciones. Me sentí culpable de haberle amargado sin necesidad ninguna sus últimos días. Con toda seguridad esa tesis era la mejor, o tal vez la única cosa de valor que ella creía haber realizado en su vida: «Imagínese cómo me quedé cuando recibí su carta». Tras una pausa, Frau Spichala me dice que mi intención fue buena, y posiblemente la chica lo sintió así, por eso me animó a que publicase mi descubrimiento. En cualquier caso, y en memoria suya, lo mantuve oculto durante casi treinta años.

 

No soy nada amigo de las pelis de acción, y hace poco leí una frase de Al Pacino que me hizo reír de buena gana: «Tenía que haber actuado en La guerra de las galaxias, pero no entendí la historia». Largo Winch, que no conocía y la acabo de ver, porque la recomendó Milan Paulovič en su microrreseña del magazín del diario, me ha gustado mucho, a pesar de ser de acción, pero es que no se trata de pura acción, el guión incluye bastante más. Y además cuenta con Kristin Scott Thomas, de quien no me pierdo una sola peli. Creo que incluso haría el sacrificio de ver un episodio de La guerra de las galaxias si en él interviniesen ella o Jennifer Ehle, mis predilectas.

 

Weiß/Colonia, 22.6.

En su edición de hoy el diario recuerda que mañana se cumplirán 50 años de la visita de John F. Kennedy a Colonia. Y que también fue un día domingo. Recuerdo ese domingo porque lo pasé en Bonn, como solía hacerlo ya desde un par de meses atrás, cuando conocí al grupo latino que se reunía en el café Hansa, de la Kaiserplatz (Jesús Mondría, Pedro Muñoz, el portugués Preto [=negro, y él era blanco Persil, pero lo llamábamos así por ser angolano de nacimiento], Roberto de la Cruz, su primo Américo) Y recuerdo nítidamente que algunos de nosotros salimos en dirección a la plaza del ayuntamiento, por las calles atestadas de gente esperando el paso de la caravana de autos en que Kennedy y su comitiva llegarían desde Colonia. Serían casi las 2 pm cuando no pudimos seguir avanzando, estábamos en la Rathausgasse, cerca del ayuntamiento, y la multitud era impenetrable. Al poco rato la caravana, y en la limusina descubierta, ambos de pie, Kennedy y el viejo Adenauer. Y cuando pasaron frente a nosotros, Mariano, el salvadoreño, gritó a voz en cuello: «Hands off Cuba!!» Todavia me acuerdo bien de cómo Kennedy giró vivamente la cabeza en dirección al grito. Aún no eran los tiempos de la globalización. Para Kennedy tuvo que ser una sorpresa que enmedio del entusiasmo de los alemanes un latino le recordase en inglés el tema de Cuba. Mariano entretanto ha muerto, según me contó Jesús en Madrid, hace un par de años. No sé si su cubanofilia amainó con la instauración de la monarquía castrista, pero sí sé que al final de su vida simpatizaba con la extrema derecha de su país, quizás no por motivos ideológicos sino por el acoso de la guerrilla a la finca cafetalera de la que vivía.

 

***********FIN***********

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