Weiß/Colonia, 15.1., primera hora del día
Ana me escribió para decirme que la precandidata presidencial María Corina Machado retó a Chávez el pasado viernes durante su alocución en el Parlamento, se paró firme ante él y lo instó a decir la verdad al país: «Tenemos ocho horas escuchándolo hablar de un país que no existe». Añade Ana: «No me cansaré de decirlo: María Corina Machado debería ser la futura presidenta de la República. Pero no será posible, y por estas tres razones: tiene más solvencia, ideas y cojones que cualquier otro de los candidatos a las primarias, pero es mujer, blanca y burguesa. Tres atributos que en Venezuela son garantía de repudio y ostracismo». Abro el vídeo que acompaña su email y después de verlo le escribo: «Ese tipo [Chávez] me da tanto asco, que temo que mis prejuicios se sobrepongan a mi buen juicio. Le dijo a María Corina Machado que «Águila no caza mosca». ¿Será idiota? ¿O será que nadie le explicó todavía que cuando se extingan, no ya las águilas, sino la misma raza humana, las moscas seguirán ahí, impertérritas?»
Weiß/Colonia, 15.1.
Gracioso lo que me dice Graciela comentando mi lectura de Toda Mafalda: «Seguí disfrutando de Mafalda. Teniendo en cuenta los mamotretos que habrás tenido que digerir para armar otras conferencias, podés considerar que estás de vacaciones, me parece». Es una verdad como un templo, jamás me he divertido tanto preparando el texto de una de mis charlas.
Weiß/Colonia, 16.1., primera hora de la noche
Passion Fish, otra de esas pelis que no me pierdo ni una sola vez cuando las pasan. Y esa frase final que es exactamente lo contrario, el mejor de los principios: «Chantelle, tienes que aprender a guisar». Qué grande John Sayles. Y por cierto, descubrí que en Argentina la estrenaron como Escrito en el agua, igual que aquella deliciosa novela de Francis de Miomandre leída un día de mi lejana adolescencia, y cuyo título está tomado del epitafio en la tumba de Keats. Ese Francis de Miomandre era un tipo curioso: tradujo al francés el Quijote, y a Calderón, Unamuno, Lydia Cabrera, Miguel Ángel Asturias, ¡el Viaje a pie de Fernando González!… Alguien a quien me gustaría haber podido conocer, y eso es algo que suelo desear muy poco entre los escritores.
Weiß/Colonia, 16.1. (1)
Segundo día consecutivo de tejados rojos escarchados al abrir de mañana la ventana de nuestro dormitorio para que se oree. Pero un sol esplendoroso a las 3 pm cuando salimos de casa camino de “nuestro” cine, el Odeon, en la Severinstrasse, en el corazón del Vringsveedel [=barrio de san Severino], que es a su vez el corazón de Colonia. Cuando vivíamos en el Karolingerring, hasta diciembre 1975, acudíamos al Odeon con los niños las matinales de los domingos, que pasaban pelis en español. Y es el cine al que más veces volvemos desde que vivimos en Weiß. Esta tarde venimos para ver Intouchables [¿a santo de qué el singular en el título español, Intocable?], las críticas fueron muy positivas y su tema nos apasiona a Diny y a mí. Y es una peli de a deveras magnífica, y el trabajo de los actores admirable. Me encantó además la presencia de esa pelirroja pecosa y divina que es Audrey Fleurot, una actriz que casi solo hace TV, es una pena. Aunque el año pasado ya intervino en dos pelis, esta y Midnight in Paris: buen ojo el de Woody.
Weiß/Colonia, 16.1. (2)
Me resulta harto desconcertante la contabilidad virtual. En mi estafeta, cuando le quiero escribir un nuevo email a alguien, se configura a la derecha un recuadro incluyendo las diez direcciones más frecuentes con que me comunico. Eso me ahorra tener que abrir el directorio y buscar en la letra ad hoc la dirección de mi corresponsal; si es uno de esos diez puedo pulsar su nombre en el recuadro y su dirección vuela en un santiamén a la cabecera del nuevo email. Santo y bueno. Como es lógico mi nombre figura también en esa lista porque un tercio largo de mis emails son envíos colectivos dirigidos a mí mismo en la cabecera, y a sus destinatarios en el renglón de copias ocultas. Para mi lógica analógica y no binaria, mi nombre debería encabezar esa lista de diez, pero no, tengo por delante los de mi deuda estherna, Carlitos y Luis Fayad. Y es lógica binaria, puesto que además de los correos colectivos reciben otros más, individuales, que no son pocos. Pero entonces ¿por qué no aparecen en la lista dos direcciones que son ciertamente de las más bombardeadas por mis escuadrillas diarias de emails? Misterio, binario y virtual.
Weiß/Colonia, 17.1., primera hora del día
Se diría, sin tratar de hacer un juego de palabras, que el Billy Wilder luminoso ha opacado al Billy Wilder sombrío, el de Testigo de cargo, El apartamento, Días sin huella [así titularon en España The Lost Weekend, y recuerdo su estreno en Huelva y cómo salimos de impresionados de ese cine Rábida o Mora, no sé cuál de los dos, impresionados por el hecho de que en la peli casi no actuaba más que un solo personaje y prácticamente encerrado entre cuatro paredes]… Esta noche han pasado de nuevo Double Indemnity, quizás la más intensa de sus pelis sombrías, con una Barbara Stanwyck a tope. Todo en esta peli es perfecto, y lo que más, a mi juicio, la elección de Fred McMurray como contraparte de la Stanwyck, seguro que Rolando me dará la razón: nadie de entre los actores de aquella generación era más Babbitt que él, pan comido para una mujer del talante de esa Ruby Stevens, una de las pocas inmortales de a deveras.
Weiß/Colonia, 17.1.
Leo la necrológica de Fraga en Granma, y bueno, es lo que le digo a un par de amigos, que el diario oficial de una dictadura siempre es de derechas, aunque la dictadura pose que lo es de izquierdas. Y luego llamo a KN en Madrid, para consultarle ciertos problemas léxicos, hablamos de esto y me pregunta qué me parece que el nuevo ministro de Economía español sea alguien que lógicamente tendría que estar en la cárcel, luego de haber sido consejero asesor para Europa de Lehman Brothers y director []de la filial del banco en España y Portugal, hasta la quiebra y la bancarrota en 2008. Pues lo que pienso es que me parece de una impecable lógica brechtiana: «¿Qué es una ganzúa comparada con una acción?, ¿qué es un atraco a un Banco comparado con la fundación de un Banco?» Hace ± unos quince años escribí que el libro de cabecera de los políticos es El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. No tan extraño ya, por cierto.
Weiß/Colonia, 18.1.
Fui con el bus a Rodenkirchen, al Banco (la mayúscula siempre, en señal de respeto al buen dios Mercurio) y a la oficina postal, a enviarle sus fotocopias a La Maguita y dos DVD muy queridos, con chistes de Mafalda en dibujos animados, a Helena, en Hamburgo: no creo que le sirvan para la velada del 15.3., cuando vaya allá a dar mi conferencia, pero nunca se sabe. Y al regreso a casa me encuentro en el buzón con un envío de Anahí, sus Limericks Cariocas y el primer ejemplar que recibo, pero impreso, de mi primer libro electrónico, el sexto de mis hijos guttenberguianos, Límeri de Bueno Saire. Aunque este libro en verdad no es mío, sino de Anahí, ella lo inspiró, ella es su protagonista, ella luchó por él cuando lo dejé abandonado en el torno del orfelinato. Menos mal que tuve la decencia de que, al final, cuando me obligó a reconocer al huérfano, se lo dediqué a ella y a (+1), que es como me empeñé en llamar a la linda Sofía, quien ya era entonces “huésped” de Anahí, y que venturosamente ha nacido el 11 de este mes, festividad de san Teodosio, cenobiarca. ¿Cenobiarca?… ¿Eeeehhh?
Weiß/Colonia, 19.1., primera hora del día
Ese Dios en quien no creo, pero sí la mayoría de los ingleses, a ellos los creó aparte (ça va sans dire!) para que hicieran cosas como la siguiente: Entre 1937 y 1939, Nicholas Winton, un joven banquero inglés de unos 30 años, salvó a 669 niños checos de una muerte segura en los campos de concentración nazis, logrando que llegaran sanos y salvos (en tren, ¡a través de la Alemania nazi!) a la Gran Bretaña. Niños que fueron adoptados por familias inglesas; niños algunos –ya mayores– que al correr de los años de guerra se hicieron pilotos de la RAF y combatieron contra la Luftwaffe; niños que se hicieron hombres, padres y abuelos hasta llegar a formar una familia secreta de 5.700 miembros a quienes sólo los unía un vínculo invisible: el hecho de que “Nicky” Winton, al que no conocían, y del que ni siquiera conocían su existencia, había salvado la vida de esos 669 niños. Porque a “Nicky”, ¡qué inglés!, nunca se le ocurrió presumir de ello. Eso de presumir es cosa de los alemanes, que lo necesitan mucho para acallar sus conciencias; es cosa de los Schindler, por ejemplo, sin que por ello pretenda yo minimizar la proeza de Schindler. Hasta que un día, casi 70 años después, en el desván de la casa de los Winton, una sobrina de Nicky abrió una vieja maleta que contenía toda la documentación del salvamento de los 669 niños. Y Nicky no se lo había contado ni siquiera a su esposa. Es algo que sólo puede hacerlo un inglés.
Weiß/Colonia, 19.1.
El ventanal de nuestro dormitorio está tapado por un doble sistema de cortinas donde las más inmediatas a los cristales son impermeables a la luz, pero no llegan al suelo, se quedan –como las otras– al nivel del borde superior de los radiadores de calefacción. Entonces, en un día soleado, o al menos claro, pese a todo entra cierta claridad por debajo. En cambio hoy, cuando despierto a las 9:06 am y miro al frente, la oscuridad es casi absoluta. Y al levantarme y descorrerlas y abrir el ventanal para orear el dormitorio, me encuentro con un día tan triste, gris y melancólico como yo mismo. La remilputa que lo remilparió. Y eso, además, con el trabajo que ya me cuesta levantarme de la cama, cuando por mí me quedaría tendido ahí hasta que Cronos, o el puto dios que sea responsable, se apiade de mí. Pero no hay caso. Me levanto, y la siguiente disonancia es encontrar encima de la mesa del comedor el periódico con la portada arrugada como una pasa, el viento del sudeste fustigó la lluvia contra nuestra fachada. Lo único que faltaría, ahora, es que el yogur del desayuno hubiese sobrepasado en el siglo I a.C. la fecha de caducidad. Pero no es el caso, de manera que, a fin de cuentas, el día comienza con un dato positivo.
Weiß/Colonia, 20.1. (1)
Emergencia. No llega al nivel de alarma roja, pero es viernes y a Diny le toca en lo de Montse, y resulta que Angie trabaja full time y Chico termina su jornada a las 13.30. ¿Quién se puede hacer cargo de Vincent a las 11.40, hoy que la escuela termina temprano? Pues el abuelo, que tan poco y tan mal ha dormido. Me levanto en cuanto el cuerpo me lo permite, despacho la correspondencia urgente, me afeito, me ducho, desayuno, salgo a enfrentar el tiempo, que es una miseria. Diny, gata escaldada, me ruega que calcule más de una hora para llegar a la escuela de Vincent (un autobús, dos tranvías hasta allá). Cuando llego por fin a Clarenbachstift, la parada correspondiente a la casa de Chico y a la escuela de Vincent, y como me quedan 15’, cruzo al lado opuesto para comprar en la panadería tres pancitos, uno con salchichón, dos con jamón dulce, como hacía cuando venía a buscar a Vincent en la guardería infantil hace un par de años y me queda el recuerdo de cuánto le gustaban esos Brötchen de esta panadería. Salgo de ella y sólo parece que los reputísimos cielos estaban esperando mi salida para abrir las compuertas y largar una lluvia homicida secundada por un viento cómplice que me acompañan sin pausa hasta la casa de Chico, de lo más embarazado tratando de que no se mojen los pancitos en mi morral ni se me vuelva pulpa de celulosa el libro Los malditos, que metí en él como lectura de viaje. Llego a casa de Chico, meto la llave en la cerradura, la puerta se abre… y cesa la lluvia como por ensalmo y hasta se asoma el hijueputa de Febo, con cara de huevo frito congelado. La remilputa que lo recontramilparió. Dejo el morral en la casa y salgo para la escuela que está a media cuadra. Llego cuando suena la campana, voy a la clase de Vincent, está vacía, busco hasta encontrar en el patio a varios de sus condiscípulos, me aseguran que Vincent ya se fue a casa, disparo hacia allá y me lo encuentro parado delante del semáforo al otro lado de la calle. No quiero increparle, pero le pregunto que por qué no me esperó. Me contesta que no le dijeron que yo iría a buscarlo. Sé que me miente. Pero no se lo digo. Ya en casa devora con una fruición, que me compensa de todo, un pancito con jamón dulce. Luego le digo que estoy súper cansado y quiero tenderme en el sofá del salón. Y él lo entiende y se queda jugando a solas en su cuarto, mientras yo no consigo dormir la siesta que necesito. Cuando regreso acá, a mi casa, me preparo un café donde la cuchara puede pararse tiesa como un centinela de Buckingham. Cómo pensar en recuperar una siesta perdida, eso sólo se le ocurre a un francés pequeñoburgués y marica, que lo convierte luego en dizque una obra maestra de la literatura universal. Puah.
Weiß/Colonia, 20.1. (2)
En el tranvía una chica de unos 25 años de cara verdaderamente angelical, como la de uno de esos querubes mofletudos de Murillo, y uñas laqueadas azul celeste. Habla por su celular y por puro afán transgesor la imagino desnuda sobre una cama, abierta de piernas, ensartada por una verga enorme, y gimiendo de placer con la cara angelical desfigurada por la crispación en una mueca diabólica. Mientras recuerdo los versos de William Blake: «En la esposa hallar acecho / lo que siempre en las rameras: / los rasgos del deseo satisfecho».
Weiß/Colonia, 21.1.
Oskar vino anoche a casa con Diny y se quedó a dormir acá. Hoy hemos ido juntos a Saturn, él a comprar un álbum de una serie, con dos bonos–regalo que le trajo Papá Noel, yo porque quería comprar por fin Persuasion, en la versión donde a Anne Elliot la interpreta mi admirada Sally Hawkins, Poppy in aeternum. Luego, en la sección Aparatos me instruyen acerca de uno donde se combinan un reproductor de vídeos y otro de DVD, con el aliciente añadido de poder copiar los vídeos a DVD: 339 €. Tengo que hablar con mi “manitas” Jorge Luis, pero creo que terminaré comprándomelo. Al salir, en la esquina, le pregunto a Oskar si quiere un pancito, me dice que no pero yo tengo hambre, así es que me meto en la panadería con café, y a Oskar se le antoja un Berliner, un bollo dulce que se llama así en toda Alemania… menos en Berlín. Yo prefiero un pancito con mantequilla y jamón dulce, y lo trasiego con un buen café. Después, de regreso en casa, almorzando, recuerdo una serie de cosas prácticas que le enseñé a Oskar por el camino, y cómo a todas ellas les dio su OK al comprobar que eran ciertas, y le pregunto si ya le contó a su abuela el resumen de eso que aprendió hoy conmigo: «No», me dice, y le explica a Diny: «Es un refrán español: Que el diablo más sabe por viejo que por diablo». Y me guiña el ojo.
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