Home Mientras tanto De mi Diario : Semana 30 / 2010

De mi Diario : Semana 30 / 2010

Weiß/Colonia, 25.7., primeras horas del día

Comencé (es decir: reanudé, porque comenzar comencé en La Chucha, en mayo, pero luego se me echaron encima demasiadas cosas que me apartaron de ella), reanudé, pues, aunque casi desde cero, la lectura y relectura de la poesía de Miguel Hernández. Y es que antier (ya, antier) me contactó Isabel, desde el Centro Cervantes de Hamburgo, para preguntarme si además de dar mi conferencia allí y en el de Bremen, no me animaría a hacerlo también en Hannóver, en la sede de la Sociedad Hispano-Alemana de la Baja Sajonia. Y con ello se me pusieron en estado de alerta todas las neuronas que me siguen funcionando. Tengo que entrar en clausura con la obra de Miguel, porque la poesía no es mi fuerte, y mi norma ha sido siempre que si me enfrento a un público, con lo mucho que me cuesta vencer el pánico escénico, tiene que ser para decir algo en verdad interesante, novedoso, hasta original, si es posible. ¿Y qué cosa original se podrá decir de la poesía de ese hombre, a estas alturas del partido?  Por de pronto, repasando lo ya leído en La Chucha, encuentro esta anotación hecha allá: «Al focalizar la atención del decir poético en un objeto (vino, higuera, cigarra, ruy-señor) se produce una especie de compulsión a convertirlo en tropos e imágenes nunca vistas ni oídas, es como un campeonato de la metáfora a costa de sentidos más profundos». Esa es la línea de pensamiento en que debo de moverme.

 

Weiß/Colonia, 25.7. (1)

Mi entrada del viernes, acerca de Greta, la gata de La Maguita, ha hecho llegar a mi estafeta otras dos zapaquildas más. Anacrís, desde Medellín, me presenta –con foto– «a mi nueva bebé, Lulú. La adoptamos. Tiene un mes. Fuí con Tata a comprarle un pez beta de cumpleaños al hijo de una amiga. Salí SIN beta. Y CON gata. Ajá, ya sé, tengo voluntad dePor ahora me muero de amor. De la alergia, todavía no». Y Carmen, desde San Salvador, me escribe: «Gracias por enviarme tu diario. Me desayuno todos los domingos con él, una taza de café salvadoreño y una omelette. Te cuento que tengo gata nueva. Tiene dos meses y se llama Bandida, porque es negra parchada con blanco y las manchas negras de la cabeza semejan un antifaz. Es graciosísima y todos estamos encantados con ella». Sería una idea que Bandida, Lulú, Greta y Mitzi, la de mi deuda estherna, amén de –cómo no– la Meggie de mis nietos, se escribieran entre sí, igual que  aquella correspondencia que mantuvieron años ha la gata de Brigitte Schwaiger y nuestro gato, el inolvidable Nikki. Sólo que, claro está, Nikki contaba a su favor con un buen pedigrí literario; su nombre completo era Nicolás Fernández de Moratín. 

 

Weiß/Colonia, 25.7. (2)

Oskar tiene un corazón de oro, y posee un sentido de la justicia, una ley moral interna, que lo predestinan a una tarea social, a un compromiso. Acaba de venir a mi cuarto de trabajo a devolverme el dinero que le di bajo cuerda para que invitase a la abuela en una heladería cuando fueron a Arnhem. Como no lo hizo, tampoco se considera con derecho a quedarse con la plata. Es único. Le he dicho que se la quede para invitarla en algún otro momento, qué otra cosa podía decirleY le di un beso césarvallejiano: «mirando con lentes aquel certificado / que prueba que nació muy pequeñito/ le hago una seña, / viene, / y le doy un abrazo, emocionado. / ¡Qué más da! Emocionado Emocionado»

 

Weiß/Colonia, 26.7., primeras horas del día

Estuvimos en la Philarmonie viendo por primera vez en nuestras vidas una puesta en escena de Porgy & Bess. Es una del New York Harlem Theater, y se nota desde el vamos. Todos tienen voces de lo mejor, pero fundamentalmente son actores, muy buenos actores, y eso es algo que esta ópera necesita como los oasis el agua. Es lo que marca también la diferencia de calidad en los registros sonoros que existen de la misma. Santi Martín Bermúdez, que de esto sabe todo lo que se puede saber, ya me había avisado de que la grabación de la Ópera de Houston, de 1977, dirigida por John DeMain, es la mejor existente, bastante por encima de las de Lorin Maazel y Simon Rattle, y justo porque trabajó con actores que saben cantar, y no con cantantes de ópera. En la que hemos visto y oído esta noche, pasa igual, y por ello la ópera conmueve y le llega al espectador sin perderse en las frialdades exquisitas del bel canto. Y luego el conjunto es de una compenetración tal, que fatalmente provoca el recuerdo de los Harlem Globe Trotters, quienes parecían haber pasado los nueve meses de su respectiva gestación en una canasta de basket, y el resto de sus vidas regresando a ella. Cuando Diny, con las manos cansadas de aplaudir al final, me preguntó qué es lo que más me había gustado, me fue fácil contestarle que el pregón de la vendedora callejera de fresas, ¡qué maravilla!, me retrotrajo a mi infancia, al mundo de los pregones callejeros de los vendedores de jazmines y de pescado, del afilador de cuchillos, de la paragüera, y sobre todo del heladero: «¡Helaooooooooooo…. chááááááám-bery!»  Si una obra de arte logra el milagro de hacerte regresar al paraíso de la niñez, no hay oro suficiente en la tierra como para ponerlo en el otro plato de la balanza.

 

Weiß/Colonia, 26.7.

Pasan en la tele uno de mis western favoritos, Wagon Master, de John Ford, una peli que en la Argentina se tituló Caravana de valientes y en España Caravana de paz. La he gozado una vez más a fondo, esa narración fordiana que es como la vida misma, ese saber transmitir la historia y la intrahistoria. Y lo de comenzar con la prehistoria de la historia, aún antes de los títulos, eso no sé si él fue quien primero lo hizo, y en esta peli, pero en 1950 no debía de ser para nada habitual. Ah el viejo Ford, hasta en esos detalles iba por delante del resto

 

Weiß/Colonia, 27.7. (1)

Suena el teléfono a las 8 a.m. y Diny está leyendo el diario, mientras desayuna. Aún no ha llegado a la sección cultural. Pero Montse sí, y es ella quien llama para avisarnos de que hay una noticia fea en esa sección: se ha encontrado en el Danubio el cadáver de Brigitte Schwaiger. Viene Diny a nuestro dormitorio a decírmelo, me levanto como zombie. Pienso, mientras me lavo la cara con agua friísima, para sacarme los últimos restos del sueño, que justamente antier mencioné a Brigitte en este diario, y hasta le puse un hipervínculo a su nombre, remitiendo a la entrevista que le hice cuando la conocí, el año 78. Desde entonces, cuánta relación, y después, cuánto desencuentro. Se me insinúa en un rincón del alma un sentimiento así como de culpa, por haber dejado que se enfriaran nuestras relaciones. De eso por supuesto soy culpable. De sus depresiones y acuciosidades, de eso, no. Pobre Brigitte, madre que puso en nuestras manos la suerte de su hijo casi recién nacido, si a ella le sucediera algo. Hace de esto 23 años. Cómo nos mata el tiempo, de qué manera tan insidiosa y tan aniquilante. Hoy no haré sino jugar al ajedrez con Paul, cuando llegue. Y leer a Miguel Hernández, cuando Paul se aburra de jugar conmigo.

 

Weiß/Colonia, 27.7. (2)

Desde hoy tenemos a Paul con nosotros en casa, pero me temo que será por poco tiempo, pues él se las debe de prometer felices pensando que en la casa de los abuelos todo el monte es orégano, y lo que el pobrecito mío no sabe es que Montserrat, la sargento madre, nos ha rebajado a 0,0 la cuota de siembra de esa herbácea vivaz. Y así, Paul deberá estar en casa de vuelta al toque de queda, a las 9 p.m., ni un solo minuto más, tolerancia cero. Y como parece que Paul ya tiene una amiga, que Oskar es el único que sabe quién es (pero no revelaría su nombre ni en la hoguera de Torquemada), pues eso de las 9 p.m., llevado a rajatabla, pienso yo que lo de pasar el resto de la velada con dos de los tres más ancianos de la tribu, no le resultará compensación bastante a estar bajo el propio techo, en la propia habitación, etc. Veremos.

 

Weiß/Colonia, 27.7. (3)

Pasaron a despedirse Angie, Chico y Vincent, que salen de vacaciones por una semana a Frisia, a una granja, donde van a ser los primeros huéspedes que alojen en su vida unos campesinos que quieren agenciarse unos ingresos suplementarios. Se ha puesto de moda lo del turismo rural, y en este caso, además, la granja está muy cerca del Mar del Norte, así es que también podrán pasear por las marismas (no es una zona de playas). Después de la cena en común y una media hora con Vincent viendo un programa infantil en la tele, me puse a buscar hasta encontrar en mis archivos de papel los poemas de Brigitte que traduje allá por 1980, y los transcribí a pantalla, y las manos se me echaron a temblar mientras estaba copiando “Y si el poeta fuese”, e imaginaba a nuestra pobre amiga flotando inerte en la corriente del Danubio, el lugar que ha elegido para despedirse de este puto mundo: «Y si el poeta / fuese sólo como una piedra / brincando sobre las aguas. // Que alguien lanzó de modo que la piedra / no se hundiera enseguida». Brigitte

 

Weiß/Colonia, 28.7. (1)

La presión sanguínea andaba por 147 / 79 a las 8.30 a.m., pero cuando al mediodía me la volví a tomar ya había subido a 161 / 90. Menos mal que tenía una cita con mi Dr. Ruppert, devenido feliz padre de dos lindos mellizos, Jonathan y Manuel, y él me ha hecho una biopsia sicológica que me ha venido muy bien. De todos modos, me receta diez nuevas sesiones de linfodrenaje, al cabo de las cuales tal vez me vea obligado a usar medias de compresión, para combatir o por lo menos mantener a raya la hinchazón de los pies. Otrosí, me ha duplicado la ración diaria del antidepresivo, así como me pide que controle la presión diariamente sin falta, para ver si hay una relación causa/efecto entre el aumento de la misma y el hecho de haber descuidado, en el último mes, la ingesta en días alternos de la ½ pastilla de Doxepín. Lo de las medias de compresión, por cierto, me lo dijo después de reírse cuando le pregunté si, aparte de la amputación, habría algún método más para evitar que los pies se me hinchasen. «Usted siempre el mismo, ese humor negro» «Y si usted supiera que tengo la impresión de que gracias a él sigo vivo, doctor»

 

Weiß/Colonia, 28.7. (2)

La Marce ha viajado a Colombia con su cuarteto de música antigua, para dar unos conciertos allá y me manda un mail: «Te estoy escribiendo desde el inmamable clima pre-Niña en Bogotá. No ha parado de llover y de verdad que envidio el insoportable calor del que estás sufriendo en Alemania»  Le pregunto: ¿Qué es un «clima pre-Niña», habrás querido decir tal vez «clima pre–El Niño»?»  Y ella: «Ricardo, pues resulta que el Niño pasó hace tiempo, y ahora se llama la Niña, quien parece que llega en Septiembre y va a hacerse sentir fuertemente en Centroamérica y el Caribe. ¿Será esa Niña costarricense o colombiana?»  Y yo: «Ay Marce, ya ves lo atrasado que ando en materia de conocimientos meteorológicos. Avísame a tiempo cuando se produzca el fenómeno El Feto, que debe de ser el paso inmediato. Y ya que estamos en esas, no creo que me alcance el cuero para llegar a conocer El Espermatozoide. En fin, no se puede tener todo, como creía yo que decía el maestro Mutis (lo que dice es «No se puede saber todo», y también viene a cuento en este caso). Gracias por desasarme, y un beso».

 

Weiß/Colonia, 28.7. (3)

Jon Lee Anderson es uno de los mejores cronistas que haya leído nunca. Es de la estirpe de mi tocayo polaco Kapuściński, Tom Wolfe, Gay Talese, Leila Guerriero, Alberto Salcedo Ramos. Se documenta de manera exhaustiva y cuida cada detalle de su narración con el rigor de doble chequeo de fuentes que demandan en The New Yorker. ¿Cómo, pues, se le ocurrió hablar de la coronación de Juan Carlos I, en su reportaje “Royal Affairs: The Reign in Spain”?  ¿Nadie le enseñó que los reyes españoles no se coronan, sólo se proclaman?  Como fuere, su libro ya llegó a mis manos y empecé a releer un par de textos que ya conocía y a leer los que no, algo así como la mitad, y de nuevo me engolfo en esa magia de la realidad contada como ficción, sin echar mano a los recursos de lo literario, sólo de la escritura notarial. Aunque claro está que hay notarios cronopios y también notarios famas. Anderson me parece de los primeros.

 

Weiß/Colonia, 29.7.

En La Nación, de Buenos Aires, antier, un artículo de Fernando López  sobre “Greta Garbo, un misterio que perdura”, donde se habla de su carrera, en detalle: «La tierra de todos (Temptress, Fred Niblo, 1926) fue la segunda película norteamericana de Garbo, y la que consolidó su magnetismo y su autoridad en el papel de vampiresa irresistible que destruye a cuantos hombres se le acercan, uno de los cuales, el galán del que está enamorada, es un arquitecto argentino al que conoció en París. Parte de la acción transcurre en una presunta Argentina en esta versión de Sangre y arena, de Blasco Ibáñez, autor que, curiosamente, también había inspirado el film con el que debutó en los Estados Unidos, Entre naranjos (Monta Bell, 1926)».

Breve análisis de chequeo : La tierra de todos no es una versión de Sangre y arena, sino de la novela homónima de Blasco Ibáñez donde describe la aventura de los arrozales que plantó en Argentina y que casi lo arruinaron, pero que son hoy uno de los graneros del país. Y el filme con el que GG debutó en Hollywood fue en efecto Entre naranjos, pero no se titulaba Monta Bell sino Torrent, siendo Monta Bell el nombre del director. Ay diosito, si éstas son las que cometen los expertos, ¡cuáles no serán las que perpetren los aficionados!

Me inscribí cumpliendo todos los requisitos legales solicitados por La Nación para enviarle este comentario al Sr. López. Fue algo así como tratar de sacar agua de una piedra, de modo que lo dejé por imposible, después de intentarlo lunes, martes y miércoles: deben de tener un filtro que sólo deja pasar alabanzas, ditirambos, elogios, loas y panegíricos, amén de bufaradas de incienso.

 

Weiß/Colonia, 30.7. (1)

Pienso en este párrafo de un post reciente en el blog de Ángeles : «Quise llevar a Héctor Abad Faciolince, a su hija Daniela y a su editor alemán, a verlos [los volcanes] desde el campo en Puebla. Pero la neblina también allá estaba necia y no los dejó aparecer. De todos modos vimos el campo y conversamos. Ir a ver los volcanes era el pretexto para vernos. Estuvimos contentos. Hablamos de escribir y de escritores, de nuestros padres y nuestros hijos. ¿Qué más puede importarnos más? Heredamos más alegría que espanto. ¿Verdad, Héctor?»  Al leer esto, los españoles con seguridad piensan en la herencia que Ángeles y Héctor recibieron de sus padres; y los lectores latinoamericanos en la que Ángeles y Héctor les dejan a sus hijos. Mi tendencia natural, por español de nacimiento y el estudio de cinco años de Derecho, es pensar que ellos fueron quienes recibieron en herencia más alegría que espanto. Pero luego me acuerdo de que «heredar» se usa mucho como verbo activo, en América Latina, en vez de lo que para mí sería «legar». Alguna vez lo comenté con el otro Héctor, el de Ángeles; cuánto aborrezco los verbos homónimos que denotan dos actividades diametralmente distintas. Pero tampoco predico con el ejemplo: a mis buenas amigas rioplatenses, cuando andan medio temerosas de que algo se tuerza en sus vidas, siempre les deseo que Dios las coja confesadas.

 

Weiß/Colonia, 30.7. (2)

Qué semana tan desconcertante. Repaso todo lo escrito en este diario, desde el domingo, y lo primero que me llama la atención es esa fijación en el idioma, como si fuera mi padre: que nadie lo hiera, que todos lo respeten por igual. Y no avanzo en mi lectura de Miguel Hernández ni en la transcripción de mi diario de viaje (regresé el 26 de mayo, más de dos meses en transcribirlo, aun cuando deba descontar el mes del Mundial, que me tuvo ocupado a tope en menesteres más urgentes). Pero es inútil, cada vez que abro los archivos ya rotulados con la conferencia sobre MH y el diario de viaje, me invade un despego que sólo desaparece cuando los desprogramo de la pantalla. Y luego esta sensación de cansancio infinito, sólo con una grúa mental muy fuerte consigo arrancarme de la cama por las mañanas y después de la siesta. Hoy, por hacer dedos, compuse una nueva columna para El Espectador, sobre últimas palabras famosas. Adoro las de  Goethe: «Komm mein Töchterchen und gibt mir dein liebes Pfötchen [Ven, hijita, y dame tu patita querida]», que se las dice a Ottilie, la viuda de su hijo, la persona que lo acompañó hasta el último suspiro. Pero las que se han hecho famosas son «¡Luz, más luz!» «¡Qué iracundia de yel y sin sentido!», argüiría Juan Ramón ante la manipulación evidente, la de que los genios no pueden morir como seres humanos, deben dejar un mensaje universal. «¡Luz, más luz!», ¡mierda remilputa!, eso lo dijo antes, pero tan sólo para pedir que descorriesen las cortinas. La Historia maquillada como bella mentira, qué asco.

 

Weiß/Colonia, 31.7.

Hoy comienzan en Colonia los Gay Games, que están abiertos a todos, homos y heteros, si bien la aplastante mayoría sean gays y lesbianas. La bandera del arco iris ondeará un par de semanas en la ciudad, dizque una de las más tolerantes en esta materia. Y el programa es bien ambicioso, hasta incluye el golf, que hasta donde sé, no es disciplina olímpica. Nosotros, por nuestra parte, tendremos Baby Games bastantes con Henri, a quien nos lo han traído sus padres que querían salir tranquilamente de compras. Y por la noche, ya he convencido a Diny de que no se acueste temprano; a las 11.30 p.m. pasan Enfin veuve y quiero que la vea. Por fin viuda no es una gran peli, pero sí muy divertida y con algunos golpes de humor negro de lo mejorcito que recuerdo en los últimos tiempos. Espero que Henri no acabe con las reservas de energía de la abuela antes de las cinco de la tarde, cuando sus padres pasarán a buscarlo. «Eran las cinco en todos los relojes. (Eran las cuatro en Canarias)», como dice mi irrespetuosa versión del gran poema de Lorca.

 

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