Weiß/Colonia, 29.7., primera hora del día
La pantera rosa nunca me canso de verla. Ese Blake Edwards era otra cosa, como diría Rolando con toda seguridad, y certeza. Porque sí, Blake Edwards era rancho aparte. Cuando se estrenó The Party en 1968, todavía estábamos riéndonos con La pantera rosa, que es de 1963, y cuando se estrenó The Pink Panther todavía estábamos riéndonos con Operation Petticoat, de 1959. Pocos nos han divertido tanto como él. Además de lo que nos hizo soñar, de la mano de Audrey Hepburn, con algún desayuno en Tiffany’s. Hay gente a la que debemos tanto, sin saberlo…
Weiß/Colonia, 29.7. (1)
Miros me cuenta desde Buenos Aires acerca de su único encuentro (¡hasta ahora!) con la reina de Inglaterra: «En Westminster City, donde ella es la dueña, me la crucé varias veces. Recuerdo la última, un 4 de noviembre, un Poppy’s Day, la tipa cortó el trafico media hora porque debía poner una corona floral en Knight Bridge. Yo estaba arriba de un bondi en la Brompton Road, me bajé, hice dos cuadras a pata y la vi: caracúlica as usual. Lo bueno es que estaba asombrado: en ese embotellamiento feroz, nadie tocó la bocina. En Buenos Aires el ruido de los bocinazos hubiera sido infernal; es más, ¡la linchan! En cambio, la fulana dejó las flores, saludó al milico que estaba a cargo del pelotón, leyó unas palabras y pegó la vuelta a su coche; nadie más le dio boliyyya. Una viuda de un militar (la señora tenía colgada las medallas del finado) se me acercó gentilmente y me puso en la solapa una amapola de tela que hasta hoy conservo; claro, todo el mundo la llevaba puesta y yo, frente a Mrs. Windsor no debía estar desamapolado». Y el muy cabrón se despide diciéndome: «Best regard, Sir Miros».
Weiß/Colonia, 29.7. (2)
Las Leonas hicieron pomada a Las Cebras, 7:1, requetepenapenitapena me dieron las sudafricanitas, y mañana, a primera hora de la tarde, estarán de vuelta Montse, Oskar y Henri. Yupiiiiiiiiii…
Weiß/Colonia, 30.7., primera hora del día
La próxima vez que a alguna feminista se le ocurra enviarme un mensaje de los que suelen mandar de vez en cuando, diciendo que los hombres sólo sabemos pensar en una sola cosa, le voy a mandar yo de vuelta la transcripción completa del aquelarre que un par de amigas mías han mantenido hoy en Twitter a propósito de cierto caballero nadando en una alberca. Lo tengo registrado desde el primer tuit al último, cuando la fuente del diálogo, modosamente, se retira a sus cuarteles de invierno porque tiene que trabajar… pero no sin que haya todavía un epílogo esclarecedor para quienes aún tuvieran dudas. Le escribí diciéndole que quedaba avisada, y que quien avisa no es traidor. Y se trenzó este diálogo: «Y eso que el puro porno fue por DM» [los Mensajes Directos, a los que sólo acceden los miembros de la red a quienes van encaminados]. «Ma petite, ça va sans dire, eso ya me lo imaginaba». «Ándele, los pervertidos son los hombres. Nosotras solo notamos el color del gorro de baño». «¿Me lo dices o me lo cuentas?» «Te lo rechingo». Y en ese momento una nueva brujita del aquelarre quiere una foto del interfecto, pero mi sabia interlocutora le riposta: «Es un ser imaginario, Andrea». Y yo, que recibo el email de mi amiga y simultáneamente veo este tuit que aparece en su cuenta, le comento: «Ay sí, ya me acuerdo. Era un gorro de baño imaginario». Y ella: «Lo más gracioso es que uno de los tipos que se metió en la plática me dijo por DM que no sabía de quién estábamos hablando, pero que él iba todos los días a mi gimnasio y me veía caminando en la banda…» Fue Il Decamerone en formato de 140 caracteres, para feministas militantes y voyeureusses clandestinas.
Weiß/Colonia, 30.7. (1)
En el diario, como todos los lunes, entrevista a toda plana en la página 8, hoy es con Isabel Allende, presentada como «autora chilena de bestsellers», y así no es extraño que el comienzo sea este: «El camino a su oficina pasa por el Golden Gate…» Es lógico, alguien que se dedica a escribir bestsellers tiene que tener una oficina: el negocio es el negocio. Nunca me decidí a leer a Isabel Allende, después de abandonar a las 30 ó 40 páginas La casa de los espíritus. Con todo, una vez conversé con ella en la feria de libro de Fráncfort y me cayó personalmente bien. Como también me cae bien lo que responde cuando el periodista le pregunta si es cierto que en sus años jóvenes tradujo novelas sentimentales inglesas y que la despidieron porque cambiaba los diálogos haciendo más inteligentes a los protagonistas: «Sí, una vez puse a vender armas a una mujer en el Cercano Oriente, y al final de la novela su marido se encontraba en Calcuta con la Madre Teresa». Me recordó los cambios que yo también introducía al traducir durante años los textos de los cursos radiofónicos de alemán, para restarle estupidez a los diálogos que tenían que aprender los alumnos durante los ejercicios. Muy bien, señora Allende. A lo mejor un día agarro La casa de los espíritus donde la dejé (la señal de lectura debe seguir allí) y la leo hasta el final. Siquiera sea por el esprit de corps que debe reinar entre los traductores traidores.
Weiß/Colonia, 30.7. (2)
En la página 9 del diario, vis-à-vis con Isabel Allende, una foto con este titular: «Hasta la vista, siesta!», y un pie donde se comenta la liberalización de los horarios comerciales en España. Pero lo que anoto es la naturalidad con que un diario alemán titula en castellano. Y me acuerdo de otras palabras españolas que he leído recientemente en la prensa de acá y en la inglesa: flotilla, Kamarilla, El Niño, La Niña (ambas con eñes de coño siempre, hasta en inglés, lo que ya es decir en materia de concesiones lingüísticas)…
Weiß/Colonia, 30.7. (3)
Después de la siesta acudo a lo de Montse, a saludarlos a todos, pero sobre todo a ver a Henri. Me cuenta Montse que en la playa, de repente, Henri desaparecía, y empezaban a buscarlo y se lo encontraban junto al carro del heladero, ante quien había llegado, se había plantado y le había pedido «Eis, eis!», que se pronuncia exactamente igual que «Ice, ice!», así es que el heladero le daba su helado esperando con plena confianza que vendrían los padres a pagárselo. Lo que me parece genial de Henri es que él no sabe aún que las palabras alemana e inglesa son homófonas. ¿O es esta la reflexión de un abuelo con las circunvoluciones cerebrales encharcadas en baba?
Weiß/Colonia, 31.7.
Día sin historia, despachando correspondencia, viendo transmisiones de los JJ.OO., oyendo música, mirando musarañas, yendo con Carlitos a devorar lasaña casera en La Modicana. La única novedad digna de mención sería que llegó el paquete certificado que me mandó mi sobrina Elena desde Huelva, con el DVD de azuloscurocasinegro y el cofre conteniendo los 21 CD de Camarón de la Isla. Todo lo cual (visión, audición) queda pospuesto hasta después del domingo, cuando terminen los JJ.OO., porque quién sabe si no serán los últimos que vea.
Weiß/Colonia, 1°.8.
Encontré ayer una magnífica colección de microrrelatos negros en el blog de @Antonomasico, con el resultado de que esta mañana, todavía en la cama, semidormido, me acordé de un viejo chiste y construí un tuit: «Humor negro en el Far West: “Jimmy, no balancees a tu Daddy que tiene que descolgarlo la justicia”». Vamos a ver a qué víctima propiciatoria se lo encajo. Ideal sería que Javier poseyera una cuenta T. Hace poco él mismo habló en su blog de nuestros viejos tiempos iconoclastas, cuando creamos un Diccionario de la Lengua Sucia, pero todavía no lo ha hecho de cuando fundamos el Club de la Prensa Macabra y pergeñamos un refranero fúnebre en el que centelleaban joyas como estas: «A muerto regalado no se le mira el diente. / Casa con dos muertos mala es de guardar. / El buen muerto se vende en el arca». Etc. Ay, aquellos sí que eran buenos tiempos, y no esta miseria de los presentes. Y me río al escribirlo, ni yo me lo creo.
Weiß/Colonia, 2.8.
Una anotación que se me había traspantallado (en la compu es imposible que se traspapele nada) y la acabo de recuperar : En las últimas semanas he leído varias policiales de varios autores, todos de distintas nacionalidades, y en casi todas ellas me he encontrado con detectives de ambos sexos que para sacarse el estrés de encima se daban unas duchas que duraban ½ hora. A lo largo de cinco años, desde enero 1995 a diciembre 1999, he conducido ante el micrófono, en vivo, durante más de cien semanas, dos veces al día, los informativos para América Latina de la Radio Deutsche Welle, y durante las restantes ±160 semanas de esos cinco años los produje casi todos. Unos informativos que cada uno duraba ½ hora. Creo poder asegurar que no hay un solo ser humano (exceptuando algún que otro actor de la escena porno) capaz de resistir una ducha de ½ hora, lo que quiere decir que no hay un solo novelista policial que sepa cuánto dura ½ hora. Que conste.
Weiß/Colonia, 3.8., primera hora de la noche
Le cuento a Platerita: «El 3 de agosto era el día de fiesta que más esperábamos los niños en Huelva cuando yo era niño, ahora ya no sé. Supongo que sabrás que las fiestas populares allá, no sé si alcanzaste a vivirlas, son la primera semana de agosto. El 3.8.1492 fue el día que Colón salió del puerto de Palos (en realidad del estero de Domingo Rubio, que está algo más hacia la desembocadura de la ría, ya pasada La Rábida), y bueno, por eso son las Fiestas Colombinas en Huelva. El 3 van los embajadores hispanoamericanos a oír misa en La Rábida, como lo hicieron los marineros de Colón, y luego hay discursos oficiales y copa de vino español, jamón de Jabugo y langostinos. Me acuerdo de que cuando yo era niño venían todos los años, el día 1° de agosto, unos barcos de la Marina de guerra (tres, claro, como las tres carabelas) y ese era el espectáculo más grande del año, verlos atracar en el puerto. Mejor dicho, no, el mayor espectáculo del año era el baile de gala en la noche del 3 de agosto, porque se celebraba en la cubierta del buque insignia, y eso era algo así como un Hollywood a pequeña escala en aquella sociedad miserable y famélica de los primeros años del franquismo».
Weiß/Colonia, 3.8. (1)
Publica Diego una bella columna en El Colombiano, de Medellín, y le escribo para felicitarlo y para contarle: «De niño, de adulto y de vejestorio, que es lo que ya soy, mi querido Diego, mis libros favoritos han sido siempre los diccionarios, las enciclopedias y los atlas. Así es que tu columna estaba destinada a gustarme, pero es que además me ha emocionado por el homenaje que le rindes a tu viejo. A mí el mío me falta desde hace interminables 34 años, y no hay un solo día en que no lo recuerde. Además su foto la tengo siempre a la vista desde este lugar donde te escribo. En abril le dediqué un post en mi blog de EE, creo que lo leíste».
Weiß/Colonia, 3.8. (2)
La compra del Diccionario de citas, de Vicente Vega, vía www.iberlibro.com, me ha deparado una relación muy cordial con Luis Estepa, un librero madrileño. Ese libro excepcional es una de mis pasiones, y ya lo he comprado, con esta, tres veces. La primera se me debió de perder en algún traslado de vivienda, y la segunda se lo presté a Monika, que falleció sin devolvérmelo y no hubo manera de evitar que su biblioteca llegase in toto al Colegio de Traductores de Straelen, al que la había donado sin hacer la salvedad de que entre sus libros podría haber algunos prestados. También perdí así mi VHS de Zorba el griego, la peli favorita de Monika y Diny, seguramente la última que vio Monika antes de morir.
Weiß/Colonia, 4.8. (1)
Se me pegaron las sábanas. De repente siento que me sacuden suavemente y abro los ojos y veo el reloj enfrente, las 10:38. Y oigo la voz de Diny: «¿No piensas levantarte hoy?» Es la primera vez en muchos meses que duermo más de ocho horas de una tacada, como dicen los billaristas. Se conoce que el cuerpo lo necesitaba. Aunque en verdad lo ideal sería acostarse y no despertar.
Weiß/Colonia, 4.8. (2)
Celebración urbi et orbi de Mordillo, con motivo de su 80° cumpleaños. De Mordillo tengo yo el recuerdo de un día que lo fuimos a visitar en su apartamento de París, con Osvaldo Bayer, que iba a hacerle una larga entrevista para mi serie “Latinoamericanos en Europa”, y Carlitos, que la grabaría. Estuvimos unas tres horas y al despedirnos nos invitó a cenar. Él mismo había elegido el restaurante, y hasta reservado mesa allí, un local español con espectáculo flamenco, uno de cuyos dueños, que era homosexual, ¡y de Huelva!, me estuvo tirando los tejos toda la noche: pues en 1979 era yo bastante pinturero, como diría mi abuela Remedios, una sabia. Lo cierto es que Mordillo y su esposa, nosotros tres y el Dr. Guillermet, que nos acompañaba, comimos, bebimos, tuvimos una bastante larga sobremesa y, finalmente, pedí la cuenta, pagué y acompañamos a los Mordillo hasta la puerta de la casa donde vivían. Y cuando nos quedamos solos, Osvaldo se largó una puteada, indignadísimo: «¡Pero si este amarrete de miércole nos había invitado él, ni siquiera hizo el gesto de echar mano a la biyyyetera, qué chanta!» Osvaldo insistió en que la cena la pagásemos entre los cuatro pero logré convencerlo de que podría incluir la factura en los gastos de producción. A mí las mentiras piadosas no siempre se me dan bien, pero esta vez sí.
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