Weiß/Colonia, 29.7.
Me asomo de nuevo al foro de mi columna del viernes en EE. Ni un solo comentario, a pesar de que el texto va pidiendo guerra, es casi un cornetín de órdenes llamando a la polémica; pero no me extraña que el foro esté vacío. Son muchos los amigos colombianos que me han dicho que dejaron de leer EE desde que para hacerlo hay que estar suscrito. En estos tiempos de basura informativa gratis, en la red, nadie quiere gastar dinero en información de calidad. Me consuelo pensando que a lo peor también era así en la vieja Hélade. Claro está que en la vieja Hélade no había periódicos ni revistas, pero estoy convencido de que los atenienses de a pie preferían las chismosas habladurías de la taberna a los concienzudos discursos en el areópago.
Lo veo en una de las revistas que Diny trae a veces a casa, en este caso se trata de Mit Liebe [=Con amor], una que se autopresenta como “la mayor en materia de alimentación en toda Alemania” y la distribuye gratis la cadena Edeka; y lo que veo son dos páginas dedicadas a recetas para hacer tres limonadas distintas: la de frambuesa, la de mango y jengibre (consulta imprescindible al dicciomario, y suspiro de alivio al ver que lo escribí bien), y la de sandía. Hay que ver lo que es, como decía Cantinflas, la falta de ignorancia, mare mía de mi arma, ¡y yo creyendo toíta la vía que las limonás sólo podían ser de limón! Estas limonadas a fortiori me recuerdan mucho la milanesa napolitana de la cocina ríoplatense.
Algunas de las joyitas anotadas en Susana y el Pacífico, durante la travesía del Atlántico rumbo a Panamá : «Venezuela, con su multitud de gigantescas estatuas de venezolanos desconocidos, que son famosos gracias a que Bianco, el creador de esos colosos, los esculpiese en piedra»; «Las terrazas de Martinica con sus ruinas, parecen una máquina de escribir llena de palmeras»; y meses después, ya náufraga, se dice a sí misma que «De una náufraga, de un pecio, se había forjado una Alicia en el país de las maravillas»; y ese delicioso detalle cuando Susana descubre que aprovechando una corriente marina puede nadar hasta la próxima isla, y al irse deja escrito a la entrada de su gruta, en inglés y en francés: “Estoy en la otra isla, vuelvo enseguida…»
Weiß/Colonia, 30.7.
Calor. Pegajoso, asfixiante, malsano. Me levanto desganado por completo, y es mucho lo que me toca hacer esta semana en materia de contabilidad doméstica. La puta que la parió.
Leo un artículo muy interesante de Karen Villeda, en Nexos: “De poetas suicidas” se titula, y es lo único que no me gusta del artículo. En este caso “poetas” es inclusivo respecto del género masculino, y en el artículo sólo se habla de mujeres poetas. Es un argumento a favor de haberlo titulado “De poetisas suicidas”. Nunca entenderé la repulsa, el rechazo, a la palabra “poetisa”. Con el mismo criterio nunca se podría hablar de sacerdotisas ni de diaconisas. Ni de la Papisa Juana, si es que la hubo. Pero cuando el Tíber suena…
30 de julio, segundo centenario del nacimiento de Emily Brontë y ni un solo canal alemán se ha dignado programar alguna de las docenas de versiones de Cumbres borrascosas. Por curiosidad miro en el www.imdb y me encuentro con que entre cortos y largometrajes, telefilmes y series para la tele, hay 51 versiones de esta novela imperecedera. Entre ellas Abismos de pasión, que es de Buñuel. Consignaré aquí que a mí la saga de las hermanas Brontë siempre me ha parecido una especie de fotonovela de Jane Austen de la que sólo se publicasen los negativos.
Termino la lectura de Susana y el Pacífico. Rescatada por un yate de unos millonarios que iban a la caza de un eclipse de luna, Susana regresa a Europa, vía Hawai y Nueva York, y aquí una noche, sola entre unos desconocidos en la terraza del Plaza, es donde yo hubiera terminado la novela, seis páginas antes que Giraudoux, con esta frase: «Como aquel que quiso quitarse la vida en las cataratas del Niágara, y volviéndose de pronto modesto fue y regresó al hotel para ahogarse en la bañera, así yo, perturbada de repente por la regia soledad de mi isla, me entregué hasta la madrugada a esos pobres 2 m² de soledad entre siete millones de habitantes».
Weiß/Colonia, 31.7.
Con Claudia y Carlitos en el ex italiano a la orilla del río. El sitio cada vez le está gustando más a Claudia. Y de regreso a casa, tras la siesta, me abismo en la contabilidad doméstica, aterrado ante las dos facturas de la operación de Diny, que llegan casi a 7.000 €, y espero que el seguro y la subvención estatal me retornen al menos el 70%. Desalentado, hago una transferencia que es ya inaplazable, y decido aplazar el resto de la tarea hasta la tarde del domingo, a fin de llevar a cabo el resto de las transferencias y las remesas de facturas y copias al seguro y a la subvención estatal. Y el lunes despachar todo en el Banco y el correo, y que los dioses me sean clementes.
Notable entrevista con Douglas Hofstadter en el diario. Él, uno de quienes más saben del tema, dice abiertamente que se alegra cada vez que se entera de que una compu metió la pata. Porque, y eso es lo malo, en el fondo parece ser que le queda un rescoldo de miedo a lo que también él (¡tan luego él!) llama “inteligencia artificial”. Parece como si nadie quisiera entender que no es posible una inteligencia artificial, que es tan sólo una expresión artificial (ella sí) para referirse a un desarrollo cuantitativamente óptimo de la capacidad combinatoria de las máquinas. Basta decir que se olviden de las fantasías de Spielberg: las máquinas nunca, nunca, podrán sentir. Y no olvidar que el sentimiento es decisivo en las decisiones de la inteligencia a secas, la única, la humana. Aunque también la posean ejemplares tan deprimentes como the fake president.
Weiß/Colonia, 1.8.
0:45 am : Dice la reseña de la peli, Un paseo por el bosque, con Nick Nolte y Robert Redford, que comparado con The Appalachain Trail, ese sendero que atraviesa el Este de los USA, desde Georgia hasta Maine, el camino de Santiago es una excursión campestre. No lo dudo. Pero me extrañaría mucho que al final del Sendero Apalache se encuentre la tumba de un hereje que se venera, por error, como la de uno de los discípulos del hijo del carpintero de Nazaret. Ni el más fantasioso de los guionistas de Hollywood lo habría inventado mejor.
El 14.4., en el Köner Stadt Anzeiger, el diario al que estamos suscritos, llevaron a cabo una encuesta para establecer en cuál de los 86 barrios de Colonia se vive mejor. Y lo que es en Weiß no nos pudimos quejar. Quedamos en la posición 8 entre los barrios mejor calificados por sus propios habitantes; en la posición 4 de superficies verdes; en la posición 3 como barrio especialmente limpio; y en la posición 2 en tres rubros de los más importantes: la seguridad, el sentimiento comunitario y la amabilidad con los niños. Y desde abril, cada semana, el diario le dedica un suplemento especial a cada uno de los barrios, y hoy le tocó a Weiß, cuyo nombre lo escriben un par de veces mal: Weiss. Ay. El suplemento está bastante bien y por él me entero de que la primera mención histórica documentada del lugar se remonta al año del Señor 1130, que somos 6.003 habitantes y que desde el año que llegamos acá, 1975, pertenecemos ya al municipio de la gran Colonia. Pero, gracias a Dios, con un inmenso bosque de por medio.
NS, colombiano residente en Ciudad de México desde hace décadas, me escribe para pedirme pemiso a fin de que un texto mío figure en un libro que le va a dedicar la Universidad de Puebla a Álvaro Mutis. Le contesto diciéndole que me contacte con el antólogo, y le añado este párrafo viendo de qué me habla: «Esto sí que es realismo mágico. Un colombiano pretende hacerme creer que una de las peores catástrofes urbanas del mundo en que vivimos, es una bella ciudad. Como no puedo desmentírselo, porque no la conozco, sólo me queda el recurso de la estadística en relación con los índices de polución, violencia y falta de un Estado que controle semejante desmadre. Perdón: semejante desmamá. Así, quien no tenga más remedio que vivir así, que se consuele como pueda, pero que no me intente vender churras por merinas. La otrora región más transparente del aire debe ser hoy en día una de las más irrespirables».
En lo de la pedicura, le presto a Suzana mi ejemplar de Susanne y el Pacifico, recomendándole que lo lea, y pongo mis pies en las sabias manos de Victoria. Por cierto que una de las mejores amigas de Suzanne, en su patria chica, el Lemosín, se llama también Victoria. Y es porque Dios las cría, y ellas se juntan. Las dos sonríen cuando cito el viejo dicho decidero (Unamuno dixit!)
En Nexos, en este # del mes de agosto, mi cuento “Ignacio” (sapientemente, la redacción lo ha retitulado como “Ignacio y la vida corta”). ¿Quién me iba a decir en Huelva, en 1957, al filo de los hechos, reconstruidos por mí casi con cinta magnetofónica mnemotécnica, que este cuento se publicaría, poco menos que ad pedem litterae, en México, 61 años después?
MM me manda un enlace con el pasquín de Prisa acerca de obscenidades románicas como pararrayos del Diablo. Le contesto que «todo eso y mucho más, todo ello documentado de una manera gráfica, lo podés encontrar en un libro único, Erótica hispánica, de Xavier Domingo, que poseo desde 1972, cuando lo compré en París, donde lo editó la mítica Ruedo Ibérico. Por cierto, te cuento que nuestro primer nieto, Paul, cuando se quedaba en casa siendo muy niño, a gatas todavía, su mayor delicia era ir a las paredes llenas de libros de techo a suelo, y empujar los libros hasta el fondo de las baldas, o tirar el rimero entero al suelo. Y consta en mi diario: el primer libro que tuvo en sus manos fue justamente Erótica hispánica. Buen comienzo ¿eh?»
Weiß/Colonia, 2.8.
Oigo una entrevista de Sergio Ramírez para la Radio de la UNAM. Todos lo tenemos claro, esa pareja siniestra, Ortega/Murillo, debe irse lo más pronto del país. De lo contrario, puede llegar a estallar una guerra civil con espantosas consecuencias para la población. Porque la verdad es que Ortega y Somoza sí son la misma cosa, el mismo perro con dos collares no tan distintos.
En las páginas culturales del diario la reseña de un libro recién aparecido, una selección de haikus clásicos, de los que el crítico cita varios relacionados con el estío, condicionado como está, igual que todos los colonienses, por esta canícula que nos tiene sitiados como si se tratase de un tsunami inmóvil. Uno de los haikus es del poeta Issa (1763-1827), que puesto en alemán, en las 17 sílabas canónicas de esta especialidad lírica japonesa, dice algo así como «Abrasador el mediodía / y de la oropéndola junto al arroyo / no se oye ningún trino más». Me pregunto cómo meter todo eso en castellano en la horma de las 17 sílabas y se me ocurre una variante irónica: «Abrasa el mediodía, / y de la oropéndola / ni pío»
Por motivo harto suficiente le escribí a MM que a todo cerdo le llega su San Martín, a lo cual me contesta: «Mi vida se resume en tres referencias literarias: Ana Frank esperando a Godot, y hasta la fecha, todas las mañanas al despertar el dinosaurio sigue ahí. Pero ahora, por sugerencia tuya, haré un cambio: en vez de esperar a Godot, esperaré a San Martín».
Weiß/Colonia, 3.8.
2:39 am : Termino de leer la novela Fuegia, de Edmundo Belgrano Rawsom. Realmente deseaba leer esta novela. Sólo que partí de una base falsa, el hecho de que se titulase así, que me hizo pensar en la fueguina que los ingleses llevaron a Londres y devolvieron con la expedición en que viajaba Darwin. Pero con independencia de mis expectativas este libro es un desastre. Es uno de los peores relatos que he leído en mi ya demasiado larga vida. Uno de los problemas más graves, hay varios, es que el autor no logra vehicular una trama en la que sepamos de qué va, y donde para más pior (Cantinflas dixit!) maneja un vocabulario en el que no pocas veces no sabemos si nos habla de una persona o de un lugar. Amén de que a veces tampoco sabemos dónde transcurre la acciòn, si en Tierra de Fuego, en Liverpool o Londres. Amén de que a veces, por no saber personificar las frases te encuentras cou ¡¡¡un irlandés anglicano!!! que había ido ¡¡¡a descatolizar!!! la Argentina austral. Tuve que restregarme los ojos y volver a leer esos dos párrafos para confirmar que no los había leído mal. Y eso no es lo peor, lo peor es que el autor no se sintió obligado a facilitarnos una mínima aproximación al habla de los fueguinos, de tal manera que mecha el castellano con expresiones de sus lenguas, y uno no sabe de lo que está hablando, sino tan sólo, a veces, muy pocas, gracias al contexto. [En una carta de Flaubert a Huysmans que leí esta mañana, don Gustavo elogia su novela pero tiene graves reproches que hacerle en cuanto al lenguaje. Traduzco: «Que yo no entienda una expresión usada por la canalla parisina no es malo. Si usted cree que la expresión es tìpica e insustituible, no tengo nada en contra, le echo la culpa a mi ignorancia. Pero si el autor, de por sí, como tal, utiliza una serie de palabras que no registra ningún diccionario, tengo el derecho de enojarme con él. Porque usted me hiere, porque escupe mi asado»]. Esta novela es, quiero ser benevolente, un noble intento de narrar la mugre que fue la historia de un pedazo de la Argentina, en aquellos años terribles. Pero como novela no vale un carajo. El final, además, es patético. Casi una declaración de impotencia del autor, ¡no sabía cómo terminarla! ¡Pero qué bueno es leer una mala novela, como certificación de que todavìa no hemos perdido la brújula!
Bernardo, desde Huelva, me pregunta si mi cuento “Ignacio y la vida corta” es un cuento o es el relato de algo realmente sucedido. Le contesto: «Mi cuento es real de arriba abajo. Y todos los personajes están con sus nombres, menos el marinero gallego de la Punta del Sebo, a quien se lo inventé porque su nombre real era de los de trece por docena. El Vicente de Punta Umbría es Vicente Quiroga. Mira, ese cuento lo escribí en la semana siguiente a la muerte de Ignacio, el contable de mi padre, después de haber charlado con todos ellos (Rafael, Pepe, Domingo, mi padre, los padres de Ignacio), es decir, todas las personas que habían visto a Ignacio por última vez. El episodio de la Punta del Sebo lo añadì un mes más tarde, cuando «Cambados» volvió de su turno y pasó por la tienda de mi padre, en la calle Miguel Redondo, a pagar su letra, y nos contó cómo es que Ignacio les había dejado la bici y la ropa, que su señora nos devolvió al día siguiente, porque él salió a su turno con el barco aquella misma noche. En el cuento no hay ni un gramo de invención. Ni siquiera la práctica del «cobrarse en carne», que a Pepe le costó, a la postre, dejar de ser cobrador de nuestra tienda». En otras palabras: en 1957 estuve haciendo lo que luego haría Truman Capote a partir de 1959 para escribir A sangre fría, y lo que ya hizo en 1934 Manuel Chaves Nogales para escribir Juan Belmonte, matador de toros. Sólo que en 1957 yo no había leído nada de Chaves Nogales (lo descubrì en 1969, cuando Alianza recuperó ese libro formidable), y además el protagonista de su relato estaba vivo.
Weiß/Colonia, 4.8.
Todo el día dedicado a la lectura. En primer lugar del diario, durante el desayuno, lectura que hoy me ofrece tres boccati di cardinale: a) una esquela fúnebre, escueta, de alguien que murió antier, y además del nombre (con apellido chino) y de que era miembro de la orquesta sinfónica de Radio Colonia, sólo esta frase: «Escapando del miedo», lo que me lleva a pensar que se trata de un suicida; b) en la crítica gastronómica una de un restaurante en las afueras de Colonia, con dos cocineros de alto nivel, y el crítico dice «Esta es haute cuisine con cojones (sin que se deba descartar que también ellos alguna vez figuren en la carta», que me hace reír al ver lo universal que se ha vuelto una de nuestras expresiones más castizas; y c) en el suplemento mensual que se dedica a los libros e incluye la poesía del mes, esta que de inmediato aproximé al español, es de un poeta alemán a quien no conocía, Matthias Politycki, y dice así: «Y al lado asaban ranas a la parrilla / en Kampong Thom / Una vez a causa de una tormenta / pasé casi toda una tarde / debajo del techo más cercano de chapa ondulada / con una mujer / que apenas si sabía leer, apenas / escribir su propio nombre // y sin embargo sabía más de la vida / que todos aquellos, con los que / me había encontrado la semana anterior. // Cuando le dije que iba / a escribir una poesía acerca de ella, / no sabía / qué era una poesía. // Por un par de segundos se produjo / un silencio tan completo / entre nosotros, / que nada más se oía la lluvia / crepitando en el techo, / en los toldos de los puestos al otro lado / y sobre el camino / por donde salir del pueblo / hacia el fango y los sembrados. // Y me miró / algo desconcertada, / algo divertida, / y sonrió»
En una carta de Flaubert a Zola, el 8.10.1877, le escribe algo que me hace recordar el mundo de la Erótica hispánica. Le dice a Zola que «el joven Maupassant ha pasado un mes en Louèche, y profanado la Helvecia con sus obscenidades. De ellas he encontrado mucha pintadas o grabadas en el departamente Calvados. ¡¡¡Hasta en el mingitorio de la catedral de Bayeux las hay!!! Son la obra de los señores canónigos y los chicos del coro».
De Juan Ramón Jiménez en sus Aforismos e ideas líricas, dos que me parecen estupendos: «El hombre, aburrido de sí mismo, inventó a Dios, pero le salió mal el invento y entonces inventó que Dios lo había inventado a él», además de este otro: «Hacer presente el pasado y el porvenir es la función del poeta». Este último me recuerda algo que dice Eliot en sus Cuatro Cuartetos: «But to apprehend the point of intersection of the timeless with time, / is an occupation for the saint». Creo que ambos pensaban lo mismo, solo que cada uno lo expresó a su manera.
Y después de cenar (cena fría: huevo cocido, tomate, un aguacate por cabeza) me pongo dentro de un rato a releer Die dritte Stiege [=La tercera escalera], de Eduard von Keyserling, el mejor de los escritores impresionistas alemanes, hoy casi desconocido por este pueblo tan lector. El mes que viene será el centenario de su muerte y quiero releer sus tres novelas asequibles en el mercado, una naturalista (la que estoy leyendo) y dos impresionistas. Admira pensar que estas últimas las dictó a una de sus hermanas porque se habìa quedado ciego.
***************THE END***************