Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Mientras tantoDe mi Diario : Semana 33 / 2012

De mi Diario : Semana 33 / 2012


 

Weiß/Colonia, 12.8.

Esta mañana, después del desayuno, y antes de plantificarme a mediodía delante del televisor para seguir la maratón con el plano de Londres desplegado sobre el sofá, enfrente, he leído una entrevista con Catherine, la hija de Albert Camus, y retuve de ella este diálogo: «A usted le gustan mucho los animales». «Sí, porque ellos no saben que soy la hija de Albert Camus». Y es verdad, a mí me gustan mucho los gimnastas, los ciclistas, los corredores y los velocistas, sobre todo estos, pero claro, ellos no saben que yo los contemplo como productos químicos en acción y no como deportistas. Adoro la Química. Y de sus dos ramas, la que más, la orgánica. Y los JJ.OO. son una lección viva de ella, cada cuatro años. De la hipocresía (y/o de la cobardía) del COI, aceptando los resultados de carreras de 100 metros lisos y 4×100, como las que se han corrido en Londres, mejor no hablar. Pero lo dicho, si uno lo contempla como espectáculo y no como deporte, entonces es una gozada. Y a mis años, qué me queda sino eso.

 

Weiß/Colonia, 13.8., primeras horas de la noche

De la clausura de los JJ.OO. lo disfruté casi todo, pero lo que más–más la actuación de Monty Python y ese momento fantasmagórico y maravilloso de Freddy Mercury comunicando con su público y, luego, la espeluznante versión de «We will rock you». Amén de muchas otras cosas, como una que al menos a los comentadores alemanes les pasó desapercibida, y es el acierto de integrar en la presentación de Río la inmortal Bachiana de Vila-Lobos. Y luego el ballet del ave fénix, compuesto y coreografiado especialmente para la extinción de la llama olímpica, qué maravilla. Sí que me gustó esta clausura. Pero bueno, ¿cómo es que dice Joyce en el Ulises?: «Sacado de la cuna de los Meredith». No sólo por los viejos ancestros galeses, soy anglófilo en todo y por todo, y achaco ese resultado a mi temprano descubrimiento de Bernard Shaw, un irlandés. Porque no es ya que uno sea Géminis, es que uno es Géminis al cuadrado.

 

Weiß/Colonia, 13.8. (1)

Voy al centro a encontrarme con Julio en el italiano de Karstadt donde ya nos traen la sopa de pescado y el tinto sardo preguntándonos nomás con los ojos si «lo stesso de sempre». A Julio le está gustando mucho la saga de Bevilacqua & Chamorro, que le presté completa y de la que me trae de vuelta los dos primeros tomos. Luego, yendo a la estación de Metro, le llamo la atención sobre la mujer que camina delante de nosotros, con un vestido blanco que le deja descubierta la espalda en un óvalo cruzado al centro por el pálido ecuador de la tira del corpiño de su bikini, que resalta como una cicatriz sobre el resto, moreno. Es la espalda más anerótica que uno pueda imaginarse, le comento a Julio, ¿quién le aconsejará a esta mujer en materia de indumentaria?, ¿el arzobispo de Colonia?  En verdad en verdad os digo que no me extrañaría ni tanto así.

 

Weiß/Colonia, 13.8. (2)

Me llega un memorándum (recorderis, lo llaman los colombianos): «Este es un recordatorio de que el 30 de julio, Julia Elena De Vedia te envió una invitación para formar parte de su red profesional en LinkedIn». Estos descerebrados, además de tutearme, parecen no querer cejar en su empeño proselitista. Le escribo a JedV, a quien ya le había pedido por favor que nunca, nunca más diera mi nombre para una red social: «¿Ves lo que te dije, Julia Elena?  Estas redes son los testigos de Jehová virtuales. Como Scientology, pero en plan mosca cojonera».

 

Weiß/Colonia, 14.8.

Antes de las 9 am el calor me saca de la cama sin haber llegado a dormir seis horas. El calor y la radio de los obreros que están reparando el techo de la casa. Me encanta que haya obreros de faena en la casa o en la vecindad porque por lo general suelen tener prendida la radio y se pasan todo el día oyendo música mientras trabajan, una música ligera, intrascendente, generalmente canciones populares, pero que por su ruido y lo que significa, convierten de repente a Alemania en un país meridional. Siempre hay música en nuestra casa. Instrumental siempre, cuando estoy trabajando. Vocal no, porque me distraería mucho. Pero es curioso, la de la radio de los obreros, aunque suele ser vocal no me distrae, todo lo contrario, me acompaña, ¿O será porque sus textos no me interesan para nada y sólo percibo el pegadizo ruido de las melodías?  Chi lo sá!

 

Weiß/Colonia, 15.8.

Le mandé a Juan de Dios, un mes antes de la fecha límite que me dio, mi aproximación (repudio la palabra “traducción” tratándose de poesía) de un poema neerlandés para su Coloquio de los Perros, que es de lo mejor que se despacha en revistas en el kiosko virtual. Remco Campert [* La Haya, 1929] es el único hijo de Jan Campert, un poeta embanderado con la Resistencia en los Países Bajos, y asesinado por los nazis en el campo de concentración de Neuengamme, él fue el primer poeta neerlandés que leí, me lo dió a leer Diny poco después de conocernos. Y su hijo, Remco, cuenta como una de las voces más relevantes de esa lengua, y su ars poética la dejó establecida en estos versos: «Creo en un río / que del mar a las montañas fluye. / A la poesía no le pido más / sino que lo describa». El poema que he aproximado para el Coloquio de los Perros dice así: «Como andas / por el cuarto, desde la cama / hasta la mesa con el peine, / nunca podrá andar un verso. // Como hablas, / con tus dientes en mi boca / y tus orejas en mi lengua, / nunca podrá hablar una pluma. // Como callas, / con tu sangre a mi espalda, / por tus ojos en mi cuello, / nunca podrá callar una poesía». Es como Heine, como Bécquer, como Erich Fried, uno de esos poetas a quienes les sale natural, fluyendo como el agua de un arroyo, la poesía amorosa.

 

Weiß/Colonia, 16.8. (1)

Los obreros empiezan alrededor de las 8 a.m. con el precintado (¿cómo será el término técnico correcto en castellano?) de la capa impermeabilizadora y termodinámica del techo de la casa. A las 9.25 llamada telefónica, Diny ha salido de compras. Descuelgo, me identifico. Silencio. La persona que llama esperaba oír otra voz, pero se rinde a la evidencia: «¿Opa? [=Abuelo]». «¿Sí, Henri?» «Abuelo bus, Weiß caballos». Domina el estilo telegráfico de puta madre. Acuerdo con Montse que iré a buscarlo en el bus de las 11:58, ella me espera en la parada y embarcamos el cochecito y me lo traigo pa Weiß. Cuando llegamos acá, la griega del boliche de la parada de enfrente, que está enamorada de Henri (tampoco mira con malos ojos al abuelo), me hace señas de que pase por allí que le quiere dar un chupachup de fresa. Henri, chocho de la vida. Pero hoy casi no hay caballos en los potreros, el calor es agobiante y el sol pica de lo lindo. A cambio son muchos los barcos en el Rhin, y podemos disfrutar del desfile náutico a la sombra de los árboles y sentados en uno de los bancos. Luego, de regreso a casa, y como ya es tradición de estos paseos, le hacemos a Diny un ramo de prímulas y dientes de león.

 

Weiß/Colonia, 16.8. (2)

Hoy es el cumpleaños de Luis y le he enviado esta mañana un email a través de Charo y de Diego. Estoy deseando que salga de la clínica de rehabilitación para llamarlo y charlar con él largo y tendido. Echo de menos sus emails, su voz, su bonhomía cachaca, tan entrañable.

 

Weiß/Colonia, 17.8. (1)

Cumpleaños de Diny. El libro que encargué para ella, como pequeño regalo, no llegó a tiempo: una colección de anécdotas de Bernard Shaw. Pero el regalo grande –y mutuo– está desde hace tiempo en forma de entradas para la Philarmonie esta noche, el Ballet Revolución, cubano. Sea como fuere, el teléfono empieza a sonar a las 8 am, y no ha cesado de sonar en toda la mañana (esto lo escribo a las 13:50 y la última llamada ha sido mientras almorzábamos, a las 13:10). La primera fue de Henri, que le cantó “Happy Birthday” a la abuela. ¡Tan chiquito y ya canta en inglés! Me hizo recordar la décima famosa de Nicolás Fernández de Moratín: «Admiróse un portugués / de ver que en su tierna infancia / todos los niños en Francia / supiesen hablar francés. / “Arte diabólica es”, / dijo, torciendo el mostacho, / “que para hablar en gabacho / un fidalgo en Portugal / llega a viejo y lo habla mal; / y aquí lo parla un muchacho».

 

Weiß/Colonia, 17.8. (2)

Firmo una petición a la sra. Clinton para que intervenga en favor de las chicas Pussy Riot en el juicio que les hacen en Moscú. Pero es una firma testimonial. Sé de sobra lo que son los procesos farsa en la Unión Soviética, y el tal Putin fue miembro de la policía secreta de la URSS y ahora la cabeza visible de la Mafia rusa. Antes los ejecutaban de un tiro en la nuca (los chinos parecen haber sido sus mejores alumnos), ahora los mandan a campos de trabajo. Pero de lo que se trata es siempre de lo mismo; de intimidar al que no piensa como el amo del Kremlin. Hijueputas.

 

Weiß/Colonia, 18.8., primeros minutos del nuevo día

Hasta el taxista notó mi indignación. Fuimos a la Philarmonie con nuestros mutuos regalos de cumpleaños, entradas para el ballet cubano Revolución, que llegó precedido de una publicidad positiva al cubo. Y lo único que tiene de revolucionario es que bailan rock anglosajón. Lo de Pina Bausch sí que fue revolución, le digo a Diny mientras vamos saliendo, rodeados por una muchedumbre que casi atestaba la Philarmonie y que van felices por todo lo que han visto en el escenario y han aplaudido durante dos horas, llegando a ponerse en pie para hacerlo (standing ovations, decimos los puristas). Qué lo parió. Es que se les abre el culo –como diría mi abuela Remedios, la sabia– cuando el producto cultural llega de la isla. Y no es que el conjunto baile mal, en los JJ.OO. de Londres hubiesen tenido una chance real de ganar alguna de las medallas en Gimnasia Acrobática por equipos. Pero tal como actúan, mejor van para el circo que para un escenario de ballet. ¡Y la música, qué orgía sonora!  Shakespeare, de llegar a escribir una obra sobre ellos, la titularía Much Decibels for Nothing. Y cuando termino de decirlo me doy cuenta de que hasta el taxista que nos trae de vuelta a casa se ha dado cuenta de mi indignación.

 

Weiß/Colonia, 18.8. (1)

Antes, la esquina de la callecita de ½ cuadra escasa, desde la calle Mayor al cementerio, junto a la parada del bus dirección Sürth, era algo neutro y sin vida. Ahora, desde que el griego abrió en la esquina de su casa un boliche de venta de chucherías, prensa, cigarrillos, esa esquina es tal vez la más animada del pueblo. La vida que el bulín del griego ha traído a la esquina es algo lindo y a la vez reconfortante, un pedazo de Meridión en la Renania. Y bueno, después de todo, si esta ciudad se llama Colonia es porque como tal la fundaron los romanos.

 

Weiß/Colonia, 18.8. (2)

Estoy almorzando un riso in brodo con albondiguillas de sémola cuando suena el timbre de la puerta, y abro, es Mohamed, el chico de los vecinos nigerianos del piso de abajo. Me pregunta si les podemos prestar nuestro taladro automático. Le contesto que ese es tema a conversar con el ministro de Obras Públicas de la familia Bada-Hansen, y como ya conoce mis bromas, se sonríe y entra al cuarto de Diny, de donde sale con el taladro. Es un tipo encantador, a quien conozco desde chiquito, lo he visto hacerse hombre en los largos años que llevamos conviviendo. Es de una educación exquisita, y siento que me enternezco hablando de él y de Fátima, su hermana, a quien también conocemos desde niña. No es exagerado decir que los quiero.

 

Weiß/Colonia, 18.8. (3)

Son las 10:00 p.m. cuando voy al dormitorio a buscar una cita que se me resiste, y entonces me doy cuenta de que Diny ha dejado abiertas todas las ventanas del piso, menos las del ministerio de Cultura (mi cuarto de trabajo) porque acá no se atreve. Y por todas las ventanas entra ya el benéfico y sagrado fresco de la noche –hoy hemos llegado a los 36° y para mañana debemos contar con una previsión, esto es, una amenaza, de 38°–, y con el fresco de la noche llegan los rumores de las charlas de los vecinos, que todos andan de plática en sus balcones o en sus terrazas, y por tercera vez en la semana me recidiva la imagen de lo meridional. Y aquello que escribí hace tiempo, de que «el país que más visitan [los alemanes] durante los veranos, aquél que es el suyo predilecto por sobre todos los demás, es uno fragmentado en millones de parcelas de pocos metros cuadrados, generalmente orientadas hacia el sol poniente y protegidas por barandas metálicas u obra de mampostería: los balcones de sus casas. Un vastísimo imperio al que se refieren irónicamente con el nombre de Balkonia. Ése sí que es su verdadero espacio vital, su Lebensraum. Y no deja de tener su lógica, porque el anagrama de Lebensraum no es otra cosa que el adjetivo “mensurable”. Como lo es un balcón. Sólo que Hitler no lo sabía».

  

***********FIN***********

Más del autor

-publicidad-spot_img