Weiß/Colonia, 22.8.
En una entrevista del suplemento dominical del diario, la joven, inteligente y bella cantante berlinesa Judith Holofernes (¡qué seudónimo de lujo!) responde así a la pregunta de si ahora que es madre, y por partida doble, ha cambiado de opinión acerca de los seguros y de otras seguridades que antes no le importaban nada: «Sí, y además de manera muy concreta. Ahora tengo que poner cuidado al cruzar las calles de mucho tráfico. O que se conviertan en materia comestible las colillas de los cigarrillos abandonadas por ahí. (Se ríe) Viéndolo así, los niños son la personificación de la falta de libertad. Tener hijos es la más inmisericorde forma del amor». «¿Y si algún día tuviese la libertad de ser otra persona…?» «…pues me gustaría ser Marianne Faithfull. Es tan serena, tan madura, tan entrañable… Espero llegar a ser con los años tan cool como es ella». Cada vez me gustas más, Judith, debeladora rítmica de los pajeros mentales.
Weiß/Colonia, 23.8., primera hora del día
Sobre el telón de fondo del informe de Un Misántropo acerca de los peligros de Facebook, y la noticia sobre las Personas Libro onubenses que se reunieron en rueda virtual con sus pares de Lima, le he escrito a Rolando identificándome como “I’m Fahrenheit 451” y preguntándole si no deberíamos seguir refiriéndonos al tal Facebook, mucho mejor, como Scarfacebook.
Weiß/Colonia, 23.8. (1)
De la sesión de linfodrenaje me voy derecho al centro, tengo que hacer unas compras en una buena tienda de artículos de oficina. En el tranvía, en diagonal a mi asiento, una joven de unos 25 años conversa con su amiga que va sentada enfrente. De vez en cuando se inclina hacia ella como para subrayar (o secretear) algo de lo que cotillean, y entonces la pechuga casi parece salírsele del escote tipo balcón de su vestido. Pero no es ni mucho menos tan excitante como contemplar, cuando se sienta erguida, la turgencia de su teta izquierda picada por un mosquito, una chinche, andá a saber, che. Inevitable el recuerdo de la pulga que picó los blancos pechos de la hermosa Leonor, inspirándole a Lope aquello del «breve lunar del invisible diente». Después, ya en el centro, consigo las pinzas grandes y fuertes para mantener los libros abiertos sobre el atril, delante de la pantalla, y que las necesitaba como el campo necesita el agua, ahora que me toca transcribir una enorme cantidad de citas de Miguel Hernández para mi conferencia en San Sebastián. Y pues la tienda donde compro las pinzas queda cerquita del Da Vinci, donde dan tan buena sopa sarda de pescado, me quedo a almorzar en el centro. Ya en el Da Vinci, llega el camarero a la mesa de al lado y le dice al parroquiano: «¿Terminó con la jarrita de la leche? Es que es la única que tenemos». Me siento como si estuviera al sur de los Alpes.
Weiß/Colonia, 23.8. (2)
Cena con Javier en la Fährhaus de Rodenkirchen, en la terraza abierta al panorama del Rhin, con la catedral de Colonia al fondo norte y la curva de “nuestro” bosque al fondo sur. A Javier lo acompaña José María Lafuente (los dos han llegado hace un par de horas en el vuelo directo de Madrid), y se nos une al poco Henar Rivière, que viene del aeropuerto (ella desde Londres) directa al restaurante. Los tres están citados mañana con Antje, para echar una ojeada al arhivo y la obra inédita de Felipe. Conversamos largo y tendido acerca de Felipe, a quien perdimos tan, tan temprano. A Javier, como a tantos otros (Pino, Claudio Rodríguez, Carnero, Pureza Canelo, Colinas, Sueiro, y sobre todo mi entrañable José Miguel Ullán), lo conocí gracias a él. Y también gracias a él supe por primera vez de muchas cosas que ignoraba, yo que me creía un todoterreno en materia literaria. Fue mi maestro y uno de mis mejores amigos, más un segundo padre que un amigo. Y ese poema inefablemente hermoso que me dedicó, “Pounds Equation”, me acompaña manuscrito y enmarcado desde la pared del corredor, siempre al alcance de mi vista como una exhortación a no dejarme enjaular ni a que me recorten las alas.
Weiß/Colonia, 24.8., recién inaugurado el día
Antes de ir a dormir barro con el mando a distancia los distintos canales de la tele y le acierto al final de The Bridges of Madison County. Me voy a la cama pensando si tendrá razón mi crítico favorito cuando dice que la historia pierde fuerza contada en flash back, que hubiera sido aún más hermosa de lo que ya lo es, contándola de manera lineal y en tiempo presente. Sea, pero ¿qué pasa entonces con ese sobredimensional flash back que es A la busca del tiempo perdido? ¿no será que algunas historias, para meramente ser contadas, tienen que serlo en flash back?
Weiß/Colonia, 24.8.
Esta es la mejor época para las bayas y los frutos silvestres; ya ayer, yendo al centro de mañana y a la Fährhaus por la tarde, me fijé en una enorme floración de Felsenbirnen en el espacio verde junto a la parada del bus. Hoy estuve metido de hoz y de coz en la transcripción de las más de 150 citas de los poemas de Miguel Hernández que pienso usar en mi conferencia de octubre, transcripción hecha por grupos temáticos y añadiendo el título del poema y el # de la página de la antología de donde cito, a fin de que Isabel lo tenga fácil en Hamburgo a la hora de traducir mi texto. Una tarea de chinos, dicho sea de la manera más políticamente incorrecta que fuere posible. Para descansar la mente, y ampliar mi vocabulario, en las cuatro o cinco pausas que hice me puse a averiguar los nombres españoles de esas bayas y frutos de los que sólo sé cómo se llaman en casos muy puntuales: fresa, frambuesa, grosella, arándano, mora, endrina, níspero… pero ¿y aquellos de los que, como en el caso de las Felsenbirnen, no conozco nada más que su nombre alemán: Hagebutte, Eberesche, Apfelbeere, Berberitze, Holunder, Kirschpflaume, Zierquitte, Kornelkirsche, Sanddorn…? Y bueno, con paciencia y con saliva, como aquel mítico elefante que se llevó al huerto a una hormiga, conseguí averiguar todos los nombres castellanos de tales bayas y frutos: amelanchero, escaramujo, serbal, aronia, agranzón, saúco, mirobolano, cornejo rojo, espino amarillo (también llamado espino falso)…, menos el de la Zierquitte, que se me resiste, la remilhija de la remilputa que la recontramilparió. No hay terapia mejor para darse uno cuenta –drástica– de la enciclopédica ignorancia que tenemos de nuestro propio idioma.
Weiß/Colonia, 25.8.
Avería en Telecom y quedaron inmovilizadas las estafetas de sus clientes. Creyendo que era un defecto de mi conexión, llamé a Telecom, y enseguida, muy gentil la joven que me atendió, me dijo que no me preocupase, que era un black out del sistema y se resolvería hoy mismo. Como así ha sido. De todos modos, los teléfonos no quedaron afectados, y cómo vi que parpadeaba en rojo la señal avisándome de que tenía un mensaje en el buzón de voz, marqué el 0800.330.2424 (me lo sé se memoria) para ver quién me (o nos) había llamado. Sonó la señal una sola vez y ¡oh máquina de los dioses!, como diría el impertérrito locutor de Les Luthiers, me encuentro con una despampanante sorpresa, suena en mi oído una voz inequívocamente porteña asegurándome que estoy conectado con la Compañía Telefónica de Argentina, que si deseo información sobre tarifas marque el 1, sobre instalaciones marque el 2…etc. No salgo de mi estupefacción y vuelvo a llamar a Averías, en Telecom, y me dicen que sí, que el entrevero de piolines electrónicos es lo más semejante a un “hormiguero pateao”, como Ahatualpa Yupanqui definiera a Buenos Aires. Así es que el black out ha sido también un morocho in. Sea como fuere, a mí me viene muy bien el receso en mi correspondencia, porque el cartero me trajo ayer la última novela de Arnaldur Indriðason traducida al alemán, y me voy a tomar uno o dos días de asueto para leerla y leer algunas otras cosas que tengo pendientes, y así descansar de la devastadora tarea de transcribir las citas de Miguel Hernández, y antes de hincarle el diente al texto de mi conferencia.
Weiß/Colonia, 26.8. (1)
Mañana tranquila en casa, almorzando luego en La Modicana con Carlitos y Julio, y leyendo después de la siesta Codex Regius, la novela de Indriðason, cuyo prólogo son unos sucesos que tuvieron lugar en 1863, y el viajero por Islandia que los protagoniza recuerda su paso por Colonia, donde se habían reanudado las obras de la construcción de la catedral. Esta catedral debe de ser una vivencia muy fuerte para Indriðason: en una novela de la saga de su detective Erlendur, cuando Valgerður, su compañera, lo quiere convencer para irse juntos de vacaciones a Canarias, descubre que él jamás ha salido de Islandia ni siente el menor deseo de hacerlo, y le pregunta: «¿Ni de ver la torre Eiffel, el Big Ben, el Empire State, el Vaticano, las pirámides?», y él le responde: «Quizá me gustase ver la catedral de Colonia».
Weiß/Colonia, 27.8. (1)
Bajo del autobús en Sürth y camino derecho a mi séptima sesión de linfodrenaje, me adelanta el bus e inmediatamente oigo el doble bocinazo de un camión que le sigue y en cuya cabina hay tres rostros volteados al unísono en dirección a alguien que asimismo me adelanta por la acera: gallarda la figura, zapatillas blancas, leotardos negros, rebeca negra, cartera negra colgada del hombro derecho, y sólo visibles tres faralaes de una minifalda estampada en verde y blanco que no le llega mucho más abajo de la cruz de las piernas, caminando con una gracia gimnástica y al mismo tiempo altiva. Los bocinazos fueron un piropo, algo estrepitoso, sí, pero un piropo. Y a fe mía que la moza se lo merece. Luego, con la Frau Schumacher, nos ponemos a contar chistes. Uno de ellos no lo conocía, y es arquetípico de estas tierras de la Reforma : Un cura le dice a su sacristán que tiene ganas de ir un día a la sauna. El sacristán le contesta que pudiera ser algo peliagudo porque ahora todas las saunas son mixtas. Y el cura: «Bueno, no nos vamos a arrugar por un par de protestantes más o menos». La risa de Frau Schumacher es límpida y contagiosa.
Weiß/Colonia, 27.8. (2)
Concluyo Codex Regius, la novela de Arnaldur Indriðason, y me seduce cómo ha logrado armar la trama de modo que haya un puente entre ese códice del siglo XIII, fundacional de la nación islandesa, y el año 1955, cuando la Academia Sueca concede el Nobel a Halldór Kiljan Laxness, la gloria literaria del país en el siglo XX. Me encanta, me enternece incluso, que Indriðason haya aprovechado esa urdimbre para introducir en la novela, como personajes, no sólo a Laxness sino también a su propio padre, a quien está dedicado el libro. Ya en la página 42 se puso en estado de alerta mi instinto cinegético porque Valdemar, el protagonista, cuando parte en barco desde Reykjavik a Copenhague, para seguir allí sus estudios de Filología Nórdica, sólo llevaba consigo dos novelas recién editadas. Quise saber por qué, porque don Arnaldur nunca da puntada sin hilo, y enseguida averigüé que 79 af stöðinni [Taxi 79], una de ellas, era el polémico relato con el que debutó como novelista Indriði Guðmundur Þorsteinsson, el padre de Indriðason; de manera que ya no me extrañó luego cuando lo vi aparecer exactamente 300 páginas más allá, en la 342, recién regresado de un largo viaje como reportero a China y enterándose en Copenhague, al lado de los protagonistas, frente al edificio del mayor diario citadino, de la noticia del Premio Nobel a su compatriota. Indriðason no lo menciona por su nombre (excepto en la dedicatoria, claro está), pero lo describe: «Era de mediana estatura, corpulento y con los dientes algo saledizos. Su sonrisa iluminaba sus ojos. Oyéndole, se notaba que venía del norte del país. “Trabajo para el [diario] Tímmin”, nos dijo. Extendió su mano, se presentó y nos saludamos. Y entonces, naturalmente, me acordé de quién era. Era escritor, y la última primavera había publicado una novela que causó mucha sensación a causa de su tema y de su desparpajo. Fue uno de los dos libros que compré antes del viaje y que me había traido conmigo a Copenhague». Qué bello gesto de Indriðason, y qué lecciôn de understatement… Puesto que el año 2011 la feria del libro de Fráncfort estará dedicada a Islandia, es bastante seguro que traduzcan 79 af stöðinni, y ya me he reservado un puesto en la cola de los que esperan a que salga publicada.
Weiß/Colonia, 28.8. (2)
Voy en bici a hacer las compras y regreso a casa justo antes de que empiece a llover y a tronar: por dicha se trata de truenos lejanos, parece que estuvieran tocando el tambor en Bélgica. Como Diny anda en lo de Montse (ayer regresó Paul de Suecia, esta noche regresan Frank y Oskar de Corfú), me preparo un almuerzo liviano y duermo la siesta. Siento en los dedos la inquietud del momento, sé que en cualquier instante debo apechar con la tarea y me distraigo con esto y con lo otro. Suena el teléfono, es Werner, el compañero de viaje de quien nos hicimos muy amigos en el MSC Venezuela, el carguero de contenedores con el que fuimos a Buenos Aires a fines del 2001. Nos llama para comunicar que esta vez se va en noviembre a hacer de nuevo Sudamérica, pero la costa Oeste: de Bremerhaven a Caucedo, en la Dominicana, y luego el canal de Panamá, Cartagena, Buenaventura, Guayaquil. El Callao y Valparaíso, haciendo desde allí casi la misma ruta de vuelta, pero tocando Amberes, Rotterdam y Felistowe antes de rendir viaje en B’haven. Lo converso con Diny: si no tuviera ya en firme el compromiso de dar mi conferencia sobre Bomarzo y Paradiso el 17 de noviembre en San Sebastián, nos iríamos con Werner. Pero me quedo con la copla, 45 días ida y vuelta a Valparaíso, 6.000 euros en total para los dos. Tal vez el último gran viaje que nos podríamos permitir. Queda archivada la idea, con permiso de Henri, para el 2011. Y ahora, definitivamente, me pongo a la tarea, tengo que redactar mi conferencia sobre Miguel Hernândez. Y que los dioses todos –incluidos los araucanos– me sean propicios.
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