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Mientras tantoDe mi Diario : Semana 35 / 2012

De mi Diario : Semana 35 / 2012


 

Weiß/Colonia, 26.8.

Mi sobrina Mónica me pregunta desde Huelva si no escribo en alemán nada de lo que publico:  «¿Ni siquiera el diario?». Le contesto: «Mónica querida, yo tan sólo escribo en alemán cartas a Hacienda pidiendo aplazamiento en el pago de los impuestos, y al seguro de enfermedad enviando mis facturas del mes, y cosas así, para todas las cuales tengo además modelos fijos donde sólo debo cambiar la fecha y las cifras. Por lo demás, si hay que escribir un par de líneas en alemán o neerlandés por algún motivo a algún familiar o amigo tan extravagante que no lee español, también lo hago. Pero mi maravillosa prosa (ejem, ejem) no encontraría el cauce debido en esta lengua donde «la hembra» es un substantivo neutro; yo soy lesbiano innato y no entiendo todavía el cacao mental ese de «das Weib» («das» es el artículo determinado neutro, «Weib» es «hembra»). Bromas aparte, muchísimas gracias por leerme, y no, definitivamente uno tiene que escribir en su idioma materno. Por supuesto, hay genios (Blanco White, Joseph Conrad, Ionesco, Beckett, Nabokov, Tabucchi) capaces de hacerlo en otro; no me cuento en su número».

 

Weiß/Colonia, 27.8.

Voy a Colonia, y en la parada del bus saludo al griego del boliche de la esquina. Griego también es el conductor más famoso de la línea 131, y al subir a su bus me quedo como viendo visiones: la chica sentada en la segunda fila es un clon de @juanalajirafa, no de Juana Jirafa, titular de esa cuenta Twitter, sino del primer avatar suyo que registré.  Es igualita igualita. Y luego, como siempre llevo conmigo en estos últimos tiempos, al viajar en bus y/o tranvía, el Diccionario de Citas de Vicente Vega, me tengo que sonreír porque encuentro la siguiente: «Que en infinito amor no hay resistencia». La cita no es para reírse, claro, pero es de la comedia de Lope de Vega Por la puente, Juana, de manera que miro de reojo a la chica, que ahora está a mi lado porque desciende en la siguiente parada. Y a la de la fábrica Linde llega casi sin aliento una joven de tetamen esplendoroso; el conductor me guiña el ojo después de que entra sofocada y dándole las gracias por haberla esperado: «¿Acaso no valió la pena verla correr?» me dicen los ojos del griego. También le guiño un ojo en señal de asentimiento mientras recuerdo la frase de Jardiel Poncela en su relato de un viaje a Estados Unidos, todavía en la estación Saint–Lazare, en París, cuando una nórdica «corre por el andén un maratón de senos temblorosos». Luego, en el tranvía, al llegar al Ubierring, hay que detenerse a causa del semáforo y veo venir por la calle a los Böll, desde su casa, charlando muy animados; les hago señas, pero no me ven; sólo que cuando el 16 se pone en marcha chirriando al tomar la curva, Carmen Alicia levanta la vista y me ve y nos saludamos, ella como si fuese un marinero con el código de banderas. Más allá, a la altura de la estatua de Diana cazadora, en el Ring, descubro en el Vega una cita de Cervantes que me vendrá muy bien como ejemplo en mi columna del viernes en El Espectador, y al bajar del tranvía en Neumarkt, para irme a encontrar con Julio y almorzar nuestra ya tradicional sopa de pescado en el italiano, me digo que los 35’ desde casa al centro no han podido ser más ricos en experiencias y observaciones. La vida es, pese a todo, una aventura que no cesa.

 

Weiß/Colonia, 28.8. (1)

En La Modicana, espaguetis fruti di mare, que hace tiempo no comíamos. Una delicia. Y otra, por la tarde, la relectura de Usted, el poemario de Almudena Guzmán. Reencuentro unos versos de los que ya me dije, cuando la primera lectura, cómo a Goethe, a punto de cumplir 75 años, le habría gustado que se los hubiese escrito Ulrike von Levetzow, que aún no había cumplido los 19: «Señor, / usted no lo sabe / y sin embargo sus arrugas, / tersándome la mañana, / me han obligado a iniciar una huelga de novios / desde que lo conozco». Sí, aquella primera lectura de Usted me hizo recordar ese que es uno de los poemas más bellos y adoloridos de la literatura universal, la “Elegía a Marienbad”, del anciano Goethe, cuando se enamora de Ulrike, pide su mano y ella lo rechaza cortésmente, al genio olímpico respetado en todo el mundo. Guillermo Valencia cometió el poemicidio de reducir a diez las 23 estrofas de esa obra de arte (nunca se lo perdonaré), yo sólo tengo traducidos la última estrofa y los dos primeros versos –que Valencia se “fumó”–: «Y cuando el hombre calla en su dolor, / un Dios me hace decir lo que yo sufro». Uno de los sueños de mi vida es traducir esta elegía. Pero ¿cuándo tendré tiempo y ocasión?

 

Weiß/Colonia, 28.8. (2)

Ángeles me piropea desde México, y además me pregunta que cuántos canales tiene mi tele. Y le contesto: «Ángeles querida, que Arcángeles debieras de llamarte, los octosílabos se te dan harto bien, «Tú, con existir, ayudas» podría ser de sor Juana. Gracias. Y en cuanto a los canales que puedo ver acá, el display del mando a distancia habla de más de 600, pero Diny y yo tenemos una lista con los ## de los que nos interesan, los no comerciales, culturales, etc., un total de 28, de los que dos son alemanes de cobertura nacional, siete regionales pero también de cobertura nacional, uno binacional (y sensacional, Arte, el francoalemán), otro trinacional (Austria, Suiza, Alemania), dos deportivos (uno alemán y otro europeo), la CNN (nosotros no chamuyamos inglés, así es que nunca lo prendemos, lo tenemos programado pa cuando vienen visitas que no chamuyan tedesco), y luego unos 13 culturales, documentales, etc., amén del cubano internacional, que mantenemos como programa humorístico, es mejor que Cantinflas».

 

Weiß/Colonia, 29.8.

La ceremonia de la inauguración de los Paralímpicos comienza con  el desfile de naciones, que en este caso es menos aburrido que en los JJ.OO., pero igual termina por aburrir. Hice una pausa y vine a abrir la estafeta virtual, regresando al televisor en el momento en que desfila Polonia, y veo que junto al abanderado marcha un enanito sonriente. «Oskar Matzerath», le digo a Diny, «nomás le falta el tambor de hojalata». No lo he dicho de cachondeo, sino solidariamente, a mí los Paralímpicos me emocionan mucho más que los JJ.OO., para mí son deporte, mientras que los JJ.OO. sólo son espectáculo.

 

Weiß/Colonia, 30.8., primeras horas de la noche

Terminó la ceremonia inaugural, de la que me quedo con recuerdos inolvidables: los intérpretes de sordomudos; la escena de La tempestad con la cita [“brave new world] que luego fue título de la célebre novela de Aldous Huxley; la rememoración del antecedente de los Paralímpicos, las pruebas paralelas a los JJ.OO. de 1948, también acá en Londres, unas pruebas en las que intervinieron nada más que mutilados de guerra británicos, y debidas a la iniciativa del médico alemán Ludwig Guttmann, que había llegado antes de la guerra, fugitivo de los nazis; el juego alrededor del episodio de la famosa manzana de Newton; el hecho de que toda la ceremonia estuviese presidida por la idea de la Ilustración, pero en el doble sentido que también tiene Aufklärung en alemán: iluminación; y luego el escalofrío que recorrió el estadio al escuchar el mensaje grabado especialmente por Stephen Hawking para el día de hoy. Ha sido harto más sustanciosa que la ceremonia de días pasados, con los atletas “normales”. Estos de hoy sí que son verdaderos héroes del deporte. Queda prohibida por decreto la compasión al mirarlos.

 

Weiß/Colonia, 30.8.

A partir del mediodía, ocho horas sin estafeta virtual. Ni siquiera me ducho, obsesionado con el hecho de que no puede ser que esté fallando todo el sistema email de Telecom en todo el país. Una cosa así es algo que nuestro desarrollo tecnológico debería poder resolver en menos de una hora, me digo. Ocho han sido. Ocho. La recontramilputa que recontramilparió al sistema.

 

Weiß/Colonia, 31.8. (1)

Llueve cuando me despierto, una lluvia fina y se diría que sin convicción íntima. Escampa tras el desayuno y con la bici a la farmacia y a la oficina postal, a enviarle un regalo a Tuti y retirar un certificado que llegó el sábado, cuando viajamos a Bruselas: es la factura del Hospital Clínico San Carlos, de Madrid, donde estuve internado del 30.4. al 5.5., y apenas eso y que tengo que pagar 3.460 € es lo que aparece en el papel. Una factura así nunca me la van a admitir ni en la compañía donde estoy asegurado ni en la subvención estatal, y mando inmediatamente un email a la admón. del Clínico para pedirles una factura desglosada, y luego llamo por teléfono por si acaso mi email se perdiere en el espacio virtual. No; el contable que me atiende me dice que lo siente mucho, pero que las normas establecidas para el régimen hospitalario en la Comunidad de Madrid establecen cantidades fijas a partir del diagnóstico (en mi caso «hemorragia estomacal con complicaciones»), y que una vez establecido éste, la cifra es esa. Me doy cuenta de que voy a chocar con un muro burocrático y le pido que me envíe documentación al respecto, para ver qué me dicen en el seguro y la subvención. Me temo un nuevo agujero de consideración en mis ya menguados ahorros tras el audífono de Diny, y a ello se suma el hecho de que la redacción de Humboldt, y la revista misma (que ha sido uno de mis ingresos fijos y saneados durante más de treinta añs), desaparecerán al final de este. Me invade un sentimiento de frustración, casi el principio de una depresión, me quedo apático, sin ganas de nada. No ya por mis ahorros, que de todos modos estaban pensados para los nietos, sino por la injusticia notoria, pero cobardemente anónima, del sistema en que vivimos.

 

Weiß/Colonia, 31.8. (2)

Un email de Susana me hace recordar aquellos tiempos de las llamadas internacionales por centralita. No se nos olvidarán tan fácil a quienes tuvimos que padecerlas. Estas nuevas gentes que ya salen del vientre materno con un celular en la mano y enviándoles a los espermatozoides a quienes les ganó en la carrera unos SMS con un emoticón 😛 [=carita con la lengua afuera] ah, estas buenas gentes no saben del placer y el dolor de telefonear en aquellas condiciones. Y quedan también las anécdotas lindas. Yo recuerdo de mi hermano, cuando vino a trabajar en Alemania, nos visitó un domingo y le pregunté que si quería hablar con nuestros padres en Huelva, me dijo que sí y llamé pues a la centralita. Acá, no sé en otros países, cuando uno pedía una conexión extranjera a la centralita, y si no se trataba de ciudades con nombre directamente reconocible, París, Ámsterdam, Londres, Nueva York, era normal deletrear el nombre del lugar siguiendo un código establecido que venía en todos los directorios telefónicos. Lo cierto es que mi hermano aún no hablaba sino el alemán rudimentario para hacerse entender en el trabajo o en la Kneipe (=taberna), así es que cuando llamé a la centralita y pedí una conferencia con Havanna Uppsala Edison Liverpool Valencia Ámsterdam, se me quedó mirando boquiabierto. Cuando colgué me preguntó si no pensaba pedir la conexión con Huelva. Historias de aquellos tiempos Qué bueno que el email de Susana me hizo recordar ésta. Pude sonreír por fin en este día.

 

Weiß/Colonia, 31.8. (3)

Mi columna de hoy, en El Espectador, de Bogotá, ha despertado una atención que estoy por decir que casi me la esperaba, debido al tema que trato en ella. Lo que sí que no me esperaba es que, según todos los indicios, uno de mis más asiduos y perspicaces comentaristas, en su foro, es nadie menos que Fernando Vallejo. Lectores como él no se tienen todos los días. Gracias, viejo.

 

Weiß/Colonia, 1°.9.

Vienen Montse y Frank a buscar a Diny, que dormirá esta noche en su casa, ellos se van de juerga. Veo que han traido a Henri, que se ha quedado abajo en el auto, con Frank, y bajo al patio de los garajes para darle un beso. Cuando abro la puerta del coche dice con una especie de alegre sorpresa: «¡El abuelo viene también!»  No, mi alma, le explico, sólo he bajado para darte un beso. Les despido con la mano cuando se van. Ah, Henri bienamado, you make my day.

 

***********FIN***********

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