Weiß/Colonia, 26.8.
2:30 am : Quería ver West Side Story pero se trata de una peli no autorizada para la compu, solo para el televisor (y el nuestro está descacharrado desde hace más de un mes, me temo que vamos a tener que comprar uno nuevo), y de la bronca que me dio decidí no verla en DVD, elegí por el contrario Short Cuts, que hacía mucho tiempo que no la veía. Creo que ya lo he dicho alguna vez en este diario, que mis directores de cine favoritos, muy por delante de todos los demás, son François Truffaut, Woody Allen y Robert Altman. Yo no sé qué daría por haber sido el director de M.A.S.H., Nashville, la infravalorada Buffalo Bill and the Indians, 3 Women, A Wedding, The Player, Short Cuts, Cookie’s Fortune, Gorfield Park, mi tan amada A Prairie Home Companion… La primera suya que vi, lo recuerdo muy bien, fue Nashville, con nuestro querido Dieter, cuyas cenizas vamos a inhumar en Berlín el 28 del mes que viene. Y fue el día de su estreno en uno de los cines que había entonces en la acera occidental del Ring, un día de primavera de 1976, y la vimos solos, como algunas veces hacíamos con pelis que ni a Karin ni a Diny les parecían interesantes. Salimos del cine como en éxtasis y desde aquel entonces no me perdí ni una sola de las pelis de Altman, Nashville hasta la vi dos veces más en el mes que estuvo en cartelera en ese cine: una de ellas con Diny, la otra no recuerdo con quién o si fui solo, como el buey suelto, que bien se relame. Y esta noche ha sido el feliz reencuentro con Short Cuts [Vidas cruzadas], tan llena de momentos inolvidables.
Después de leer mi diario, en Toronto, Arcebelle me escribe para decirme que se rio al saber que la lavadora es algo misterioso para mí. A su marido le pasa igual. Y a su hija y su nuera tanto de lo mismo con la plancha, de modo y manera que quien plancha es ella. Le contesto que «tengo dos manos zurdas para todo lo que sea electrodomésticos. A decir verdad estoy asombrado de ser tan ducho en el manejo de la compu, hasta mi «manitas» se admira de todo lo que ya sé hacer, aprendido por mí mismo. Pero es la excepción, tal vez porque se trata de una herramienta de trabajo, que eso y no otra cosa es la compu para mí. Y en cuanto a la plancha, sabés de sobra, por mi diario, que Diny es la planchadora oficial de la familia. Rebeca también plancha, pero le viene de su profesión. En cambio, sin Diny, las familias de Montse y Angie andarían con las ropas arrugadas. Aquí recuerdo con ternura que a Henri, siendo bebe, hubo que comprarle una tabla de planchar y una plancha, ambas de juguete, para colocarse al lado de la abuela cuando ella iba a planchar, y trabajar así mano a mano con ella».
Me escribe Juan Carlos desde sus Asturias: «Hoy estuve de Jurado en el Concurso anual del Queso de Cabrales. El queso ganador fue subastado entre varios «postores» de diferentes restaurantes asturianos, madrileños e incluso uno de Mallorca. El queso, de poco más de dos kilos, se subastó en ¡¡¡ 14.300 €!!! Creo que en ningún otro concurso se pagó tanto en España». Ahora lo interesante sería averiguar a qué precio lo van a cotizar en su carta los dueños del restaurante que lo adquirió: 2 k significa 40 porciones de 50 gr c/u., lo que a su vez significaría, si es que Pitágoras no miente, un precio de 357,50 € cada porción, eso sin contar la ganancia debida, digamos que salga a unos 400 € la porción. Casi resulta obsceno pensar en la factura. Y eso sin malpensar que a los clientes se la den con queso.
Weiß/Colonia, 27.8.
Me escribe Teresa admirándose de dos expresiones que usé en mi último email: “arrechucho” y “puñalada de pícaro”. Le contesto: «Lo del idioma es algo alucinante. Te lo digo yo que lo tengo como herramienta de trabajo y he aprovechado la suerte inmensa de convivir 35 años con un grupo absolutamente heterogéneo de latinoamericanos, cuyos manuscritos además debía corregir, y en no pocos casos aplicarles la norma estándar, para que un texto de un mexicano fuese comprensible por un oyente argentino, etc. con todas las variantes que se te ocurran. Ello enriqueció y ensanchó mi comprensión del idioma en una medida que, sin fatuidad, creo que pocos poseemos dentro de su ámbito. Pero durante la escritura de mi diario (en especial en esa escritura) y en mi correspondencia, la verdad es que se hace buena la expresión de que la cabra tira al monte y uso muchas expresiones que me quedaron grabadas en el disco duro desde la más tierna infancia. Consuélate pensando que “arrechucho” y “puñalada de pícaro” puede que ya no sean moneda corriente ni siquiera en la península».
Oskar vino para tomarme el pelo. No está nada feliz con la idea de que pasado mañana volverá a la escuela para repetir curso, pero medio consigo convencerle de que no puede regresar allá con una predisposición negativa, tiene que tratar de sacar mejor partido. Le pido que recuerde que también Paul repitió curso y que esa repetición le hizo mucho bien. Gruñe reconociéndolo. ¡Mi pobre Oskar, cómo lo entiendo! Pero tendrá que hacer de tripas corazón, otra no le queda.
Mi cuento “Ignacio y la vida corta” tal parece que les hizo tilín a los redactores de Nexos, ni una sola semana sin que lo vuelvan a traer a la primera plana de la página web. Y la verdad sea dicha, incluso a mí me gusta cada vez más que lo releo. Es narración pura, un poco a lo Knut Hamsun, un poco a lo Hemingway: no decir nada más que lo preciso.
Weiß/Colonia, 28.8.
0:30 am : Dos pelis magistrales seguidas, en Arte, The Servant, de Joseph Losey, y La vida y nada más, de Bertrand Tavernier. En la primera, amén de la dirección y el reparto espléndidos, el guion y, sobre todo, los diálogos de Harold Pinter, esos diálogos de Harold Pinter que parece que los calcase de la Commedia dell’arte y en los que el silencio juega el mismo o mayor papel que las palabras. Y en la de Tavernier, aun posiblemente sin proponérselo, una de las mejores pelis antibélicas de la historia del cine; y una entrañable relación de amor de lo más inesperada, con un Philippe Noiret en estado de gracia. Era el actor preferido de Óscar Zambrano, y cada vez que veo una peli suya me asalta el recuerdo de tantas Berlinales donde me alojé en el apto. de la Gringa y Óscar, y de su regreso a Bolivia, del ictus de la Gringa, que tuvo en Óscar el más abnegado enfermero que se pudiera pensar, y de cómo cuando murió la Gringa él se nos fue a los pocos días porque su misión en el mundo había terminado. La Gringa y Óscar son quizá la más hermosa pareja que el azar, o el destino, o los dos, me hayan concedido conocer.
No creo ser misógino (hasta me atrevo a asegurar que soy lesbiano, como me dijo una amiga carioca) ni machista, pero está claro que nací y crecí en un mundo donde los varones, siendo minoría, teníamos la prioridad. Aprendí a hacer «tareas del hogar» recién en el servicio militar, y Diny jamás se ha podido quejar de que dejase la ropa regada por el suelo, pero en materia de «tareas del hogar», al volver a la vida civil, siempre las delegué en la mujer que compartía mis días, y que fue, casi desde el vamos, la que es hoy mi esposa con más de 50 años de vida en común. Jamás me he avergonzado de ello, porque siempre he trabajado duro y parejo (muchas veces, muchas, muchas veces robándole horas al sueño) para que ni a ella ni a nuestros hijos les faltase de nivel de calidad de vida que yo les deseaba. Más no puedo decir al respecto.
En La Modicana a solas Carlitos y yo al cabo de casi dos meses. Hoy estrenamos además una pasta que desconocíamos: foglie d’ulivo [=hojas de olivo] con bacon y champiñones, un plato delicioso. Por primera vez desde hace tiempo como con tanta hambre, y al fin me hicieron caso la camarera y la signora sirviéndome el condumio a la medida exacta de ese hambre, de manera que también por primera vez desde hace muuuuucho tiempo vuelvo a practicar el arte del fare la scarpetta, es decir, de arrebañar el plato hasta dejarlo como salido del lavavajillas.
Nos llega hoy la invitación a participar en las exequias de Dieter, el 28, en Berlín. La ilustra un collage de fotos suyas (de niño, de veinteañero, con su primer auto, disfrazado de Santa Claus y de payaso) y fotos con él: de Alex, Nathi, también Karin, y las dos entrañables con sus nietos, ¡qué hermoso que los haya conocido y que, casi impedido físicamente, pudo jugar con ellos! Diny me está insistiendo para que sea uno de los oradores fúnebres, pero la verdad es que no me siento con fuerzas ni con la disposición anímica para ello.
Weiß/Colonia, 29.8.
2:00 am : En el canal ZDF Neo un documental de hora y ½ sobre la guerra contra la droga en América Latina. Encuentro fascinante por su cruda exposición el diálogo con Popeye, el killer del cartel de Medellín: «Es normal ser un asesino en la República de Colombia. Este país fue arruinado por unos politicos corruptos, y ser asesino es un honor». Sin pelos en la lengua, pero también sin sentido, porque ¿cómo es eso de que sea un honor algo que es normal? ¿O será que ha de ser así en el país del realismo mágico?
Mi manía perfeccionista ha terminado descubriendo un error grave en un texto mío publicado hace años. Así es que inmediatamente le escribo a Andrés: «Maestro, creo que ya se lo dije, y si no, aquí se lo digo, lo mucho que le agradezco el que haya rescatado e incluso aireado vía Twitter mi texto sobre Goethe como científico. Y le digo en toda confianza que desde que lo escribí, o mejor dicho, desde que se publicó, siempre había algo que me rechinaba al leerlo y nunca di con qué. Hasta hoy. De puro masoquista lo volvi a leer y de pronto me acordé de las santas madres de los doce apóstoles. Hay un error gravísimo en el quinto párrafo, donde dice «Pero aún antes de esos tiempos, en 1830, la censura no había autorizado la publicación de Las cuitas del joven Werther, de tal modo que los lectores españoles sólo pudieron conocerla, hasta 1819, en la traducción francesa, la cual entraba al país clandestinamente» debe decir «Pero aún antes de esos tiempos, en 1803, la censura no había autorizado la publicación de Las cuitas del joven Werther, de tal modo que los lectores españoles sólo pudieron conocerla, hasta 1819, en la traducción francesa, la cual entraba al país clandestinamente». Si está en su mano corregir ese disparatado baile de números en el archivo de El Malpensante, tant de mieux, y si no, qué se le va a hacer: NoBada is perfect!»
Weiß/Colonia, 30.8.
0:50 am : Una peli de Milos Forman de 1967, El baile de los bomberos, en alemán, ¡Al fuego, bomberos!, en español, es como una de las mejores astracanadas de Muñoz Seca, e incluso de las tragedias grotescas de Arniches, pero en checo. Sintomático que fuese rodada un año antes de que 200.000 soldados y 4.000 tanques soviéticos agostasen en agraz la primavera de Praga. Hijueputas, Brézhnev y todos sus cobardes compinches de trastadas.
Vino Paul y en menos de 10’ con la compu nos consiguió vuelos ida y vuelta a Berlín por nada más que 116,36 €, cuando vayamos a las exequias de Dieter. Por mi cuenta, luego que se fue Paul, y hasta puede que inspìrado por él, conseguí una habitación en un hotel de la Ku’Damm por sólo 62 € incluido el desayuno. Y llamé a los Fayad para que nos encontremos a cenar el jueves 27. Con quien no sé si podremos contar es con mi deuda estherna, todavía en Argentina. En todo caso, lo que no debo olvidar anotar es que me resultó asustante la cantidad de datos personales que fluyen naturalmente desde el lugar donde están almacenados: es decir, el Big Brother que anda detrás de todo esto ubica que la compu desde donde se hacen las reservas es la mía, y cuando llega el momento de rellenar las casillas con nombre, apellidos, dirección de correo quelonio, dirección electronica, número de la tarjeta de crédito y validez de la misma, todos aparecen en la pantalla al primer teclazo, solo falta reconfirmarlos. La pesadilla de la personalidad transparente ya no es tal, sino pura y dura realidad. Oremus.
Buena como siempre la columna de Diego en El Colombiano, y con una cita que hago mía ipso fuckto, de Alexander Herzen: «¿Quién tiene derecho a escribir sus recuerdos? Todo el mundo. Porque nadie está obligado a leerlos. Para escribir los propios recuerdos no es necesario en absoluto ser un gran hombre, ni un famoso criminal, ni un célebre artista ni un hombre de Estado; es suficiente con ser simplemente un ser humano, tener algo que contar, y no solo desear contarlo sino tener al menos un poco de habilidad para ello». ¡Bravo, don Alexander!
Weiß/Colonia, 31.8.
0:10 am : Acabo de ver While we’re Young [Mientras seamos jóvenes], con Naomi Watts, de la que no me pierdo una sola peli, y Ben Stiller, una pareja con bastante buena química. Se inicia la peli con la pantalla en negro, sin sonido, y la transcripción de un diálogo de El maestro de obras Solness, de Ibsen: «SOLNESS: He de confesarle cuánto miedo me da, un miedo horrible, la juventud. HILDA: ¿Es que la juventud puede dar miedo? SOLNESS: Sí, ya lo creo que puede. Y por eso me he encerrado con llave. Ha de saber usted que llamará a mi puerta con fuertes golpes e invadirá mi casa. HILDA: Si así fuese, me parece que debería salir a abrir usted mismo a la juventud. SOLNESS: ¿Abrirle mi puerta? HILDA: Sí, para que la juventud pueda entrar. Como amiga, ¿comprende?» Es un diálogo casi al final del acto primero, y me hace recorder que todavía no empecé mi canónica relectura anual de las obras de Ibsen. La empezaré el lunes, de vuelta ya de esa casa de muñecas con zuecos que son los Países Bajos.
La serie policial francesa de Candice Renoir es crème chantilly, como Death in Paradise entre las inglesas. Difícilmente se puede conseguir un cóctel tan bien logrado entre el escenario y los intérpretes, la investigación criminal propiamente dicha y la vida privada de los protagonistas, amén de –subrepticiamente– un corte de mangas a las series “serias”… y largas. ¡Con lo mucho y bueno que puede comprimirse en el formato de los 45’! Chapeau!
En ‘t Peeske y Terborg (Güeldres / Países Bajos), 1.9.
Nuestro tren partió a las 12:51, con un retraso de 10‘. Esto es, hoy en día, lo más cercano que se le puede exigir a los Ferrocarriles Alemanes en materia de puntualidad. Willy nos estaba esperando en Arnhem y nos pidió que nos sentásemos en un banco delante de la entrada principal, mientras iba a buscar su auto. Advirtió que tardaría unos 10’. Fueron 40. El centro de la ciudad está señalizado de una manera tan lamentable que al salir del garaje subterráneo fue a dar con su auto al otro lado del Ijssel (uno de los dos brazos en que se desdobla el Rhin al penetrar en los Países Bajos). Cuando por fin llegó, salimos con el tiempo preciso para ser puntuales a la fiesta. Y por cierto que pasamos por delante de un edificio gigantesco delante del cual, en una valla publicitaria, podía leerse que se trata del mayor teatro del país. Extrañado le pregunto a Willy, y me explica que no, que en realidad es el estadio del Vitesse, el club de fútbol de Arnhem que milita en la Eredivisie [=división de honor] de la liga neerlandesa…, pero que es un edificio multiuso donde también se celebran espectáculos y se montan musicals. De donde ha salido ese superlativo que en honor a la verdad es a fake name.
Riet y Jan, 50 años de casados. Las terceras bodas de oro en la familia Hansen. Ya sólo quedan seis por celebrar. Willy se hace eco de ello en el formidable discurso epitalámico que le dedica a Riet y a Jan. Un lujo de texto, tengo que pedirle que me pase una copia, sobre todo por la irónica disecciòn que logró del carácter de los Hansen, haciendo recaer el peso genético del mismo en el patriarca, en quien fue su padre y mi suegro. Riet es la que salió a la manta de abajo, y Willy lo puso de relieve de una manera que, al mismo tiempo, para quien supiese oír los semitonos, encerraba un emocionado homenaje a quien fuera su madre y mi suegra. Diny, además, lo remachó con una frase pecuaria que siempre aplica a esta hermana, la nuestra predilecta: «El mejor caballo de la cuadra».
Reencuentro con los nueve hermanos Hansen y sus respectivas parejas, pero también con la segunda y hasta la tercera generación (los cuatro nietos de Riet y Jan). Y entablo conocimiento con un señor amigo de la pareja jubilar, a quien es la primera vez que he visto en mi vida y cuya cabeza, al primer golpe de vista, me hizo pensar en un hermano gemelo de Ibsen. Se lo señalé, pero no sabía quién era el tal Ibsen. Lo va a buscar en internet con ayuda de su esposa, me dijo.
El festejo ha sido en ‘t Peeske, como el nuestro de hace dos años, aunque con un régimen de comida distinto al nuestro. Cantidad y calidad de entremeses servidos en la terraza (ha sido un día soleado y luminoso, como pocos, y en pleno bosque de Montferland), y luego plato fuerte y postre dentro del local. Yo me decidí por las puntas de solomillo con papas fritas à la façon belgique, y para redondear el ágape dos bolas de helado de chocolate y vainilla con una buena porción del budín de arándanos. Todo ello regado con un buen vino tinto del que se me olvidó preguntar su procedencia.
Tras de la fiesta nos fuimos con Riet y Jan a su casa, donde nos vamos a hospedar, yo esta noche y Diny hasta el miércoles. Platicamos hasta pasada la 1:00 pm, y una gran parte de la plática estuvo dedicada al Cutty Sark, del que tienen una reproducción a escala, grande, en el salón de su casa. Lo curioso es que Jan nos contó la historia de cómo ese modelo llegó a la casa, regalo de un amigo que estaba a punto de morir y quiso dejarlo en buenas manos, pero no recordaba el nombre del barco, y en ese momento eché mano de mis bastante avanzados estudios de Whiskipedia y le dije que era el Cutty Sark. Más curioso todavía es que no sabían que existiese un whisky con ese nombre.
De mañana en Terborg, y luego de regreso en Weiß/Colonia, 2.9.
Tardé anoche en conciliar el sueño y como la mente humana es así de entreverada, estuve dándole vuelta a tres asuntos, hasta que me venció Morfeo. El primer asunto es que desde siempre me llevo preguntando al vacío por qué una obra que en el original se titula Romeo and Julia, en castellano la conocemos como Romeo y Julieta: ¿de dónde sale ese “Julieta”? El segundo asunto es saber si hay en otro idioma que el alemán la palabra “Trittbrettfahrer”: los tranvías y los trenes de los primeros tiempos disponían de unas pasarelas paralelas a ambos lados de los vagones, por donde los revisores circulaban vendiendo o picando los billetes, y a esas pasarelas se las llama en alemán “Trittbrett”, de tal manera que el Trittbrettfahrer es aquella persona que reproduce la conducta de otro, en especial en la política y el crimen (¿no será eso un pleonasmo, a estas alturas del partido?) Ni siquiera en neerlandés, idioma tan cercano al alemán, existe equivalencia de ese fenómeno, y en español creo que todo lo más será que se lo llame “imitador”, que no es exactamente lo mismo. Y el tercer tema que me mantuvo en vilo hasta la victoria de Morfeo por KO técnico, es algo que me viene rondando desde hace tiempo: efectuar una encuesta entre mis amigos músicos y melómanos acerca de cuál es su “Ohrwurm” particular. Creo que de la encuesta puede salir un artículo fascinante acerca de las melodías pegadizas que no se le van de la cabeza a celebridades de la ópera y de la etnomusicología, para no poner sino dos ejemplos de los nombres que tengo registrados en un directorio ad hoc.
Aunque me levanté para descargar la vejiga, regresé a los brazos de Morfea, transgenérica de postín, y me despertaron a las 9:00 am las campanas de la iglesia católica del pueblo, tocando casi a rebato. Resulta que hoy llegará a Terborg el documento que certifica sus derechos como ciudad desde el año 1419, lo que da pie a una recepción por todo lo alto, de cara al 6.º centenario de la efeméride el año próximo. Se trata de un documento traspapelado en los archivos del registro civil de ‘s Heerenberg, que fue la cabeza del distrito hasta hace poco, y su descubrimiento ha sido fuente de alegría para la ciudadanía de Terborg, que ya tiene asegurada así una fiesta más en el calendario del 2019. Y esas campanas…, ¡ay!, Jan me asegura durante el desayuno que la iglesia católica está ya desafectada a consecuencia de la falta de fieles, pero sus campanas parecen estar programadas para la eternidad. En otro momento, al tocar el tema de la demencia senil y el déficit de memoria que conlleva, aventuro una idea que me roe desde antiguo, y es que el superávit de memoria, como puede ser mi caso, también es una enfermedad. Riet y Jan asienten graves, en silencio. Pero no comentan nada.
Vamos a Emmerich por un camino nuevo, más corto, que ha descubierto Jan y en el que dominan el paisaje los gigantescos molinos generadores de energía eólica. En Emmerich el tren holandés llega de Arnhem puntual y parte puntual a la 1:08 pm. En el trayecto hasta Duisburgo descubro enfrente, en diagonal, a dos asientos de distancia, a una musulmana de observancia indumentaria estricta, a la que sorprendo en algún momento con los ojos cerrados, moviendo los labios (orando, diria yo) y llevando a cabo, a intervalos, las inclinaciones propias de sus rezos rituales. Admiro esta fe, como cualquier otra. Seguramente son más felices con ella que nosotros con nuestras dudas. Después, una hora más tarde, en el trayecto Duisburgo–Colonia, el tren alemán a Coblenza es uno de esos de dos pisos que llega atestado hasta el modo lata de sardinas. Me tengo que sentar en la escalerilla de acceso al piso superior, pero la suerte está conmigo, el asiento inmediato queda vacío en la siguiente parada, la del aeropuerto de Düsseldorf, y puedo venir sentado hasta Colonia. La pena con la que me quedo es que mi vecino es un africano joven y por lo que se ve novato en Alemania, porque a cada nueva parada me pregunta si ya llegamos a Mönchengladbach. Y como nuestro tren circula en dirección Aquisgrán le tranquilizo diciéndole que Mönchengladbach se encuentra más allá de Colonia. Luego, al bajar en Colonia, y cuando es tarde para rectificar (el tren se ha puesto en marcha apenas cargó pasaje), me doy cuenta de que el pobre muchacho tenía que haber bajado acá para transbordar a un cercanías que lo llevase derechito a Mönchengladbach. De lo único que me alegro es de no haberle preguntado si sabìa leer, porque los nombres de las estaciones, además de avisados por los altoparlantes, son harto visibles y grandes. Quizás, pensé, sí sabe leer, pero no se fía de sus ojos en esos letreros alemanes. En cualquier caso, si me empiezan a pasar cosas negativas, seguro que se mercó un muñeco vudú donde me hace pagar caro mi despiste. Porque quien sabe si no pensará que fue fruto de una mala voluntad. ¡Ay, amigo! Oremus.
El tren llegó puntualísimo a Colonia y en realidad en lo que he invertido más tiempo es viniendo con tranvía y bus desde la estación principal a Weiß. ¡La ciudad, ese insaciable monstruo cronofágico!
***************THE END***************