Weiß/Colonia, 5.9. (1)
En el suplemento dominical del diario, este panorama de opiniones apodícticas a las que la vida les dio un rotundo mentís:
Sam Warner, de la Warner Bros, 1927, al enterarse de la invención del cine hablado: «¿Y quién carajo quiere oír a los actores?»
Einstein, 1930: «No existe el menor indicio de que algún día podamos desarrollar energía atómica».
Darryl Zanuck, vicepresidente de 20th. Century Fox, 1946: «La TV no podrá sostenerse más de seis meses en el mercado, la gente se cansará pronto de tener prendida la vista todas las tardes en un cajón de madera».
Dick Rowe, 1962, manager de una firma disquera, sobre The Beatles: «No nos gusta su sound, y la música de guitarra de todos modos ya no le interesa a nadie».
Margaret Thatcher, 1973: «No creo que una mujer llegue a ser primer ministro en Inglaterra mientras yo viva».
Bernhard Ullrich, científico experto en temas forestales, 1981: «Los primeros grandes bosques morirán ya en los próximos cinco años. No hay manera de salvarlos».
Franz Beckenbauer, después de ganar Alemania el Mundial de fútbol 1990: «Lo siento por el resto del mundo, pero no habrá quien nos derrote en los próximos años».
Weiß/Colonia, 5.9. (2)
Viajamos Diny y yo a Holanda, para uno de esos encuentros multitudinarios de los Hansen, los once hermanos + nueve cónyuges, esos encuentros que me hacen prometerme que si existe de a deveras la metempsicosis, en mis próximas reencarnaciones sólo me casaré con hijas únicas. Es un día luminoso, y hay un solcito que calienta los huesos sin torrefactar la carne. Antes de partir le pongo un mail a Frans, que tiene cumpleaños, y tan sólo él y Bernadet no acudirán al encuentro de hoy porque se han marchado a Lourdes. Al enterarme le comento a Diny que su hermana lo habrá llevado allá para que la Virgen le haga el milagro de un agujero en la mano. (Lo repito luego un par de veces durante el encuentro, con las cuñadas y un concuñado que son de confianza, y se mueren de risa. Para rematar les cuento lo que le escribí de posdata a Frans en el mail donde lo felicitaba por su cumpleaños: y es la anécdota de Anatole France en Lourdes, cuando al ver en la gruta amontonadas muletas y anteojos, preguntó «¿Cómo? ¿y no hay piernas artificiales?» Más risas). Para leer en el camino –hora y ½ de ida, hora y ½ de vuelta–, Diny se lleva Primavera mortal, el relato con que debutó en 1922 el novelista húngaro Lajos Zilhay, un autor del que valdría la pena recuperar un par de títulos, en especial esta pequeña obra maestra, que leí cuando era un muchacho y la he vuelto a leer no sé cuántas veces. Por mi parte yo me llevo el décimo caso del comisario Montalbano, La Vampa d’Agosto. Lo que no me gusta del comisario es que Camilleri lo bautizara así en honor de Vázquez Montalbán, cuyas policiales son tan deleznables por artificiales. No sé a qué se debió el éxito del tal Carvalho, tal vez a la novedad. Estas de Camilleri les dan ciento y raya, sobre todo en punto a naturalidad y ese humor siciliano que es una gozada. Piensa uno, leyendo, en Pirandello y Sciascia. Y gracias a esas tres horas de lectura se hicieron soportables las del encuentro en Beek, donde menos mal que sí valió la pena el ágape, me puse las botas comiendo a dos carrillos paling, la deliciosabrosa anguila de los mares neerlandeses, una Delikatesse de la gran flauta entre los ahumados.
Weiß/Colonia, 6.9., primera hora del día
Anotado en la policial de Camilleri, el homenaje que rinde a Maj Sjövall y Per Wahlöö, sin para nada mencionar sus nombre: Montalbano lee «hasta las 11 una policial de dos escritores suecos, un hombre y una mujer que estaban casados. No había en el libro una sola página sin un mordaz y fundado ataque contra la socialdemocracia y el gobierno. In mente, Montalbano se la dedicó a todos quienes piensan que leer policiales está por debajo de su dignidad, porque –según ellos– no se trata sino de un pasatiempo para aficionados a los crucigramas». Eccolo qua, maestro! Eso además de que ¿qué otra cosa sino un policial extraordinario es Crimen y castigo?
Weiß/Colonia, 6.9. (1)
Voy en bici a mi última sesión de linfodrenaje, y la Frau Schumacher me dice con una sonrisa que no ha terminado de leer el libro que le presté (La cosa empieza con que falta el punto final, una colección alemana de dislates escolares, administrativos, notariales*, igual de divertida que la Antología del disparate del profe Díaz Jiménez: «Animales polares son la Osa Mayor y la Osa Menor», «Los israelitas en el desierto se alimentaban de patriarcas», etc). Pero, continúa la Frau Schumacher, con la misma sonrisa, se lo devuelvo la próxima vez que venga. Le recuerdo que esta es la última vez, y ella, sin cambiar la sonrisa, me asegura que tendré que seguir viniendo, aunque después de que me calce las medias de compresión que me recetó el buen Dr. Ruppert, a lo mejor ya no necesito tantas sesiones, si acaso una por semana. Me despido arrastrando el alma por los suelos. De manera que no era condena redimible, sino cadena perpetua. Ay…
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* La coletánea es facsimilar, y despiporrante. Traduciré un par de ejemplos traducibles : «–¿Hay un archipiélago frente a la costa portuguesa, y si lo hay, cómo se llama? –Sí, hay uno, y me llamo Schmidt». «Las setas crecen siempre en lugares húmedos y por eso tienen siempre el aspecto de paraguas». «FERROCARRILES FEDERALES ALEMANES. Levantamiento de acta: La obrera Anneliese Aden, de Mingolsheim, se arrojó el 11.10.1970 a las 12.24 delante de la locomotora E 604. El motivo se supone que fue suicidio. Fdo.: (firma ilegible)»
Weiß/Colonia, 6.9. (2)
Me llega por correo quelonio un envío de Rolando, de los que me suele hacer de vez en cuando, con prospectos de publicidad de una tienda de abarrotes en Austin, para desasnarme en materia de espanglish, sólo que esta vez, además, se le extraviaron en el envío unos boletos primorosos.
Le acuso recibo: «Recibidos los anuncios de El Rancho y ya les encargué media docena de bunuelos, por pura curiosidad gastronómica, ya que siempre los comí con eñes y quiero saber a qué coños saben sin la tilde. Lo que más me gustó fue que me adjuntaras los tiquetes de entrada del Museo Casa de León Trotsky, cuando fuiste de visita allá con Frida Kahlo».
Rolando me contesta: «Imprenta americana que ve la tilde como tinta que se cayó del cielo. En el Valle, los comíamos y aún se comen más durante los días navideños. De vez en cuando me compro unos en la tienda Fiesta pero no duran; ni idea quién se los come. Hay gente en este mundo… No he probado los de El Rancho pero si saben como los polvorones, Dios me libre. (…) Frida no me dirigía la palabra, pero con los ojos y esas cejas me lo decía todo. Difícil era para los dos (ese fierro infernal) pero como yo era jovencito, y a ella le encantaban los boy scouts, pan caliente; igualito que el de El Rancho». Y me reclama unos anexos que se me olvidó enviarle con mi mail anterior, sobre Jane Austen y Rudyard Kipling.
A lo cual le contesto: «Ahí van muy formalitos los dos, como güenos británicos. A propos : ¿Te acuerdas del personaje Britano en César y Cleopatra, de Shaw? A veces, cuando ando con el ánimo bajo, tengo tres recursos infalibles: los tomos de Mafalda, la Antología del disparate y el tercer acto de esa obra, que transcurre en el muelle de Alejandría, frente a palacio: ya entretanto César ha rebautizado a Britano como Británico («llevado por su grandilocuencia», dice el viejo zorro GBS), y aunque casi me la sé de memoria siempre me río cuando el buen victoriano que hay en todo británico, y más en Britano, le dice a César mirando con aprensión a Cleopatra: “Esa muchacha, César, no puede permanecer aquí sin la compañía de alguna señora mayor”. Y más tarde, «angustiado» (acota GBS), le dice a su dueño, que está a punto de tirarse al mar para llegar nadando a las galeras aliadas: “¡Una última palabra, César, no te dejes ver en la parte elegante de Alejandría sin haberte mudado de vestimenta!” Genial GBS».
Weiß/Colonia, 7.9.
Sin comerlo ni beberlo, como diría mi abuela Remedios, ando metido en una polémica sobre las llamadas redes sociales (Facebook, Twitter y/o como quiera que se llamen), y le escribo a una persona de mi mayor intimidad: «Es curioso eso de llamarlas redes. Creo que lo que pasa es que todos aquellos que las utilizan las ven como canales de conexión, mientras que los pescadores de caña, como aquí tu negro, las vemos como grandes artefactos dedicados a la pesca de incautos. Es lo que en términos náuticos se denomina “pesca de arrastre”».
Weiß/Colonia, 8.9., primera hora del día
Belle toujours en la tele, a última hora de la noche, comme d’habitude. Para que sólo la veamos los que de todos modos ya la vimos y la volveríamos a ver. La tele actúa como filtro del gusto del público de la manera más burda y más sutil, al mismo tiempo y bajo el mismo respecto. Nos programa mierda durante el día y caviar por la noche. Consigue que el ciudadano de a pie siga siendo meteco, filisteo y gilipollas, y condena a los no metecos ni filisteos ni gilipollas a que se conviertan en seres nocturnos, de modo y manera que resulten inoperantes durante los períodos de luz diurna. Lo dicho: el Plan de Infantilización Global (=PIG) funcionando a tutiplén.
Weiß/Colonia, 8.9.
Todo el día trabajando como un descosido, a pesar de que había decidido tomarme sabática esta semana, después de la paliza que me di la pasada. Pero me escribe Luis pidiéndome un artículo de 12.000 espacios sobre Miguel Hernández y el caso es que ya les envié uno a Héctor y Luis Miguel, en Nexos, y para La Jornada deber ser pues otro completamente distinto. Tengo que desguazar la conferencia, y menos mal que su estructura me permite hacerlo, pero no es tan fácil salirse del tono oral y pasar al escrito. La remilputa que remilparió a los centenarios. Aunque no, no debiera reputearlos así, siempre me han resultado muy rentables. Benditos sean, entonces.
Weiß/Colonia, 9.9.
Me escribe Rolando: «Acabo de ver Thunder Road, con Mitchum (l958). No recordaba a la novia-cantante (Keely Smith) y ni sabía quién era en ese tiempo. No se hizo famosa como movie star sino como cantante con Louis Prima en Las Vegas. Muchos recuerdos cuando la volví a ver después de más de 50 años; me dicen que han llovido canas desde ese tiempo». Le contesto: «Ni idea de quién era Keely Smith, pero busqué en imdb Thunder Road y encontré una frase que dice ahí don Mitchum y me parece muy, muy suya. Se la estoy oyendo y viendo decir, sin conocer la peli: “(A un cliente ruidoso, refiriéndose a la cantante:) Ella se está ganando la vida. Si quiere rebuznar, váyase a buscar usted mismo el establo”».
Weiß/Colonia, 10.9. (1)
Acudí a la tienda de ortopedia donde ya me tenían las medias de compresión para mis putísimas piernas, y menos mal que sólo llegan hasta la rodilla. Aún así, con ellas puestas no puedo evitar sentirme algo así como el hombre anuncio del emplasto poroso del Dr. Winter.
Weiß/Colonia, 10.9. (2)
Los 2.800 espacios de una columna no permiten muchas florituras, pero siempre me queda el recurso de ampliarla por la puerta trasera (a través de un comentario), y es lo que hice hoy con la mía en El Espectador, de Bogotá, acerca de nuestras últimas palabras: «Me encantaría poder reencontrar un cuento que lei hace no sé cuántos años, y no logro recordar ni dónde lo leí ni de quién es. A lo mejor algún lector me ayuda. En ese cuento, el protagonista se ha preparado desde hace muchos años para el día de su muerte, eligiendo con sumo cuidado las palabras que dirá cuando sienta que le llega el último suspiro. Así es que cuando cree que le ha llegado ese momento, y está rodeado de toda su familia, pronuncia solemnemente tales palabras… pero no se muere todavía. Aprovechando el último resto de energía que queda en ese cuerpo, su intestino decide vaciarse y su esfínter anal aflojarse, y se vacía el uno y se afloja el otro, y el pobre hombre se da cuenta aterrado y murmura: «La cagué»… y es entonces cuando se muere, tras haber dicho sus auténticas últimas palabras». ¿De quién será ese cuento? Creía que era de Abdón Ubidia, pero no lo encuentro en ninguno de los libros suyos que tengo. Por otra parte, ahora me suena más bien a un autor ríoplatense. A ver si aparece ese lector que me desasne.
Weiß/Colonia, 10.9. (3)
Rolando Villazón en la tele, un programa de una hora titulado “Mi México”, y producido para el consumo de espectadores alemanes. Realmente, uno se pregunta cómo es posible que los tenores más conspicuos digan que aman la música de su país cuando lo único que hacen es masacrarla. Oír cantar a Rolando Villazón esa joya que es “Júrame”, de María Grever, como si fuese el aría de Caravadossi antes de que lo fusilen, le entran a uno ganas de tener a la mano un pelotón de tiradores de élite y poner contra el paredón al delincuantante. Ay, dios, oírle cantar rancheras a Turbulento Sábado (y aún eso tiene un pase, porque las rancheras son bastante atenoradas), o valses peruanos (¡”La flor de la canela”!, por los clavos de Cristo) a Juan Diego Flórez, o tangos a Marcelo Álvarez, es un espectáculo tan grotesco que uno se echaría a llorar en medio de la risa o a reír vertiendo abundantes lágrimas. En el caso del CD de Álvarez la cosa es particularmente peluda porque “Mi Buenos Aires querido” (¡¡nada menos que “Mi Buenos Aires querido”!!) lo canta a dúo con Gardel. ¡¡¡Con Gardel!!! La grabación de Gardel –perdón: del Mudo– es de 1934, la de Álvarez de 1999, de dos generaciones, 65 años, después. Y los oís cantar, pibe, y entendés el más profundo sentido de la frase clave del cuento de Julio –che, Julito, cada día escribís mejor–, ese que le dicen El perseguidor, le dicen: «Esto lo estoy tocando mañana». Sí, Carlitos, Mudo, zorzal: vos cantaste ya mañana en 1934, Álvarez no canta sino hoy, y nada más que hoy, en 1999. C’est ça la petite différerce! (¡esas enes intersilábicas de Gardel…!)
[En alemán, como en castellano, los adjetivos tienen los tres grados: positivo, comparativo y superlativo; por ejemplo: bueno, mejor, óptimo. Entre los melómanos de acá es habitual establecer así la gradación del adjetivo “dumm” (= tonto): tonto, más tonto, tenor].
Weiß/Colonia, 11.9. (2)
Las ligas alemanas de fútbol han iniciado la nueva temporada hace ya dos semanas y hoy le toca al equipo de Oskar jugar contra el de Weiß, así es que voy a verlo al campo deportivo, que está a medio camino entre mi casa y el bosque, a 2 minutos en bici. Esta temporada alinean ya los once jugadores reglamentarios y juegan a lo largo y no a lo ancho de la cancha, 30’ cada parte. Toda la familia Ritter (Montse, Frank, Henri, el padre de Frank; sólo falta Paul, que jugó con su equipo por la mañana y se ha quedado en casa) está ya en el campo cuando llego dos minutos antes de comenzar el partido. Y el sinvergüenza de Henri, por dormilón, se pierde el 1:0 con el que gana el equipo de su hermano, gracias a que Oskar paró un penalty a cinco minutos del final, y tres minutos después desvió a corner un balón que iba con intenciones de empate hacia el ángulo contrario de su arco. Al despedirme de Montse le pregunto: «¿Qué me dices de mi nieto, no es un héroe?»
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