Weiß/Colonia, 26.9. (1)
Vino Rebeca, que tiene cumpleaños mañana pero no quiere hacerme subir al tercer piso donde vive, después de oír que llegué molido de Bruselas. Y para más inri me he despertado con una garganta como de papel de lija. Qué he hecho yo para merecer este castigo, carajo…
Weiß/Colonia, 26.9. (2)
Pasan por el canal Arte una repetición del concierto de Navidad 2008 del Concertgebouw de Ámsterdam, con la mezzosoprano letona Elīna Garanča y la orquesta del lugar dirigida por uno de mis más admirados y seguidos, Mariss Jansons. La obertura de La revoltosa, con ese cuerpo sonoro, es algo grandioso. Y de yapa, como bis, la Garanča se arrancó con las carceleras de Las hijas del Zebedeo, otro Chapí, y la sala se venía abajo con la ovación final. Luego las he buscado en youtube, y están ahí, y dos versiones más, una que me parece sobresaturada de sonido, y la de Moscú, que preferí a la de Ámsterdam no sólo porque incluye al pie la letra, sino también por las violinistas que aparecen en el encuadre cuando la cantante está en el primer plano: son dos rostros que acompañan empáticamente la melodía de una manera admirable. Súper, diría Oskar.
Weiß/Colonia, 27.9. (1)
Me levanto porque no tengo más remedio. Moqueo y expectoro que yo mismo me doy naúsea. Pero algún que otro mail me templa el ánimo. Graciela, desde Río Ceballos: «Leo tu diario y me encuentro con que no hay dolor que te mantenga quieto; a la mañana estás hecho un desastre, y al mediodía ya estás dándole a la pata otra vez. Si no tuvieras esa vitalidad, ya estarías en silla de ruedas». Félix, desde Burkina Faso: «Sólo tengo un amigo alemán, aparte de ti»; pues como el otro sea tan alemán como yo, Félix querido, no te arriendo la ganancia, le digo. Y Rolando, desde Austin: «He estado leyendo algo de Churchill (el tomo que cubre [la Conferencia de] Teherán y [la] Operation Overlord y sus conversaciones con FDR y Stalin). De repente aparece lo siguiente: admite que ya no se seca después del baño, sino que se cubre con una toalla y se acuesta mientras Sarah le lee Pride and Prejudice».
Weiß/Colonia, 27.9. (2)
Volvió a Colonia el Circo Krone y el diario le dedica un buen espacio en la sección local, y por ello me vengo a enterar de que en Huelva, donde nació, y con motivo de las bodas de oro con su profesión, le han dedicado una calle a uno de los clowns de este circo, la Calle Payaso Tony Alexis. Le comento a Diny que con ello han abierto la veda: primero los payasos profesionales, y luego vendrán los aficionados, que en Huelva son legión, empezando por los cargos públicos, los gremios afines y la grey artística, donde la mies es mucha. Y que se salve quien pueda.
Weiß/Colonia, 27.9. (3)
Llamo a Huelva para enterarme de cómo transcurrió el segundo parto de Elena, el mismo día que el primero de Diny (Rebeca *1967), y hablo con la Nena, que se ha convertido así en abuela por quinta vez, y pese a que sus hijos empezaron a darle nietos casi ocho años después que los nuestros a nosotros, nos supera ya en uno. La mamá y el niño están bien, me refiere la Nena. Mientras yo reflexiono que papá tendría ya entonces nada menos que once biznietos. La suerte fue que alcanzó a conocer a todos los nietos y a dejar en ellos una huella indeleble.
Weiß/Colonia, 27.9. (4)
Entro en clausura, me quedan menos de dos meses para releer Bomarzo y Paradiso y establecer el puente entre ambas. Ahora ya no puedo levantar la cabeza al menos hasta que estén releídas, porque lo de escribir el texto de la conferencia, en comparación, se me figura que va a ser fácil. (Me moriré habiendo sentado patente de optimista, tan luego yo…)
Weiß/Colonia, 28.9. (1)
Noche toledana y despertar con la nariz convertida en un caño de la Fontana di Trevi. Podrían fumigarme con un aerosol que me convirtiera en estatua, y plantarla en la placita delante de la guardería del pueblo: Monumento al Catarro Nasal. En Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, estoy seguro de que lo harían, no he visto en mi vida una ciudad con más monumentos públicos. Cómo será la cosa que una vez, al pasar por un cruce de calzadas importantes, me sorprendió de manera agradable ver esta vez en el centro una estación de servicio de una compañía autóctona, al menos yo no la conocía. Y así se lo dije a Carlos Lazcano, mi anfitrión cruceño, quien al rato se atrevió a sacarme del error: «No se engañe, don Ricardo. Era el Monumento a la Gasolinera».
Weiß/Colonia, 28.9. (2)
Una llamada telefónica de un futuro maestro del ajedrez. Oskar quiere saber si puede pasar con nosotros la primera semana de las vacaciones de otoño. En buen cristiano esto se llama gambito de dama (=la abuela), con la mirada dirigida a poner en jaque a la otra dama (=Montserrat, su mamá). Y además enrocar el derecho a pasar unos días de octubre con nosotros, bastante antes de que Paul y Vincent se aviven al respecto. Qué cabrón. Ni Kaspárov fue tan precoz.
Weiß/Colonia, 28.9. (3)
Continúo pese a todo la lectura de Bomarzo y creo ver la lucecita de un candil parpadeando detrás del último recodo antes del final del túnel. Mi vista es excelente, tanto como mi oído.
Weiß/Colonia, 29.9.
En el canal Festival la Sinfonía Fantástica de Berlioz explicada por Bernstein. Bueno, es muy instructivo, como cuando lees el Quijote anotado por Martín de Riquer (de Clemencín ni se me ocurre hablar, aunque las explicaciones de Bernstein recuerdan más las de Clemencín que las de Martín de Riquer), pero yo a mi Berlioz no lo escucho para que me instruya, qué carajo.
Weiß/Colonia, 30.9.
Este reputísimo catarro me tiene –literalmente– agarrado por el cuello. Tosiendo me paso las noches (Diny duerme desde hace tres días en el cuarto de invitados) y un virulento ataque de tos hoy, después de la siesta, mientras tomaba el café con que siempre termino de despertarme, me hizo pensar en la lúgubre posibilidad de morir con un coágulo de flema bloqueándome las vías respiratorias, al igual que un vómito atascado en ellas acabó con la vida de George Grosz. He perdido la cuenta de los jarabes, pastillas, linimentos, inhalaciones y demás potingues con los que Diny trata, desesperadamente, de que recupere la salud y la voz sin velo. Esta mañana, al levantarme, me preguntó como de costumbre qué tal me sentía, le contesté por señas –soy un mentiroso nato– que mejor, y entonces quiso saber si hoy volvería por fin a sonreír. Sea como fuere, de mañana no pasa que salga a respirar el aire libre; espero que me haga bien, y si no, si hay una recaída, mala pata. Llevo cinco días encerrado entre estas cuatro paredes y me siento como una fiera enjaulada. Uno de los últimos ejemplares de una especie en vías de extinción. Con Helen la habríamos bautizado como el dromebadario y ella habría dibujado un camélido de una sola giba con mi rostro de vicuña filosofante (y hasta puede que con gafas). Inventando estas pendejadas se me pasa la tos, pero sólo para volver luego con arrestos renovados, la remilputa que la recontramilparió. Menos mal que la relectura de Bomarzo sigue adelante, y a buen ritmo, y que ya tengo media docena de puntos de apoyo para intentar bascularlos sobre Paradiso. Me siento Tarzán con el brazo derecho en cabestrillo y la pierna izquierda enyesada.
Weiß/Colonia, 1°.10. (1)
Me escribe Daniel desde Madrid y me hace dos preguntas idiomáticas: cómo se dice “el Mal” en alemán, y si en Alemania llaman “ratón” a lo que los taínos “pija”. En cuanto a lo primero le contesto que el Mal metafísico en alemán es un sustantivo neutro: das Böse, y que a falta de la tecla «ö» también puede escribirse «das Boese», aunque entonces como que es menos metafísico. Por lo que hace a lo segundo, ahí tuve que consultar el Bornemann, los dos tomos de Sex im Volksmund, el “tesoro léxico obsceno de los alemanes”, según reza el subtítulo, y en él encontré que “ratón” es en efecto uno de los ± 300 apelativos populares de que estos aborígenes disponen para nombrar al pene. Le pregunto luego a Carlitos, de camino a nuestro demorado almuerzo en La Modicana, si alguna vez oyó la palabra “ratón” referida al miembro viril, y me dice que no, experiencia que comparto. Y luego le pregunto si conoce la expresión española “llevar al huerto” como locución popular que denota seducción sexual. Alma de Dios, Carlitos me contesta que sólo conoce lo de «Que yo me la llevé al río». Y bueno, hay un paralelo, qué duda cabe. Pero se lo he preguntado porque estuve hojeando el Bornemann un rato y descubrí que hay en alemán una expresión equivalente: «eine in die Pechhütte führen (=llevártela a la cabaña del betún)». Refiere Bornemann que la expresión proviene del léxico de los leñadores, quienes, en la Edad Media, trabajaban en el propio bosque ciertas maderas de coníferas difíciles de transportar, convirtiéndolas en alquitrán, pez y carbón de leña. La cabaña del betún (como llamaron al lugar destinado a esa labor) solía estar muy aislada, así es que en las comarcas alpinas se originó pronto el subterfugio de haber ido a ella cuando alguna pareja desaparecía con fines eróticos. Qué tíos. Y qué tías. Digo, suponiendo que efectivamente fueran allá para tales menesteres.
Weiß/Colonia, 1°.10. (2)
Cuando Diny regresa de casa de Montse lo hace en compañía de Vincent, que andaba de visita donde los primos y le preguntó si esta noche podía dormir con nosotros. Me hace mucha ilusión darle un beso, sin temor a contagiarle mi bronquitis, que ya noto de capa caída, aun cuando me deja una resaca de huesos doloridos como si Polifemo me hubiera estrujado en su puño. (Me ha salido espontánea la imagen del gigante, que está enquistado en mi memoria y en mis papeles –no voy a ser tan atrevido que diga “mi obra” –, es uno de los protagonistas de mi novela corta El canto XXV, escrita allá por 1962. Un día de estos tendría que revisarla, de repente no es tan floja ni tan epatante como la recuerdo).
Weiß/Colonia, 2.10. (1)
Toda una plana del diario ocupan hoy las esquelas fúnebres de alguien a quien despiden con harto sentimiento su familia, sus amigos, la firma donde trabajaba… Una de ellas va encabezada por esta cita de Kafka: «Se ve al sol ponerse lentamente, pero se asusta uno cuando, de pronto, oscurece». Y me pregunto en que vendría a quedar esta frase, de haber nacido y vivido Kafka en el trópico, donde la noche sigue al día sin transición.
Weiß/Colonia, 2.10. (2)
Una vez al mes, o así, como hoy, Diny compra media docena de muslitos de pollo y los fríe hasta que la piel se queda coruscante y los sirve sin más, con una ensalada de rúcola y tomate. Me hace gracia verla manejando con precisión quirúrgica el tenedor y el cuchillo, mientras que yo, que llego a la mesa saliendo de las densas nieblas renacentistas de Bomarzo, ataco las presas con los dedos y los dientes, comiendo como si estuviera posando para un cuadro de Frans Hals o de Brueghel el Viejo. Al final, avergonzado, la tercera presa la destazo con el tenedor y el cuchillo, mientras que frente a mí, contagiada a destiempo, Diny come la suya con los dedos. Y después de la cena, en el canal Arte, pasan Rigoletto, en vivo, desde La Fenice, con lo que Diny puede coronar un lindo sábado, mientras yo, esclavo del deber y de un plan de lectura que debo de cumplir de manera rigurosa, regreso a la prosa de Manucho y me interno una vez más por los tenebrosos pasadizos del castillo de Bomarzo. Leyendo en el cuarto de invitados, por la comodidad de apoyar los codos en los brazos de la mecedora, de vez en cuando siento en fondo –desde la sala– retazos de una melodía directamente reconocible: «Caro nome…»
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