Weiß/Colonia, 23.10. (1)
Haciendo cuentas resulta que mi post de hoy es el # 100 de mi blog. Cien semanas en pantalla. Y sin faltar una sola. Se me ocurre que es un triunfo de la disciplina, pero además de mi archivo mental y del deseo de comunicarme con mis amigos. ¿Y qué hay de nuevo en ello? Para decir lo menos, nada. O sea, que también (o tampoco) nada de celebraciones.
Weiß/Colonia, 23.10. (2)
A propósito de Víctor/Victoria, de Blake Edwards, que la pasan esta noche en la tele, dice Milan Paulović, mi crítico alemán de cine favorito: que si a reglón seguido pasaran Tootsie, de Sydney Pollack, filmada ese mismo año 1982, terminaríamos con agujetas en el diafragma, de tanto reír. Me apena que los programadores del canal no pensaran en infringirnos tan deliciosa tortura. Por más que, como se sabe, una de las más refinadas y crueles maneras de ejecutar la pena de muerte en China consistía en colocar al condenado tendido en un cepo del que sólo sobresalían sus pies, cuyas plantas eran acariciadas por plumas, produciéndoles cosquillas que al final terminaban por matar a los condenados, literalmente reventaban por dentro riéndose de la manera más dolorosa que uno se pueda imaginar. Morirse de risa es, pues, algo de eso que solemos llamar, sin saber muy bien lo que decimos, la sabiduría oriental. La puta que los recontramilparió.
Weiß/Colonia, 24.10.
Viene hoy en el diario una entrevista a toda plana con Vargas Llosa, y el periodista le pregunta: «De los arequipeños se dice que de vez en cuando padecen una forma especial de malhumor, “la nevada”. ¿También usted la sufre a veces?» «En ese sentido soy un arequipeño genuino. Me da también “la nevada” cada cierto tiempo». «¿Y qué hace usted entonces?» «Escribo. Es la mejor terapia contra ese género de neurosis». ¿Será “la nevada” el equivalente arequipeño de “la mala follá” de los granadinos? Investigar con Julio la parte peruana y con Cheme&Nono la granaína.
Weiß/Colonia, 25.10., de madrugada
Una peli de Bertrand Tavernier que todavía no había visto, In The Electric Mist, y que una vez más me arrastra de manera irremisible. Es el heredero de Renoir y Truffaut. Y pensándolo se me ocurre lo curiosa que es la relación de los directores franceses con la realidad USAna cuando por fin la enfrentan. Renoir en The Southerner, Truffaut en La siréne du Mississippi… siempre el sur, uno que con Malle, en Viva María, de tan sur que es, hasta es México.
Weiß/Colonia, 25.10. (1)
Almorzamos sopa de pescado en Sweet Sushi, como acordamos hace una semana Julio y Víctor, Carlitos y yo: la presencia de Víctor es de importancia capital, y su dictamen aumenta el placer de la degustación; se trata, en verdad, de una sopa memorable. El problema es que el restaurante se encuentra casi en el epicentro del centro comercial de Colonia y se ha corrido la voz de que acá se come excelentemente. De modo que a las 12.00, sólo ½ hora después de abrir, ya casi no hay una mesa libre, y eso no sería malo puesto que yo estaba sobreaviso y llegamos a tiempo de tener una. Lo malo es que los clientes son la gente guapa de las oficinas y negocios “finos” del centro, y es gente acostumbrada a parlotear papagayescamente, de tal manera que a los ¾ de hora de estar allá y salir a la calle, con su intenso ruido de tráfico, parece como si ingresáramos a una zona de silencio. Me temo que tendremos que renunciar a esta sopa de pescado, o bien nada más encargarla por teléfono y pasarla a buscar en un recipiente térmico para comerla en casa.
Weiß/Colonia, 25.10. (2)
Mi querida *** me escribe después de leer mi diario: «Con respecto a tu entrada del 22.10. (1): En la lista de los déspotas no haces mención alguna del de Nicaragua. Por favorcito, cuando reces tus oraciones no te olvides de esa petición». Le explico: «En cuanto al dictadorzuelo nica, el problema era el límite de los 140 caracteres de un tuit, pero en la edición en pantalla de mi Twitter’s Digest, donde no cuenta la firma, lo puedo incluir el 11.11. aunque… ¿no te parece que es hacerle demasiado honor, ponerlo al lado de un Lukachenko, de un Castro, de un Chávez, de un Mugabe, de los generales birmanos? Pero sea, en honor tuyo». Y ella: «Aunque sea un mero sátrapa de pacotilla, desgracia bien y bonito la vida de la gente, igual que los de mayor calibre. La pobre Nicaragua ya quedó borrada hasta del mapa de los buenos deseos cristianos, eso sí que es triste». Y yo: «Lo dicho, en honor tuyo, pero es darle demasiado caché a un pigmeo. Voy a ver si encuentro algún reyezuelo tirano en una de esas islas-Estado que pululan en Micronesia, Melanesia y Polinesia, pa’ que no se sienta tan solo entre los grandes hijueputas ese hijueputita».
Weiß/Colonia, 26.10.
Como por fin pude entregar el lunes a la redacción la reseña de La gran novela latinoamericana, decidí dedicar esta semana a la convalecencia del feroz ataque de carlosfuentitis que he sufrido, descansando y entregado a la lectura de policiales y a la visión y revisión de pelis. Hoy, p. ej., a partir de las 10 p.m. tengo programa completo hasta las 2.20 a.m., así es que cerraré temprano el quiosco (como familiarmente la llamo a mi compu) y ya no lo abriré hasta mañana de mañana. Porque el programa promete. Primero Pardonnez-moi, una investigación familiar auténtica, con los verdaderos protagonistas, realizada por la joven directora francesa Maïwenn LeBesco y que es una de las pelis más duras filmadas en la década del 2000, sin necesidad de recurrir para nada a las orgías de sangre y acción de un Tarantino: basta con filmar a la propia familia. Me recordó un tuit de Héctor el día del cumpleaños de Diny: «No es necesario ver telenovelas si uno tiene una familia numerosa. Basta observarla con cuidado»; y eso fue lo que Maïwenn hizo con la suya. Sólo que su “home movie” hay veces que te agarra por la garganta hasta casi asfixiarte, y se siente uno otras tantas veces tentado de cerrar los ojos. Es acojonante, como un caso de Lew Archer, pero en la realidad. Después pasan El muerto de Nordermoor, una peli islandesa basada en el 3er caso de Erlendur Sveinsson, el estoico comisario protagonista de la saga de Arnaldur Indriðason, nuestro autor favorito de este género, para Montse y para mí: la novela, por cierto, es de las pocas suyas traducidas al español, con el título Las marismas. Y finalmente, a las 0.20 a.m., L’homme de Chevet [que en alemán, ¡oh máquina de los dioses!, se titula Cartagena], con una Sophie Marceau en su mejor momento interpretativo y en un papel requetecontrajodido, el de una paralítica. Mundo cruel e hijueputa, vida de mierda, cabrones, hay veces que os portáis bien conmigo, la madre que sus parió, como diría mi abuela Remedios.
Weiß/Colonia, 27.10. (1)
Otoño canadiense. Arcebelle me escribe desde Toronto: «Asunto extraño ocurre este año en Canadá, según me dicen debido a la poca lluvia. A los árboles caducos, en especial a los arces, no se les han caído las hojas como es costumbre. Las hojas quedan en el árbol verdes deslucidas apachurradas. En otros casos como en el del arce rojo, pasa lo mismo, practicamente se pudren en el árbol para caer luego sin gracia y sin volar. El color incendiario de los otros otoños no existe y es de lo más sin gracia. No es posible encontrar a mi arce para abrazarlo y decirle cuánto lo añoro, porque todos aparecen iguales y no es cosa de andar dando morrongas a todos. Así que el paisaje se ve extrañísimo, le falta vida, y a mí hojas bellas para recoger del suelo y guardar entre los libros hasta que suenen sh, sh o para exhibirlas en cajas con orgullo. Tengo cajas llenas de hojas de otoño y me encanta abrirlas y admirar la perfección de la naturaleza». Le contesto: «Carezco de cualquier otra explicación para ese otoño tan atípico y me siento feliz de que acá haya llovido, si la causa del desotoño canadiense es la falta de lluvia. Lo siento por vos, pero más por los arces; vos, a fin de cuentas, siempre podrás decirte aquello de Rick en Casablanca: “We’ll always have Paris”» (París = los nietos, en tu caso).
Weiß/Colonia, 27.10. (2)
Ana me escribe desde Barcelona: «Hay que ver lo mentiroso que eres, que vas por ahí diciendo que no sabes inglés y luego ¡zas! te sacas de la manga ese ipso fuckto… que desde luego me apropio ahorita mismo». Le contesto: «No sé inglés, Ana, pero sí algunas palabras elementales para pensar en los políticos gringos; el ipso fuckto me lo inventé con Nixon, o sea que tiene pedigrí. Y al penúltimo presi, que tanto insistía –para distinguirse de su señor papá– en que él era George W. Bush, nunca lo he nombrado de otro modo que como WC Bush, y la gente cree que es un lapsus teclae al escribirlo y/o un error si me lo escuchan: que lo siga creyendo».
Weiß/Colonia, 27.10. (3)
Por un email de una amiga querida descubro que está de paso en Managua y le escribo que se cuide mucho y regrese pronto a casa, lo más lejos posible de Anastaniel Ortomoza Somega.
Weiß/Colonia, 28.10., primera hora del nuevo día (1)
Celebrity no la veía desde que se estrenó, allá por 1998, 1999. También es verdad que no la han pasado (que yo sepa) por la tele y que no compré nunca el DVD. Ahora creo entender por qué. Porque Woody intentó algo que sólo estaba al alcance de Altman en sus momentos inspirados: filmar teniendo como reparto una galaxia. Gingerbread Man, ¡también con Kenneth Branagh!, es del mismo año que Celebrity, pero «¡Por Dios!», como diría Álvaro Mutis: aun no siendo una de las mejores de RA, qué diferencia entre ambas. Y mira si no seré yo un fan de Woody.
Weiß/Colonia, 28.10., primera hora del día (2)
Terminada la peli de Woody alcancé gran parte de la transmisión del concierto del 20.5. en la Gewandhaus de Leipzig, con mi tocayo Chailly dirigiendo la 10ª de Mahler, la mía preferida por esas razones del corazón que la razón no entiende. Ese final glorioso que es como si un ángel se llevara un dedo a los labios y avisara así: «Déjenlos reposar, el amor los ha vaciado, no tienen ni fuerzas para otra cosa que entrelazar sus manos».
Weiß/Colonia, 28.10. (2)
Transmiten desde Moscú la inauguración del Bolchoi restaurado. Me llegan especialmente el coro y el ballet de las danzas povoltzianas de El príncipe Igor, la melodía de identificación de nuestra revista radiofónica en Huelva, desde 1954 a 1959. Vicente fue quien la eligió, y años después nos sentimos estafados en nuestros sentimientos cuando algún agiotista musical, que también los hay, convirtió esa melodía irrepetible en un hit vomitivo: “Strangers in the Night”. Recuerdo como si fuera hoy cómo le rogábamos al operador de servicio que colocase la aguja del tocadiscos sobre la estría de los 3’45” para iniciar la emisión con el crescendo del timbal. Qué caramba, iniciar una emisión del Frente de Juventudes, en 1954, con música rusa, era un desafío del que los censores ni se enteraron. Y luego, de la transmisión del Bolchoi, lo que más me llegó fue –bueno, tratándose de mí no es raro– la pieza de mi amado Shostakovich, el tango de La edad de oro, ¡qué huevos, componer eso en pleno estalinismo, esa música “decadente”! Pero ni siquiera en Argentina se compuso un tango como ese, no hasta llegar Astor Piazzolla.
[Envío esta entrada como anticipo de mi diario a los viejos compañeros de la revista Camino y me contesta Javier casi a vuelta de correos: «Eres un jodido manipulador. Querías demostrar lo vomitivo de “Extraños en la noche” y has elegido la más acaramelada y melosa de las opciones posibles; ¿no podías habernos enlazado con la del Sinatra Frank, bastante más digerible, sin necesidad de llegar al vómito? Y que conste que también estoy en contra de esa canción, pero le concedo el beneficio de la duda. […] Al margen de todo esto, el tango de Shostakovich, escalofriantemente bello. Al terminar, me di cuenta de que durante cuatro minutos y medio no había respirado… y sobreviví, como lo demuestra el hecho casi incontrovertible de que estoy aquí». Le contesto: «Desde luego tienes razón en que la versión de «Strangers in the Night» por la Sinatra es la peor, pero no hubo manipulación por mi parte al seleccionar ese hípervínculo, fue cosa absolutamente natural y decidida ab ovo, porque quería dejar en claro qué mierda es lo que hicieron con ese tema maravilloso; entonces, cuanto mejor fuese la versión, peor se entendería lo que yo quise demostrar. Estaba obligado a poner la peor posible. Y bueno, el tango de Shostakovich, y en general toda su música, que adoro, me enfrenta con una de las desgracias que mayormente sufro en la vida: mi incapacidad para expresar con palabras lo que despiertan en mí»].
Weiß/Colonia, 29.10. (1)
Salgo con la bici a la farmacia y a comprar la revista quincenal con la programación de la TV. Aprovecho para acercarme al dique y estar un rato contemplando el Rhin. Ni una sola gabarra hoy. La corriente se desliza como un paño de seda marrón claro que desliara un sastre sobre el mostrador de su taller. Y al regreso a casa lo hago por la escuela, para poder fisgonear en el Bücherschrank, y la suerte me acompaña: encuentro un ejemplar en magnífico estado de conservación, de un libro que le va a encantar a Diny, La comedia humana, de Saroyan. Yo la he leído como cinco veces a lo largo de mi vida, pero es la primera vez que la veo en alemán.
Weiß/Colonia, 29.10. (2)
Esta noche cambiamos al horario de invierno, a las 3 p.m. tenemos que atrasar una hora el reloj, lo que significa que mañana podremos dormir una hora más. No sé si irónicamente, en el primer canal de la TV está programada, entre 0.15 y 2.05, Insomnia [en el Río de la Plata se estrenó con un título dostoiewskiano: Noches blancas]. Es una versión Hollywood, o sea, un remake de otra peli noruega del mismo título, y muy buena, por cierto. Pero por una vez (más), Hollywood acertó y no fue el acierto del burro que tocó la flauta. Así es que, haciendo honor al cambio de horario, la veré de nuevo antes de tomar el whisky de la espuela y atrasar una hora en todos los relojes de la casa que no se actualizan automáticamente. Son seis. Lo haré pensando en la escena del ballet de Prokofiev sobre Cenicienta que termina con la mímesis del tic tac del reloj y las doce campanadas de la medianoche, subrayadas por la percusión como si la Grand Armée de Napoleón disparase contra los muros del Kremlin, ¡qué exagerao usté, don Sergio, caramba!; también lo bailaron anoche en la inaguración del Bolchoi.
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