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De mi Diario : Semana 44 / 2010

Weiß/Colonia, 31.10. (1)

Horario de invierno a partir de hoy. Durante la noche hemos recuperado la hora de vida y de sueño que perdimos a fines de marzo. Y la primera noticia que veo en mi recorrido dominical de los diarios, empezando por los neerlandeses, es la muerte de Harry Mulisch. Me digo que a lo peor la puntilla se la ha dado el Nobel a Vargas Llosa. Nadie como Mulisch lo merecía más en el ámbito de la lengua neerlandesa, la única europea occidental que jamás alcanzó el premio. Y él ha estado mereciéndoselo desde hace años. Maldición eterna a los gnomos de Estocolmo. Y descanse en paz el gran Mulisch. Como paradójico programa de contraste, suenan en fondo las bellísimas nanas a la guitarra de Fernando Espí, del CD que me regaló anteayer en Bremen. La muerte y la vida, siempre tan próximas. [Y que los dioses todos me perdonen este derrumbe en el lugar común. Y que perdonen de paso a los hacedores de Wikipedia, cuya entrada sobre Mulisch, en español, está plagada de errores]. 

 

Weiß/Colonia, 31.10. (2)

Aunque vivimos en la misma ciudad, hace años que no me encuentro con Manfred Blaeser, uno de mis muy buenos amigos alemanes. Antes, cuando Montse vivía en el viejo sur coloniense, cerca del Parque Hindenburg, al que dan las ventanas del apartamento de los Blaeser, y yo me iba allí con Paul y Oskar para que jugaran al fútbol en una de sus praderas, nos veíamos muy a menudo. Me alegro del reencuentro porque pese a sus infartos es un tipo siempre lleno de vida y de ideas y cosas peregrinas que contar. Vendrá con Ilse, y los traerán Chico, Angie y Vincent, que pasarán a buscarlos. Porque los Blaeser, como los Bada, jamás han tenido auto.

 

Weiß/Colonia, 31.10. (3)

No es fácil hacer amigos en Alemania, quiero decir, hacer amistad con alemanes. Amistad en el sentido de afecto íntimo, duradero, incorruptible por el tiempo y la distancia, refractario al egoismo, amistad –en fin– como sentimiento más profundo y más altruista que el amor. Bien visto, hacer este tipo de amistad no es fácil ni en Alemania ni en ninguna parte, sólo que los meridionales disimulamos mejor y universalizamos el uso de la palabra «amigo» aplicándola también a aquellos que entre septentrionales serían simplemente «buenos conocidos». Pero yo, quizá por llevar viviendo en Alemania dos tercios de mi vida, he logrado hacer amistades en este país. No llegan a la media docena, pero cada una de ellas vale  por una docena larga de algunas otras que llamaré meridionales. Uno de esos amigos alemanes fue nuestra visita de hoy para cenar: Manfred Blaeser, de Tréveris, paisano de Carlos Marx, pero además nacido junto al Mosela, allí donde Alemania se vuelve Francia. Lo conocí por razones de tareas de asesoría discográfica que debimos desempeñar en común, en la Radio Deutsche Welle, y al cabo de muy poco tiempo nos tuteábamos y nos visitábamos recíprocamente en nuestras casas, amén de que Ilse & Diny hicieron también una excelente amistad, y las tres hijas de los Blaeser fueron las baby sitters permanentes de nuestros niños, entonces muy pequeños. La amistad comenzó alrededor de 1970, y se ha mantenido y acrisolado hasta hoy. Manfred es además uno de los coleccionistas más consecuentes y mejor enterados que conozco. Su pasión son los autógrafos y los grabados, y de  ambos tiene buenísimas y amplias colecciones. A la primera estoy orgulloso de haber aportado no pocos libros dedicados personalmente a él –a petición mía– por algunos de los más grandes, entre ellos García Márquez, amén de que le he ido regalando en ocasiones muy señaladas (sus cumpleaños, por ejemplo) originales de cartas de Jorge Amado, Alejo Carpentier o Cortázar. Y en su colección de grabados se cuentan varios que ya quisieran algunos museos de campanillas tenerlos colgados en sus paredes, sobre todo los de maestros del expresionismo alemán. Esta es la persona que nos ha visitado hoy. Y mientras nos visitaba, llegaron dos nuevas visitas por teléfono: mi hermana Susana desde Buenos Aires, indemne de regreso de Colombia (Laus Deo!), y la bella Milagros desde Lisboa.

 

Weiß/Colonia, 1°.11., “Tosantos” (1)

Encontrado en la página Twitter de Alberto Salcedo Ramos, maestro de cronistas:

«El pueblo era tan pobre que los asaltantes no tenían armas, y para atracar debían echarle un puñado de tierra en los ojos a la víctima».

 

Weiß/Colonia, 1°.11. (2)

En el diario de hoy se hacen eco de la muerte de Mulisch con un ⅓ de página. Willy es quien se ocupa de la edición de sus obras en De Bezige Bij (La Abeja Laboriosa), y ayer, al teléfono, nos contó que hace una semana estuvo con él y ya se lo veía muy mal. De Mulisch hay algo que me gustaba mucho, su ironía acerada, implacable, como cuando escribió que de sus compatriotas neerlandeses, los que más le gustaban eran «los que se fueron a la Resistencia después de 1945». Este hijo de una judía de Amberes y un austríaco que durante la ocupación de los Países Bajos colaboró con los nazis para evitar que Harry fuese deportado a un campo de concentración, en algún momento se definió diciendo «Yo soy la segunda guerra mundial». Y su libro sobre el proceso a Eichmann puede ponerse sin demérito al lado del clásico de Hannah Arendt. Aparte de otras muchas obras inolvidables, sobre todo De aanslag (a la película sobre su novela se le concedió el Oscar a la mejor extranjera del año*). En fin, se murieron los últimos tres grandes de la literatura neerlandesa –Hermans, Reve y Mulisch­– y ella sigue sin Nobel. ¿Será posible que al final termine ganándolo Nooteboom?  Pienso en Couperus y Vestdijk, y en los flamencos Boon y Hugo Claus, y no puedo sino encogerme de hombros y suspirar pensando en la ceguera sueca.

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* Descubro que De aanslag (El atentado) se tergiversadujo en España como El asalto. Sólo me lo explico por una perruna devoción lameculos a Estados Unidos, donde la titularon The Assault.

 

Weiß/Colonia, 2.11. (1)

Me escribe Lourdes, desde Quito, preguntándome si conozco al poeta argentino Roberto Santoro, y como no lo conozco, contacto con mi tocayo Ostuni, en Buenos Aires, quien me cuenta: «Santoro fue un poeta del Grupo Pan Duro, que militó en los grupos subversivos de los años 70 junto a otro poeta muy recordado, Paco Urondo. Ambos murieron, Santoro desapareció luego de ser detenido en la escuela donde trabajaba. Urondo cayó en Córdoba en un tiroteo. (…) Mi pasión por la poesía pudo más que mi rechazo a la violencia, y cuando era funcionario del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires [durante la alcaldía de De la Rúa] conseguí que se construyera una plaza en la esquina de Corrientes y Fraga que lleva el nombre de Roberto Santoro. Es un resto de terreno de propiedad municipal que estaba sin edificar. En las paredes hay murales muy buenos, algunos dañados por los imbéciles de siempre». Subrayo in mente la frase «mi pasión por la poesía pudo más que mi rechazo a la violencia». Chapeau!

 

Weiß/Colonia, 2.11. (2)

Hoy debe de ser el Día Internacional de la Nomenclatura Ciudadana, porque Maysi me escribe desde Madrid, después de leer el último post en mi blog de El Espectador, de Bogotá, donde exulto de alegría porque en el callejero de Madrid no se honra a Fernando VII. Pero Maysi me dice que ha comprobado «que alguien se acordó de honrar al rey felón con una calle, está hacia la Ciudad Lineal, más o menos». Evidentemente, la guía de Madrid que yo manejé se quedó ya  obsoleta, y en verdad es espantoso pensar que haya tan poquísima memoria histórica en ese país. Una Calle Fernando VII en su capital explica tantas, tantas cosas…                               

 

Weiß/Colonia, 3.11., primera hora del día

Entre una cosas y otras, ayer no avancé sino 502 espacios en el texto de mi conferencia de San Sebastián. Estoy pagando caras las consecuencias de mi desdichada idea de comparar Bomarzo con Paradiso. Me quedan doce días para dar de mano, la pregunta del millón es si lo conseguiré.

 

Weiß/Colonia, 3.11.(1)

El regreso del invierno propicia el de ciertos gestos. Hay algunos que vienen con los genes, y otros que se adquieren. Yo he adquirido en Alemania, por ejemplo, uno que acabo de reestrenar esta semana. Después de desabrocharme el chaquetón me saco la bufanda con la mano derecha y la mantengo asida cuando me saco a renglón seguido el chaquetón empezando por la manga izquierda, mientras que en el siguiente movimiento, y al mismo tiempo que me saco la manga derecha, voy metiendo en ella la bufanda hasta la mitad, de manera que uno de sus extremos sobresalga por esa bocamanga y el resto cuelgue en el interior del chaquetón. [Stendhal leía todos los días un par de páginas del Código Civil antes de ponerse a escribir. Yo me tracé la norma de describir a diario un objeto, un movimiento, una sensación, en un máximo de cien palabras. Y cuando no me sale, para recordar cómo se alcanza el matiz exacto, me basta poner en el CD-Player la grabación del ensayo del segundo movimiento de la Eroica, de Beethoven, con Pierre Monteux dirigiendo la orquesta del Concertgebouw. Mano de santo].

 

Weiß/Colonia, 3.11. (3)

Encontrado en la correspondencia de D.H.Lawrence, en una carta que escribe desde el golfo de La Spezia, el 16.4.1914, a su amigo McLeod: «”Eh –decía Achillle el viernes santo () cuando Elida salió a buscar pan–, hoy podemos pecar cuanto queramos, el Señor está muerto y no nos puede ver”. Y están casi convencidos de eso». Creo que el gran Lorenzo jamás viajó al Perú, sería curioso leer lo que hubiese escrito, de pasar en semana santa por el pueblo de Madeinusa.

 

Weiß/Colonia, 4.11. (1)

Me entero por una glosa en el diario de hoy, de que ayer fue el Día Mundial del Hombre y el 19 será su Día Internacional, y que este segundo festivo es fruto de un acuerdo alcanzado en una Asamblea de las Naciones Unidas. Si serán hijueputas: se quedan cruzados de brazos ante la masacre de Ruanda, y acuerdan pendejadas como el Día Internacional del Hombre. Cuánta razón, Discépolo, viejo, «el mundo fue y será una porquería, yyya lo sé».

 

Weiß/Colonia, 4.11. (2)

Dos veces Weiß en el diario de hoy. Una a propósito de una iniciativa ciudadana para que la vieja capilla dentro del cementerio –ahora que se dispone de una moderna sala que oficia de tanatorio­– pueda ser aprovechada como columbario. Las autoridades municipales se oponen, pero, como irónicamente titula su crónica el gacetillero del pueblo, «la iniciativa ciudadana aún no ha enterrado el proyecto». Y en las páginas centrales una foto de la encantadora Heike Makatsch, una de mis actrices alemanas favoritas, en su papel de tía de Tom Sawyer, una tía Sally joven y rozagante (no como la original de Mark Twain), acompañada por su sobrino y por Huckleberry Finn. Que son respectivamente Leon y Louis; Louis, uno de los mejores amigos de nuestro Paul, y Leon un engrupido que está en la misma clase del Gymnasium (=Instituto) que Paul y a quien Paul le dio un par de trompadas el otro día porque se hartó de las provocaciones del “actor”. A decir verdad, y con el Rhin de telón de fondo, a falta de Misisipi, todo ello resulta muy marktwainesco.

 

Weiß/Colonia, 5.11., primeras horas del día

Terminé la lectura de Correr el tupido velo, el libro memoriológico de Pilar Donoso acerca de su padre, y ya he conseguido escribir la primera frase de la reseña: «Hay una total ausencia de pretensiones literarias (diré mejor: de ínfulas literarias) en este libro, y ello lo convierte en una lectura apacible y gratificante. Sin embargo me plantea una cuestión no sé si resoluble: ¿hasta qué punto puede interesarle a quien no conozca la obra de José Donoso?»  Esto + 196 palabras más es todo lo que he logrado avanzar en dos horas de pelearme con el teclado y la pantalla. Y ni un centímetro en el texto de mi conferencia de San Sebastián, el 16, del que todavía me falta una buena cuarta parte. La vida del escritor mercenario no es un lecho de rosas.

 

Sürth/Colonia, 5.11.

Montserrat cumple 40 el domingo y nuestro yerno le quiso dar como regalo de cumpleaños una sorpresa: viajar los dos a París este fin de semana, con Paul y Oskar, para lo cual debía contar con la complicidad nuestra. Y acá estamos en la casa de ellos, cuidándoles hasta el domingo por la noche a Henri, que ayer cumplió diez meses y es una tarea a tiempo completo. Por si ello fuera poco, resulta que trabajar con la compu casera de los Ritter Bada es volver a la edad del Neolítico virtual, cuando estos cacharros funcionaban con fuego de leña. Acostumbrado a la velocidad vertiginosa de la mía, trabajar con esta en los ratos que Henri deja libres es como ver a un piloto de Fórmula 1 manejando un 2CV. Y en esas, además, me cae un encargo por demás honroso de mi otro Héctor, el mexicano, que no puedo desatender. Mañana tendré que regresar al home, sweet home por un par de horas, para despachar el tema quizás en un santiamén, lo que aquí me llevaría ± el tiempo de la construcción de la catedral de Colonia. Ahora entiendo mejor lo que Oskar quiso decir el otro día, pasando una semana con nosotros en casa, cuando le comunicó a Diny que su regalo de cumpleaños, o del IGD, quería que fuese una compu como la del abuelo. Alma de Dios, yo pensé que se refería al monitor panorámico precioso que tengo, pero claro está que no, en lo que estaba reinando era en la velocidad con que trabaja mi compu.

 

Sürth/Colonia, 6.11. (1)

Delia Juárez es una de mis firmas favoritas entre las mexicanas (con ese apellido qué otra le queda). Su sección regular en Nexos, De la A a la Z, es disfrutable como un buen helado de stracciatella. Ahora me está leyendo también ella a mí, en el blog de Fronterad, y hoy me ha comentado en un mail, a propósito de lo que dejé dicho el otro día sobre las arrugas faciales y el botox: «Acá en México, a las arruguitas en los bordes de la boca de las mujeres las llamamos “el código de barras”, ¿no es todo un hallazgo?»  Pos claro que sí, ándele no más

 

Sürth/Colonia,  6.11. (2)

Amoroso Henri, se me cae la baba con él. Hoy, cuando llegué de regreso de Weiß, de trabajar comm’il faut con una compu comm’il faut, antes de entrar a la sala me saqué los tenis y me puse las chancletas forradas de Frank, en el guardarropas del vestíbulo. Cuando entré en la sala, Henri, en el suelo, gateó inmediatamente hacia mí, como ayer, y se me alegró el corazón al ver (creer) que me reconocía. Hasta que de un modo confuso advertí que lo que el pobrecito mío reconoce son las chancletas de Frank y piensa que ha regresado su papá. Esta es otra de las buenas cosas que se aprende como abuelo: a ser humilde.

 

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