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Mientras tantoDe mi diario : Semana 46 / 2018

De mi diario : Semana 46 / 2018


 

Weiß/Colonia, 11.11.

0:45 am : Por fin acabo de ver completa A Little Chaos [en español Un pequeño caos, aunque me gusta más el título alemán, La jardinera de Versalles]. No es una peli cualquiera. Bastaría para ello pensar que es una de las solo dos que dirigió ese gran actor que fue Alan Rickman, y prácticamente su testamento. Lo hizo con toda dignidad, incorporando a Luis XIV, el rey sol.

 

Viene Montse a recoger a Henri + nuestro regalo de cumpleaños, y trae pasteles para el café. La plática es sobre el tema del Día Internacional del Regalo. Angie & Vincent se irán donde los padres de Angie, a Franconia, como todos los años pares. Y los que quedamos acá vamos a pasar por vez primera la Nochebuena en modo cada–mochuelo–en–su–olivo. Pero uno de los dos días festivos que siguen nos reunimos todos aquí, para un brunch, al que cada uno aportará lo suyo. Diny promete su tradicional tortilla española y yo un tronco de jamón de Parma. Diny arguye que cortarlo es mucho trabajo, y yo que para eso hay cuchillos especiales. En fin, de repente me decido por otra Delikatesse. Veremos, como diría Borges, plagiando a Homero.

 

Escribo mi columna del próximo viernes para EE, sobre la Gran Guerra y el canon de pelis inmortales que le debemos. Le envío el texto a mi deuda estherna, para que me lo controle, y como buena argentina descubre que me olvidé de mencionar «la guerra de las Malvinas, snif, snif, snif». Reparo el desperfecto ipso fuckto. ¡Qué bueno es tener tales lectores!

 

Weiß/Colonia, 12.11.

Donde la pedicura, de nuevo con Saskia. A quien no reconocí porque sólo la ha visto una vez, hace cinco semanas, y mi memoria fisionómica es un cedazo de malla king size. Se ríe cuando le digo que no me lo tome a mal, que a su compañera, Victoria, ya la llevo viendo desde hace varios meses y por eso la reconozco, pero en el consultorio; que con toda seguridad no la voy a reconocer si me la encuentro en la calle, fuera del nicho donde la tengo ubicada. De siempre me ha llamado la atención que un memorioso como yo, capaz de hacerle la competencia a Funes, no sea capaz de retener rostros. Y bueno, noBada is perfect!

 

Luego de leer mi artículo sobre Turguéniev, san Tribulete me escribe desde nuestros madriles«Mon cher, le tengo cariño a Turguéniev. Sí me gusta volverlo a leer. Hace poco leí varios relatos suyos, en un par de tandas. En rigor, es él quien define por primera vez el “hombre superfluo”, con aquél Diario; aunque los hubiera en la literatura rusa antes que él: Onegin, o el héroe de nuestro tiempo de Lérmontov. Tolstói y Dostoievski son enormes, insuperables; pero Turguéniev no trata de convertirte a ninguna causa, ni hacerse pasar por quien no es. Los otros dos, sí. Cualquiera de nosotros hubiera podido tratar a Turguéniev, pero no creo que lo hubiera conseguido durante más de unas horas con el conde y con el jugador». Le contesto: «Caro Giácome, sólo lo he leído en mis lejanos años de Huelva, y luego he visto Un mes en el campo en el teatro, ya acá en Alemania, y releí ese texto hace poco, me sigue impresionando. Pero no así su prosa. Por lo demás, coincido con tu juicio acerca de esos tres grandes rusos. A mí de Tolstoi me repelen su afán proselitista y su exaltación mística, y de Dostoievski su eslavofilia. Y estoy seguro de que me hubiese gustado platicar con don Iván, al menos sobre dos temas: la ópera y las mujeres. Sin embargo, a quien quisera haber conocido de córpore insepulto es a Chéjov; él es, mucho más que ningún otro, «mi» autor ruso». 

 

Nos traen a casa los Weckmänner que me prometieron hace cinco semanas, cuando pasaron por casa haciendo la colecta para la procesión de San Martín, que en Weiß será mañana. Son unos hombrecitos de pan que están diciendo comedme, no en vano vienen empaquetados en celofán, cada uno, y son de Pistono, la mejor panadería en muchas millas a la redonda. Voy a hacerle honor al mío con el desayuno. Y alabado sea el santísimo sacramento del altar.

 

Weiß/Colonia, 13.11.

Hoy en La Modicana, tozudo, Carlitos vuelve a encargar uno de los dos menús del día, y una vez más se arrepiente al ver llegar la entrada. Yo encargo espaguetis con lucio y salmón, y es una experiencia digna del Guinness Book of Recordas descubrir en el plato casi más pescado que espaguetis. Esperando la comida le dije a Carlitos que no podíamos dejar ya para más tarde la visita de la instalación de Claudia en la iglesia de santa Gertrudis, porque el domingo es ya su último día, y es una desatención a una tan buena amiga, y nuestra más asidua comensal en La Modicana, no pasar a verla. Acordamos pues que iremos el sábado

 

Angie me hizo saber que Vincent quería leer el Quijote y me preguntó si podría prestarle mi ejemplar de la traducción alemana. Vía Angie le he escrito un email al joven tocayo de Van Gogh: «Querido Vincent, mañana te llevará Oma Diny el Don Quijote que quieres leer. Te doy solo un par de instrucciones sobre cómo leerlo para que le saques el mayor partido posible. / a) Como señal de lectura va un catálogo con muchas de las distintas ediciones del libro en los más diversos idiomas. / b) Olvida el prólogo y los poemas y empieza la lectura en la página 19, con la primera frase más famosa en la literatura mundial: «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme» (hoy esta frase sería repudiada por la corrección política). / c) Cuando llegues al final de la primera parte, puedes saltarte el prólogo de la segunda y reiniciar la lectura en la página 484. / d) Lee sólo un capítulo por día, y así tendrás lectura asegurada para 126 días, que es lo que más o menos duran las aventuras de Don Quijote. / Este es uno de los mejores libros de todos los tiempos. Ha sido leído y amado por todos los grandes escritores, y tu abuelo Ricardo lo ha leído al menos tres veces completo, pero cuando dispone de un rato libre, o anda sin inspiración para su trabajo, siempre tiene a la mano un ejemplar del libro de Cervantes para abrirlo por cualquier página, leer un par de ellas y sentir cómo la inspiración regresa. / Un beso, querido Vincent, y que te siente bien la lectura».

 

Una vez más ha tenido lugar la procesión de San Martín en Weiß, y un año más nos han dejado con los crespos puestos (¡tan bella expresión colombiana!) y nada que vinieron los niños para cantar a nuestra puerta y ganarse el óbolo de golosinas que Diny les tenía preparado. Pienso en el estribillo de la canción que entonan en tales casos y que termina diciendo «¡Aquí vive un hombre rico!», pero de repente se ha corrido la voz, en Weiß, de que somos pobres como ratas. Yo, ya, en estos tiempos de fake news, me lo creo todo.

 

Weiß/Colonia, 14.11.

0:05 am ; Acaban de pasar una peli alemana–austríaca que, en lógica pura, nunca traspasará la frontera del ámbito germanohablante: Kästner y el pequeño Martes. Y es una pena porque se trata de un caso real, filmado admirablemente. Erich Kästner, el autor del bestseller de libros para niños Emil y los detectives (1929) y de una grandísima novela, Fabian, tenía una profunda relación de amistad con un niño que leyó con pasión Emil y gracias a la mediación de Kästner interpretó el papel del pequeño Martes en la filmación del libro. Luego padecieron juntos el calvario de la llegada de los nazis al poder y únicamente la muerte del “pequeño Martes”, en el frente ruso, en 1942, pudo poner fin a esa amistad. Kästner escribió después al respecto: «Sólo con esta pequeña pérdida, multiplicada millones de veces, puedo medir lo que pesaba sobre la conciencia de Hitler». La peli no tiene pierde. Como no lo tiene Fabian, que es algo así como la otra cara del Goodbye to Berlin, de Christopher Isherwood. Genial, en su sencillez, el final de esa novela: Fabian ve a un niño que se ha caído en un estanque, y sin pararse a pensarlo un solo instante se tira al agua para salvarlo, «y como no sabía nadar, se ahogó. FIN». Insuperable.

 

¡Por fin salió al mercado El Canto XXV! Después de haber publicado libros en Nueva York, Huelva, Colonia, Múnich, Madrid, La Paz/Bolivia, Bogotá y Río de Janeiro, esta vez lo hago en Copenhague, así es que le voy pisando los talones a Rubén Darío en materia de número de lugares donde ya publiqué. A ver si se anima por fin Raúl Figueroa y termina de una vez por editar Los 202 mejores fandangos de la lengua española en Ciudad de Guatemala. ¡Si hasta las pruebas de imprenta están corregidas desde hace años!

 

Me la perdí cuando la estrenaron y me la perdí todas las veces que la pasaron por TV, pero esta vez no me la perdí: La tortuga roja, ¡qué maravilla! Ese neerlandés, Michael Dudok De Wit, el director, es un mago, tanto que hasta él mismo se ha sacado de su propia chistera, porque hasta la fecha no lo conocía ni San Putas Tadeo. En realidad no soy muy amigo de las pelis de anime (como llaman los cinéfilos a las de dibujos animados), exceptuando las de Tom & Jerry y las de Speedy González, pero La tortuga roja me va a poner a revisar mi desatención a ese cine, quién sabe la cantidad de tortugas rojas que me esté perdiendo por mi antipatía a Walt Disney.

 

Lo que sí me he perdido esta vez es el arranque de la serie Perfume, basada muy libremente en la novela de Patrick Süskind. La culpa ha sido de una tortuga roja. Pero los dos episodios de ese arranque los puedo ver en la medioteca del canal.

 

Weiß/Colonia, 15.11.

Hoy he llegado a la conclusión de que el primer piso del # 11a del Pflasterhofweg, es decir, este piso en el que vivimos desde diciembre de 1975, es un imán de libros. Los atrae como las flores a las mariposas. En esta semana, si llevo bien el cálculo, han llegado siete. Los tres últimos con el correo de hoy, Me llegó Voces de La Vera, la última novela de Juan Villa, ese magnífico narrador que tenemos en Huelva (en Almonte, para ser más exactos). Y me llegaron dos libros que me regala Suzana. Uno de ellos es La jugadora de ajedrez, de Bertina Henrichs, en que se basa la peli con Sandrine Bonnaire y Kevin Kline que en España se estrenó con el recortado título de La jugadora. ¿Jugadora de qué, a qué juega esa jugadora, genios de la titulación? Aunque en realidad el pecado original es de la productora francesa, que recortó a Joueuse el título de la novela: La joueuse d’échecs. Cretinos. Y el otro libro que me regala Suzana es de Saša Stanišić y se titula Cómo el soldado repara el gramófono. Lo notable es que ella pensaba regalarme un libro de Paolo Coelho, pero le escribí diciéndole que si quisiera leer a don Pablo Conejo lo haría directamente en portugués, aunque no pensaba hacerlo porque lo que don Pablo Conejo escribe es, literalmente, basura. Entonces me contestó que me iba a mandar una novela de un autor croata, y me alegré mucho porque de ese rincón de Europa, le dije, sólo he leído a un serbio, Miloš Cernianski (su epopeya sobre las migraciones), al esloveno Vladimir Bartol (su obra maestra sobre el nacimiento de la secta de los asesinos, Alamut, novela de actualidad escalofriante), y en fin, a ese caso raro que es Ivo Andrić, hijo de padres croatas, nacido en Bosnia y escritor en serbio: de él leí una par de novelas cuando le otorgaron el Nobel. Ahora, al recibir esta novela de Saša Stanišić y buscar información sobre su persona, me entero de que es hijo de una bosnia y un serbio, nacido en Bosnia–Herzegovina, cuando la guerra huyó con sus padres, vino a refugiarse en Heidelberg, y su lengua de expresión literaria es el alemán, lo que le ha deparado numerosos premios en este país. Conque croata, ¿eh? ¡Ay, Suzana!

 

Me cito con David Sierra para almorzar juntos en La Modicana el domingo. Tengo curiosidad por conocerlo. Me escribió hace un mes desde Roma, donde vive su novia, Carla, anunciándome que vendría a Colonia por cuatro meses, desde noviembre a febrero, con una beca del DAAD, y que me quería conocer de córpore insepulto. (Esto último no me lo ha dicho él, pobre, es una de mis muletillas). De siempre me impresiona mucho el hecho de que alguien, en un lugar lejano –Medellín en este caso–, lea mis paridas y le den ganas de conocerme. Aunque parándome a pensarlo bien, ¿no me pasa también a mí cuando leo algo y quisiera comentarlo con el autor? Si mañana viajase a Barcelona, ¿no haría todo lo posible por conocer a Eduardo Mendoza? Pero claro, el argumento es flojo porque no soy un Eduardo Mendoza, ¡qué esperanza, che!

 

Weiß/Colonia, 16.11.

Buena parte del día dedicada a echar balones fuera en materia de correspondencia y gestiones de contabilidad doméstica. Por cierto que como Diny todavía no tiene su nueva compu portátil, le organicé un programa de diarios y revistas en la barra de marcadores de mi PC y hoy vio en su buzón de Yahoo un email de Bernadet con una foto de su equipo de balonmano allá por 1956, a sus 17 años. 

 

 

Se la he mandado a la familia en Huelva, y también a un par de amigos, a ver si es que son capaces de ubicarla dentro de la foto. No es nada fácil, ni siquiera lo ha sido para nosotros, aun contando con la “ayudita” que nos pasó Bernadet. Veremos, decía Homero.

 

Weiß/Colonia, 17.11.

En el cuaderno de esquelas fúnebres del diario, la de una mujer muerta a los 50 años, que ya no es edad para morir, y un epígrafe del cantautor alemán Herbert Grönemeyer: «La vida no juega limpio». Sí que es verdad, pero en el caso de esta muerta quizás fue piadosa con ella, tal vez le evitó el dolor de vivir el deterioro físico y mental de sus seres más queridos. Y los propios.

 

Un lector ha dejado un comentario en el foro de mi columna de ayer. Y José María me escribe al respecto: «Eso de «la guerra para acabar con las guerras» es todo un chiste cruel; pero de seguro el, o los que lo dijeron, se lo creyeron en su momento. Me pregunto, qué sería del cine jolibudense sin «esa» permanente  inspiración», Le contesto: «Era un sentimiento generalizado en los años que duró, el de que esa guerra sería la última, porque no se concebía un horror mayor. La Historia demostraría luego que en materia de horror el homo sapiens siempre sería capaz de superarse». Y todavía sigue en ello, se me ocurre después de haber enviado mi email. 

 

Vamos con Carlitos a la instalación de Claudia en la ex iglesia de St.Gertrud, que es ahora un centro cultural. La instalación propone la lectura de las ondas de nuestro cerebro como un juego de luces que serpean y fulguran por el suelo de la nave central de la iglesia en una casi absoluta oscuridad donde sólo se vislumbran los vitrales allá arriba, muy arriba. Uno queda fascinado por las posibilidades de lectura que ofrece la instalación y me brindo a ser un conejillo de Indias del experimento. Lo que nos sorprende, tanto a Claudia como a mì, es que mis ondas delatan un relax de ± 95% cuando estoy hablando, lo que significa que hablar es un relajante para mí, mientras que si estoy callado aquello se vuelve un entrevero de piolines de luz azul y roja, palpitante y mercurial. Es la primera vez en mi vida que he formado parte de una obra de arte, aunque en este caso el resultado sea efímero.

 

***************THE END***************

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