Weiß/Colonia, 21.11.
Para acabar con la tabarra de que debo ir al médico, y como tengo un seguro de enfermedad privado, llamé al servicio de urgencias especial que hay para nosotros. Preferí hacerlo así para no recargar con una rasponadura el servicio de urgencias de alguna clínica, todas están sobresaturadas de trabajo sin necesidad de que yo les lleve una rodilla herida. Se acaba de ir este Dr. Schrödter, que es un médico jubilado, de 81 años, pero en el servicio de urgencias todavía puede desempeñarse. Es un profesional bastante concienzudo y de una conversación muy agradable, a la vieja usanza. Me repitió insistente que fuese mañana donde mi médico de cabecera para que renueve mi vacuna contra el tétanos, y en la botica de Diny encontró un antibiótico que debo tomar cuatro/cinco días para evitar una infección. Pero la herida, según él, presentaba muy buen aspecto y luego de desinfectarla cuidadosamente me aplicó un apósito con una pomada. Eso sí, me aconsejó que no volviese a correr para alcanzar un bus. Pero por lo demás parece que aún me queda fuelle para rato. Pobre Ricardo, ay la que me espera…
Después de leer mi diario, el primero de mis cinco Jose Marías (Guelbenzu) me escribe lo siguiente:«Tienes razón, Ricardo, sólo cuando afiné el oído (en su día) me di cuenta de que el madrileño castizo no dice “buenos días” al saludar por la mañana, sino “buenor días”. No es fácil pillar esa erre, pero lo que sí se entiende es que pasan de la ese, especialmente los porteros de las casas. Es una erre medio tímida, medio vergonzosa, pero es porque no la pronuncian con la contundencia con que el español acostumbra a dañar los oídos latinoamericanos con sus brutales erres, sus jotas, sus eses y sus tes y compañía». Le contesto al tiro: «Mi padre, que amaba Madrid, fue quien me lo dijo la primera vez, que los madrileños dicen «lar dos», y en mis 18 meses de mili en Madrid lo capté bastantes veces en Lavapiés, Carabanchel, Chamberí, Cuatro Caminos, y creo que nunca en el barrio de Salamanca. Y tienes un «oído de artillero»; en efecto, se trata de una «r» pronunciada con recato, casi como la «g» de «Inge» en alemán: un amigo me preguntó una vez que dónde aprendí alemán y le dije que hablando con la gente, y él me respondió que a su novia, Inge, yo la llamaba “Inge», con una «g» que ni se oía, como lo pronuncian los alemanes, mientras que a él le era imposible llamarla de otro modo que «Ingue», fonética española dura y pura».
Aunque no creo que sea una señal de demencia precoz, sino más bien de un cerebro asediado por mil y una vicisitudes diarias, cada vez se me olvidan más cosas: olvidé anotar, por ejemplo, cómo es que la generosidad inagotable de Pepe Baena me hizo llegar con unas palabras preciosas el Diccionario de Onubensismos, recién publicado por la Universidad de Huelva: «Ante los sentimientos las palabras naufragan». Le acusé recibo ipso fuckto, como es mi costumbre cuando me envían libros: «Pues sí que sí, mi querido Pepe, ante los sentimientos las palabras naufragan. Glu glu glu… (Es como en el viejo chiste que se contaba siendo yo un niño, de cuando los niños alborotábamos al llegar los bomberos a regar las calles y a prudencial distancia escandíamos: «♫ ¡Aquí no llega la mangarriega, aquí no lleglu glu glu… ♫«) // ¡Qué decirte! Hace una hora que el cartero me entregó el paquete con el Diccionario de Onubensismos y me engolfé de tal modo en su ojeo y hojeo que casi se me olvida darte las gracias. Me sacudo el alegre estupor que me ha causado la llegada del libro y lo primero de todo es darte las gracias. Milyuna, como las noches de Cherazade. // Dicho sea de paso, ya hice las primeras catas, y todas negativas. La «mangarriega», por ejemplo, brilla por su ausencia. Y aquel «jiti» o «iti» por «fíjate» que era habitual en mis tiempos, tampoco figura. Al «jiti», por cierto, le dediqué un sesudo artículo en el Odiel de entonces, logrando que los puristas, comandados por el ínclito Hermenegildo de la Corte, se subieran a las barricadas y me pusieran como chupa de dómine, sin darse cuenta de que mi texto era cachondeo puro. También echo en falta el «espiritati», nuestra pronunciación autóctona de Empire State («ese tío era máj alto que el espiritati») y el «hueco», que era otra forma de llamar al marica, por su manera de hablar. Pero probablemente sea porque todos estos onubensismos estén ya en desuso».
Weiß/Colonia, 22.11.
1:30 am : Un nuevo episodio de la estupenda serie policiala austríaca Sangre vienesa, ambientada en la Viena de principios del siglo XX, y con la novedad de un sicoanalista formado por Freud como ayudante del comisario de policía. Es una serie refinada, espero que Julio la esté siguiendo. Por cierto que ando sin noticias suyas desde hace meses, literalmente, ojalá no sea por culpa del virus. Tengo que llamarlo uno de estos días.
Fiel cumplidor de la palabra dada, estuve donde mi nuevo médico de cabacera para que me pusiera la vacuna contra el tétanos. El Dr, Schröder me saluda como a un viejo conocido (y eso que tan sólo nos hemos encontrado una vez, para el primer contacto), y cinco minutos después una enfermera bastante potable me inyecta la vacuna, que es también contra la difteria y la polio. Como cantan don Sebastián y don Hilarión en La verbena de la Paloma: ♫ ¡Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad! ♫
El enano canario (Carlitos dixit! cuando se refiere a Javier, que mide casi 2 m) me manda desde su Tenerife un vídeo que le enviaron desde la isla de Palma, con vistas a los ríos de lava. Le contesto después de haberlo visto: «Acojonante. Sólo me he asomado a dos volcanes geológicos en toda mi vida, una vez en Costa Rica, la otra en Nicaragua. Ni siquiera estaban en activo y ya imponían. Al Teide no me asomé, solo llegué hasta un mirador o restaurante (o la estación inferior del teleférico) que hay pasadas las nubes. Y acerca de otros volcanes a los que también me asomé, la más elemental caballerosidad sella mis labios harto pecadores». Ego [Aquí tu negro] te absolvo…etc.
Weiß/Colonia, 23.11.
2:00 am : Pasaron una peli francesa que no conocía, Le dossier 51 [Archivo confidencial], de 1978, de Michel Deville, en una versión restaurada de un modo primroso. Es la mejor entre las que llevo vistas en este año, y creo que una de las más interesantes y renovadoras del lenguaje fílmico que se hicieron en el siglo pasado. Asusta ver con los ojos del espionaje (la peli está filmada casi toda con cámara subjetiva) cuán adelantada estaba ya en 1978 la pesadilla distópica de Orwell, 1984, que en el original se titula Mil novecientos ochenta y cuatro. Y aterra pensar en el desarrollo inmenso de la cibernética: somos apenas un número, como el protagonista de la peli, el diplomático llamado 51. Me viene al primer plano de la memoria el escándalo de las escuchas gringas del teléfono de Angela Merkel, y el tuit que me inspiró: «¡Pero Obama, mi amor, cómo me haces esto, si soy tu negra!»
En lo de la Dra. Súlimma, mi oculista, para control. Ninguna novedad digna de mención, debo volver allá por mayo. Y al salir veo que son las 11:45, de manera que puedo volver a casa antes de que pasen Ulli & Carlitos. Pero el bus de las 11:52 y el de las 12:12 no llegan, son esas chapuzas típicas de la KVB, de la que siempre digo –y lo mantengo– que es una de las peores compañías de transportes públicos, si es que no la peor (con la posible excepción de Bielorrusia) en toda Europa. De manera que tengo que tomar el de las 12:32 y me voy derecho a La Modicana.
En La Modicana, hoy la sorpresa de que llega Claudia acompañada de Javier, a quien no veíamos desde hace meses. Gran alegría por el reencuentro. Ulli encarga una ensalada llamada “de otoño”, Carlitos linguinis con calamares y berenjenas, Javier lasaña y Diny, Claudia y yo hígado de ternera a la veneciana con papas al romero. Claudia y Javier se marchan en estos días a Bogotá, donde ella se quedará hasta enero. Qué bueno que no estén acá cuando llegue la cuarta ola, que con harta certeza, viendo la inoperancia y el desamparado desconcierto de la política, será todo un señor tsunami.
Acabo de leer el epitafio que mi entrañable Tribulete le ha dedicado a su maestro, y me digo que si supiéramos que al morir iban a decir tantas cosas bonitas de uno, esperaríamos a leerlas antes de estirar la pata. Aunque sé que es una putada, creo que le voy a pedir a varios amigos, de los que estoy seguro que escribirán algo acerca de mí cuando me mude al otro barrio, que lo escriban ya y me lo envíen, siento curiosidad. Morbosa, dirán ellos, pero creo que toda curiosidad lo es.
Weiß/Colonia, 24.11.
2:30 am : No había pelis comm’il faut para esta noche en la tele, así es que zapeé al canal ZDF Info, especializado en documentales, esta noche dedicados a algunos asedios famosos (el de la fortaleza Château Gaillard, construida por orden de mi tocayo Corazón de León y tenida por inexpugnable, así como la ciudad de Orleans, las fortalezas de La Rochelle, la de la Orden de Malta en la isla a la que le dio nombre…) Apasionantes todos ellos, pero demasiada historia de Francia. Demasié, de a deveras.
Como anticipo de mi diario le envié ayer a algunas amistades la entrada donde hablaba de la posible lectura de nuestros obituarios… antes de morir. Anotota, que es una de mis afinidades selectivas (las electivas se las dejo al señor Goethe), me envió el borrador del que me dedicaría al enterarse de mi muerte y se lamenta se que no ha ido coleccionando todos mis juegos de palabras. Su texto me hace llorar de emoción y agradecimiento, de manera que decido regalarle todos los juegos de palabras que he transformado en tuits, propios o traducidos del alemán, y que son ya 6.477 a partir del primero, mi homenaje a Juan Ramón Jiménez. Es una tarea ingente y absorbente, para formatearlos de un modo homólogo, suprimir alguna que otra duplicación (encontré dos, pero seguro que alguna se me habrá escapado), corregir aquí y allá alguna que otra palabra… en fin, tarea para todo el día y el de mañana, pero Anotota se lo merece. Además le podré regalar el archivo a algunas amistades más, puede ser mi regalo en el International Gift Day que ya tenemos ante portas. Atque fenestras.
Weiß/Colonia, 25.11.
2:15 am : Redención, tercer episodio de la serie policial inspirada en la saga del comisario danés Carl Mørck, del Departamento Q de la policía de Copenhague, con su asistente sirio Hafez el–Assad y la punkie Rose. Creo que es el penúltimo, a partir del jueves próximo la voy a echar en falta.
8:00 pm : En este momento debe estar comenzando la lectura de Pepe Oliver en la Biblioteca Central, pero la rodilla me recomendó quedarme en casa. Y mañana, que sí acudiremos a la entrega del Premio Heinrich Böll, iremos y regresaremos en taxi.
11:00 pm : Doy por terminada la tarea de mi regalo para Anotota. Le escribo estas letras al hacerle el envío por email: «El problema ha sido formatear todo el material para que queden los 6.477 tuits limpios de polvo y paja, y créeme que ha sido tarea, aparte de que me ha permitido suprimir algunas duplicaciones que a mí mismo me han sorprendido, pero también me ha hecho redescubrir algunos de mis mejores hallazgos verbales, comenzando por el primero que publiqué, en homenaje a mi paisano mayor en todo, y uno de los más grandes poetas que ha dado la lengua en que tú y yo nos entendemos: Juan Ramón Jiménez nació en Moguer (un pueblito hermoso que yo veía todos los días cuando subía a leer al alpende de la azotea de la casa de mis padres y tendía la mirada hacia Levante y la ribera del Tinto, con Moguer, Palos y La Rábida asomados a sus aguas rojas por el cobre de las minas de Riotinto). A Juan Ramón le ofrecieron ser miembro de la Real Academia de la Lengua el rey Alfonso XIII, la República y el franquismo. Las tres veces dijo que no, la tercera de una manera que no admitía dudas sobre sus sentimientos hacia el régimen del inferiocre que nos estuvo oprimiendo durante casi 40 años. Acaso estas palabras te expliquen, pues, ese primer tuit de mi colección: “Moguer: Infinitivo de un verbo que no figura en el Diccionario”».
Weiß/Colonia, 26.11.
1:20 am : No sé si ya lo conté alguna vez acá: la serie policial más famosa de la TV alemana se titula Tatort [El lugar del crimen], y el éxito inicial llevó a diversificarla en muchas ciudades: Colonia, Múnich, Hamburgo, Stuttgart, Constanza, Dortmund, Fráncfort… Esta noche debutó como escenario Flensburgo, capital de Schleswig–Holstein, en la frontera con Dinamarca, y el dúo de los detectives investigadores (siempre son un dúo) es el más asimétrico de toda la serie: una comisaria aborigen, lesbiana, y un afroalemán, que también los hay. Este primer episodio ha sido bastante bueno. Por lo demás, Flensburgo es topónimo al que los automovilistas alemanes le rinden un temor reverencial, allí se encuentra el registro de puntos negativos por infracciones al Código de la Circulación. “Tener puntos en Flensburgo” es como tener una espada de Damocles suspendida sobre ese hilo tan frágil que une al automovilista alemán con su carnet de conducir.
21:30 : Regresamos de la entrega del Premio Böll a Pepe Oliver, en el Wallraf–Richartz–Museum. La acústica de su auditorio es una catástrofe y el encargado de los micrófonos, según diría Óscar Domínguez en Paisápolis, ejercía su labor de una manera evangélica, sin que su mano derecha se enterase de lo que hacía la izquierda: el único micro balanceado era el de la guitarra. Tuvimos unos momentos de charla con Clotilde, la madre de Pepe, a la que no veíamos desde hace por lo menos 30 años, y conocimos a su hermana. Luego, al terminar los discursos y el final con la guitarra (¿por qué no la “Malagueña”, de Lecuona, en homenaje a la familia de Pepe?), nos acercamos a saludarle, abrazarle y felicitarle, y yo además agradecerle que me hubiese mencionado en su discurso. Es la segunda vez que acudo a la entrega de un premio de categoría: en 1982, Estocolmo, a la del Nobel a García Márquez, y ahora a la del Heinrich Böll (¡nuestro entrañable, inolvidable Don Enrique!) a Pepe, otro malagueño universal, como Picasso: «lo digo y no me corro» (© by César Vallejo):
Weiß/Colonia, 27.11.
2:30” : Tenía muchas ganas de ver Smilla’s Sense Of Snow [Smila:Misterio en la nieve], una peli que me ha sido esquiva en las programaciones de la tele y de la que creía haber comprado el DVD, pero no consigo encontrarlo. En fin, por fin la vi y creo que se ha sido injusto con ella, menos con Julia Ormond (¡Sabrina!) que con Bille August. La pasan de nuevo dentro de unos días y en un horario que me viene bien, así es que la volveré a ver, como el ojo ya entrenado. Lo que me pregunto es quién fue el cráneo privilegiado que se le ocurrió poner los créditos en blanco sobre un paisaje nevado, u séase [sic, no es teclazo] poco menos que ilegibles. Y después estuve viendo por enésima vez French Kiss [título que no se tradujo en España, vay’usté a sabé por qué], que acopió críticas muy contradictorias: la de Espinof –por ejemplo– es aniquilante, la de Cine y Literatura la pone por las nubes, y creo que ambas exageran, en especial Espinof, a quien Meg Ryan le parece insufrible. French Kiss es nada más que una comedia para el mejor lucimiento de la Ryan, de Kevin Kline y de Jean Reno, y aunque falte en ella la calidad de Cuando Harry se encontró con Sally, Tienes un email e Insomne en Seatle, mal que le pese a Espinof siempre vale la pena volver a verla. El libro de los gustos, ya se sabe.
Hoy, en el KStAnz, no hay una crónica de la entrega del premio Böll a Pepe (saldrá el lunes, quiero suponer), pero en el cuaderno de esquelas fúnebres descubrí la de un médico italiano nacido en Bari, muerto en Berlín, cuya familia vive en Bonn y la esquela aparece en un diario de Colonia. Viene con un epígrafe muy bello, en correcto español: «Gracias a la vida que me ha dado tanto. / Me ha dado el sonido y el abecedario, / con él las palabras que pienso y declaro, / padre, amigo, hermano y luz alumbrando…» Me ha hecho recordar un momento muy emotivo de mi cuento “La oración fúnebre”, el mayor homenaje que le rendí a Böll hasta ahora, mayor incluso que mi antología Don Enrique.
Al terminar de repasar estas anotaciones antes de subirlas a Fronterad estuve buscando un enlace ad hoc para “el International Gift Day” y descubrí que mi muy querido Alberto Cortez subió mi artículo sobre el tema a su página web, presentándolo con palabras muy elogiosas para el mismo. No hay mención de fecha, pero debió ser en 2001, cuando lo publiqué en el ABC de Madrid el 8.12. y lo vine a ver en el ejemplar que compré ese día al bajar al puerto en Las Palmas de Gran Canaria, cuando viajábamos a Buenos Aires en el carguero de contenedores. No tengo recuerdo de que Alberto me hablase de esa publicación, y ahora, ya, no puedo agradecérsela. Pero lo pienso hacer apenas me reencuentre con él en el Valle de Josafat.
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