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Mientras tantoDe mi Diario : Semana 49 / 2011

De mi Diario : Semana 49 / 2011


Weiß/Colonia, 4.12.

Paso prácticamente todo el tiempo útil del día dedicado a la revisión de mi cuenta corriente y al acopio de facturas, recibos, comprobantes, resguardos, de todo cuanto pueda descontar como gastos aceptables por Hacienda en mi declaración de ingresos del 2010. Para el miércoles tengo ya fijada una cita con mi asesor fiscal, el viejo amigo Reimann, y desde ahora mismo le imploro a todos los dioses de todas las cosmogonías que esta vez no me vuelva a tener que tocar pagar un suplemento; durante todo el año pasado estuve transfiriendo trimestralmente anticipos de mi deuda con el Padre Estado, hasta sería posible (¡pero tan sólo si esta vida fuese un cuento de Las milyuna noches!) que el Fisco me reintegrase alguna parte de lo que me estuvo sacando del bolsillo sin la más mínima misericordia. Et cum spíritu tuo!  Habemus ad Dóminum! Enter.

 

Weiß/Colonia, 5.12. (1)

A las 9.02 am suena el teléfono. Veo en el display el # de Montserrat y me identifico como lo hago siempre en estos casos: «Kindergarten Bada-Hansen, mi nombre es Abuelo, ¿qué puedo hacer por usted?» Silencio. Pregunto: «¿Montse?» Y responde Henri: «Papi!» ¡Es la primera vez que me llama Henri!  No sabe decir ni Oma ni Opa (=abuela, abuelo), nos llama Mami y Papi. Mantengo un diálogo con él preguntándole cosas que puede responder con un sí o con un no, hasta que de repente me dice “Chau–chau!», su despedida. «Está claro que no esperaba mi voz al teléfono, sino la de tu madre», le digo a Montse. «Bueno, no le pidas a la vida más de lo que te dé», me replica. Sabia reflexión. Traducida al castellano significa “Jódete y aguántate”. Ay.

 

Weiß/Colonia, 5.12. (2)

Me cuenta Rolando: «¡Jijo! Acabo de ver Angel Face; ni idea que existía. Preminger no es uno de mis favoritos pero este noir es otra cosa. Si los reconocidísimos directores quieren ver un accidente automovilístico, que vean el suicidio cum asesinato Simmons/Mitchum». Le contesto lo que debe contestarse en estas circunstancias: «No te puedo creer que no conocías Angel Face, espera al 28 de diciembre para contármelo de una manera más convincente».

 

Weiß/Colonia, 6.12. (1)

Le mandé a un par de amigos un pps con un estudio en detalle de Las Meninas, mi cuadro predilecto por encima de cualquier otro, cuando hacía  el servicio militar en Madrid, iba todos los domingos a verlo en el Prado, me lo sé de memoria. Y Susana me escribe desde Buenos Aires: «Verdaderamente, te imagino con tu uniforme de soldado parado frente a Las Meninas todas las veces que te fueran posibles, y te ayudaría a olvidar por un rato las miserias del infrageneral». A lo cual le contesto: «Pues habrás de saber, Susana, hermana mía, que yo nunca estuve parado delante de Las Meninas vestido de soldado, esa ofensa no se la podía inferir a don Diego. Verás, yo hice una colimba [=la mili, en Argentina] muy peculiar. Después del periodo de instrucción, en El Escorial (he sido uno de los pocos soldados que ha jurado bandera en el Patio de Reyes del monasterio), ya en Madrid me destinaron a las oficinas del Tribunal Supremo de Justicia Militar y me concedieron el pase de pernocta, es decir que después de las 2 de la tarde, al salir de la oficina, podía irme a mi casita, si la tuviese. Y hasta el día siguiente, vestir de paisano, nada de uniforme. Así es que me busqué alojamiento en la Pensión Gómez, en el # 50 de la que entonces se llamaba calle Joaquín García Morato (un aviador franquista), en la misma casa donde vivió y murió –hay un altorrelieve que lo explica– mi infortunado paisano José Nogales, el único escritor desconocido de la generación del 98. Y en la Pensión Gómez, en el madrileñísimo barrio de Chamberí, compartía la habitación con un pintor de Huelva, cuatro años mayor que yo, Alberto Vázquez, malogrado como Nogales, y todos los domingos (día de entrada gratuita), después del desayuno bajábamos por esa calle a Alonso Martínez, y de allí por Génova a Colón, y luego paseo de Recoletos abajo hasta el del Prado, y cada domingo me explicaba Alberto algo distinto: los holandeses, los italianos, los franceses, los alemanes, Goya, El Greco, Zurbarán, cada domingo era monográfico pero al final, antes de salir a tomar el aperitivo en el Retiro, oyendo a la Banda Municipal dirigida por nadie menos que don Pablo Sorozábal, nos despedíamos del Prado delante de Las Meninas. Y por cierto que el año anterior a mi colimba, 1960 (yo entré a ella en marzo 61), fue el tricentenario de la muerte de Velázquez y Buero Vallejo estrenó en el Teatro Español su fantasía histórica Las Meninas, que termina justo con el cuadro escenificado en vivo sobre las tablas, algo emocionante hasta las lágrimas. Yo fui a verlo dos veces porque con el carnet de militar sin graduación tenía enorme descuento. Es una obra de teatro que te recomiendo leer, de veras, es formidable. Y todo esto para contarte que nunca estuve parado delante de Las Meninas vestido de soldado».

 

Weiß/Colonia, 6.12. (2)

¡¡¡Sopa de pescado en La Modicana!!! HmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmDe la misma forma que el «Ommmmmmmm» es el mantra de quienes creen en cualquier tipo de trascendencia, el «Hmmmmmmmmmm» es el de quienes creemos en la sopa de pescado.

 

Weiß/Colonia, 7.12. (2)

Yendo a la cita con mi asesor fiscal, en Am Weidenbach paso ante las vitrinas de un anticuario y veo una edición antigua de las obras completas de Schiller y encima de ellas un viejo calentador de agua de los que había en las cocinas, termosifones creo que se llaman; y al fondo, un casco de pincho del ejército prusiano. Me tengo que reír al recordar la descabelladísima explicación que daba hace pocos días una “erudita” argentina de los versos del tango de Discépolo, «igual que en la vidriera irrespetuosa / de los cambalaches / se ha mezclao la vida / y herida por un sable sin remaches / ves llorar la Biblia / contra un calefón». Hay que ver lo que es la falta de ignorancia. En el mismo anticuario, y por un reloj de pared, veo que me quedan 10’ antes de la cita y entro en la carnicería de la esquina, que tiene, como tantas en Alemania, un par de mesas altas para tomar lo que congruentemente llamamos tentempié. Me encantan entrar en estas carnicerías, así, entre horas, y pedir que me preparen un bocadillo de salchichón húngaro, tan picantito, y mandármelo a bodega con un café recién hecho. En una mesa al otro lado hay un obrero (albañil, supongo) comiendo la sopa del día. Se vuelve a la dependiente y le dice que está riquísima (la sopa, claro), y me lo confirma con una mirada y un gesto. Dialogamos brevemente, justo sobre lo que estoy escribiendo y pensaba en esos momentos: el encanto de estas pausas en la carnicería. ¿Quién dijo que los alemanes son retraídos y comunican poco?  Luego, en la oficina del asesor fiscal, por primera vez en 43 años no es Reimann quien se ocupa de mi papeleo, sino su sucesor, Herr Bausch, que fue la mano derecha de R y conoce mi expediente de pe a pa. Pero me faltó el diálogo con R, una vez al año, donde nos poníamos al día de nuestras respectivas vidas, la última vez me habló de que pensaba hacer el camino de Santiago. Y es que el Tiempo, ay De allí parto para almorzar con Julio, sopa de pescado y vino sardos, y al volver a casa me cruzo en nuestra calle con una vecina del 13 que me saluda diciéndo «Hace ya mucho tiempo que no lo veía», a lo cual le contesto «Pues ya lo ve, sigo vivo». «¡Ah, usted siempre con la misma broma!»  Y sí, pienso para mí, porque la misma vida es una broma. Pesada.

 

 

Weiß/Colonia, 8.12., primera hora de la noche

Después de ver una documentación en la tele : Saber mentir es un oficio que no todos dominan: algunos sí, como por ejemplo Albert Speer, un criminal de guerra, un genocida. Le bastó con saber mentir en el momento y el lugar adecuados, para evitar la horca. En su caso fue en el juicio de Nuremberg en 1946. Cuando sale de la prisión de Spandau, en 1966, lo están esperando una batería de micrófonos y un centenar de periodistas que parecen orgasmar con sus palabras y sus sonrisas. Como los serviles corifeos de la prensa chilena que se revolcaban de la risa al ver salir a Pinochet por su pie del avión que lo trajo de Londres, y al que había subido en silla de ruedas, por «motivos humanitarios», para escapar a la persecución del juez Garzón. Cómo se clonan las conductas hijueputas en los hijueputas, y las rastreras en los esclavos, en este caso ¿periodistas? Cómplices, sencillamente cómplices, y tan hijueputas como sus reportajeados.

 

Weiß/Colonia, 8.12.

Leyendo Redención*, de Jussi Adler Olsen, la tercera de una de las mejores sagas policiales escandinavas, la del comisario danés Carl Mørck, esta joya describiendo la llegada de Yrsa (sustituta provisional de su hermana Rose) a los despachos del Departamento Q, instalados en el sótano del edificio de la Policía: «En ese momento [] escuchó unos ruidos traqueteantes que provenían de la escalera. Sonaban igual que si una pelota de basket botase a cámara lenta, de escalón en escalón, seguida por una carretilla con los neumáticos pinchados. Lo que luego se le fue acercando parecía algo así como una abuela cargada de compras duty free bajando del transbordador de Suecia. Tanto los zapatos con tacones delirantemente altos como también la falda plisada a cuadros y el carrito de la compra casi tan polícromo que arrastraba en pos, destilaban el encanto de los años 50. Y encima de semejante aparición se ubicaba un clon de la cabeza de Rose con permanente rubia de lo más acicalada. Era como si uno estuviese en una peli de Doris Day y sin saber dónde se encuentra la salida de emergencia». Chapeau!

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* Descubro que esta novela así titulada en alemán aparecerá en español, enero 2012, como El mensaje que llegó en una botella, más conforme con el original danés, Flaskepost fra P.

 

Weiß/Colonia, 9.12.

Me fascina la personalidad de Louis Napoleon Gymnich. De una familia adinerada de Colonia, en los años 20 ingresó en el partido comunista y en el 36 fue detenido por la Gestapo. Recién se ha descubierto que en Klingelpütz, la antigua cárcel de la ciudad, escribió dos novelas policiales que su abogado logró sacar de contrabando para que las publicase con su nombre la novia de Gymnich, Charlotte Meyer-Ossenberg. Terminada la guerra, salió del campo de concentración de Buchenwald y los ingleses lo hicieron por un corto tiempo alcalde de Colonia. Luego se marchó a la RDA, de donde volvió pronto, asqueado por las luchas intestinas entre los propios comunistas. Y por último, se quedó a vivir en Colonia dándose de baja en el partido. Y nunca, en todo ese tiempo, reclamó la autoría de sus libros. Eso es lo que yo llamo sentido de la lealtad hacia su propio yo anterior.

 

Weiß/Colonia, 10.12. (1)

Voy con la bici hasta la oficina postal, para retirar un envío certificado [resulta ser el contrato con la editorial carioca, para la publicación de mi Límeri de Bueno Saire], y me entusiasma ver que el magnolio a la entrada del camino está con capullos en todas y cada una de las puntas de sus ramas. Señal de que tuvimos un otoño súper cálido. ¿Tendremos quizás la inenarrable dicha de verlo florecido para el International Gift Day?  ¡Ese sí que sería un regalo, Niño Chus!

 

Weiß/Colonia, 10.12. (2)

De repente suena el timbre de la puerta (Diny duerme la siesta) y es Oskar que ha decidido venir a pasar el sábado con nosotros. Lo abrazo sin palabras. Luego, cuando se despierta, Diny pasa rumbo a la cocina sin darse cuenta de que Oskar está en su “Room of One’s Own”, enfrascado en su compu portátil (la de Diny). Al rato, cuando lo descubre, es un alborozo también para ella. Y hasta sale el sol, por si fuera poco: ¡este niño es el Mago de Oz–kar!  (Qué chiste más malo).

 

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