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Mientras tantoDe mi Diario : Semana 5 / 2010

De mi Diario : Semana 5 / 2010


Weiß/Colonia, 31.1., primera hora de la madrugada

Una nueva miniserie de la BBC en el canal Arte. Son adaptaciones de las novelas que tienen como protagonista a Sally Lockhart, y ubicadas en el último tercio del siglo XIX, en la mera mera era victoriana. No sabía de la existencia de esta saga, pero me colgué gustoso del brazo de mi amiga Miss Google y ella me condujo hasta el blog de Gabriela Monzón, “Piezas de a ocho” [sí, el grito del loro de Long John Silver en La isla del tesoro]. Y allí, su anfitriona entrerriana me explicó con pelos y señales la vida y milagros de esta jovencita que sabe manejar una pistola y entiende la pizarra de la Bolsa mejor que muchos que pasan por expertos. De la saga de cuatro libros, el primero fue editado en España y el resto en la Argentina, tengo que ver si ha sido traducida al alemán. Y ya puesto a la tarea, averigüé con el concurso de mi enciclopédica amiga quién es Philip Pullman, el creador de Sally, y resulta que es un afamado escritor de esa literatura que llaman juvenil, ganador además del Memorial Astrid Lindgren, lo que para mí es una recomendación en toda la regla. Como dicen las putas con alto standing de profesionalidad: “Nunca te acostarás sin aprender algo nuevo”.

 

Weiß/Colonia, 31.1.

Domingo de nieve. Converso al teléfono, hasta Berlín, con Rodrigo Rey Rosa, a quien tengo por uno de los autores más notables de la literatura latinoamericana contemporánea. Y uno de los pocos que dispensa la cortesía de inferirle a sus lectores una soportable cantidad de páginas. He oído decir que alguien comentó que la obra de RRR no le gustaba porque era demasiado escueta. Y bueno, es como si alguien desdeñase el “Pantha Rei” por excesivamente lacónico. Hay tanto tonto suelto por el mundo, que la verdad es que me pregunto cómo es posible que este planeta siga rodando sobre su eje, y he llegado a la conclusión que el lubricante de dicho eje es, precisamente, la tontería. Alguna otra explicación sería geofísica. O interesada.

  

Weiß/Colonia, 1.2. (1)

Temporal de nieve cuando descorro las cortinas del dormitorio al levantarme, a regañadientes, pero no me puedo quedar todo el día en la cama. Y durante el desayuno me dice el diario que dicen los meteorólogos que toda Alemania cubierta de nieve es algo que no se daba acá desde el invierno 1978 / 79. Se conoce que el tiempo no celebra efemérides, porque si no, claro está, nos hubiese propinado este invierno hace dos años.

 

Weiß/Colonia, 1.2. (2)

Sin duda contagiados por la meteorología pareja, en Colonia y Austin/Texas, Rolando y yo nos enzarzamos, a propósito de The Catcher in the Rye, en una batalla de bolas de nieve virtuales.

Rolando: «Te diré que no supe el significado de ese título hasta su plática con Phoebe; que quería captar (salvar) a los chicos. Como sabes, el catcher es el receptor de la pelota (the pitch) que lanza el pitcher. Pero el catcher también guarda la base (en este caso home plate) para que el otro equipo no la cruce y anote una carrera. Con ésta ya era la tercera escuela de donde lo habían despedido. Bien, la tercera escuela, para mí, representa la tercera base donde el corredor está listo para irse al home plate, y Holden en su sueño es el catcher que lo va a impedir» [Quienes sepan de béisbol se habrían enterado, pero yo no, porque de béisbol entiendo menos que de la ablación del clítoris a chimpancés hembras en época de celo. El sábado 6, por cierto, se celebrará el Día Internacional contra la Mutilación Sexual de la Mujer].

Yo: «El tema de cómo traducir The Catcher in the Rye mereció en su día un artículo que estoy tratando de recordar de quién puede ser. Pensé que podría ser de Monterroso, pero su divertido  y ejemplarizante texto sobre traducciones de títulos no incluye la del de Salinger. En cualquier caso, a mí lo de El guardián entre el centeno siempre me pareció un galimatías que no dice nada acerca del libro. Es igual que cuando en Latinoamérica traducen Der Tod und das Mädchen como La Muerte y la niña: joder, ¿qué niña?, con esas tetas como las de la Venus de Milo».

Rolando: «La muerte y la niña… Y tienes razón, la traducción El guardián entre el centeno ni dice ni aporta nada».

Yo: «Pues te diré que en alemán es igualita, Der Fänger im Roggen. Pienso yo qué pasaría, por ejemplo, si al traductor de Point Counter Point se le hubiese ocurrido traducir ese título como Punto versus punto (o al alemán Punkt gegen Punkt). Sin duda otro guardián entre el centeno».

 

Weiß/Colonia, 2.2., primera hora de la madrugada

Casi a medianoche, Nora, con una adorable Jane Fonda. Qué gran película, qué bien narrada, qué admirable transcripción al celuloide, la de Losey, de una obra tan irrevocable y genesíaca como la del inmenso Ibsen. Yo a mi Ibsen lo releo canónicamente todos los años, su obra completa a partir de Los pilares de la sociedad. Son pocos, y se cuentan casi que con los dedos de ambas manos, los autores que han sabido tanto del alma humana y, lo que es todavía más sorprendente, pudieron articularlo de una manera que recuerda el acuñado de monedas. Ibsen es uno, junto con Shakespeare, Cervantes, Schiller, Molière, Jane Austen, Dostoiewski, Galdós, Faulkner qué pocos más. Antes de irme a dormir, hojeo la edición alemana de Nora: Casa di Bambola, una obra maestra de la cartoonista italiana Cinzia Ghigliano: Casa de muñecas en formato historieta. Es una edición súper agotada y que, según oí, arruinó a las dos personas que la publicaron. Y mientras paso las hojas, me digo que hasta en semejante formato se le nota la grandeza. El día de su estreno, el 21 de diciembre de 1879, en el Teatro Real de Copenhague, cuando a los dos tercios del último acto Nora consulta su reloj y le dice, resuelta, a su esposo: «Aún no es muy tarde. Siéntate, Torvald. Vamos a hablar», comenzó el teatro contemporáneo.

 

Weiß/Colonia, 2.2. (1)

Mi deuda estherna me yyyama para contarme que está metida de hoz y de coz en la preparación de una antología de viajeros por América Latina, y que quisiera tener varios latinoamericanos entre ellos, qué cuáles se me ocurren. Y le hablo de Julieta de Godoy, la esposa de Osman Lins, con quien escribió La Paz existe? (uno de los pocos libros que explican desde una experiencia distinta por qué Kafka se reía tanto leyendo en voz alta sus propios textos; un libro que no sé ya cuántas veces llevo recomendado que se publique en español, y la piara editorial ha rechazado hasta ahora esta ofrenda de margaritas). Así mismo le recomiendo a Esther la antología de Hans Joachin Wüchner, con testimonios de viajeros alemanes por América Latina en el siglo XIX, amén de todos los relatos trashumantes de Gabriela Mistral, e ainda mais Descubrimientos de México, de Egon Erwin Kisch, afortunadamente traducido. Muy poco después, en la bandeja de entrada de mi estafeta, Ettore me pregunta por escritores esquivos a la manera de Salinger, y lo remito a las páginas de Jesús Marchamalo acerca de este tema, pero le insisto mucho en que no pierda de vista la obra de Enrique Banchs, uno de los poetas más secretos del idioma español.

De vez en cuando, los pedidos de los amigos me hacen sentirme Enciclopedia.

 

Weiß/Colonia, 2.2. (2)

Pasan por la tele la segunda entrega de una espléndida serie sobre los animales que han hecho Historia, y hoy es la correspondiente al gusano de seda. Y al contar esa historia aparece la de cómo la seda estuvo presente en el primer vuelo tripulado (que no fue el de Otto Lilienthal ni el de los hermanos Wright, sino el de Gustave Whitehead, que así rebautizó su apellido el bávaro Weißkopf) y siguió vinculada al desarrollo de la aviación a través del material de que se hacían los paracaídas. Y ese es el momento en que Diny se vuelve para decirme que se acuerda de uno, el de un paracaidista de los que intervinieron –y que cayeron como moscas– en la batalla de Arnhem, un paracaídas que se quedó en el campo de sus padres, en Beek, y que mi suegra usó para hacerles vestidos a sus hijas. En ese instante, el discurso de la tele y la verdad de la vida se osmotizan y simbiotizan de tal manera que me ponen la carne de gallina.

 

Weiß/Colonia, 3.2.

Mi programa de lecturas se volvió bastante heteróclito, y recién hoy he leído en el #100 de El Malpensante un cuento excelente (como casi todos los suyos que conozco) de Tim Keppel, un autor gringo que se fue a vivir a Cali. El cuento se titula “Mi Vietnam”, y me enganchó de medio a medio, pero ya casi al final encontré una frase que no puedo atribuir sino a un grave error de traducción. Los protagonistas visitan en Washington el monumento a los caídos en la guerra de Vietnam, y leo esto: «Los nombres aparecían en orden cronológico, de acuerdo con la fecha en que el soldado fue asesinado». Supongo que en el original dice “killed”, y hace tiempo que sabemos, a más tardar desde Kurt Tucholsky, que los soldados son asesinos, pero yo diría que esta frase no debiera haber sido vertida al español de esa manera. Sostiene Bada.

 

Weiß/Colonia, 4.2. (1)

Estériles polémicas en la cauda de comentarios de mi blog en El Espectador. Si la gente que se las da de leída resulta que ni siquiera sabe leer (no ya interpretar lo leído, sencillamente leer lo que está en la pantalla), ¿cómo creerse el resto de lo que arguye?  No volveré a bajar al ruedo nunca más, en tales casos lo más aconsejable es hacer aquello que los cronistas taurinos llaman en España “tomar el olivo”, es decir, saltar la barrera y salir huyendo y no detenerse hasta, por lo menos, la Puerta del Sol. Y ya puestos a buen recaudo, repetir el refrán que me inventé para estos casos: «Ladran, luego son perros».

 

Weiß/Colonia, 4.2. (2)

La tercera sangría de la tanda, y es la primera vez que la aguja sigue doliendo tras el pinchazo. Aprieto los dientes, aunque no sin decírselo a mi buen doctor Ruppert, y aguanto la sangría con el dolor, que sólo remite cuando comienza la transfusión del suero. Al salir de la consulta, y en vez de ir al concierto matinal en la Philarmonie, le he pedido a Carlitos que vayamos a la tienda de Anduronda, el importador español en el Mercado Central. No sé bien por qué, pero son una reacción y un impulso atávicos, quiero comprar Marqués del Riscal Duero (una caja), Señorío de los Llanos Gran Reserva (otra caja), chorizo de Cantimpalo, caña de lomo Pata Negra de Campofrío, latas de sardinas en tomate y de bonito del Cantábrico, latas de judías con chorizo, dulce de leche Chimbote, turrones de Jijona y de almendra… Y de la orgía de esa compra en Anduronda nos vamos a La Modicana: un cuarto de Valpolicella y espaguetis con mariscos. Si a fin de cuentas nos vamos a morir, pues que nos quiten lo comido y lo bebido (y lo bailao), qué carajo.

 

Weiß/Colonia, 4.2. (3)

El peripatético Aristóteles taxidermizó en su Política al ser humano, diciendo que por naturaleza es un animal político (=zôon politikón), y de tal diagnóstico yo haría hincapié en lo de “zôon”.

 

Weiß/Colonia, 5.2., primeras horas de la madrugada       

Trasnochada de nuevo, esta vez por culpa de Lone Star, la peli de John Sayles. Es uno de los directores que más me gustan y que más me interesan. Y en Lone Star (cuyo guión propio fue nominado para el Oscar) alcanza una de sus mejores prestaciones, tanto a nivel narrativo como de dirección de actores. La peli se ve como si se leyera una buena novela de Ross McDonald, de la saga de Lew Archer, y posiblemente al leer esto más de un amigo me comente que el cine no puede ser literatura en imágenes; pero a decir verdad, prefiero con mucho la buena literatura en imágenes, al cine por el cine, cuyos resultados –hasta ahora, y sálvese el que pueda– no son de los que mueven a llamar de apuro al sacristán para que eche las campanas al vuelo.

 

Weiß/Colonia, 5.2. (1)

Salgo con la bici para ir a la oficina postal estando las calles por primera vez, desde hace casi una semana, sin nieve ni fango, ni tampoco traicioneras láminas invisibles de hielo. Y al volver a casa, por la calle principal, de repente veo a mi izquierda a un anciano (¿y yo qué soy?), con su carrito de apoyo para caminar, que se larga a cruzar la calle por delante de un auto aparcado en ella, y sin mirar a diestra ni siniestra, siendo así que por su izquierda está llegando a buena velocidad un Mercedes que lo podría planchar sobre el asfalto. Son tres acciones simuláneas: mi frenada en seco mientras grito “¡Cuidado!”, la frenada en seco –pero audible– del Mercedes, y el atravesar la calle del anciano, indiferente y ajeno a lo que sucede a su alrededor. Cuando la termina de atravesar y nos cruzamos el Mercedes y yo, constato que lo conduce una anciana de edad pareja a la de su ex posible víctima, y que me mira sonriendo resignada ante su posible ex homicidio involuntario, y se encoge de hombros. Otra vez la piel de nuestros dientes. Es decir, que el anciano se libró de morir (hoy) por la mínima.

 

Weiß/Colonia, 5.2. (2)

En el canal 3sat una documentación histórica sobre las relaciones del Carnaval coloniense con los nazis, cuando llegaron al poder. El Carnaval, que define por antonomasia el alma de esta ciudad, dejó de celebrarse tras la 1ª. guerra mundial, y se reanudó justo en 1933, de la mano del entonces burgomaestre de Colonia, Konrad Adenauer. Un mes después, Adenauer fue depuesto por los nazis y comenzó la subyugación de la estructura carnestoléndica por parte de los arios puros. Para empezar, los judíos ya no podían ser miembros de las comparsas, murgas o como quiera que se llamen las asociaciones carnavalescas. Para seguir, se terminó con la costumbre de que la Funke Mariechen (=La Chispa Mariquilla, mascota del “regimiento” respectivo) fuese interpretada por un hombre. Para continuar, se creó la pomposa ceremonia de la entronización del Príncipe. Y para rematar, se introdujo la obligación del saludo romano al comienzo de cada sketch en las sesiones festivas de cada comparsa. Vaya si no se arreglaron bien con los nazis, los joviales carnavaleros colonienses, que ahora presumen de haber resistido al régimen. Pocas fueron las excepciones. Karl Küpper fue una de ellas. Solía iniciar sus sketches diciendo, para mofarse del “Heil Hitler!”, «Tienen una manera tan rara de decir “Hallo!”», o bien llegaba al podio con el brazo en alto y sin bajarlo exclamaba en el más puro kölsch: «Su huh litt bei uns dr Dreck em Keller! (=¡Así de alta está la inmundicia en el sótano!)»

 

Weiß/Colonia, 6.2.

Mañana habrá elecciones en Costa Rica, y una amiga tica, entrañable, me escribe lo siguiente: «Después de tres semanas en la playa, o más bien horno, de *****, volvemos a este San José lleno de banderitas y promesas de campaña, que ya ni el más tonto se cree. Todos van a arreglar el país y una se pregunta cómo, si es tan fácil, no se ha podido hacer desde la Colonia. Y en fin, a esperar al domingo que pase lo que pase porque va a dar igual, o sea que siempre nos dan de lo mismo y cada vez en más cantidad. Lo bueno, que a Marjorie Ross le dieron otra vez el Aquileo, y eso nos repone del mal trago del año pasado cuando se lo dieron en novela a un panfleto misógino y subliterario que el mismo autor definió como una «sacada de clavo» por un juicio de acoso sexual que perdió».
Y me digo que si esto es en Costa Rica, en mi querida Cámaralentolandia, ¿qué no será en esos países donde toda Costa Rica sería poco más que el distrito federal?

 

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