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Mientras tantoDe mi Diario : Semana 51 / 2009

De mi Diario : Semana 51 / 2009


Weiß/Colonia, 13.12.

 Oskar cumple diez años. Mi niño querido. Pero no lo veremos hasta entrada la tarde, porque anda participando en un torneo de fútbol sala. Cuando llamo a mi hermana Nena, como cada segundo domingo, me recuerda que hoy era también el cumpleaños de nuestro tío Laureano, y comenta: «El tito siempre padeciendo con los ojos, y mira tú en qué día fue a nacer, el día de santa Lucía» [patrona de los ciegos, al menos en España]. Después de hablar con ella (con la Nena, no con Santa Lucía) despacho a los amigos el enlace con mi blog de fronterad y dedico sus 15’ diarios a Kate, terminando de leer a sus lomos una policial danesa. Me irrita lo que han perpetrado contra el título al traducirla: Silencio mortal es uno del montón y no dice un carajo, mientras que el original de Sara Blædel era Klad mig prinsesse (=Llámame Princesa), que es tan sugerente y además tiene mucha relación con el argumento de la novela. Quién entiende a los expertos en marketing de las editoriales, cardumen de cretinos.

 

 Weiß/Colonia, 14.12. (1)

En fondo, mientras desayuno, dos coros eclesiásticos rusos con los cantos litúrgicos de Pascua, Pentecostés y Ascensión. Son voces karamasovs, voces de popes viriles que se han llevado al huerto a todas las mamuchkas de sus parroquias respectivas. Voces completamente distintas a las suavecísimas en los cantos gregorianos de los monjes de Solesmes, que son voces verlaines, de ángeles asexuados y un pelín contratenores todos ellos.

 

 Weiß/Colonia, 14.12. (2)

 Antes de agarrrar la bici e ir donde mi neumóloga, una llamada de la oficina de mi asesor fiscal. Debo entregar mi declaración de ingresos y gastos de 2007 antes del día 31, me la van a enviar para que la firme, pero me ponen en guardia: prevén que Hacienda reclamará un pago adicional de algo así como 1.500 euros. Buena noticia para empezar el día. La neumóloga no contribuye a mejorarlo: mis pulmones y mis bronquios no han hecho ningún progreso desde el chequeo de septiembre. Es lo que me faltaba para alimentar mi depresión.

 

 Weiß/Colonia, 14.12. (3)

 Había un gusanillo desde el jueves pasado que no dejaba de roerme, y ahora lo he detectado, por fin, gracias a Joserre. Él, que me tiene mucho afecto (y yo se le reciproco), me escribe de Bruselas a propósito de mi diario: «Esto te lo envío aquí en lugar de como comentario al blog, porque me parece más discreto. Die Jungfrau züchtigt den Jesusknaben vor drei Zeugen es de Marx Ernst; estoy bastante seguro porque tuve la reproducción durante años en mi escritorio». Joder, si no sabré yo que la virgen dándole cachetes en el culo al niño Jesús es de Max Ernst ¿Por qué, pues, escribí en este mismo diario que es de Dalí, ese cuadro que he visto decenas y decenas de veces aquí en Colonia, en nuestro Museo Ludwig?  Pero la metedura de pata es una tradición que cultivo sin querer. Nunca se me olvidará el día en que estaba en la redacción y me llamó Leonardo, nuestro realizador chileno, desde el estudio donde se hallaba grabando, y con la voz más inocente del mundo me preguntó: «Dime, Ricardo, ¿sabes tú de quién es La dama duende?», a lo que yo respondí con mi apabullante y enciclopédica sabiduría: «De Calderón, ¿por qué?», y él me replicó acentuando la inocencia de su voz: «No, por nada, porque aquí en tu texto se la atribuyes a Lope, güevón». Me quedé de piedra. O como en el 2007, que hablando del sesquicentenario de la publicación de Las flores del mal, de Baudelaire, mencioné un libro de Cernuda y dije que también se cumplía un centenario del mismoy se había publicado en 1957: ¡qué venta de saldos, 100 por el precio de 50! ¿no?  Pues ¿y cuando titulé un libro mío Me queda la palabra, atribuyéndole en el prólogo la paternidad del verso a León Felipe? ¡¡dos veces!!  Sería inacabable la lista con mis meteduras de pata, dejémoslo estar, peor es meneallo.

 

 Weiß/Colonia, 15.12. (1)

 Veo que un lector me ha dejado un comentario en la columna que publico quincenalmente en El Espectador, de Bogotá: http://www.elespectador.com/columna175652-un-buen-par-de-banderillas.

Es alguien que vela por la pureza del idioma y que me reprocha de este modo: «¿Entonces “cayó desapareciendo”? Eso es gerundismo, puro gringañol; ahí tenemos otro agringado. Se cae al agua y luego se desaparece. ¿Y «cómo fue que»? Además, galicado».

 Ahora resulta que Jorge Manrique («Recuerde el alma dormida, /avive el seso e despierte  / contemplando») escribía gringañol, seguramente sin saberlo. Y si yo soy galicado (supongo que quiso escribir “galicista”), ¿qué es quién escribe “se desaparece”?  Esto le repliqué al lector, añadiendo: «Un poco de seriedad, por favor, y créame que a la pureza del idioma le viene bien un poco servir de rollo de papel higiénico». Hace poco, Carmen Ruiz Bravo-Villasante, que leyó la misma columna, me contaba que a ella un editor le había borrado todos los punto-y-coma de una traducción, sin consultárselo, y me preguntaba qué se puede hacer en estos casos. Le contesté que nada, porque hay gente muy necia en este mundo: «Hay gente que se encresta contra los adverbios terminados en «mente» o los gerundios, y se emperra contra los punto-y-coma, así como también la hay que se encastilla con la diéresis donde no corresponde, y quien sigue en sus trece de que la palabra «murciélago» es la única que incluye las cinco vocales del castellano. Contra la tontería no hay remedio posible, Carmen». Enter. 

 

 Weiß/Colonia, 15.12. (2)

 Yendo con Carlitos hacia nuestro almuerzo de los martes en La Modicana, recuerdo que me olvidé de anotar aquí la anécdota del jueves, cuando nos acompañó Julio recién regresado indemne de México. Resulta que Carlitos, de un tiempo a esta parte, anda coleccionando todos los guantes que se encuentra abandonados en el asfalto y que, curiosamente, suelen estarlo por unidades sueltas, no por pares. El jueves, al dejar el auto en el estacionamiento de la plaza del mercado, Carlitos descubrió uno más y lo tomó del suelo para añadirlo a su ya entretanto gran colección, con la que –nos dijo– todavía no sabe qué va a hacer. «Puedes abrir una guantería», le dije, y al advertir la mirada de Julio añadí: «…para mancos».

 

 Weiß/Colonia, 16.12., primera hora de la madrugada

 El adjetivo exacto es “baldado”. Lo busqué en el diccionario: “cansado, fatigado”, pero no es eso, el diccionario se queda corto. Doña María Moliner amplía el campo semántico: “impedido, inválido, paralítico, tullido”. Y “baldar”, con doña María, es “dejar maltrecho, lisiar”. Sí, estar baldado es estar como yo estoy. Es cuando todo el cuerpo duele, cuando la carne y los huesos han somatizado la depresión y casi cada movimiento implica un gemido, un ay. Cuando casi resulta alivio una punzada en el corazón o un retortijón de gota en la cadera o la irritación de la uretra al orinar, porque son dolores puntuales que suspenden por un par de segundos el malestar general del cuerpo. El soma se convierte en agujetas de la sique. Parafrasearé a mi buen Lope: «Esto es dolor, quien lo probó lo sabe».

 

 Weiß/Colonia, 16.12.

 Nieva, pero es una nieve como tímida, una lluvia de puntos suspensivos blancos, lo que en alguna parte llaman calabobos, en otras sirimiri, más allá garúa sólo que en color, un blanco aterciopelado. Voy con la bici a la farmacia, a la panadería, también  a la oficina postal (acá por tercera vez desde el sábado, las anteriores ni llegué a entrar, ya me devolví al ver las colas, todo el mundo parece atacado por la histeria del International Gift Day, incluso yo mismo con mi paquete de libros, que no es en verdad un regalo navideño, pero si no lo es, sí que lo parece). Hoy he tenido la suerte del tozudo y no había cola. Luego, en el supermercado, compro para el almuerzo –esto es: me autorregalo–150 gr de salmón canadiense de río, nada de ese cóctel fármaco/químico con la consistencia de la gelatina, en lonchas color sarna: el dizque salmón de las pisciculturas noruegas, ¡puah!  Y regreso a casa por el camino a la orilla del río, que parece espolvoreado con talco por la nieve calabobos. Si pudiera tanquearse la paz que se respira

 

 Weiß/Colonia, 17.12. (1)

 Fui con la bici a Sürth, donde desde hace un par de meses hay una librería, y en mi opinión la debemos de apoyar los vecinos de los pueblos circunvecinos (Weiß, Godorf, Hahnwald) porque es la única que hay en ellos, y la de Rodenkirchen tiene clientela de sobra con la de ese pueblo.  Aproveché para pasar por casa de Montse y darle un beso. Y después de dejar mis encargos en la librería regresé a casa y me detuve con la bici ante el semáforo en rojo delante de la iglesia. Al ponerse en verde apareció viniendo de Weiß un bus de la línea 131, que se encontró con un corredor mínimo de paso, a consecuencia de la valla de las obras que han abierto en canal la calle principal desde hace meses. Resultado: nuestra fila de autos intentó retroceder para dejarle un paso más ancho, y el primero en moverse marcha atrás fue precisamente el que yo tenía por delante, y cuya conductora olvidó que yo estaba ahí. Tuve el tiempo justo para echarme a un lado y que no me planchase, pero aún así mi jiúman body restregó violenta y dolorosamente de cadera para arriba el costado del coche, y fue un verdadero milagro que yo apartase el pie en el último instante, si no ya andaría cojo de por vida. La conductora frenó en seco y se la veía muy pálida y alarmada, insistía en preguntarme si me había pasado algo. La tranquilicé, le dije que no era nada, sólo el susto. Hice mal. Porque cuando por fin arrancó, y yo también quise hacerlo, descubrí que la llanta de su rueda trasera había doblado el pedal izquierdo de mi bici, tanta fue la fuerza del impacto. Luego, ha tenido que ser un espectáculo bien inusual el mío por los dos km del trayecto entre la iglesia de Sürth y mi casa. Podría describírselo como la traqueteante marcha de una bici renga. Para colmo, el taller del señor Berg, el “médico” de bicis del pueblo, estaba cerrado. Al llegar a casa me fui derecho a la cama.

 

 Weiß/Colonia, 17.12. (2)

 Trabajo inmediato : Reseñar para Revista de Libros el voluminoso mamotreto (1.400 páginas) de Nicolás Gómez Dávila, y pergeñar un texto de 12.000 espacios para La Jornada, sobre doña Herta Müller. Ayer encargué en la librería de Sürth tres títulos suyos, y la semana que empieza el lunes pienso dedicarla única y exclusivamente a leerla y tomar notas. En cuanto a Gómez Dávila, lo curioso es que lo conocí a través de un empleado que se desempeñaba en la sección postal de la Deutsche Welle y con quien trabé una excelente relación, porque era muy dado a la lectura y siempre me andaba pidiendo consejos sobre qué leer. Un día me preguntó por el autor colombiano Gómez Dávila y le dije la verdad, que no lo conocía de nada. Se extrañó bastante pero fue para él una bienvenida ocasión de revancharse por el descubrimiento que hizo de La muerte de Virgilio, de Broch, gracias a que yo se la recomendé. Y al siguiente día me trajo un pequeño volumen de aforismos de GD traducidos al alemán, que despertaron mi curiosidad por leerlos en el original. No puedo decir que me haya convertido en un entusiasta de su obra, pero aprecio su valor como una especie de menhir en el páramo del pensamiento latinoamericano. Ojo: menhir, no obelisco. Y por cierto que obelisco poseía una acepción hoy en desuso: «señal que se solía poner en el margen de los libros para anotar una cosa particular». Caramba.

 

 Weiß/Colonia, 18.12. (1)

 En la duermevela antes de levantarme, he estado repasando a fondo el incidente de ayer ante el semáforo, en Sürth, con el auto dando marcha atrás, y la verdad es que todavía no me explico el haber salido completamente indemne. El único daño es el pedal chueco en la bici. Pareciera que mis reflejos siguen intactos. ¿O será que el instinto de supervivencia se sobrepone a todo?

 

  Weiß/Colonia, 18.12. (2)

 Busco en pantalla un artículo del diario que lei durante el desayuno, para enviarles el enlace a un par de amigos, y así me vengo a enterar de que ayer se produjo un terremoto en Huelva: 6,2 en la escala de Richter, noticia que no ha merecido entrar en la edición impresa. Llamo de inmediato a mi hermana, no contesta; a mi sobrina Mónica, tampoco; a mi sobrina Elena, y ahí sí, me contesta David, tranquilizándome, él y Elena ni siquiera se despertaron (el terremoto fue alrededor de las 3 de la madrugada), y luego me dice que si lo pillé en casa fue por casualidad, «estaba ya saliendo por la puerta». Lo felicito porque me parece una medida más que prudente, teniendo en cuenta que vive en un ático.

 

 Weiß/Colonia, 18.12. (4)

 Por el canal Arte terminan de transmitir hoy un documental en cinco entregas sobre la vida y la obra de Darwin. El documental ha sido excelente, pero lo que más me gustó de todo es haberle contagiado a Diny mi entusiasmo por esa vida y esa obra; al despedirse para ir a dormir me ha pedido el volumen con su diario de viaje en la Beagle. Yo me quedé viendo una policial de la BBC, Whitechapel, sobre un asesino serial que se propone reproducir uno por uno, en nuestros días, los crímenes de Jack el Destripador. Y casi lo consigue. Es una miniserie en tres capítulos, que Arte tuvo la gentileza de transmitirlos seguidos, con las dos pausas canónicas para renovar los whiskies (en mi perdido caso). Magnífica también esta miniserie, la BBC produce golosinas visuales en cinta sinfín, pero me quedé con el frustrado deseo de que el asesino no fuera tal sino asesina, la ínclita Jill la Destripadora, ya que los análisis del DNA de los pocos restos orgánicos que dejó –al ensalivar las estampillas de sus cartas a Scotland Yard–, permiten argüir que los crímenes atribuidos al tal Jack los cometió una mujer. Hélas!, «no se puede tener todo», como dice el maestro Álvaro Mutis en su “Sonata”.

 

 Weiß/Colonia, 19.2. (1)

 Último sábado antes del International Gift Day, así es que de hoy no puede pasar que vaya a  Colonia, al centro, para comprar los DVD que quiero –y que me quiero– regalar. Pero cuando abro de par en par el ventanal del dormitorio, al levantarme, descubro un paisaje de “navidades blancas”, ha estado nevando toda la noche. Lindo de ver, sólo que eso significa, ¡oh congénita ineficacia de la KVB [la peor compañía de transportes públicos del hemisferio occidental]!, que sus servicios serán, hoy, un verdadero caos. Me rindo al destino, y parto de Weiß con un bus que pasa retrasado, lo cual me impide conectar en Sürth con el tranvía ad hoc (partió puntual), y ya se sabe que en tales casos el siguiente tranvía, el que viene desde Bad Godesberg, llegará retrasado: y así lo hace, claro, 15’ de retraso. Esperando en el andén, a mi lado, dos mujeres conversan en griego, o más bien en un sucedáneo de lo que en mis tiempos llamaban “sopa con tropezones”. Lo pienso porque deben de estar hablando de las notas escolares de sus hijos, y en la sopa de su plática griega de repente hay los tropezones alemanes de un “Mathe 4 plus” o un “Landeskunde 3 minus”, lo que revela que sus retoños no son lumbreras ni en Matemáticas ni en Geografía. Por más que, me pregunto, ¿no es “matemáticas” una palabra griega?  La llegada del tranvía me deja sin ese Aristófanes peripatético al que estaba asistiendo y tanto me divertía. Luego, en el centro, en Saturn, la mayor tienda de CD y DVD de toda Europa, la omnipresente fiebre consumista casi que me contagia, pero sé contenerme a tiempo: no compro nada más que 10 DVD, entre ellos los de Trade y Gran Torino, que andaba persiguiendo. Montse vio Trade la semana pasada y cuando estuve con ella el viernes aún seguía chocada, me confesó que tuvo que dejar de verla en un momento determinado, y sólo acabó de hacerlo cuando se sintió fuerte para afrontar el final. Es una peli que se le mete a uno bajo la piel. No sé por qué la han titulado en español El precio de la inocencia. Lo más exacto hubiera sido El precio de un virgo, o bien Subasta de una virgen, una chamaquita mexicana de 13 años raptada a la luz del día en el D.F., para vender su virginidad al mejor postor en subasta por internet, en los Estados Unidos. Es un trago amargo esta peli, pero hay que verla: porque no le ahorra nada al espectador, lo puede sacudir y concienciar de una manera imborrable. Recuerdo que al salir del cine, cuando la vi la primera vez, le comenté a Diny, por contraste, qué basura es Memoria de mis putas tristes.

 

 Weiß/Colonia, 19.12. (2)

 Buscando la frase del domingo que envío cada semana a mis amigos, encontré una de Shirley Temple, la niña que conquistó Hollywood en los años treintas: «Dejé de creer en Santa Claus cuando mi madre me llevó a verlo en unos grandes almacenes, y él me pidió un autógrafo».

 

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