Weiß/Colonia, 18.12. (1)
Al levantarme abro la ventana del dormitorio para que se oree, y me encuentro con que empieza a caer la primera nevada de este invierno. Bah, en el trayecto del dormitorio a la cocina se acabó la tal dizque nevada: o sea, que no ha sido, pues, nada más que el tráiler de la peli.
Weiß/Colonia, 18.12. (2)
Ayer le explicaba a Alberto, en un email, que hay varios discursos tuiteros diferentes y todos válidos: «Está el tuitero que usa su cuenta para sencillamente chatear aunque sea en público y no en privado (por ejemplo @animesa, mi gran amiga manizaleña Ana María Mesa); está el tuitero scout, como Luis H. Aristizábal, descubridor de otros tuiteros creadores, pero que combina esa actividad con su faceta de tuitero también creador (y ahí te doy la razón, es un as, pero lo es mucho más en su faceta cinegética); está el tuitero simplemente creador (nuestro buen amigo Héctor Abad); hay el tuitero cívico, que se empeña en polémicas y campañas que tienen que ver con el bien común (Andrés Hoyos sería un buen ejemplo); y hay también el tuitero misceláneo (del que sumercé también fuera un buen ejemplo)… en fin, podría seguir, pero creo que basta con lo que va, todos ejemplos colombianos, y añadir que, por supuesto, ninguno de ellos se da en estado puro, con alguna excepción grandiosa, como @gre_cia_m, la estrella indiscutible del Twitter Show». Hoy, repasando ese email de ayer, caigo en la cuenta de que en casa del herrero el cuchillo es de palo: me olvidé del tuitero parásito, de aquel que, como yo, carece de cuenta T propia y abusa de unos generosos amigos anfitriones para sacar sus propios tuits. Vale.
Weiß/Colonia, 18.2. (3)
Cuánto imbécil como yo sigue vivo, mientras se nos muere un Vaclav Havel. Otra muesca más en el balance de pérdidas de este año, rico en ellas. Tomando en cuenta la cifra de los imbéciles supervivientes, el balance son puros números rojos.
Weiß/Colonia, 19.12. (1)
Ayer, queriéndome cerciorar de una etimología, encontré esta frase: «El nacimiento del fascio lo atribuyen a la fundación del primer Fascio di Combattimento en la Plaza del Santo Sepulcro en Milán, un 23 de marzo del año de 1919». Se trata de uno de esos estúpidos errores de redacción que porque se repiten sin cuestionamiento ya funcionan como datos incontrovertibles, y este es tan sólo uno de los cientos de casos que me he encontrado en mi vida: «un 23 de marzo del año de 1919». Ajá, uno: ¿y cuántos más 23 de marzo tuvo ese año “de” 1919? ¡Cretinos!
Weiß/Colonia, 19.12. (2)
Le pasé a varios amigos un pps con la “cartilla” de los tiempos iniciales (los llamados “Años Triunfales”) del franquismo, incluyendo las letras de los himnos de la Falange y los requetés, las de algunas canciones de marcha del Frente de Juventudes, en fin, con toda la parafernalia de aquél régimen esperpéntico en el momento de su mayor repelencia. Mi tocayo Ostuni me acusa recibo desde mi Buenos Aires querido: «¿Por qué será que estos libros escolares son idénticos a aquellos que nos obligaban a utilizar en tiempos de Perón?» Le contesto: «Tu pregunta es la respuesta». Enter.
Weiß/Colonia, 20.12. (1)
Por la noche nevó y todo parece cubierto por una colcha blanca. Salvo el asfalto. Menos mal, ya que estábamos citados para almorzar en La Modicana, con Julio y con Cecilia, y ella llegó acompañada por su Viggo Konstantin, que el 9 cumplió su primer añito (lo que significa que llevábamos más de un año sin reunirnos con nuestra boliviana tan querida, ¡y eso en Colonia!) Lindo el almuerzo y yo sin despegar el ojo de Viggo, que cumplió un año el día 9 y es casi tan grande como Henri, que cumplirá dos el 4 de enero. Echo de menos a Diny, que tiene mucha más capacidad volumétrica que yo en estos cotejos.
Weiß/Colonia, 20.12. (2)
Volví a ver a noche, por enésima vez, All the President’s Men. La secuencia que me gusta más, desde la primera vez, es la final, Woodward y Bernstein gravitando como posesos sobre sus máquinas de escribir, esa metáfora visual de Pakula, ¡grande, don Alan!, la escritura termina venciendo. Porque la escritura es la gota de agua que horada la piedra de la mendacidad.
Weiß/Colonia, 20.12. (3)
Ana Nuño me envía un epigrama de Kipling con una traducción de Sánchez–Dragó que no está mal pero que no le hace honor ninguno al epigrama como tal. Kipling dice: «I keep six honest serving-men / (They taught me all I knew); / Their names are What and Why and When / And How and Where and Who». Y yo traduzco: «Cada uno fiel mayordomo / (me enseñaron cuanto sé); / sus nombres: Qué y Quién y Cómo / y Dónde y Cuándo y Por qué». Se lo envío a Gustavo Restrepo, en Otraparte, donde me siento siempre como si estuviera en casa.
Weiß/Colonia, 21.12.
Me llegó ayer, por fin, el regalo que compré para mi deuda estherna, la biografía de Mariana de Pineda por Antonina Rodrigo. Esta mañana lo envolví en papel ad hoc, con advertencia expresa de no abrir el bulto hasta el Día Internacional del Regalo, lo metí en un sobre robusto y lo llevé a la oficina postal, encontrándome (esta vez sí, ¡ay!) con la consabida cola de gente cargada de paquetes para enviar. En esa salida con la bici, y a pesar de ir requetebién abrigado, me afrijolé un requeterresfrío «que me tiene mártir», como diría mi abuela Remedios, que era una sabia.
Weiß/Colonia, 22.12., primera hora de la noche
Estoy literalmente convertido en un alien a cuya nariz han conectado las cataratas del Iguaçú pero no quería ni podía perderme en la tele el reportaje sobre la única orquesta sinfónica en África Central, la Orchestre Symphonique Kimbanguiste, y aunque mi nariz entretanto ha firmado un pacto de reparto de aguas con mis lacrimales, no me arrepiento para nada porque este ha sido el más bello reportaje que he visto en mucho, mucho tiempo. La orquesta es una iniciativa privada de Armand Wabasolele Diangienda, congoleño apasionado por la música clásica, y con pocas excepciones sus componentes no son profesionales, son gente de la calle, ciudadanos como tú y como yo, que después del duro trabajo de cada día se reúnen para ensayar, y muchas veces sus instrumentos son fabricados por ellos mismos, sobre todo los de cuerda. Durante los 95 minutos del reportaje asistimos a los ensayos de la 9ª de Beethoven y el ritornello del tema del 4° movimiento es algo que se te va metiendo dentro del cerebro a la espera del momento del concierto, al final del reportaje, y juro por todos los dioses que se estremece uno al oír ese coro de aficionados congoleños cantando unísono «Freude, schöner Götterfunke, / Tochter aus Elysium, / wir betreten feuertrunken, / Himmliche, dein Heiligtum!» y la apoteosis final, «Alle Menschen werden Brüder / wo dein sanfter Flügel weilt!» Algo glorioso que me hizo llorar otras lágrimas que no eran las del resfrío. Mientras oía los aplausos pensaba en mi Anamarísima querida, que cantó hace poco ese coro en Manizales y con quien mucho conversé por email acerca de las dificultades de su texto. Luego, tras los aplausos, para despedir a un público que no cesaba de pedir un bis, la Orchestre Symphonique Kimbanguiste interpretó el “O Fortuna!” de los Carmina Burana, y es curioso cómo el trueque de texto, de un poema clásico a una canción popular de la Edad Media, les cambió el cuadro a los intérpretes: la misma calidad, pero aquí no sentían para nada el peso de la púrpura en sus voces. De hecho, podrían estar cantando “Pata Pata”, así de sueltos y rítmicos se pusieron. Pero ahora tengo que irme a apoliyyyar, a la puta cama, lo que no podía hacer es aplazar estas anotaciones para la mañana, no se debe machacar el hierro en frío sino cuando todavía chispea al rojo vivo.
Weiß/Colonia, 22.12. (1)
Estornudos como relinchos (más bien rebuznos), la nariz niágara y los ojos de Mater Dolorosa. Hoy soy un saco de miserias, como diría Quevedo, creo. Pero hay que seguir en la brecha, lo que no haga yo no lo hará nadie por mí. Joderse y aguantarse. Y esperar que mañana la cosa mejore, porque mañana, lo quiera o no lo quiera, tengo que ir al Banco a sacar dinero (los regalos para los nietos son en efectivo) y hacer las últimas compras, y si me agarrase una recaída, el 24 lo tendré que pasar en la cama, y a lo mejor hasta es mejor para mí, porque odio la fiesta navideña como tal. Lo único que lamentaría es perderme las caras de los niños, sobre todo la de Henri, abriendo los paquetes de sus regalos. Pero más nada. Ahora bien, lo que no sería responsable es acudir en un estado tal que pudiera contagiarlos. «¡Por Dios!», como diría Álvaro Mutis.
Weiß/Colonia, 22.12. (2)
JEC es un buenísimo columnista, a quien sigo no sin polemizar con él, porque no siempre me convencen sus razonamientos, pero cuando discutimos lo hacemos en buenos términos, jamás ad hominem. Hoy he descubierto en su última columna este párrafo: «Hay un superhéroe al que adoro. Tengo una foto de él [Abraham Moritz Warburg] con la mirada perdida entre libros y rosas, en Florencia, quizá en 1899. Ahí está la foto en el panteón de mi biblioteca –todos llevamos uno, allí o donde sea, en la memoria– junto a la de Diego alzando la mano después de meterles el primer gol a los ingleses, o mientras lo hacía, qué más da». Y al leerlo me he sonrojado, de vergüenza y de rabia. No es posible, pensé, que el icono más nauseabundo de la más absoluta falta de fair play, de la mayor antideportividad posible en el fútbol (una de las escenas más infames y deplorables en toda la historia del deporte), esté entronizado en una biblioteca junto a los retratos de portentos de la literatura o de las artes, es algo así como insultarlos aunque no sea premeditado. Busqué la fecha de nacimiento de JEC y constaté que tenía siete años cuando ese gol de «la mano de Dios» selló para siempre como una marca obscena toda la carrera del tal Diego. ¿Cómo es posible que se eleve a acto heroico semejante perversión del espíritu deportivo? Porque eso, que de repente sería comprensible en un niño de siete años, no lo entiendo en un hombre de 32. Le pondré un email para decirle que seguiré leyéndole porque me gusta como escribe, tiene garra para decir las cosas, y sabe rematar muy bien sus columnas (es decir, que de él aprendo), pero a partir de ahora me tomaré con bastantes granos de sal sus aseveraciones en materia ética y moral. No consigo imaginar que puedan cohonestarse altos parámetros éticos y morales con la admiración de un gesto como esa mano de ese Diego.
Weiß/Colonia, 23.12. (1)
Me levanté seco, de nariz y ojos, y el puto resfrío como un eco lejano de un trueno que ya sonó. Y aunque le temía a la calle, todo marchó sobre ruedas, cuando finalmente me decidí, salí al Banco, a hacer fotocopias y unas últimas compras. Antes, para fotocopiarlo, estuve ordenando todo el material autógrafo de Gonzalo Rojas que poseo; Rodrigo Tomás va a pasar por acá el domingo o el lunes y está muy interesado en él. Es casi todo correspondencia de los años 86 y 87, cuando Gonzalo se desempeñaba como profesor en Provo/Utah. Conservo incluso los sobres y me hace gracia pensar que él o Hilda descubrieron un día una edición especial de estampillas del correo USAno, con el retrato de T.S. Eliot, y debieron comprar un par de pliegos de ellas, muchos sobres están franqueados con esa estampilla y es ya un poema concreto el propio sobre en sí: a la izquierda la dirección autografiada con la letra pagana y dionisíaca de Gonzalo, a la derecha el rostro anglicano y apolíneo de Eliot.
Weiß/Colonia, 23.12. (3)
Me queda la última de las insufribles tareas navideñógenas. Empaquetar los regalos. Menos mal que nada más ocho, y cuatro de ellos son sobres con dinero y una postal con un par de palabras para cada uno de los nietos: por cierto que a Henri tendré que escribirle en henrish, idioma que no domino, pero consultaré con Montse en caso de dudas. El regalo para Angie (“mi nuera predilecta” –tanto que hasta es la única– me volvió a tocar en el sorteo secreto entre todos los miembros de la familia) es una policial alemana que vi en su lista de sugerencias. El de Rebeca es la obra completa de Loriot, en 6 DVD. Y para Diny, ¡ah, la sorpresa!, una manta de lectura. En realidad es multiuso, se la puede utilizar de varias otras maneras, incluso como capa. Pero la finalidad original es envolver el cuerpo del lector del mismo modo que el capullo a la crisálida, dejando sólo tres huecos para la cabeza y las manos; así es que se está de lo más calentito y cómodo leyendo en esa especie de claustro materno color burdeos. Lógicamente, dentro de la manta he puesto además un libro, para que la estrene con su lectura. Es la traducción al alemán de No acosen al asesino, la primera novela de la saga de la juez Mariana de Marco, y Diny, que quiere mucho a José María, pero nunca ha leído nada suyo, se va a alegrar de poderlo hacer al fin. Hoy me siento harto boy scout, no es por casualidad que Álvaro Mutis me llame “Baden Powell”. Si está de buenas. Si de malas, “Baden Baden”.
Weiß/Colonia, 23.12. (4)
Mi querida @animesa está de vacaciones e inserta este tuit en su cuenta: «Me encanta la vida sin afán». Un español solidario y compasivo le pediría, hasta de rodillas, que no tirase la toalla, que no cejara en su empeño, su pretensión, su deseo, su anhelo vehemente, en fin, que sí tuviera algún afán. Yo, que sé colombiano, además de castellano, la entiendo requetebién: a @animesa le encanta la vida sin prisas, la de las vacaciones. Ay sí, ese idioma común que nos separa…
Weiß/Colonia, 24.12., primera hora del día
Waking The Dead es una de las mejores series de la tele inglesa. Este episodio de la muerte de Mel lo puedo ver cien veces más y siempre me tendrá atenazado, hasta el amargo final. Luego, son las casi las 2.30, voy al servicio chico, junto a la puerta de entrada, lo más lejos posible del dormitorio para no despertar a Diny con el ruido de la cisterna, y sentado en el inodoro echo mano de una de las revista neerlandesas que ella acumula en el rincón de la derecha. La abro y leo un titular que dice «Mooier dan ooit»; es decir, no, éso es lo que está impreso, lo que yo leo es, si lo pensara en castellano, «Más lindo que nunca», pero no lo pienso en castellano, y en ese momento descubro algo que me tiene hace tiempo muy pendiente durante mis lecturas: pienso en el idioma en que leo, es decir, no traduzco, la traducción es apenas un subtítulo.
Weiß/Colonia, 24.12.
En la sección local del diario, cinco columnas de seis, a toda plana, con foto grande comilfó: una crónica acerca de una cristiana alemana casada con un afgano musulmán, y ambos amigos íntimos de una judía. Ina, la alemana, dice que «idiotas intolerantes naturalmente los ha habido en nuestras vidas. Pero a quien no tolera al extranjero, tampoco lo tolero yo». Y recuerda lo de aquella persona a quien le dijo que iba a casarse con un afgano y le contestó «Ah, con uno del África… ¿Es negro?» Ina cuenta: «Le dije “Fíjese que no, es a lunares, blancos y negros”». Y Sofía, la judía, comenta que son tan amigos «porque yo no soy en primer término judía, e Ina y Akbar tampoco son primero cristiana y musulmán. Para empezar, somos seres humanos». Es una crónica que viene como hielo al güisqui en un día como hoy. Los diarios descubrirán algún día, en el resto del mundo, que la sección que más tienen que cuidar es la local: para la basura informativa están la tele y el internet. En fin, y ahora tratar de subir todo esto a mi blog, antes de ponernos en marcha a casa de Montse y la fiesta familiar.
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