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Mientras tantoDe mi Diario: Semana 51 / 2012

De mi Diario: Semana 51 / 2012


 

Weiß/Colonia, 16.12.

12.30, voy con Diny & Carlitos a la clínica, me desentablillan, el dolor continúa, el médico de guardia (un veterano que a Diny le parece antipático y a mí solamente apático) me dice que habría que entablillar de nuevo, aunque es seguro que no se trata de una fractura, sólo de una contusión. Le replico que prefiero la muñequera al entablillado, lo acepta, y concierto una cita para el jueves con el médico en jefe, si los dolores continúan. Esta vez duró todo menos de una hora, me alegré por mi pobre Carlitos, que es un ángel del cielo, pero ni siquiera los ángeles tienen una paciencia eterna. Esa, según dicen, sólo un tal Dios, con mayúscula. Y además de oficio, qué chollo, tío.

 

No acudo a la fiesta de cumpleaños de Oskar. Un zombi en una fiesta de cumpleaños, ¡por Dios!, como diría Álvaro Mutis. No quiero ser ni el aguafiestas del encuentro ni una imagen del Bosco en la memoria de Henri. Me basta recordar el asombro de Oskar, hace años por estas fechas, quizâ en la noche del 30. al 31.12. del 2002, que durmió en casa, y conmigo, y al despertarnos me dijo: «Abuelo, ¿por qué tienes los ojos rojos?». Aquel fue uno de los sustos más grandes que he pasado, al mirarme en el espejo creí que iba a perder la vista, o la vida (al menos la normal), mis ojos eran dos estanques sanguinolentos, aquello podía ser un derrame cerebral, aunque me sentía 100% normal, y después de acudir al oculista de guardia para casos de emergencias me quedé tranquilo por completo, y al cabo de un par de días el malestar “estético” desapareció. Pero el susto, ay, quê susto Por cierto que Chico cumplía años, como aburridoramente lo hace cada 31.12., y aquella vez correspondió a mi regalo con el de unas gafas Ray–Ban que todavía conservo. Pero ¿dónde?

 

Me cuenta Diny que Frank la trajo a casa en su coche, aprovechando que también tenía que llevar a Helmut [su padre] a la residencia donde vive. Y que cuando estaban por marcharse de la casa, Montse le dijo a Henri, «¿No le das un beso al abuelo?», y Henri salió corriendo por delante de Helmut y abrió la puerta gritando «¡El abuelo, viene el abuelo!», esperando encontrarme al abrir la puerta. Y es que está muy claro: para Henri, “el” abuelo soy yo. Me conmovió hasta las lágrimas, pero más por el pobre Helmut, que es tan abuelo suyo como yo.

 

Weiß/Colonia, 17.12.

Me escribe mi Maragata tan querida, muy preocupada al leer lo de mi caída en el cuarto de baño, quiere saber cómo estoy, le contesto lo que tendré que contestarle a todos, copy & paste: «Mi Maragatita linda, estoy bien dentro de lo bien que se puede estar cuando sientes que tu cuerpo es un fardo, y ando con un ojo a la funerala (me podrían contratar para una peli de terror) y siento dolores hasta en el puente de la nariz (no es imagen, es jodida realidá). Pero lo peor es que acabo de descubrir en estas circunstancias que si bien nunca sería capaz de escribir a mano con la zurda, es una mano súper importante para mí, para cosas del día-a-día que sólo te das cuenta cuando esa mano la tienes inválida. (Te estoy escribiendo con nada más que un dedo de la mano derecha, únicamente puedo usar la izquierda –sin dolor– para calzar la tecla de mayúsculas o la de copy). Ya tengo cita para el jueves, con un traumatólogo, por si acaso los dolores continúen. Y aunque las radiografías dicen que no hubo rotura, sólo contusión, lo que dice Rebeca, que no sé de dónde lo saca, es que a veces preferible es la rotura a la contusión. Esta, garantizado, debe de ser una».

 

Weiß/Colonia, 18.12.

0:10 am: Nora, qué obra maestra. Y qué proeza la de Losey y su reparto, lograr transmitir tanta sensación de autenticidad, de verdad, acerca de la mentira. De la Lebenslüge, la mentira vital en que nos movemos como Perico por su casa, mintiéndonos, para empezar, a nosotros mismos.

 

Durante la mañana: Estoy mal, para qué voy a engañarme, siento pulsando un dolor infernal en el parietal izquierdo, el que recibió el golpe, mis más de 100 kilos desplomándose en fracciones de segundo contra la esquina filosa de la pared, menos mal que la frente y no la nuca, un reflejo me hizo girar la cabeza a tiempo. Y únicamente puedo usar la derecha para escribir; la zurda sólo para calzar la tecla de las mayúsculas y la de Control, cuando quiero copiar algo, para más no le da el cuero. Y tengo el ojo izquierdo que parece que me hubiesen injertado un parche de pirata. Pero tomando en cuenta el hecho de que sigo vivo, entonces, ah, entonces, estoy bien.

 

Encuentro las gafas de sol que me regaló Chico el 31.12.2002 y me las antifaceé cuando salí con Carlitos a mediodía, primero a la farmacia (donde me miraron todas extrañadas, porque no había en el cielo ni el más mínimo rastro del Padre Febo, así es que les tuve que explicar el porqué de mi ray-banización), y después a La Modicana, donde la mesera de cuerpo escultural y simpatía contagiosa y desarmante, le gritó a la signora: «È arrivato don Vito Corleone!» Quieras que no me tengo que reír. Y los canelones del día hicieron el resto para levantarme el humor.

 

Recién esta tarde, y casi sin haberme dado cuenta, empecé a manejar de nuevo las dos manos, aunque sigo con la muñequera en el brazo zurdo y mantengo la muñeca apoyada en la mesa, de tal modo que con esa mano sólo cubro la cuarta parte del teclado, pero es un avance enorme respecto de los tres días anteriores.

 

Weiß/Colonia, 19.12.

Julie & Julia. No la conocía. El viernes, día de mis últimas compras “navideñas”, forzadas por el factor familiar, compraré el DVD para Diny. Me ha encantado esta peli, y las actuaciones de las dos protagonistas son de antología. El cine de actores es uno de los que más me gusta, y desde siempre. Pero es que en esta peli, además, cuentan el guión y la dirección de Nora Ephron, que se nos fue este año pero nos dejó tanta belleza para seguir disfrutándola.

 

Weiß/Colonia, 20.12.

2:50 am:  Susana me comentaba hace poco en un email que la versión inglesa de la serie Kurt Wallander con Kenneth Branagh fue un plomazo. Yo acabo de verla completa en este nuevo pase por la tele, y lo que me parece es que a la serie sueca le interesa KW como detective, y a la inglesa KW como ser humano. Y que los aficionados a las telepoliciales admiten o toleran toda la humanidad posible de sus héroes a condición de que ese nivel no gane el primer plano. Pero nadie, nadie que haya leído La quinta mujer podrá negarme que el último capítulo de la primera temporada Branagh es un prodigio de concisión narrariva respecto del original, y de intensidad expresiva en la versión filmada, como raras veces sucede en estos casos. Y que ambos aspectos del comisario, el profesional y el íntimo, están tratados y presentados al mismo nivel. Otra cosa es que a uno no le guste un actor “shakespeariano” en un papel de comisario la de policía sueca, pero ¿qué son la mayoría de los dramas regios del Bardo sino policiales de lesas majestades?, ¿y Hamlet, no es danés?

 

Clínica de San Antonio, la joven doctora que me atiende se da por satisfecha con que ya no siento dolores en la muñeca, pero me recomienda no seguir usando la banda elástica protectora sino un par de días más. Y de la clínica me voy con Carlitos de compras, sobre todo yo, en una orgía consumista: vinos (tinto y blanco), latas y más latas de anchoas, atún blanco, bonito en tomate, mejillones en su salsa (¡no tenían machas!), fabada y lentejas con chorizo, un paquete de tortas de Inés Rosales para Diny (que se aficionó a ellas desde nuestro viaje de recién casados a Huelva), y 1 kilo de langostinos congelados, y queso manchego, y turrón de almendra blanda y de yema. Ufffff, qué descansado se queda uno cuando se saca juntos tantos antojos del cuerpo.

 

Luis me manda un email desde Caracas, con una cita de mi gran tocaya alemana, Ricarda Huch. La traduzco: «En último término, la felicidad sólo depende de cuán capaz sea uno de amar a los otros, y otramente». El adverbio es digno de juicio sumario y fusilamiento al amanecer, pero qué hacer con ese «Andere und Anderes»? Y ahora que lo transcribo me doy cuenta de que no sólo es que el adverbio que me inventé sea un desastre, sino que no leí bien el original, donde dice tan claramente“Anderes” y no “Anders”. ¿Tal vez, entonces, «En último término, la felicidad sólo depende de cuán capaz sea uno de amar a los otros, y a lo otro»? Ya suena mejor.

 

Weiß/Colonia, 21.12.

Haciendo cuentas Diny para pagarme cosas que me encargó y le compré, de repente llega con una factura en la mano y me pregunta si no compré el vino tinto; que sí, le digo, dos cartones de seis botellas cada uno, están en el garaje. «Pero en la factura no aparecen», me dice. Cierto, me digo después de chequear la factura, y no seré yo quien se eche a llorar por ello.  Ya sé cómo voy a invertir esos casi 70 € cuando vaya por la tarde al centro: en DVDs y bullabesa.

 

En el tranvía la chica con la bolsa en bandolera consigue que el asa que le cruza el pecho se lo convierta en una carta de amor, con el encabezamiento encima de su seno derecho, y la rúbrica de la firma debajo del izquierdo. [Estoy leyendo demasiadas greguerías estos últimos días, pero es que tengo que hacerlo: el lunes debo enviarle a Luis, en el DFectuoso, un artículo de 6.000 caracteres que me ha pedido para el cincuentenario de la muerte de Ramón, y me he propuesto detectar entre sus greguerías aquellas que se han vuelto obsoletas («Las teclas de la máquina de escribir con su borde plateado parecen ofrecer a la mecanógrafa alianzas matrimoniales») y las que hoy serían impublicables, por políticamente incorrectas, p. ej., «Me molestan las películas de negros porque no se sabe si es el padre o la madre el que da de mamar al niño»].

 

En Saturn compro cinco DVDs, uno para una grandísima cocinera, Diny, July & Julia; otro para Rebeca, Station Agent; y tres para mí, Das Lied in mir, Black Swan y Up in the Air. Y de Saturn pongo proa al Mar del Norte y encargo una bullabesa con un pincho de gambas a la plancha y un vaso grande de vino blanco, seco y frío. Faltan seis horas para que concluya el día, y quién quita que los mayas tuvieran razón y el mundo se acabe hoy. Que me agarre con la panza contenta.

 

Weiß/Colonia, 22.12.

Suena el teléfono y en el visualizador aparece el número 321557. Así pues, me identifico como suelo hacerlo siempre en este caso: «Refugio Infantil Bada Hansen, mi nombre es Abuelo, ¿qué puedo hacer por usted?» «Hola, mi nombre es Oskar Ritter. ¿Tendrían ustedes una habitación, pensión completa, por dos días a partir de hoy?»  Este cabrón heredó mi sentido del humor. Y al rato lo tenemos en casa y pasará con nosotros el fin de semana. ¡Aleluya!

 

***********FIN***********

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