Home Mientras tanto De mi Diario : Semana 51 / 2023

De mi Diario : Semana 51 / 2023

Rodenkirchen, 17.12.

Alguna vez se me tenía que escapar, pese al cuidado que pongo en no meter esa pata. Anoche escribí una vez Las tres caras de Eva en vez de Las tres nochesPor cierto que tengo que volver a ver Las tres caras, Joanne Woodward fue siempre mi actriz predilecta tras Barbara Stanwyck, y la lección de actuación que dio en esa peli se la recompensaron con un Oscar: no todas las actrices lo han conseguido con su tercera aparición en pantalla. Va camino a los 94 y sufre alzhéimer desde hace muchos años, desde antes de morir el gran amor de su vida y su único esposo. Se dice muy pronto en Hollywood.

Almorzamos en Steep’s con Oskar y Henri. El encuentro puede resumirse así: vinieron (retrasados, como siempre, tratándose de Oskar), comieron y se marcharon. Diny les tenía preparados unos juegos para entretenerse y pasar un buen rato con ellos, y como gráficamente se dice en Colombia, la dejaron con los crespos hechos, es decir: compuesta y sin nietos. Yo alcanzo  a entenderlos, ella no, menos mal que se le olvida.

Qué bueno que Anotota haya descubierto a Huizinga. Es otro de los ninguneados por el Nobel. Aunque, bien mirado, ninguno de los que el Nobel ninguneó lo necesitaba para ser grande. Yo casi me atrevería a decir que antes al contrario. ¿A quién de ellos le agradaría estar acompañando a Sully–Prudomme, Echegaray, Eucken, Spitteler, Reymont y Pearl S. Buck? No sin malicia, Sinclair Lewis dijo: «La Marina americana tuvo su Pearl Harbor, la literatura americana su Pearl S. Buck».

En la última entrada de anoche se me olvidó añadir que hace un par de semanas, en el tablón de anuncios del Maternus descubrí el de una ponencia de un al parecer experto acerca del tema de la muerte súbita, y al leerlo se me ocurrió un microcuento sobre el mismo: «En el tablón de anuncios de la Fundación apareció el de una ponencia de un experto acerca del tema de la muerte súbita. El salón de actos se llenó a tope, asistentes hubo que debieron quedarse de pie. Una vez presentado por la joven programadora de actos, el experto subió al estrado entre los aplausos del público. Agradeció con una sonrisa y una leve inclinación de cabeza, arregló las cuartillas donde traía escrita su ponencia, abrió la boca y se desplomó sobre la mesa como alcanzado por un rayo. Haciendo gala de una gran presencia de ánimo, y unos buenos conocimientos del latín, la joven programadora de actos dijo al micrófono: “Quod erat demonstrandum”». Me pregunta mi deuda estherna que cómo lo voy a titular. Se lo digo: “Las jóvenes programadoras de actos saben latín”.

Rodenkirchen, 18.12.

Vi anoche una grabación íntegra de La del manojo de rosas. Es una de las dos zarzuelas que he visto en el extranjero, La del manojo en el Odeón, de París, y Doña Francisquita en Bélgica, ya no recuertdo si en Gante o en Brujas. Sí que recuerdo muy bien la noche del Odeón porque al salir, con Marie–Claude, nos metimos a una brasserie para tomar un tentempié, y de repente ella se echó a llorar porque acababa de romper una relación de años con su compañero: ella quería ser madre, y él, casado, ya abuelo y un par de décadas mayor que ella, no. Espontáneamente le ofrecimos que viniera con nosotros a pasar una semana en Madrid, y eso le hizo ilusión; una semana después la fuimos a buscar en Barajas  y le dimos a conocer un Madrid de lujo, con cena en Lhardy incluida, donde le entusiasmaron la comida y la copa de Luis Felipe, la saboreó con tanto deleite que el maître nos invitó a una generosa copa por cuenta de la casa. Me recordó lo que Federico me contó de un amigo alemán que le dijo: «Me encanta pedir una copa de coñac en España porque después de beberla queda en el fondo de la copa la cantidad que me sirven en Alemania cuando pido una copa de coñac».

Antes del mediodía : Como éramos pocos y la abuelita salió de noche, Frank me acaba de llamar con algo de preocupación en su voz porque aunque a Montse la dieron de alta en la clínica donde estaba, muy cerca de su casa, lo cierto es que lo hicieron sin atinar un diagnóstico y la fiebre no remite, está pensando agarrar el carro y llevarla a la clínica de la Uni, que es famosa en Alemania. Mucho me temo que tendremos este año unas Navidades no blancas sino en blanco.

Almorzamos en Steep‘s, de nuevo sin Tom, y al camarero tuve que pedirle dos veces que me trajese una nueva copa de vino. Me agarré semejante cabreo que no le pasó desapercibido, mucho menos cuando pagué la cuenta sin dejarle propina. Va a ser difícil que vuelva a entrar allí sin mirar antes por la ventana quién es el que está detrás de la barra de la taberna que precede al comedor.

Logré poner al día mi correspondencia, en algún caso (David) eran emails del mes de octubre. Y a todos les cuento, con variantes personales, más o menos la misma historia, el tiempo que me insume la atención vigilante de Diny. No hay manera de que se interese por ninguna de las muchas actividades que le brinda el programa mensual del Maternus, hay semanas con actividades diarias, pero ella se sienta junto a la ventana y permanece en silencio mirando a los jardines ahora desolados por el invierno. ¿Qué pasará por esa cabeza? Me intriga y me irrita, es una manera de echarme en cara que no volvemos a casa, sin entender que si no volvemos allá es porque ella misma lo volvió una tarea imposible. En fin, ya me he resignado en buena parte: me tocó bailar con la más fea. Y sonrío al recordar una de las frases favoritas de mi abuela Remedios: «La suerte de la fea, la bonita la desea». Ay abuela, ¿te reencontraré cuando me mude al otro barrio?

Rodenkirchen, 19.12.

Estuve viendo anoche Ball of Fire [Bola de fuego], de 1941, una peli de Howard Hawks con guion de Charles Brackett y Billy Wilder, que desconocía y que aúna la presencia de dos de mis dioses: Barbara Stanwyck y Gene Krupa. De ella sólo puedo repetir aquí lo que escribí hace tres días, que «está soberbia en su número de cante y baile (16’35” a 19’27”), aunque le doblaron la voz no se le olvidó la buena escuela que tuvo como corista de las chicas Ziegfeld, a sus 16 años, allá en el lejano Broadway». Y de Krupa, aparte del solo que se manda en “Drum Boogie”, otro espectacular sobre una de las mesas del local y con una cajita de fósforos fungiendo como batería (20’16” a 21’18”), fabulosa demostración de un virtuosismo que testimonia la altísima calidad de sus prestaciones. Peli ésta para ver más de una vez.

Días pasados, cuando tanto escribí acerca de Las tres noches de Eva, olvidé consignar que sus títulos de crédito preanuncian los de La Pantera Rosa). Y es que Preston Sturges estaba en todo, hasta en los más mínimos detalles.

Vino Laura para asear a Diny, y lo hizo en compañía de una aprendiza a quien le dejó la tarea sin cesar de vigilarla, pero charlando conmigo. Y ahí descubrimos que vive en Zollstock a una vuelta de esquina de Rebeca. «Small world!», como le comenta Sabrina a David Larrabee cuando le dice donde vive en Long Island y él se asombra de que sea en su misma calle. Mi abuela Remedios quizás habría comentado: «El mundo es un pañuelo».

A pocos metros de La Modicana nos encontramos con Claudia y Javier, nuestra mesa nos espera con sólo tres cubiertos porque se me olvidó llamar a Minou para decirle que hoy tendríamos compañía. Aun cuando participo, y no poco, en la charla común, todo el tiempo me ronda la pregunta sobre cuántas veces habré abrazado a Carlitos en los más de 40 años que nos conocemos. Si acaso una bien escasa docena de veces, y siempre he sido yo quien tomó la iniciativa, sin una respuesta del semicanario, nada más aceptar que lo abrazaba. Con Javier, por el contrario, desde la segunda vez que nos vimos ya nos abrazamos de una manera espontánea y reciprocada por ambos los dos.

Rodenkirchen, 20.12.

Almorzamos con Luciano en el Steep’s, de nuevo sin Tom pero esta vez con la camarera entrada en carnes y cuyo nombre aún no conocemos. Diny y Luciano se decantan por el menú del día (sopa de tomate + empanadas vegetales) y yo de nuevo por la salchicha al curry. De manera inesperada, la charla gira en torno a la visita de Borges a Ernst Jünger, de la que di fe para la Deutsche Welle. Creo que debo ser tal vez el único periodista que ha entrevistado a Böll, a Grass y a Jünger. Las entrevistas con este último son habas contadas.

Pese a la gran enemiga de la puntualidad que es la red ferroviaria de este país, regresó Wolfgang de un viaje de servicio, Nicolás salió a buscarlo en la estación de Bonn y llegaron al Maternus alrededor de las 7 pm. Gran alegría de los cuatro por este nuevo reencuentro, la primera vez en nuestro nuevo domicilio, de donde nos fuimos a cenar en el chino. Diny pidió un guiso con carne de res y brotes de soja, Wolfgang y Nicolás primero una sopa pekinesa y luego respectivos platos de los que no retuve sus nombres (Wolfgang comió comilfó, con los palillos y un cuchillo), y yo mi ½ docena de gambas rebozadas. Hubo que contar con pelos y señales cómo es que se produjo nuestra desgracia, pero ese fue tan sólo un ítem de la larga charla con sobremesa hasta las 11 pm. Invisible la presencia de Beatrice sentada a nuestro lado. Y en el camino de vuelta al Maternus, la espontánea confesión de Nicolás, de que la herencia que recibió de su madre, una persona tan querida por todos nosotros, fue el cultivo de la amistad como uno de los valores más altos de la vida. Celebro coincidir con Bea, aun siendo post mortem, porque siempre he sostenido que la amistad es un sentimiento que está muy por encima del amor: el amor es egoista, la amistad no es un “do ut des”. En nuestro mundo latino hacemos un uso extensivo de la palabra “amigo”, una de las más bellas del idioma. Yo prefiero con mucho el uso con cuentagotas del idioma alemán, lo que bauticé como “afinidades selectivas”, las electivas se las dejo a Goethe. Nos despedimos a la puerta del Maternus con unos largos, efusivos abrazos. Ojalá podamos repetir este encuentro lo más pronto que se lo permitan sus respectivos desempeños a Wolfgang y Nicolás. Ojalá, sí, estos encuentros son buena parte de la sal de la vida, de suyo tan desabrida a veces.

Rodenkirchen, 21.12.

Almuerzo en el Bistro Verde con Angie & Vincent, que irán a pasar el 24 en Ebermannstadt, con Beate y Wolfgang, pero viajarán hasta Nuremberg en tren para escapar al caos de las autopistas en estas fechas, donde todos quieren salir de vacaciones y en las autopistas no caben todos los automóviles matriculados en el país, amén de la invasión que llegará de los Países Bajos, de Bélgica, de DinamarcaVeo en la carta que tienen una oferta de ½ docena de ostras a 20 € y creo que el sábado me atreveré con ellas, sobre todo si Antonia y Paul son de la partida. Hoy por hoy, Diny pidió ensalada renana de papa, Angie una ensalada mixta de papa y zanahoria, Vincent una cazuela de setas del bosque y yo, como de costumbre, mis tres Rösti con salmón en salmuera. Y dos Chardonnay.

Compras grandes en ReWe, porque domingo, lunes y martes están cerrados los comercios, sólo abren las farmacias de guardia y las estaciones de gasolina. Pero me olvidé de comprar queso azul de Baviera, menos mal que todavía lo podré comprar mañana: el sábado ni modo, porque las colas ante las cajas de ReWe se pueden alargar hasta el Rhin, que queda a 80 m del Maternus, es decir, al lado de ReWe. Y está visto y comprobado que el ser humano, animal de costumbres, deja siempre las compras para la última hora posible. Homo sapiens? Cómo se deben de reír los extraterrestres que se dedican a estudiarnos con el mismo celo que nosotros las hormigas o las abejas.

Rodenkirchen, 22.12.

Anoche estuve viendo Ball of Fire, pero en la versión original (adoro la voz de Barbara Stanwyck) y me di cuenta de un chiste de Billy Wilder que me pasó desapercibido en la versión doblada al español. Y es que de los ocho sabios que están componiendo la Enciclopedia Totten, el especialista en Fisiología se llama Magenbruch, lo que en buen castilla significa “hernia gástrica”. Esa broma lleva el sello indeleble del humor del gran Billy Wilder. Pero la realidad es una buena maestra: acá en Colonia, muy cerca de la Ópera y del Teatro Municipal, había el consultorio de un odontólogo llamado Rothermund [=boca roja].

Ball of Fire se filmó entre agosto y octubre de 1941, Las tres noches de Eva entre octubre y diciembre del año anterior. Así, los guionistas de Ball of Fire (por cierto, una versión sui generis de “Blancanieves y los siete –en este caso ocho– enanitos”) aprovecharon la ocasión para hacerle un guiño de complicidad a Preston Sturges en la escena donde Sugarpuss [Barbara Stanwyck] pregunta: «¿Quién era ese tipo que aprendió tanto viendo caer una manzana?», a lo que el profesor Gurkakoff le reponde: «Isaac Newton, 1642 a 1727. La ley de la gravedadۚ». Y ella: «Sí, ese es. Y quiero que me vea como otra manzana, Profesor Potts [Gary Cooper]. Sólo otra manzana». Después de lo cual sigue subiendo impertérrita la escalera para dormir en la Fundación Totten, a pesar de la oposición de Pottsy, como ella lo llama.

Almorzamos en el chino, y de paso reservamos mesa para el domingo por la tarde, que el Orquídea abrirá sus puertas, y este año no vamos a tener el habitual encuentro al pie del árbol cargado de regalos: Rebeca tiene turno hasta el martes en su Seniorencentrum y Montse debe seguir reponiéndose. (Justo termino de escribir lo anterior y suena el teléfono: Rebeca libra el lunes a las 11:30 am, de manera que podemos ir a almorzar juntos. Aunque tendrá que ser de nuevo al chino, el primer festivo de Navidad deben estar cerrados todos los demás sitios a los que podríamos ir, al menos en Rodenkirchen, porque aventurarnos hasta el centro no lo vamos a hacer. De cualquier modo, ¡aleluya!)

En Fronterad leo una entrevista de Julio Tovar a José Antonio Montano, y en ella esta frase: «Digamos que las anotaciones tienen varias funciones: una de ellas es la terapéutica. El propio hecho de escribir en momentos particulares es un desahogo: pretender salir de cierta confusión e intentar reflexionar. Pero a partir de ahí, cuando se publica un diario, hay que dar un salto: se tiene que transformar en literatura». ¿”Se tiene que”? ¿Quién dicta semejante norma? Es justo por completo lo contrario de lo que persigo con este Diario: desliteraturizar el cuento (o más bien el recuento) de una vida. Con un Proust basta y sobra. Sobre todo sobra.

Brigitte y Thomas dejaron un paquete con regalos para nosotros en la recepción. Una botella de Tullamore Dew etiqueta negra para mí, con tabletas de chocolate y dulces para Diny. Yo también les tengo un regalo, pero quiero entregárselo de córpore insepulto, como suelo decir echando mano de mi mejor humor negro.

Rodenkirchen, 23.12.

Empecé a ver The Woman in the Window [La mujer del cuadro] y me extrañó no ver el nombre de Dana Andrews en el reparto, hasta que caí en la cuenta de que la estaba confundiendo con Laura. Otra mujer y otro cuadro. Pero las dos son de 1944 y se parecen no poco, si exceptuamos el cigarrillo que no se le cae de los labios a DA y del que todos tememos que termine besándola a Gene Tierney sin quitárselo de la boca.

Fuimos a almorzar al Bistro Verde con Antonia y Paul, que llegaron con una caja de chocolatinas para los dos y un ejemplar del último número de Bunte para Diny: se lo regalamos a Antonia porque Diny no deja pasar un solo jueves sin la compra de esa bazofia en technicolor. Igual le pasaba cuando íbamos a España, que no dejaba de comprar todas las semanas esa otra bazofia llamada ¡Hola!, no sé cómo se puede leer tanta basura sin daño para las pequeñas células grises de las que siempre habla Hercule Poirot. Intenté animarlos para que compartieran conmigo ½ docena de ostras, pero ni modo, como dicen los mexicanos. Ahora  va a resultar que soy el único gourmet de la familia, lo que resulta tanto más extraño si se tiene en cuenta que todos mis nietos, salvo Henri (de momento), son excelentes cocineros. Mientras que yo no sé cocinar sino una tortilla de las españolas, con papas pero sin cebolla: eso excede mis saberes culinarios. Y nos despedimos hasta el 6 de enero, porque la entrada del bisiesto 2024 la van a celebrar a la orilla del Lago Maggiore, donde la familia de Antonia dispone de una casita para pasar las vacaciones.

Cierro el día viendo un excelente análisis de Ball of Fire en el programa “¡Qué grande es el cine!”, de José Luis Garci en la RTVE. Me hace gracia que uno de los contertulios, gran admirador de Barbara Stanwyck, haga la observación de que le gusta mucho más sin flequillo, y creo que tiene razón, pero jamás se me habría ocurrido si no me hubieran llamado la atención al respecto. Y es que menda, como fisonomista, es una auténtica, insuperable calamidad: no bromeo cuando aseguro que si reconozco a Diny es porque la veo a diario.

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