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Mientras tantoDe mi Diario : Semana 7 / 2010

De mi Diario : Semana 7 / 2010


Weiß/Colonia, 14.2. (1)

Beatriz me escribe desde Puebla que esperaba encontrar en mi diario algunas palabras por la muerte de Tomás Eloy Martínez, y le contesto que, bueno, es lamentable que haya muerto tan relativamente pronto para los actuales criterios de supervivencia en este planeta de miércoles que nos ha tocado; pero –le explico­– «la verdad es que no lo sentí de una manera personal porque nunca me encontré ni me comuniqué con él, no teníamos la más mínima relación, y lo que son las cosas, aunque me gustaron mucho sus dos novelas “peronistas”, la única vez que me tocó reseñar un libro suyo, dio la casualidad de que no sólo no me gustó sino que lo creo bastante fallido, y así lo escribí y lo publiqué, una reseña harto negativa». Y le envío una copia.

 

Weiß/Colonia, 14.2. (2)

La programación de pelis para hoy, en la tele, vale para laisser passer el día sin alejarse de la pantalla: a partir de las 10.55 a.m. y con breves intervalos, nada menos que Lost in Traslation, Robin Hood (la versión Kevin Kostner, que es la más realista), Addicted to Love, When Harry Mets Sally, Nobody’s Fool (la última de Jessica Tandy y una de las mejores de Paul Newman, y hasta de Melanie Griffith), Stammheim (flor de testimonio sobre el juicio a la banda terrorista Baader-Meinhof) y, rematando la tanda, ya entrado el lunes, Thank Yor For Smoking, de Jason Reitman, cuyo Up in the Air está nominada este año para el Oscar. Quien se queja es por vicio.

Mientras, afuera sigue nevando, cansinamente, desde hace 24 horas. Sin prisa pero sin pausa.

 

Weiß/Colonia, 15.2.

Un mensajero de FedEx me trae un paquete cerrado con un precinto donde puede leerse que fue ABIERTO POR LA GUARDIA NACIONAL. El paquete incluye un libro que me manda desde Caracas y me dedica personalmente su autor, Ibsen Martínez, y se titula El señor Marx no está en casa. Amén del libro, el paquete incluye un mazo de papeles que son la factura/recibo del envío, la fotocopia de la cédula de identidad de Ibsen, tres distintas certificaciones de que se trata de un regalo y no contraviene las disposiciones de la Ley contra Ilícitos Cambiarios, y la declaración de que en el embarque de referencia (el paquete) no se transporta ningún tipo de sustancia estupefaciente o psicotrópica de las señaladas o especificadas en la Ley Orgánica sobre Estupefacientes o Sustancias Psicotrópicas (¿cuál será la sutil diferencia?) Todo ello, además, por duplicado. Y lo cierto es que la llegada del paquete me provoca varios interrogantes : 1° ¿Por qué la legislación postal venezolana no exige, de la persona que expide un embarque al extranjero, la presentación por duplicado de un certificado de antecedentes penales, y de otro que garantice que está al día en el pago de sus impuestos?  2° ¿Por qué el Estado venezolano ignora la potencialidad estupefaciente o sicotrópica de la lectura de libros?  3° ¿Cuántas certificaciones más hubieran sido necesarias para que me fuese remitido este libro, si en vez de titularse El señor Marx…, se titulase El señor Adam Smith no está en casa?  ¡Cuán sabiamente dijo Einstein que la estupidez humana y el espacio carecen de límites! sobre todo al hacer la salvedad de que con respecto al espacio no estaba 100% seguro de ello. «¡Qué iracundia de yel y sinsentido!» (© JRJ), la burrocracia.

 

Weiß/Colonia, 16.2. (1)

Nieve en las calles, a pesar de que hoy ha salido el sol. Tomo el autobús para ir a lo de Montse, tan sólo he visto a Henri dos veces desde que nació, hace 44 días. Apenas llego, lo tomo en mis brazos y ya no lo suelto sino para almorzar una bullabesa que me descongela Montse mientras lo acuno a Henri, como hice con sus hermanos y con Vincent, cantándole muy suavecito, para no perturbar su sueño, el Moritat de Mackie Messer en Die Dreigroschenoper. Qué criatura tan adorable este niño, cuánto estoy deseando que comience a gatear, y luego a caminar, que será cuando empiece a pasar horas y días en nuestra casa, como los otros tres críos, rejuveneciendo  nuestras paredes, nuestro espacio, nuestra vida.

 

Weiß/Colonia, 16.2. (2)

Se ha publicado en Huelva un libro hablando de nuestros años dorados, y Vicente le dedicó un  ditirambo en el diario donde publica (creo que es Huelva Información). Allí, para no perder una generosa costumbre, me cita. Y yo, después de leer el texto, le escribo para agradecérselo, pero añado lo siguiente: «No me adornes con plumas que no son mías, no cité a Rilke, sino que lo parafraseé. El original de Rilke es mucho más bello, dice: “Muerte, ¿dónde está tu victoria?”»

Muy puesto en razón, según comprobaré luego, Vicente me contesta: «Querido Richard: Lo de «Muerte ¿dónde está tu victoria, dónde está tu aflicción?», es una cita bíblica: 1 Corintios 15».

Mi respuesta es todo un acto de contrición: «Me dejas con los pantalones en los tobillos, yo hubiera jurado en el potro que la frase es de Rilke porque con toda seguridad la he leído en un texto suyo sin darme cuenta de que era una cita. Gracias, viejo. Como dicen las putas con alto sentido de la profesionalidad: “Nunca te acostarás sin aprender algo nuevo”».

Y él, metiéndose (¡inocente!) en la boca del lobo: «Querido Richard: Eso le pasa a los malditos descreídos laicos como tú. En la Biblia hay más sabiduría que en muchos libros juntos».

Mi réplica: «Caro Vincenzo, sabes de sobra que no hay poeta malo sin un verso bueno, así es que no me extraña que en la Biblia (mamotreto tan extenso) aparezca de vez en cuando alguna flauta que suena por casualidad, y en los hechos el Cantar de los Cantares es un bello poema. Pero summa summarum se trata de un libro horripilante, producto de unas mentes enfermas que fueron las primeras racistas avant la lettre que se recuerden, las inventoras de nada menos que el mito del pueblo elegido. Es como Mein Kampf, pero con pátina. Vale».

 

Weiß/Colonia, 16.2. (3)

En el canal Arte una serie sobre pioneros que se convirtieron en millonarios, hoy era el turno de Steinway, el fabricante de pianos. Lo que más me llamó la atención es que el joven Steinweg (su apellido original), en la Alemania de su juventud, participó en las guerras contra Napoleón y fue el corneta cuyo clarinazo llamó en Waterloo al combate a los soldados de Blücher, que terminarían aniquilando al ejército del Gran Corso. Así es que de corneta militar a fabricante de pianos, de soldado a las órdenes de Wellington a patrón de Arthur Rubinstein. No es una mala carrera, a fe mía. Y ahora, dentro de un rato, en la primera hora del Miércoles de Ceniza, una vez más esa maravilla de Altman que es The Prairie Home Companion. La he vuelto a ver hace unos diez días, pero ¿cómo resistir la tentación de verla de nuevo?

 

Weiß/Colonia, 17.2. (1)

Estoy desayunando, leyendo en el diario los últimos escándalos en el asunto del derrumbe del Archivo Histórico de Colonia (sería para reírse a mandíbula batiente si no fuera algo de mear y no echar gota), cuando me llama Montse preguntándome si puedo echarle una mano e ir un par de horas a su casa y hacerme cargo de Henri mientras ella se ducha y pone un poco de orden en el hogar. Le digo que salgo para allá en el próximo bus (no me atrevo con la bici, hay todavía mucho hielo en el camino), y en menos de 24 horas vuelvo a tener al crío en mis brazos. Es una bendición de los dioses sentir ese peso, ese olor, esa piel, esa respiración en la que sube y baja el pijamita blanco y azul a la altura de su corazoncito chiquito, y a veces se sonríe sin abrir los ojos mientras lo miro como hechizado por su presencia, y luego abre los ojos y le acerco a los labios la mamadera y sorbe, sorbe, sorbe, no deja ni un mm³ de leche, y lo levanto un poco para que eructe, y eructa, y después vuelve a cerrar los ojos y duerme como si ese fuera su oficio, su irrenunciable vocación. Henri de mi alma, qué dulcemente trabajas tú contra mi depresión…

 

Weiß/Colonia, 17.2. (2)

Nos viene a visitar Leo para entregarnos en mano un ejemplar dedicado del primer volumen de sus recuerdos, Si la memoria no me falla… Y me cuenta algo muy simpático, y es que al recibir las pruebas de imprenta, se percató de que había un error inenarrable cometido por el corrector al repasar el texto que Leo me había pedido, explicándole lo que quería saber acerca de Adiós, Robinsón, el único radioteatro de Julio Cortázar, que lo escribió por un encargo mío. Y fue que le contesté que en 1976, en la Deutsche Welle, donde me desempeñaba como redactor cultural, propuse la realización de una serie acerca de algunos lugares hechos famosos por la literatura universal; y le ponía como ejemplo que la propia ciudad de Colonia, sede de la emisora, era el escenario de El honor perdido de Katharina Blum, la implacable sátira de Heinrich Böll, cuyo nombre no citaba porque Leo sabe de sobra que él fue el autor de esa novela. No así, hélas!, el corrector de la imprenta, quien introdujo en mi texto la según él inexcusable coma, y entonces allí podía leerse «El honor perdido, de Katharina Blum». Todavía me estoy riendo, sobre todo al pensar en lo concienzudo que fue el corrector y cómo se tomó en serio su oficio.

 

Weiß/Colonia, 17.2. (3)

Me llamó el Dr. Ruppert para comunicarme los resultados de los últimos análisis. Todos los valores en orden de nuevo, después de las tres sangrías. Y algo muy cómico. El buen R. me pregunta que si he reducido mi consumo de alcohol en los últimos tiempos, y yo, en vez de contestarle la verdad, le digo que simplemente lo he mantenido al nivel de antes, a lo que él me responde que entonces debe de ser que al regenerarse la sangre mejoraron también los valores hepáticos, mi hígado luce casi impecable, lo que demuestra la exactitud del origen etimológico escocés del nombre whisky: agua de vida. Menos mal, me digo, que la Medicina no es una ciencia exacta.

 

Weiß/Colonia, 18.2.

Almorzamos en La Modicana, vamos a cambiar de nuestro jour fixe à deux (Carlitos y yo todos los martes) a un jour fix à trois (los jueves, con Julio). En la conversación me entero de que los domingos, cuando reciben el envío con mi diario, abren el anexo y lo leen ahí, y no en el blog de fronterad: les aviso que de ese modo no disfrutan de los enlaces que engarzo dentro del post y que, casi sin excepción, suelen ser mejores que mi prosa. Me da pena pensar que de ese modo pasan a convertirse en trabajos de amor perdidos.

 

Weiß/Colonia, 19.2., primera hora de la madrugada

Búfalo Bill y los indios o La lección de Historia de Sitting Bull, la peli de Altman, otro de sus desmontajes de la cara feliz de los Estados Unidos. Qué portento. Me impresiona de nuevo más que nada la escena donde se anuncia que esa canción («O say, can you see, by the dawn’s early light») terminará siendo el himno nacional del país, y todos la cantan a coro. El único paralelo comparable es la bella masacre perpetrada contra esa misma melodía, en Woodstock 1969,  por la guitarra de Jimmi Hendrix. Y luego pienso, además, que Búfalo Bill… es la peli de Altman que sigue a Nashville y antecede a Tres mujeres y Una boda, cuatro obras maestras una detrás de la otra. Qué Fellini ni cristo que lo fundó, el cine no es filmar el propio ombligo, coño. Y si también lo fuera, que se lo queden para siempre los onfalocéntricos.

 

Weiß/Colonia, 19.2. (1)

A Milan Paulović, mi crítico favorito, no le ha convencido Invictus, la última peli de Clint Eastwood: «A ratos, por desgracia, demasiado banal», y además: «En ningún momento refleja la película que la instrumentalización del deporte por Mandela se parece sospechosamente a la de los Estados totalitarios, aun cuando acá sirviera para un buen fin». Y Milan Paulović es un gran admirador de CE, como se nota en el párrafo final de su reseña: «Durante décadas no pudo  hacer nada que le gustase a la mayoría de los críticos. Se le tenía por artísticamente sin interés, terriblemente conservador, incluso a veces misantrópico. Por lo mismo resulta más divertido que su primer film flojo desde hace 15 años (cuando con Medianoche en el Jardín del Bien y del Mal se metió en un terreno parejamente desconocido, los Estados del Sur), sea aclamado sobre todo porque su mensaje político es el correcto». Pero bueno, a mí me pasa con Eastwood como con Altman, que prefiero una peli suya floja a una obra maestra de onfaloautolatría de Fellini. Uno es así y no de más carnes, como decía mi abuela Remedios, que era una sabia.

 

Weiß/Colonia, 19.2. (3)

Esta noche, en la serie que están dedicando a pelis que ganaron el Oso de Oro de la Berlinale, pasarán Ping Guo, que estuvo nominada, pero la presión de Pekín –siempre tan campeona de los derechos humanos– obligó a Li Yu, su directora, a que la retirase de la competición, y en un tris anduvo que no tuviera que protagonizar otra ominosa y degradante autocrítica característica de los esclavizados por sus autócratas. Ping Guo es una peli preciosa y, como en Lust, Caution, una nueva demostración de que en materia de sexo explícito, los intérpretes chinos le dan sopas con honda a los del resto de la ecúmene. A mí hasta se me hace que en las escuelas de actores del ex Celeste Imperio (que ahora es el Imperio Rabanito, coloradito por fuera y en blanco por dentro), hay una asignatura llamada Cómo Follar Bien Ante Las Cámaras. Tengo la impresión de que los actores gozan esos momentos, y por ello es convincente su desempeño. No como el de sus colegas occidentales, que lo hacen con miedo a pecar y todas las miradas acusatorias del Vaticano y de Calvino gravitando sobre sus carnes trémulas. Pobrecitos míos.

 

Weiß/Colonia, 20.2.

Me he despertado juguetón, pensando en cómo se vería una página del diario de Ernst Jünger si lo hubiese escrito en una computadora y no a mano, y lo hubiera hecho pensando en pasarle al lector el mayor caudal de información posible, es decir, implementando en su texto los vínculos necesarios para ello. Imagino entonces cómo se vería una página suya, por ejemplo, la del día en que leyó las memorias del capitán Alonso de Contreras. ¿Sería así? :

«Alonso de Contreras, capitán español de barco y de milicia, que demostró ser –durante la Guerra de los Treinta Años, y al cabo de incontables aventuras por tierra y por mar– un tipo con agallas y un guerrero duro, pertenecía, según Lope de Vega, a esa categoría de hombres con quienes uno se siente obligado a partir la capa. Poseía todos los rasgos característicos de su  raza, por los que la circunspección alemana jamás pudo sentirse atraída. Esa sangre meridional es, sin embargo, un magnífico jugo, muy oscuro, y sazonado con un buen chorro de bilis a guisa de azafrán. […] La devoción y el valor caballeresco son sus excelentes atributos, el fanatismo y la crueldad los limitan como sombras. Todo ello se muestra decisivamente en el caso de Contreras. ¡Cuántos recios muchachos de esa especie deben haber desaparecido sin dejar huella, deben haber mordido el polvo con un tesoro natural de vivos recuerdos! Por ello no podemos sino felicitarnos ante la inusual casualidad que hizo que un Gelmmelshausen [sic], un Commynes, un Cervantes o un Contreras, echasen mano de la pluma para relatar la historia de su tiempo a partir del lugar en que late más cálida e inmediatamente: desde el corazón del guerrero».     

Alimento la esperanza de que Jünger se habría reído de buena gana al leer esta humorada mía. Eso aparte de que sus vínculos (enlaces, links) habrían estado en alemán, o quizás en francés o en inglés, pero nunca en español.

 

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