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Mientras tantoDe mi Diario: Semana 7 / 2013

De mi Diario: Semana 7 / 2013


 

Weiß/Colonia, 10.2.

1:00 pm: Pasan de François Ozon la tercera peli de su Trilogía del Duelo, Le refuge [Mi refugio, en la misma línea que Bajo la arena y Tiempo de vivir]. Decido que tendré que comprar los tres DVD y verlos de una sentada. Otra no queda.

 

Dormir he dormido en el sofá, para no recontrajoderle el sueño a Diny por segunda noche consecutiva, y al menos hasta las 6:30 dormí sin interrupción. Luego me desvelé, pero seguí al calor de las cobijas y reflexionando que ayer falló el Router y se cayó la línea telefónica, y que todo eso me provocó síquicamente una recaída, ya era demasiada mala pata teniendo como tenía que entregar, todavía, la última traducción que me quedaba por hacer para Humboldt. Menos mal que hoy, al levantarme, amaneció el día con todos los diodos telefónicos e internéticos luciendo verdes que los quiero verdes y he podido trabajar y entregar a tiempo mi traducción, después de consultarla con la buena Laís, una ayuda impagable cuando el texto brasileño me huele a chamusquina, y generalmente la nariz –que la tengo grande– no me engaña.

 

Nos traen a Vincent para que pase el día con nosotros y duerma acá, los padres se van de juerga carnavalera, pasarán a recogerlo –y almorzar– mañana al mediodía.

 

Weiß/Colonia, 11.2.

Vinieron Angie & Chico a buscar a Vincent y almorzar, y tan sólo los he oído, desde la cama, donde me fui a refugiar después de una segunda noche durmiendo en el sofá para no turbar el sueño de Diny, pero quedándome con los músculos entumecidos y una abulia total para emprender nada, tal vez la reacción física del cuerpo al descubrir que no tengo tarea urgente que entregar: así es como me pasa factura este hijo de la recontrarremilputa. Cuando me levanto por fin, alrededor de las 4:00 pm, descubro, para mi sorpresa, que me siento bastante bien.

 

Guillaume Nicloux presentó hoy en la Berlinale su versión de La religieuse, la novela de Diderot que sigue siendo una espinita clavada en la carne de nuestra santa madre, la Iglesia Católica. Me pareció muy simpático su comentario en la rueda de prensa al terminar la proyección, cuando ya se conocía la decisión de Ratzinger de dimitir como presidente de la multinacional vaticana: «Sí», dijo Nicloux, «me telefoneó hace un rato y me dijo que después del estreno de mi peli ya no le quedaba otra solución sino retirarse de la vida pública».

 

Weiß/Colonia, 12.2.

Me pasa José Luis el enlace con una nota de Página 12 firmada por Washington Uranga, con un análisis de las razones de la dimisión de Ratzinger; abro el enlace, leo la nota y le contesto que análisis parejos han salido a docenas en los diarios de acá, siempre muy críticos con “su” papa alemán. Pero en este hay una errata maravillosa que, como diría Borges, mejora todo el texto: «la necesidad de “democratizar” el poder eclesiástico por lo menos volviendo a una idea de colegialidad propuesta por el Concilio Vaticano II y paulinamente abandonada primero por Juan Pablo II y luego por Benedicto XVI». Lo del abandono «paulino», ¡¡¡y precisamente de esa idea de democratizar (cualquier cosa que sea)!!!, es 100% impagable. ¡Paulo de Tarso, pibe, sos invencible, che, vos sí que lo dejaste todo atado y bien atado, no como el general inferiocre!

 

Le escribo a Laura para felicitarla doblemente, por su cumpleaños y por el premio periodístico que ganó en su país, y al agradecérmelo me dice que tal vez nos veamos pronto, pero cuando le pregunto que si piensa venir a Alemania me contesta que no, que a lo mejor soy yo quien va a Colombia, y le respondo: «Ay no, Laura querida, me temo que tendrás que venir a Alemania si quieres que nos encontremos de nuevo. Yo ya decidí no viajar más. Y mucho menos cruzar el Atlántico. Las pocas veces que lo hice fue en contra de mi voluntad, y no porque no quisiera ir a vuestros países, ni por el temor a volar, no, sino por mi claustrofobia feroz, que no me deja estar encerrado en un avión más de cuatro a cinco horas. A partir de ese momento me pongo a pasear por todo el avión como un lobo enjaulado, y cuando llego al punto de destino, sea en este o en el otro lado del charco, he perdido un par de kilos (y hasta creo que de años de vida). ((Según ese cálculo, y como han sido once veces las que sobrevolé el charco, ahora tengo ya 95 años))».

 

Weiß/Colonia, 13.2.

1:00 am : Ten Canoes es mi primera peli con sólo intérpretes aborígenes australianos, un cuento muy sencillo y sin pretensiones, y unas imágenes de la Naturaleza que parecían como captadas en los lejanos días a que se refiere el cuento. Me encantó.

 

Gracias a las inhalaciones de un bálsamo compuesto de tres aceites (de eucalipto, de menta y de pícea, el falso abeto) y disuelto en agua hirviendo, los bronquios se me han liberado mucho más rápido de lo que yo esperaba, y como beneficio colateral ha desaparecido el resto del dolor de la contusión que seguía molestándome en el parietal izquierdo. Otra buena noticia es que ayer, de pronto, se me ocurrió cambiar la posición del cojín eléctrico que me coloco bajo la espalda a la hora de la siesta, para relajar los músculos dorsales, cansados de la posición erecta delante de la compu. Y dicho y hecho, en vez de bajo la espalda me lo puse sobre el pecho, entre la chaqueta del pijama y la camiseta. Y así una hora. Cuando me levanté, casí había desaparecido el dolor que me atenazaba (verbo muy exacto en este caso) el pecho cada vez que tosía. Se lo cuento a Montse, con quien converso por teléfono para saber cómo sigue, y me comenta que es natural, el calor ha desagarrotado los músculos del plexo solar y se ha llevado así, de camino, la negra idea de que pudiera ser una pulmonía lo que andaba sufriendo. ¡Viva la termoterapia!

 

No pasan nada que valga la pena en la tele y decido ver de nuevo Gran Torino. Una vez más se me hace evidente el parentesco facial de Eastwood con Rolando (aun cuando los rasgos de este no sean tan angulosos, tan cortados con hacha), y una vez más pienso justamente en Rolando por el personaje que encarna Eastwood acá, el de un ex combatiente de Corea. Creo que es de la única peli suya que no he conversado con Rolando, tendríamos que hacerlo, aunque sólo sea al teléfono, porque eso de cruzar el charco parece que se le ha puesto “color Negra Tomasa”, como dice que ve su situación sentimental una tuitera mexicana muy simpática, @esbozada.

 

Weiß/Colonia, 14.2.

Hoy hace 50 años llegué a Alemania. Había salido de Huelva el lunes 11 (aquella semana de 1963 se repite especularmente en esta del 2013), con alrededor de 50 comprovincianos que también emigraban como yo, con contrato laboral en el bolsillo, y a los que se nos unieron un centenar o más en Sevilla. Era cuando los trenes nocturnos demoraban unas doce horas entre Sevilla y Madrid y otras tantas entre Madrid e Irún. Llegamos la mañana del 12 a la estación de Atocha y comandé al grupo hasta la del Norte, de donde salimos bien entrada la tarde y en compañía de otros contingentes llegados de Extremadura, de Murcia. Por la mañana del 13 amanecimos en Irún y, después de pasar por la aduana (los guardiaciviles debían tener órdenes de no controlar nada, sino sólo marcar con tiza las maletas, muchísimas de ellas de madera, ay), nos embarcaron, con el contingente llegado de Galicia y Asturias, en un tren especial. Uno que rodó despacioso, se diría que para que tuviésemos tiempo de ver como discurrían las aguas del Bidasoa sin perdernos un detalle, y saber, al llegar al otro lado, que ya no estábamos en España, lo que para muchos era una ruptura brutal; para mí, una liberación. De aquel viaje de unas 20 horas de duración, entre Hendaya y Colonia, atravesando de noche Francia, sin entrar en París porque nos desviaron por vías de conexión extramuros de la ciudad, cuyo resplandor vimos a lo lejos, de aquel viaje recuerdo sobre todo una parada enmedio de la noche, en Francia, cuando bajé al ver abierta la cantina de la estación y probé por primera vez mis armas idiomáticas en el extranjero, pidiendo un café en una lengua que no era la mía; y además de eso, cuando ya lucía la mañana, y sobre todo debajo de los puentes de las carreteras a nivel superior de las vías del tren, unas pintadas en francés debajo de las cuales aparecían otras que, poco a poco, con ayuda de mis escasos conocimientos de idiomas germánicos pero dándome cuenta de que reproducían en otro el francés de las que estaban por encima, descubrí que estaban en flamenco, y con ello, que atravesábamos Bélgica: el recuerdo es muy nítido porque se trataba de violentos graffitis antifranquistas, y ese fue mi descubrimiento de la libertad de opinióny del bilingüismo belga de aquél entonces, al menos solidario en su repulsa del régimen del inferiocre. Yo les traducía a mis compañeros de viaje (los de Huelva fuimos juntos todo el tiempo, como supongo que igual les pasó a todos los grupos de comprovincianos que viajábamos en aquel tren, en circunstancias así el instinto gregario es muy fuerte), yo les traducía y ellos se asombraban de que tales cosas pudieran decirse libremente, estampadas en las paredes y a la vista de todo el que pasara. Era la libertad, y aún no lo sabían. Un hora o dos más tarde me di cuenta de que habían cambiado los uniformes de los ferroviarios en las estaciones por las que pasábamos, y al rato, por la ventanilla descubrí dos torres que conocía por una ilustración en uno de mis libros de bachillerato, las de la catedral de Colonia, sólo que en las estaciones suburbanas que pasábamos yo veía la palabra Köln, hasta que gané la convicción de que Köln era el nombre alemán de Colonia, y la evidencia vino cuando desfiló el tren lentamente a la vista de la catedral, que entonces se erguía sobre una colina verde, y entró en el Puente Hohenzollern (no sabía entonces que se llamaba así) y vi abajo un río ancho, ancho, ancho, y docenas de gabarras, yendo y viniendo, cargadas a tope, y grité, lo recuerdo, grité: «¡El Rhin, el Rhin!», y todavía hoy creo, con bastantes elementos de juicio a mi favor, que a bordo de ese tren yo era el único pasajero que sabía qué era el Rhin. Y así llegué a Alemania, y jamás me he arrepentido de mi decisión de salir de España. Quede constancia.

 

 [Con motivo de mis 50 años en Alemania les mandé un email a los amigos, con un texto mucho más reducido que el de la entrada anterior, pero igual conclusión: «Jamás me he arrepentido de mi decisión de salir de España», y KN me replica desde Madrid: «España tampoco. (Perdona, pero me has puesto el chiste a huevo)». Le replico a mi vez: «Que España jamás se hubiese arrepentido de mi decisión de abandonarla, como comprenderás, no sería más que una manera extraordinariamente reconfortante, para mi ego, de saber que alguna vez me tuvo en cuenta. No creo que lo haya hecho con muchos más».

Otro amigo, HH, me comentó el envío con estas palabras: «A ese río un amigo español-alemán me llevó, luego de una cita aplazada por dos años, para comer en un barco-restaurante, y al día siguiente de cenar allí, el barco fue devorado por las llamas». A este, puesto que el amigo que menciona soy yo, le he respondido hasta Bogotá que «Cualquier parecido o semejanza con el romance «Un castellano leal», del Duque de Rivas, es mera coincidencia».

Y last but not least, mi buena Nélida me preguntó desde Río de Janeiro que en qué lugar de Alemania vivo, y le he contestado así: «El lugar donde sobrevivo se llama Colônia, una ciudad que nació de manera sumamente curiosa: cayó del cielo un aerolito monstruoso en forma de paralelepípedo rematado por dos picos gemelos, y vino a hacerlo en el caudaloso Rhin, casi a la orilla, y los círculos concéntricos del río se fueron petrificando y los indígenas de las cercanías acudieron a ver el fenómeno, siglos después, e hicieron habitable el lugar, y hasta aceptaron pacíficamente la leyenda de que fue fundado por los romanos. Si miras hoy un plano de Colônia te darás cuenta de la verdad de lo que te cuento al ver cómo la ciudad se abre en círculos concénticos a partir de la catedral». Colônia, en portugués, parece reproducir con ese acento circunflejo el perfil Norte o Sur de la catedral].

 

Todos los jueves llegaban en aquellos años 60, a un andén reservado para ellos en la estación de Deutz, al otro lado del Rhin, los trenes que transportaban mano de obra desde España. Allí nos recogían y distribuían los asistentes de la agregaduría laboral de la embajada y los funcionarios de la Oficina Federal de Trabajo. A mí me llevó alguien a la estación principal y me embarcó en un tren con instrucciones precisas de bajarme de él en la quinta estación después de Bonn, una que se llamaría Remagen. Y así fue y allí me estaba esperando Salvador, un valenciano, obrero de la fábrica donde yo comenzaría a trabajar al día siguiente. Me llevó a Bad Kripp en su auto y, por cuenta de la empresa, me invitó a cenar en la posada [=Wirtshaus] del pueblo. Algún día me tendría que dedicar a poner por escrito los recuerdos de mi primer año en Alemania, aunque sólo sea para que mis nietos tengan esa memoria del abuelo español.

 

Weiß/Colonia, 15.2.

El día comenzó con un madrugón (a las 6:56 am), igual que el 15.3.1963, mi primera jornada laboral en Alemania, al día siguiente de mi llegada al país. En lo de mi neumóloga me querían dar cita para mediados de marzo pero les dije que no podía esperar tanto y entonces me pidieron que fuera hoy, puntual a las 8:30, y que llevase buen acopio de paciencia. Lo que me llevé fue un libro que me está apasionando leer, Donde el día duerme con los ojos abiertos, de Toni Pou, un periodista científico catalán invitado a participar en un viaje científico al Ártico, en un barco rompehielos canadiense pero que, curiosamente, se llama “Amundsen”. Me cautiva este relato sin escritura “literaria” (de vez en cuando alguna fuga lírica, pero controlada). Y el tiempo se me hace tan corto que a las 10:30 ya estoy saliendo de la consulta y con el ánimo ligero de la persona a quien le acaban de asegurar que sus bronquios y pulmones están en perfecto estado.

 

Weiß/Colonia, 16.2.

1:00 am : La primera temporada de Wallander, con Johanna Sällström, se ha convertido en una serie de culto, sin duda alguna. Y como los buenos vinos (ay diosito mío, qué lugar común) gana con los años.

 

Todo el día dedicado a limpiar viejos archivos virtuales. En uno de ellos encuentro un soneto que compuse impromptu cuando las últimas ejecuciones del régimen del inferiocre, el 27.9.1975:

                                   De ésta que llaman pobre piel de toro,
                                   donde gobierna el perro de San Roque,
                                   las balas y el garrote y el estoque
                                   sañudamente celan su tesoro.
                                      De esta piel descornada en el trascoro
                                   del gran altar a San Birlibirloque,
                                   se dice que su gente duerme roque,
                                   soñando con el oro y con el moro.
                                       La jauría del perro policía
                                   repite con ladrido y mordedura
                                   que al pueblo le conviene estar en Babia.
                                        Pero el pueblo, a pesar de la jauría,
                                   sabe que ningún mal cien años dura,
                                   que muerto el perro se acabó la rabia.

Eduardo Galeano me lo publicó en el último número que alcanzó a aparecer de la revista Crisis. Y menos de dos meses después, se murió el perro y se acabó la rabia. Pero yo, que me había ido de España en el 63, con idea de volver cuando eso pasara, ya sabía en el 75 que me quedaría para siempre acá, a la orilla de mi Rhin. [Aunque sea lo correcto jamás escribiré Rin, ver al Padre Rhin sometido a una hachectomía es como si me lo hubiesen capado, pobrecito mío].

 

***********FIN***********

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