Weiß/Colonia, 19.2. (1)
Vinieron Chico y Angie a recoger a Vincent, y también a almorzar. Después se disfrazaron para acudir al corso de Rodenkirchen, que empezaba a las tres, y se fueron convertidos en mutantes, como el 90% de la población de Colonia en estos días. Ay… Me tendí a hacer la siesta y estaba ya por adormilarme cuando a las 4.04 pm se precipitó contra la ventana del dormitorio la carga de la brigada ligera, una lluvia repiqueteante que duró hasta las 4.11 y me dejó despabilado y sin ganas de seguir en la cama; aguanté en ella, por mor del descanso, hasta las 4.30, y me levanté. Preparándome un café bien cargado le comenté a Diny que pobres carnavaleros, el chaparrón de siete minutos que les había caído, y todos ellos sin paraguas. Diny me contesta que lo peor no fue la lluvia sino la nevada que siguió luego, diez minutos. Miro incrédulo por la ventana y luce el sol. «Sí, y por eso ya desapareció la nieve», comenta Diny. Resumiendo: en menos de media hora hemos disfrutado del abanico más abierto de la meteorología. ¡Y yo con estos pelos…!
Weiß/Colonia, 20.2. (1)
Domicilio conyugal es una de esas pelis que, cómo decirlo de otro modo, embriagan. La cámara de Néstor Almendros parecería que se enamoró de ese patio y de esos personajes; el torbellino absorbente (más: succionador) de la acción y sus imágenes le deben tanto a Truffaut como a la cámara. No es nada extraño que el New York Times la considerase la mejor peli del año 70. La puedo ver tropecientas veces sin aburrirme. Como piedra de toque del contraste, por un artículo en la red me entero de que es bastante seguro que el próximo Nobel al idioma español lo gane Javier Marías, ninguno de cuyos libros soy capaz de seguir leyendo sin que se me caiga de las manos al rato de empezar. Creo que soy incompatible con el aburrimiento en estado puro.
Weiß/Colonia, 20.2. (2)
La traducción urgente que tuve que hacer para Humboldt me ha puesto los nervios a la miseria. Porque la tarea era peluda, como diría Cortázar, se trataba del texto que un mexicano escribió directamente en alemán para Die Zeit, y lógicamente yo quería, quise y creo (sólo creo) que lo conseguí, traducirlo al español mexicano, ya que si no hubiera sido una cosa amorfa y es sabido lo que argüía el Pibe de Nazaret, que a los tibios los escupe de su boca el Señor. Pero es que, por si éramos pocos, la abuelita salió de noche: se trataba de un texto sobre la guerra declarada al narcotráfico mexicano desde el anonimato de ciertos blogs en Internet, y la narración de algunas de las salvajadas cometidas contra blogueros detectados por los criminales. O sea que se juntaba todo: todo el horror de los asesinatos (y sobre todo la forma en que se cometieron y un lenguaje tan, pero tan entreverado de neologismos y anglicismos, que me preguntaba continuamente si un lector promedio de Humboldt estaría en condiciones de seguirlo. Es uno de esos momentos en que ser traidor como traductor es casi autorrecomendarse para una medalla al mérito civil.
Weiß/Colonia, 21.2.
Vacío. Terminar el texto de la conferencia sobre Mafalda y a renglón seguido tener que sacar en menos de 24 horas la traducción urgente para Humboldt me han dejado como vacío. No tengo absolutamente nada que hacer, hasta las rutinas cotidianas carecen de sentido. Lo único que me puede entretener es adelantar material de los blogs para las tres o cuatro semanas en blanco, por abril y mayo, cuando estemos en España. Empezaré por terminar mi nueva lista de #30Libros.
Weiß/Colonia, 22.2.
80 minutos delante del televisor sin despegar ni un segundo la vista de la pantalla. Una peli documental sobre Truffaut, a partir de sus propios archivos, y los testimonios de Catherine Deneuve, Jeanne Moreau, Fanny Ardant, Woody Allen, Steve Spielberg, Milos Forman, la gente más allegada de su equipo, su primera esposa (en cuyos brazos fue a morir, un curioso paralelo con Cortázar)… Antes habían pasado Jules et Jim, que yo no puedo ver sin sufrir, así es que iba y venía de esta pantalla a la otra, mientras era Diny la que no se despegó del asiento para verla por segunda o tercera vez, ella no es tan obsesiva como yo.
Weiß/Colonia, 23.2. (1)
Le escribo a Jaime, en Mendoza: «Desde que Rocío me habló la primera vez de vos, empezó un moscardón tipo Rimsky-Korsakov (para que nos entendamos) a rejoderme dando vueltas dentro del mate [=la cabeza], sin que yo acertase a saber de qué carajo me avisaba, y sin tener tiempo de atender a su moscardoneo. Hoy, por fin, con esa sensación de vacío de cuando terminaste (como en un polvo) y no tenés nada a la vista en las próximas 24 horas, reanudé la lectura de tu libro, pero regresando al principio por mor de la atención dispersa de los días anteriores. Y ahí, al releer ese epígrafe de Julio [Cortázar] que le has afrijolado, el moscardón se lanzó en vuelo picado kamizake para perforar mi memoria yéndose derecho viejo a la santabárbara y provocar la explosión. ¡¡Claro, coño!! Julio me escribió una carta desde Mendoza, el 11 de marzo del 73, y no sólo la conservo sino incluso el sobre con una estampiyyya de San Martín mataseyyyada el 12 y donde reza “Exp. Mendoza, Argentina”, amén de que en el respaldo del sobre campea un remite de lo más cronopial: “Cortázar, andando por ahí”». Una de mis primeras providencias hoy, al ir al centro, será fotocopiar la carta y el sobre y enviarle las fotocopias a Jaime.
Weiß/Colonia, 23.3. (2)
Fui al centro a una gestión en el Banco, acerca de nuestros depósitos de acciones, y a reunirme con Oscar Schlenker, un joven venezolano que me traía el ejemplar del libro de Carlos Villalba Del toreo de las luces al toreo de las Indias, un libro que me recomendó Ana (aficionada a los toros, como yo) y que Luis Moreno, mi amigo desde 1965, me consiguió en Caracas. Los dos, Oscar y yo, llegamos con puntualidad asquerosamente británica al punto de la cita y de allí nos fuimos a almorzar en el Nordsee, su riquísima sopa de pescado enriquecida con sendos pinchos de gambas a la plancha. Como hago siempre, colgué mi chaquetón del respaldo del asiento. La charla fue amenísima y divertida, porque Oscar es en verdad un buenísimo interlocutor, y se puso de relieve, además, su gran interés por el fenómeno Twitter, así es que tuvimos tela cortada para una plática tan sabrosa como la sopa. Lo malo fue que al salir del Nordsee, con ese gesto instintivo que siempre hago de palpar el saco para comprobar que llevo conmigo todo, descubrí un hueco inapelable en el bolsillo interior. Mientras comíamos, la persona a quien yo le daba la espalda, en la mesa siguiente, me había robado la cartera, y no sólo eso sino que lo había hecho teniendo que descorrer la cremallera que cierra el bolsillo. Eso se llama un trabajo artesanal, no como las chapuzas de los banqueros. Inmediatamente regresamos al Nordsee, pero en vano, yo lo sabía. Así es que me vine derecho a casa para cancelar todas mis tarjetas de crédito e ir luego a presentar la denuncia a la policía. Las tarjetas quedaron canceladas, y sin daños hasta el momento, y mañana iré a sacar un duplicado del abono para los transportes públicos. En suma, la pérdida se reduce a los 35 euros que tenía en la billetera, pero no me importa, lo que sí me importa y me duele es la pérdida del DNI de mi padre, la reliquia suya más valiosa que poseía. También me duele la pérdida de la carterita que estaba junto a la billetera, con la libretica de apuntes donde seguían, todavía sin transcribir, las notas de mi último viaje a Madrid, noviembre 2010, sobre todo los dos dramáticos últimos días, cuando estuve internado de urgencia en la clínica de Moncloa, por los vómitos de sangre que luego resultaron ser el resultado de una gastritis erosiva, ninguna cosa grave, a no ser el susto. En la comisaría de Rodenkirchen toma mi denuncia un policía joven, alto, robusto, simpático y eficiente, con un asomo de labio leporino. Me dice que, por regla general, casi todo se recupera menos el dinero en efectivo. Así lo espero, sobre todo por el DNI de mi padre. Ojalá aparezca pronto.
Weiß/Colonia, 24.2. (1)
Leo en las páginas del diario los anuncios de unos cruceros fluviales por el Danubio, el Ródano, el Volga, así como por el Po y la laguna véneta, todos ellos en un «elegantes, deutschsprachiges Schiff [elegante barco germanoparlante]». Y es aquello que decían en La verbena de la Paloma, que «hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad». Porque yo sabía de barcos que fondeaban, soltaban amarras, zarpaban, navegaban, naufragaban… ¡¡pero no que hablasen…!!
Weiß/Colonia, 24.2. (2)
Sacó Javier un nuevo post en su blog con motivo de los 60 años de la muerte de Jardiel Poncela, y lo he distribuido urbi et interneti. Mi tocayo porteño me acusa recibo diciéndome que tiene a EJP por «uno de los grandes escritores de la España del siglo XX al que, inconcebiblemente, la mayoría de los críticos lo señalan como un autor reidero. Sus obras, por debajo de la gracia y la ironía, esconden una gran profundidad de pensamiento». Le contesto: «Era uno de los grandes. El sexo débil ha hecho gimnasia quizás sea su obra mejor, junto con Angelina o El honor de un brigadier. Y desde luego puede uno reírse con él hasta desternillarse, pero sus comedias de diversión desopilante adolecen, todas, de un defecto que es rarísimo que él no se diese cuenta, o bien sí se dio cuenta pero las sacrificó en el altar del público. El defecto a mi juicio es plantear y desarrollar situaciones absolutamente surrealistas, auténticos callejones sin salida, pero que en el tercer acto se empeña en resolver de una manera lógica. El éxito, claro está, queda asegurado teniendo un público de tan cortos alcances como el suyo de aquella época. Pero el resultado, al final, se resiente. Por eso te hablo de Angelina… y de El sexo débil…, porque en ellas no se produce ese violentamiento de los hechos con la sola finalidad de que todo encaje y parezca lógico lo que ni lo es ni lo fue. En ese sentido, por ejemplo, considero magistral el desenlace de La cola de la sirena, de vuestro Nalé Raxlo, porque el callejón sin salida se resuelve sin violentar la realidad y con las armas de la propia vida».
Weiß/Colonia, 24.2. (3)
Me cuenta Diny, al regresar de su “viernes de plancha” que descubrió a Henri con el teléfono portátil pegado a la oreja y diciendo «Papi papi», es decir, que seguramente me estaba llamando para decirme que Diny estaba con él. Pero poco después se le antojó ver el DVD de Petterson & Findus y empezó a dar la lata diciendo «Vídeo, vídeo», lo que en lengua henrish significa DVD. Sólo que Montse se mostró inasequible a la petición («Por la tarde», le dijo) y mi pobre Henri puso a llorar sus dos años, un mes y veinte días de una manera inconsolable. Ni la madre ni la abuela lograron que dejase de llorar, y en esas llegó Oskar de la escuela, tomó en brazos al llorón y le dijo sosegadamente: «No llores, Henri, después ves el vídeo conmigo, sentado a mi lado, ¿sí?» Y Henri le dijo que sí, dejó de llorar, le sonrió a Oskar y siguió jugando. Ni Montse ni Diny salían de su asombro. Este Oskar tiene porvenir por delante como asistente social.
Weiß/Colonia, 25.2. (1)
La revista quincenal con la programación de TV incluye esta vez (en su edición “cara”, 3.50 €) el DVD de Chloë, una peli que no vi en su momento y que me interesa, como todas aquellas en que actúan dos actores tan portentosos, Julianne Moore y Liam Neeson. La compro, pues.
Weiß/Colonia, 25.2. (2)
Elijo una frase fabulosa de mi pobre y querido amigo José Cardoso Pires, muerto de manera tan inesperada, para incluirla en mi Doble Envío de todos los domingos, junto con la nueva cosecha de este diario: «Temos palavras a mais para esconderem ideias a menos». Llamo a Laís para que me aconseje cómo prefiere que lo traduzca. En principio, y espontánemente, me salía «Tenemos palabras de sobra para esconder ideas que nos faltan», que suena muy bien pero mirándola con lupa incurre en una falacia, por lo cual prefiero «Tenemos superávit de palabras donde esconder el déficit de ideas». Pero mi brasileña coloniense no está en casa, le dejo un mensaje en la criada respondona electrónica, y al colgar me doy cuenta de que si bien le dije ese mensaje en español, al recordarle al final mi número de teléfono lo hice en portugués: «Zero dois dois tres meia, meia um um sete nove». Es curioso cómo se me activa el mecanismo de manera inconsciente, cuando hablo con brasileños: los números y los días de la semana siempre los digo en portugués.
Weiß/Colonia, 25.2. (3)
23.20, regreso de la cena familiar, esto es, Diny y yo con nuestros tres hijos, sin nuera ni yernos ni nietos. En el restaurante de un amigo italiano de Chico. Lo hemos pasado muy bien aunque la comida no es mejor que en La Modicana, y las servilletas son de papel. Espero aguantar un poco más en estas latitudes para ofrecerles otra cena más comm’il faut. Lo siento, La Modicana me tiene muy malacostumbrado, en cuanto veo servilletas de papel me pregunto por qué los precios son más caros que en mi Modicana querida. Como suele decir Dieter: “Kultur muß man haben! [=¡Lo que se necesita es tener cultura!]” Y lo que Natura non da, Salamanca non presta.
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