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Mientras tantoDe mi Diario: Semana 8 / 2014

De mi Diario: Semana 8 / 2014


 

Weiß/Colonia, 16.2.

Vamos a almorzar en La Modicana, con Renate y Joserre [=José R. Ovejero, aun cuando hace tiempo desterró la R ramoniana de su nom de guerre], y se nos añade Carlitos. Hace ya tanto tiempo que no nos veíamosPor lo menos seis años a Joserre (no recuerdo más si un encuentro casual en Madrid, cerca de la Ópera, o cuando viajé con Carlitos a buscar un libro sobre las Canarias que retiró Joserre en la librería bruselense de viejo donde Carlitos lo había comprado por internet, y para nada quería que se lo enviase por vía postal, así es que fuimos a Bruselas y volvimos en el día, sólo para recoger aquel libro). Y ± cuatro años a Renate (cuando invité a Chico a pasar un par de días en Bruselas, por la retrospectiva de Magritte, y nos alojamos en su casa, pero Joserre andaba dando algún curso en una Universidad gringa o algo así). Así pues un reencuentro con muchas cosas que contarnos, además de las que saben por mi diario y las que sé por sus emails. Le pregunto si su premio Alfaguara le está rindiendo, y me dice que sí, más en América Latina que en España, pero añade: «Pasa que ganas un premio y lo que piensas es que vendiste una novela por 175.000 dólares, y no, lo que vendiste es un año de tu vida. Aunque no me quejo porque no está mal pagado». Luego hablamos de la reanudación de su blog, y que el primer comentario que le llegó fue: «José ¡qué gusto leerte de regreso! Enriqueces el mundo. Ángeles Mastretta». Me pide la dirección de Ángeles porque en marzo está yendo a México, a dar unas charlas en Monterrey, y quiere pasar unos días en el Defe y conocerlos en persona, a ella y a Héctor, de quien leyó La guerra de Galio, creo que por sugestión mía. Como ahora ya están viviendo de nuevo en Bonn (pendularmente con Bruselas, ella, y con Madrid, él), hemos convenido volvernos a encontrar con más frecuencia, la próxima vez en mayo. 

 

Después de la siesta, y anotar la entrada precedente, me animo a dejar un comentario en el blog de Joserre: «Es también uno de mis libros favoritos en alemán, y no sólo en él. Lo curioso es que yo, no me preguntes por qué, y a pesar del ambiente en que se desarrolla la narración, siempre había traducido su título como Marina con Pocahontas: no ya tanto porque se llame «marina» al paisaje marino pintado («Seestück» creo que es el término técnico que usan los pintores y la crítica), sino por el juego de palabras con los nombres de las dos princesas, Marina, la Malinche mexicana, y Pocahontas, la Matoaka algonquina. Ya ves lo enrevesada que es la mente humana. Recién leyendo este post en tu blog caigo en la cuenta de que no se trata de una «marina» sino de un paisaje lacustre. Ay Dios» Pero me alegra constatar que no fui yo el único que sufrió esa fatamorgana, Joserre me responde: «Ricardo, a mí me pasó exactamente lo mismo; aunque toda la novela se desarrolle al borde de un lago, cuando me preguntaron qué libro me gustaría que se tradujese al español, yo también usé espontáneamente el término «marina» y solo al empezar a hacer una traducción de prueba me di cuenta de que el título tenía que referirse al lago, no al mar, aunque la palabra «See» en alemán, como bien sabes, pueda significar las dos cosas».

 

La gran ilusión. Con motivo del centenario de la Gran Guerra, el canal Arte está pasando una serie de pelis que la tienen como trasfondo, y volver a ver este Renoir es como un picnic en el túnel del tiempo.

 

Weiß/Colonia, 17.2.

Paths of Glory, nunca me cansaría de verla, a riesgo de sufrir un derrame cerebral a causa de la rabia que me produce. Pero es una rabia sana, así es que el posible derrame cerebral también lo sería. Y por una buena razón. Y como siempre, la profunda emoción atenazándome el pecho cuando Christiane Kubrik [Suzanne Christian en los créditos] amansa a las fieras cantando “Es war einmal ein treuer Husar”: es tal vez la escena más emocionante filmada jamás por Kubrik, y además a cargo de su esposa. Y después de Paths of Glory pasan Farewell to Arms!, con Gary Cooper y Helen Hayes en la que quizás sea la única buena adaptación de Hemingway al cine.

 

Liv Ullmann, en sus memorias, una imagen antológica cuando habla de lo que siente cada vez que regresa a Noruega: «Me imagino que soy el mascarón de proa de una vieja nave. Que parece lucir tan orgulloso en el morro del barco, y arar las olas, y mirar en lontananza, siendo así que su cuerpo está prensado inseparable, oblicuamente a esa embarcación, a la cual pertenece».

 

Weiß/Colonia, 18.2.

Una de las cosas que más me gustan en esta vida (digo en la que me queda), es volver a la cama después de haberme levantado alrededor de las 8:30 am para vaciar la vegija; esa hora y ½ hasta las 10:01, mi hora canónica y capicúa doble para regresar a este mundo de mierda, son los 90’ más felices de mi existencia, si descuento los que paso con mis nietos. Hoy, a los pocos de haber regresado a la cama, sonó el timbre de la puerta. Imposible desoírlo, y podía ser correo quelonio certificado, así es que si no lo atendía me tocaría ir a la oficina postal a retirarlo, con lo que eso me jode. Me levanté, pues, maldiciendo a la recontrarremilputamadre de todos los dioses del Olimpo (y muy en especial de Mercurio, dios de los carteros), y al abrir la puerta me encontré con Montse. La cual, después de haber dejado a Henri en el Kindergarten, quería saber si podía yo cambiarle un billete de cinco euros en la correspondiente calderilla, porque los automáticos de los autobuses sólo admiten monedas y no billetes. Sin decir palabra caminé hasta el perchero, saqué el monedero de mi chamarra y lo volqué en la mesa del comedor. Montse eligió monedas hasta completar el valor del billete que puso al lado, condescendió luego a lamentar el haberme despertado, y se fue. O sea, que ahora, además de que nuestro apartamento fungía ya como guardería infantil, asesoría social y mediateca gratuita, también lo hace como casa de cambio. ¡¡Y en horario fuera de servicio, me cago en todos los dioses de todas las cosmogonías!!

 

Larga conversación de sobremesa en La Modicana, con la signora, acerca de la pérdida del idioma y/o del acento natal, después de tantos años de vivir en el extranjero. Nos cuenta que jamás tuvo acento siciliano porque su padre era peninsular, de la Romaña, y en su casa se habló siempre el italiano culto, no el dialecto de la isla. Y luego se casó también con un italiano peninsular, el difunto signore Mancinone, quien fundó La Modicana y cuyas artes culinarias heredó ella, su viuda. Mientras lo cuenta, y no sé por qué, pienso en las novelas de Grazia Deledda, y en sus riquísimos diálogos en dialecto sardo. Al menos Cañas al viento debería releerla, tal vez también Marianna Sirca. Qué pena que su obra haya caído en el olvido.

 

Weiß/Colonia, 19.2.

Tengo un email de Dexter Allen en la estafeta, es lo primero que veo al abrirla por la mañana. Ocurre que anteayer, repasando viejos papeles, cayó en mis manos un ejemplar del # 8 de la revista juvenil Camino, que se editaba en Huelva en los años 50/60, y en la que yo colaboré bastante. Y en ese # aparece una entrevista mía con un norteamericano llamado Dexter Allen, que vivía en la misma pensión estudiantil que yo, en Sevilla, entre La Campana y la Alameda de Hércules, en 1959/1960, y con él platiqué mucho porque era escritor, estaba documentándose para una novela sobre Almanzor, el caudillo cordobés, terror de los cristianos. Lo cierto es que le hice la entrevista (la primera que le hecho a un escritor, en toda mi vida) y aquel año terminaron mis torcidos estudios de Derecho, regresé a Huelva, y Dexter Allen desapareció por completo en la pantalla de mi radar. Pero este reencuentro con la entrevista acicateó mi curiosidad y lo busqué con ayuda de mi buena amiga Miss Hortensia Google, hasta descubrir que Dexter Allen vive y escribe en California. Así es que puse en campaña a todos mis contactos gringos para que me consiguieran su dirección email, y fue Rolando quien me la consiguió, y le escribí a Dexter Allen para preguntarle si efectivamente él es ese Dexter Allen a quien conocí ese 1959, porque si así fuera me gustaría que contactásemos para enterarnos un poco, mutuamente, de qué fue de nosotros en esos 55 años que han transcurrido desde entonces. Y sí, es él, y me cuenta de su vida desde entonces, por México, Belize y Guatemala, de cómo se incendió su cabaña un día en California (y perdió todo lo que poseía, igual que Aldous Huxley, pensé al leerlo), y de cómo vive ahora en Ensenada, México, cerca de la Bahía de Todos los Santos, y a dos/tres horas de San Diego. A siete días del 12 de febrero, trigésimo aniversario de la muerte de Julio Cortázar, puedo certificar que esta ha sido una semana 100% cronopia.

 

Enterada de toda la peripecia de mi reencuentro con Dexter Allen, mi queridísima Lillian me escribe desde Managua: «Para mi próxima vida había pensado ser como vos, pero creo que es aún mejor volver a ser amiga tuya».

 

Weiß/Colonia, 20.2.

Por una tabla de horarios religiosos entreverada en los milyún papeles que hay en el atril delante del monitor de la compu, vengo a saber que mi hora de dormir son los Maitines (3:00 am) y que me levanto entre Tercia (9:00) y Sexta (11:00). Alabado sea el santísimo sacramento del altar.

 

Voy donde la pedicura, llego a la parada del bus, hay una señora sentada en el banco, la saludo, me siento yo también, y abro el libro que llevo en la mano. Sin solución de continuidad, la voz de la señora: «No vale la pena empezar a leer en los cinco minutos que faltan para que llegue el bus». Me tomo tiempo; sin cerrar el libro levanto la vista lentamente y la miro fijo a los ojos, a la par que le digo, de manera decidida y gélida: «Siempre vale la pena leer, y yo jamás lo hago para matar el tiempo», después de lo cual regreso la vista al libro sin aguardar una respuesta de ella que, naturalmente, no llega. El que sí llega es el bus y lo sé sin verlo, porque mi oído peca de fino, así es que me levanto todavía antes de que se dé cuenta de que ya se acerca a la parada.  Este mundo está lleno a rebosar de gente tan tonta, pero tan tonta, ay diosito de mi vida

 

En las memorias de Liv Ullmann, hablando de su infancia: «Me acuerdo de un amigo que creció en una pequeña granja donde pasábamos nuestras vacaciones de verano. Hasta que nos visitó en la ciudad, nunca había visto un inodoro con cisterna. Tiró de la cadena y creyó que todo el mar iba a inundar nuestro piso. Nos llevó un buen par de horas hasta que conseguimos convencerlo para que no regresara a su casa inmediatamente».

 

Weiß/Colonia, 21.2.

Me escribe MM diciéndome que ha visto traducido título de un poema de William Carpenter, “Night Fishing” y, añade, «me pregunto por qué en español resultó «Pescando de noche» y no «Pesca nocturna». Esos gerundios siempre me rechinan en los oídos». Le contesto: «»Pesca nocturna» es ambiguo, puede significar dos cosas. «Pescando de noche» es unívoco. Y los gerundios son tan parte del idioma como el pretérito pluscuamperfecto y un adverbio de modo. En el idioma nada rechina, ni siquiera las cacofonías, que no son sino las onomatopeyas de la ausencia de elegancia en el decir. Ejem». Este tipo de bromas nos lo gastamos MM y yo de vez en cuando, pero –al menos en mi caso– en el fondo hay algo más que broma. Renunciar a los gerundios en nombre de un decir refinado es lo mismo que renunciar a los adverbios terminados en “mente”. Por la sencillísima razón de que uno siempre termina escribiendo como buenamente puede, y no hay más cera que la que arde. Además, como también le dije a MM, no le vamos a cambiar el título al bolero “Mirando al mar”, por “Mirada marina”, ni mucho menos a Esperando a Godot, por El hijueputa de Godot se retrasa más de lo debido

 

Hoy llegaron dos libros muy esperados. Javier me manda desde Alcalá de Henares Alégrame el día, una antología de las frases más célebres del cine. Y Juan me mandó desde Sevilla Por obra del instante, el volumen que contiene todas las entrevistas que concediera en su día Juan Ramón Jiménez. Buena lectura asegurada para las dos semanas próximas, en paralelo con la segunda ½ de las memorias de Simone Signoret (las de Liv Ullmann se me acabaron anoche). Y los cuentos de Cortázar, pero esa, además de gozo, ay, ay, ay, es tarea.

 

A Reme la internaron en el Juan Ramón Jiménez, de Huelva, al comienzo de la semana, con el diagnóstico de que había que implantarle un marcapasos. La hemos llamado todos estos días, mientras esperaba turno para la operación, y es ella quien llama hoy para decirnos que se lo han implantado, que no ha sido ninguno made in China (Bada retro!), que se siente muy bien y que el lunes le darán el alta. Como es lógico me alegro muchísimo, pero de lo que más me alegro es de que a cada momento me llame “hijo”. Esa forma familiar de trato, que es tan típica en nuestra familia, me rejuvenece bastante, porque a Reme le llevo quince años. Los dioses se lo paguen.

 

Weiß/Colonia, 22.2.

Leyendo el diario mientras desayuno encuentro una esquela con un epígrafe de Dom Hélder Câmara: «Basta con que falte una sola estrella en el desierto para que una caravana pierda la orientación». En los años y años que llevo coleccionando esquelas con epígrafes, tanto sacros como profanos, esta es la primera vez que me encuentro uno de un brasileño. ¡Y qué brasileño!

 

Con Diny al centro para recoger mis nuevas gafas en Fielmann, y de paso la invito a almorzar en el sardo de Karstadt, para que no tenga que cocinar hoy en casa. En el tranvía de regreso pruebo las nuevas gafas leyendo del libro Alégrame el día, que tiene una impresión grande y clara, no se escatimó tinta al editarlo. Me temo que voy a tardar un poco en acostumbrarme a estos valores métricos. Pero luego, ya delante del monitor de la compu, descubro que para trabajar en pantalla sí que veo mucho mejor con la nueva prótesis. Laus Deo!

 

8:15 pm : Pasan por el canal 3sat la puesta en escena de La flauta mágica en el teatro flotante de Bregenz, en el Lago de Constanza. Mientras la escucho en fondo escribiendo estas líneas (tales puestas en escena son cosa para turistas y teleadictos irredimibles), recuerdo una sangrienta frase de Arno Schmidt, el autor alemán más original –y menos conocido– de la posguerra: «Mi mayor reparo en contra de la música es que los austríacos han sido excelentes en ella».

 

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