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De mi Diario : Semana 9 / 2010

Weiß/Colonia, 28.2., primeras horas de la madrugada

Ayer –ya ayer–, por la tarde salimos a pasear Vincent y yo. Primero, la ceremonia de echar una carta en el buzón delante de la tiendita donde estuvo antes la oficina postal. ¿Por qué será que a los niños les gusta tanto esa liturgia de la carta en el buzón?  Luego seguimos hasta la Marano, donde Vincent pide un helado doble de vainilla y caramelo («en barquillo, no en copa»), y yo un capuccino. «¿Con crema o con leche?», me pregunta el dueño. «Italiano», le contesto en italiano. Reflexiono una vez más en que esta heladería juega un papel casi de Deus ex machina en uno de mis cuentos que más me gustan, La bufanda de Cambridge, pero para el personaje del dueño me inspiré en el de una trattoría en el barrio universitario, cerca donde vive Carlitos. Y Vincent entre tanto devora su helado, mientras de a ratos me cuenta que ayer, antes de venir a casa, jugó al fútbol con su equipo, como arquero, y le clavaron ocho goles. «Pero todos eran imparables», me asegura muy serio, dándole un mordisco al barquillo. Y se lo creo.

 

Weiß/Colonia, 28.2. (1)

Visita de Graciela en compañía de Soledad con su marido y los hijos. Aunque a Graciela la hemos visto dos veces en los últimos tiempos, al cabo de los años mil, esta vez el reencuentro resulta emocionante, sobre todo porque es también con Soledad, un año mayor que Rebeca, su compañera de juegos cuando las dos parejas vivíamos en el 29 del Karolinger Ring, los Salsamendi en el cuarto, nosotros en el tercer piso. Unos cuatro años conviviendo día a día, festejando en común todo lo que había que festejar (cumpleaños, carnavales, Pascuas, el Día Internacional del Regalo)… El marido de Soledad, Andreas, es suizo, se lo noto enseguida en el acento, y le doy a ver mi Bædecker de Suiza de 1920, con sus panorámicas desplegables de los paisajes alpinos, algunas de medio metro de largo, que se abren como si fuesen acordeones de montañas. Los niños de Soledad, Ana y Bruno, se comportan desde el primer momento como si estuvieran en su propia casa, y sólo Vincent, tan tímido cuando hay mucha gente, se ha ido a jugar solo al cuarto de la abuela. Los espaguetis de Diny son una delicia y el chajá de Graciela vuelve obsoleta la gula como pecado. El tinto es entrador, y lo son el Marqués de Riscal blanco del Duero y el licor de hierbas helado como digestivo. Hemos andado rondando muy cerca la perfección en el reencuentro. Sólo la ausencia de Montse y los suyos ha sido la gota de vermú, como dicen los alemanes. Pero la próxima vez estamos emplazados a reencontrarnos todos.

 

Weiß/Colonia, 28.2. (2)

Cuando se fueron, Graciela & Co., me traje a mi despacho mi colección de Bædeckers. El más antiguo es el de Bélgica y los Países Bajos, 1897. Vienen luego el de España y Portugal, 1899; Londres, 1909; París y sus alrededores, 1911; y París, 1923. Además de ellos, dos Guides Bleus de España, la de 1927 y la de 1935, esta última con un suplemento en páginas rosadas de 1950. Y esta última es fascinante, porque documenta el paso de la República al franquismo registrado con los ojos del turismo de esos años, ojos que no estaban sometidos a la censura del régimen; y por lo tanto, en la descripción de Huelva, por ejemplo, se habla de unas calles del Capitán Galán y de Alcalá Zamora, y de una Plaza de la Constitución, que debieron de ser las primeras rebautizadas por los sicarios del general inferiocre. Estos ocho volúmenes valen hoy su peso si no en oro, si en muchos cientos de euros. Ha sido una inversión bastante afortunada, porque los fui comprando a precios ridículos en librerías de viejo, tres de ellos en Budapest.

 

Weiß/Colonia, 1°.3.

Un lector de mi blog en El Espectador se hace eco de mi post sobre Carlos Cortés, el escritor tico, y me escribe que «andaba hurgando por todas las habidas novelas de dictador, extrayendo oraciones y párrafos completos, si era el caso, para ilustrar una dictablanda que se nos venía encima aquí en la mágica Colombia. Exploraré los desconocidos autores mencionados, si están en la Luis Ángel Arango, que parodiando a un lema comercial de un viejo almacén de discos decía: ”disco que no tengamos no existe”. Yo digo, libro que no tenga la BLAA, no existe». Me simpatiza (como él mismo diría) su inmensa fe de bibliotequecófilo y le contesto: «Gracias por su comentario, y en  cualquier caso quiero recomendarle que también busque en la BLAA la novela de O’Henry, que es verdaderamente desopilante, y lo malo es que aquello que él escribió como parodia, los gobernantes latinoamericanos parecen empeñados en convertirlo en historia patria».

 

Weiß/Colonia, 2.3.

Todo el día en casa. Trabajo duro y puro. ¿Cómo escribir una reseña de 900 palabras acerca de aquello a lo que en el más filantrópico y altruista de mis desvaríos no dedicaría más allá de dos líneas de menos de 200 pulsaciones?  «La editorial X***** ha publicado el libro de cuentos Y**********, firmado por Z********. ¿Por qué?»

(No soy original, lo sé, una reseña así ya la hizo un crítico de cine francés al estrenarse una peli que mereció el mismo comentario suyo que yo escribiría sobre este libro. Pero en estos momentos me mimetizo en Pierre Menard).

 

Weiß/Colonia, 3.3.

Parece que la meteorología está haciendo de las suyas en todo el mundo. Manolo me escribe desde Fuenteheridos, en lo más agreste, y lo más hermoso, de la serranía de Huelva: «El otro día dí con un par de islandeses que llevaban en la Sierra tres meses y no daban crédito. Habían visto el sol una sola vez, en unos folletos». Pero es lo que yo me digo: ¿Qué carajo se les ha ido a perder a unos islandeses en Huelva? «Ej que hay jente pa tó», como decía El Guerra.

 

Weiß/Colonia, 4.3. (1)

Con Henri, amoroso –que hoy cumplía dos meses–, he pasado media mañana, porque Montse tuvo que ir al centro a hacer unas gestiones. Eso sí, antes de irse, la sargento Montse me ordenó muy tajantemente que no se me ocurriera darle el biberón a su criatura antes de las 10.30 a.m. Pero Henri, angelote mío, se pasó todo el tiempo apoliyyyando (=dormir, el verbo más gráfico del lunfardo), así es que me vine de vuelta a casa con la pena de no haberle visto el color de los ojos. Exagero, claro está: alguna vez parpadeó, y yo estaba al loro.

 

Weiß/Colonia, 4.3. (2)

Primer almuerzo cuatripartito de jueves como jour fixe: Cecilia, Julio, Carlitos y yo, en nuestra Modicana. Lasaña para Cecilia, espaguetis con mariscos para sus tres mosqueteros. Durante la plática sale a relucir mi reseña sobre un libro con la pretensión de “descubrirle” la literatura boliviana a  los españoles. Les confieso que esa reseña la considero por encima del promedio porque es un auténtico iceberg. No es tan sólo un guante de desafío a quienes quieren ponerse una pluma en el sombrero “descubriendo” una literatura a través de un producto de diseño, epigonal y poco más, y desconociendo media docena de obras maestras que son su columna vertebral. Es que además, en la lista que doy al final de mi reseña, hay un detalle oculto del que sólo se darán cuenta algunos bolivianos que conocen bien su propia literatura. Consiste en que leyendo esas seis novelas que he enlistado allí, se puede reconstruir la historia de su país, desde la colonia, e incluyendo hasta la guerra del Acre (con Brasil), que nunca se menciona porque a Bolivia sólo se la relaciona con la guerra del Chaco contra el Paraguay, y el conflicto con Chile por el litoral de Atacama, que terminó con la pérdida de la salida de Bolivia al mar. Cuando lo termino de explicar, este aspecto iceberg de mi reseña, Cecilia (que es boliviana) se me quedó mirando como diciendo: “Pues es verdad”.

 

Weiß/Colonia, 4.3. (3)

En la tele un reportaje viajero por la costa sur de Sudáfrica, «el clima más benigno del mundo», un leit motiv que se repite un par de veces a lo largo del documental. Y en verdad en verdad me digo que es como un paraíso. Acá llegaron los boers (=campesinos) neerlandeses que poblaron desde el cabo de Buena Esperanza en el océano Atlántico, hasta la bahía de Algoa en el Índico, dejando un reguero toponímico que abarca desde el Kommetje junto a la Ciudad del Cabo hasta el Amsterdamhoek al lado de Port Elizabeth, pasando por Struisbaai (la bahía de los avestruces) y Mosselbaai (la de los mejillones). En Struisbaai me impresiona la laguna costera, de escasa profundidad, y en la que viven rayas enormes con aguijón venenoso (las pastinacas, su nombre según las enciclopedias), cuyo pinchazo es mortal de necesidad. Los niños del pueblo se bañan nadando y jugando con ellas, a las que alimentan con sardinas. No se ha producido un solo caso de mortandad. Y después del reportaje, en otro canal, pasan Fanny & Elvis, una peli de Kerry Fox, actriz a la que venero después de haber visto su desempeño en Intimacy y de haber leído lo que escribió al respecto Alexander Linklater, entonces compañero y hoy esposo y padre de sus dos hijos. El texto de Linklater, crítico de cine, es una lección de conducta personal y de respeto a su pareja, pude leerlo en español gracias a que lo publicaron en El Malpensante.

 

Weiß/Colonia, 5.3., primera hora del día

Toda la tarde me ha estado remordiendo un gusanillo, y recién con el tercer whisky de la noche asoma su cabecita burlona, la remilputa que lo remilparió. Sucedió durante el almuerzo. No sé por qué, en algún momento mencioné a Rubén Blades y de ahí entramos al tema de los artistas que se han metido últimamente en la política activa, en Latinoamérica. Los casos más notorios, Rubén en Panamá y Gilberto Gil en Brasil. Y discutimos acerca del grado del conocimiento de sus músicas respectivas, y de sus personas, en los USA, y argüí con cierta vehemencia frente a Julio (que me hablaba de las pelis de Rubén en Hollywood), cómo la influencia de Gilberto Gil en los nuevos desarrollos del jazz estaba documentada por el inolvidable longplay que grabó con Stan Getz, y que yo escucho casi todas las semanas una vez. Qué descarrilamiento tan sin sentido, y qué tacto el de Julio, no desautorizarme en presencia de Cecilia y Carlitos. Es ahora, recién cuando el whisky me empieza a poner lúcido, que caigo en la cuenta de la espléndida ocasión que perdí, de meterme la lengua en salvasealaparte. Porque el Gilberto que grabó con Stan Getz es João, João Gilberto, con su esposa, Astrud, lanzando a la fama nada menos que “A Garota de Ipanema”, entre otros títulos. ¿Por qué será que a veces, aun sabiendo de lo que estamos hablando, metemos la pata así, se nos cruzan los cables de tal manera que platicamos babosadas indeglutibles?  Sea como fuere: Cheers, Julio!, gracias, hermano.

 

Weiß/Colonia, 5.3. (1)

Me visita Herr Z***, agente de seguros, para poner al día la póliza de mi seguro de accidentes. Es nativo de Marruecos, de Agadir, llegó a Alemania con seis años, habla un alemán que ya lo quisieran muchos aborígenes, y me sorprende con la información de que su compañera vive en São Paulo y se ven cuatro veces al año, dos que él va allá, dos que ella viene acá. Puesto que me lo contó en el marco de un intento de creación de una atmósfera personal para la siempre árida charla sobre el tema Seguros, le pregunto si es factible la continuidad de una relación de amor en esas condiciones espacio–temporales, y me replica que «todo depende de la confianza mutua y de la transparencia». Y, supongo que debe de tener razones suficientes para afirmarlo.

 

Weiß/Colonia, 5.3. (2)

Rolando me escribe: «El 23 del corriente, es el cumple de Akira K. Cien años si aún estuviera con nosotros. Me voy a enfermar el 23 y por consiguiente no podré asistir a mis clases; tendré que pasar el día y buena parte de la noche con 10 de sus pelís como la recomendada dosis». 

Le contesto: «¿Lo cuento en mi diario, o corres el riesgo de un expediente administrativo por fingimiento de enfermedad?  Claro está que siempre puedes alegar como descargo el que eres clarividente en lo que se refiere al futuro inmediato de tu salú. Usté me dirá, maestro».

Rolando: «Sí, inclúyelo, por favor.  Además, y es válida la pregunta: ¿Qué haría la universidad sin tenerme a mí (A MÍ) como miembro de la facultad?»

Hubiéramos sido una fuente constante de inspiración para James M. Barrie o de Noël Coward, me digo cuando transcribo nuestros chateos vía e-mail. Valiente par de mamagallistas irreverentes.

 

Weiß/Colonia, 5.3. (3)

Un colombiano, mejor: un paisa, le cuenta a otro, ambos amigos y lectores míos: «Leyendo el diario de Ricardo Bada, uno se encuentra con su alegría ennietecida a cada renglón. Se le siente la felicidad cada [vez] que lo «encartan» con Henri. En cambio cuando habla de su salud, pareciera que lo único que lo abstiene de seguir el camino de José Asunción [Silva] es la falta del arma o de que el médico de cabecera, su amigo, le pinte el punto preciso bajo la tetilla».

Lo sé, es medio esquizofrénico. Pero a mi diario no le miento, y las cosas están así, no hay más vueltas que darle. Y abro otro mail, esta vez es de Pepa, desde Huelva, y curiosamente también habla de mis nietos: «Leo tu Diario, y  sé de la benefactora ternura que te producen tus nietos. Son la vida ¿verdad?  No sabemos qué hay en ellos, pero nos sentimos revivir al lado de un bebé… En mi pueblo (¿te acuerdas? Villeneuve des Petites Chateaux) se dice que el aliento de los niños chicos huele a pan recién salido del horno. Adorable metáfora, sobre todo teniendo en cuenta el exquisito pan que se hace por aquellos pagos». Me río recordando lo de ese nombre francés del pueblo de Pepa. Y es que yo siempre defendí la tesis de que los carteros españoles, y el Correo español, se encontraban entre los mejores y más eficaces del mundo, y lo probé, por ejemplo, con las cartas y tarjetas que le escribía a mi gran amigo Ernesto, padre de Pepa y médico de Villanueva de los Castillejos. Y en la dirección, siempre:

 

                             Monsieur le Docteur Ernesto Feria Jaldón
                             Rue El Mudo 
                             Villeneuve des Petites Chateaux (Huelva)
                             Espagne

 

No se perdió ni una sola. Quod erat demonstrandum.

 

Weiß/Colonia, 6.3., primera hora del día

Qué grande Graham Greene, qué grande Michael Caine, qué peliculón The Quiet American. Por su papel del viejo corresponsal inglés enamorado de la joven vietnamita, que también lo ama (un tema eterno, y siempre renovado), MC estuvo propuesto para el Oscar como actor principal, una de las cuatro veces que lo ha estado. Pero nada más lo ganó las dos veces que lo nominaron como mejor actor secundario. Váyase lo uno por lo otro.

 

Weiß/Colonia, 6.3. (1)

Mientras desayuno y leo el diario, nieva. En el diario, dos esquelas que se salen de lo común. La primera es de una directora de teatro, neerlandesa al parecer, pues el epígrafe está en ese idioma: «Achter de wolken schijnt de zon (Detrás de las nubes brilla el sol». En la segunda, el epígrafe es del formidable aforista que fue Stanislav Jerzy Lec, y dice: «Aunque se caiga el puente, las orillas siguen». Luego del desayuno abro la bandeja de entrada de mi estafeta, contesto unos mails urgentes y, apenas deja de nevar, salgo con la bici a la oficina postal, a despachar correo y comprar la revista quincenal TVMovie, con el programa de la tele. Mientras voy y vengo con la bici, y ya de regreso a casa, sigo reinando* en el final de la reseña de Alicia en el país de las maravillas: «Por qué hay que ver el film poniéndose unas gafas 3D ad hoc, es algo incomprensible. Alice in Wonderland puede valer por ello como ejemplo de que la tridimensionalidad necesita realmente buenos motivos. Entre los cuales no se cuenta , desde luego, el intento de ayudarse con ella para darle más profundidad a una historia plana». Es una frase que va más allá de la reseña de la peli, casi parece un diagnóstico caracteriológico de tantas y tantas actitudes públicas de los políticos y los intelectuales en este nuevo Paleolítico que nos ha tocado vivir. Los vemos y los oímos con las anteojeras de la tele y parecen tener relieve, pero son tan lisos como las anguilas, e igualmente escurridizos y, a veces, letales.

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* En el Diccionario de la RALE : reinar2. 1. intr. coloq. And. rebinar (reflexionar, volver a meditar sobre una cosa).

 

Weiß/Colonia, 6.3. (3)

Me pregunta Rolando, desde Austin/Texas, que si sé qué cosa puede ser un “nick”, y no lo sé, así es que me pongo a investigarlo. Y le contesto: «No he logrado averiguar de dónde nace la denominación, pero es evidente que el homo virtualis usa nick para designar un acrónimo de identificación personal, aun cuando la definición académica de los acrónimos habla de que se componen con las iniciales y a veces más letras de algunas palabras, y pone el ejemplo de la Renfe (Red Nacional de Ferrocarriles Españoles). En el caso de los nick, según colijo después de haberlo investigado en varias páginas web, uno lo forma con letras, números y signos, incluso emoticones, elegidos discrecionalmente. Pero como fácilmente puedes comprender, no sería congruente, en una página web, que delante de la casilla que tienes que rellenar con tu identificación, campease la palabra «Acrónimo». Es evidente que «Nick» resulta más virtual. Como «Blog» más que «Bitácora». Y tú me dirás: ¿Y cómo se hace para memorizar un conjunto de letras, números y signos?  Muy sencillo: comprimiéndolos todos en uno solo. Es como aquél tatuaje que el turco Enver Gadura tenía en su miembro viril, uno que parecía un lunar tamaño cagada de mosca, pero cuando el buen hombre se encontraba en estado de erección, admirada su dama podía leer allí, completo, un soneto del Aretino. Vale». E si non é vero, é ben trovato.

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