Me perdonarán que hoy me desquite simplemente deshilachando alguna noticia o escrito de estos últimos días. Al fin y al cabo, uno prometía vómitos esporádicos tras ojear la prensa; y la autoexigencia es mala consejera para llevar a término el esputo.
Primero. Respecto a los papeles de Panamá, tengo por positivo que salgan nombres y apellidos. Creo que, sin sobrealimentar el moralismo (antes de imaginarnos unos a otros en ésas, mejor será ceñirse a la estructura institucional que favorece la impostura), no es malo destapar la hipocresía de algunos ciudadanos; creo que es bueno que la gente se escandalice, porque es bueno que se investigue de dónde viene el dinero y porque es necesario que no pueda evadirse si queremos garantizar la viabilidad de nuestros estados de bienestar, que a duras penas se mantienen sobre las espaldas de un ya muy mermado contribuyente.
Pero para eso no sólo urge que la opinión pública se escandalice, sino que hace falta que se escandalice en la dirección correcta. De entrada, Panamá debería figurarnos como “paraíso fiscal”, muy a pesar de Zapatero, que le dio el visto bueno. Ahora es el momento de sacar una lista de los paraísos fiscales, incluida la City, cuyos sonados estatus y privilegios han puesto un Brexit sobre la mesa; y de forzar a nuestros gobiernos a presionarles (¿no comerciando con ellos?) hasta que cambien las tornas.
Por eso estaría bien que los periodistas involucrados, de 78 países, enmarcaran política y económicamente la noticia; y que buscaran crear el estado de opinión que de verdad pueda influir sobre las políticas de la Unión Europea y del resto de grandes regiones. Se está produciendo un nuevo macro-ensayo de opinión pública mundial; quedaría, pues, concertar una fecha para convocar manifestaciones simultáneas en todo el mundo. Frente al nacionalismo, cosmopolitismo. ¿Por qué no intentar emprender camino hoy?
Segundo: No sabía si valdría la pena hacer parada en el pescado de la pescadera. No creo necesario dedicar dos líneas más a este asunto, cuando el propio Azúa zanjó ayer con tino la hedienta polémica. Pero querría decir al menos que, más que las turbas retorciendo las palabras para hacerle decir lo que no dice, y más que esas mismas turbas firmando para que este señor abandone su puesto en la Academia, lo que de verdad sonroja es la cantidad de osados intelectualillos (abanderados de las turbas, en realidad) que se han dedicado a vituperarle en redes. Les debe herir que haya llegado infinitamente más alto de lo que llegarán ellos, por sus méritos y no por advenedizo. Supongo que, desde su abrigo institucional, desde el que pueden hacer sin consecuencias aspavientos contra el PP (y sólo aspavientos), les quemará que alguien les pisotee la reputación tras haber estado toda su carrera a la intemperie, combatiendo con verdaderos gigantes.
Es decir, intuyo que reaccionan avergonzados porque ellos jamás estarán en una lista negra como esta, pergeñada por 3… mmm personajes catalanes (y a saber por cuántos aplaudida). No estarán porque no han hecho nada para estarlo, claro.
Tercero: Si no saben nada del reciente Manifiesto del grupo Koiné, échenle un ojo y deléitense. Un pueblo, una lengua (¡endógena!). Hay quien acusa a este Manifiesto de quebrar al nacionalismo. Se ve que a la parte quebrada le parece ir demasiado rápido. No es que renieguen de los objetivos de los firmantes, les fastidia su falta de sutileza.
De hecho, para ver la connivencia de amplios sectores con las premisas del Manifiesto, basta con mirar el editorial de El País de ayer. Permítanme un análisis, casi párrafo a párrafo.
1) “Un manifiesto monolingüista de escritores, traductores y otros profesionales corporativos de la lengua catalana, literariamente mediocre pero muy publicitado, inflige un grave perjuicio a los catalanes, a Cataluña y al catalanismo. Un perjuicio sin parangón con los males centralistas pues estos tienden a ser efímeros o resistidos, mientras que los excesos inversos suelen suscitar comprensión, por ser generados desde una minoría.»
Bien, es un buen punto de partida empezar señalando que no son tantos ni tan malos los supuestos males centralistas de España. Desgraciadamente, no son pocos los medios nacionales que se han dedicado a gritar que viene el lobo centralista, para avivar el nacionalismo periférico. Sin embargo, sí han sido muchos los que han ocultado los excesos inversos, con los que han mostrado absoluta comprensión.
2) «Las propuestas democráticas y reformistas, todo aquello que ha salvado al catalán en los últimos decenios, se destruyen así en favor de un alboroto autoritario y rupturista.»
A la propuesta de inmersión, contraria al Estatuto de las lenguas minoritarias, contraria a la Constitución y declarada ilegal por el TS y el TC, la denominan sin rubor «democrática y reformista». Por lo demás, para el editorialista se trata de salvar el catalán, no los derechos de los catalanes. Pero resulta que, según un informe de política lingüística de la propia Generalitat, de 2008 a 2013 los catalanes que tenían como lengua original el castellano se mantienen en un 55%; y de ellos, los que usan el castellano como lengua habitual han subido del 46% al 51%.
Sí, con sus políticas de «normalización» (ay, Wert, que tonto fuiste al no usar neolengua), consiguieron que el 10% de los catalanes no usara su lengua…. Ahora «sólo» doblegan al 5%. Quien crea que es poco, que se imagine el silencio que impera, y el estado de opinión y la asfixia, para que la gente deje de hablar la segunda o tercera lengua más potente del mundo allí donde encima es mayoritaria y cooficial.
3) «Los catalanes y sus expresiones políticas mayoritarias defienden la cooficialidad de catalán y castellano como medio de cohabitación de una sociedad bilingüe y pacificada, que además discrimina positivamente a la lengua más desfavorecida —sobre todo en dictadura—, el catalán.»
Obvian que los catalanes no defienden la cooficialidad; al menos la gran minoría ruidosa y visible (y clientelizada). No lo hacen públicamente porque se ha impuesto una disonancia cognitiva brutal en toda la sociedad, gracias a artículos como este. (Ha visto uno ya a demasiados vascos y catalanes monolingües –en castellano, claro; de lo otro no hay- explicar ardientemente que su lengua en realidad es el euskera o el catalán, pero que Franco se la robó). La sociedad catalana, que no pasa factura al incumplimiento de la ley ni a la asfixia del discrepante, dista mucho de estar «pacificada». Sin embargo, aportemos un hecho curioso: cuando a los catalanes se les ofrecen de verdad distintas opciones, sólo el 14,4% defiende la inmersión. El problema, sin duda, es que en Cataluña se vive instalado en la mentira, como cuando se repite sin cesar que el nacionalismo separatista se disparó porque el Tribunal Constitucional retocó el Estatut: lo cierto es que 7 de cada 10 catalanes aceptaba entonces que las Cortes retocaran el Estatut. Para desmontar, desde la izquierda si así lo desean, estas mentiras y muchas más, les recomiendo encarecidamente que lean los libros sobre Cataluña que está escribiendo Martín Alonso (reseñado aquí por otra de las más grandes cabezas de izquierda que tiene este país, para lamento del nacionalismo).
Por lo demás –y dejando a un lado que una sociedad bilingüe no implica que todos sus miembros sean bilingües-, se ignora que discriminar positivamente (sic) a una lengua porque sus hablantes fueran discriminados en la dictadura (siempre la dictadura…) tiene la misma legitimidad democrática que el foralismo. Ninguna. La historia no crea derechos, sino los ciudadanos en tanto soberanos. Habrá que estudiar, pues, la realidad socio-linguística de Cataluña y hacerle justicia. Atendiendo al cuadro, la inmersión no es más que una aberrante injusticia.
4) «Ahora estos firmantes rompen la (perfectible) paz idiomática, atacan al castellano como “lengua de dominación”; recriminan la “bilingüización forzosa (¡!) de la población”; caricaturizan la actual democracia como una “continuidad” del franquismo; menosprecian la “inmersión” lingüística como método para convertir al catalán en vulgar dialecto, y embisten —¿no será un tic etnicista?— contra “la inmigración llegada de territorios castellanohablantes como instrumento de colonización lingüística”, eso sí, “involuntario”.»
El colmo del cinismo: «perfectible paz idiomática». Lo que hay, se ha dicho, es una vulneración de los derechos de los castellanohablantes (injusticia e ilegalidad). Así pues, si le parece al editorialista que ya hay paz idiomática, se contradice al escandalizarse por el Manifiesto; al fin y al cabo, la bilingüización forzosa de la población (o sea, la inmersión para catalanizar…, porque el castellano no consiguen borrarlo ni con todo el empeño del mundo) es lo que se está haciendo ya y ellos no ponen en cuestión. ¿Que las premisas de los del manifiesto son etnicistas? ¿Y sobre qué otras premisas se sostiene la defensa de la realidad actual?
Con la inmersión lingüística se ignoró a la UNESCO: “Es indiscutible que el mejor medio para enseñar a un niño es su lengua materna. Psicológicamente es el sistema de signos que trabaja en su mente, de forma automática para la expresión y la comprensión. Sociológicamente es una forma de identificación entre los miembros de la comunidad a la cual pertenece. Y pedagógicamente el niño aprende más rápido a través de ella.” (UNESCO, 1953).
Y se ignoró a UNICEF: “Existen numerosos estudios de investigación que indican que los alumnos aprenden a leer más rápido y adquieren otras aptitudes académicas cuando adquieren sus conocimientos iniciales en su lengua materna. Además, aprenden un segundo idioma con mayor rapidez que quienes aprenden a leer inicialmente en un idioma que no les es familiar.” (UNICEF, 1999).
5) «En suma, zahieren a la inmensa mayoría de catalanes de carne y hueso, que encuentra en el pluralismo abono de convivencia y progreso.»
Como ustedes colegirán de todo lo anterior, aquí se vuelve a mentir. No hay pluralismo que valga allí donde hay inmersión. Y desde luego, no hay progreso donde se cercenan los derechos. Otra cosa es empeñarse en identificar progreso con construcción nacional; ése, sí, nuestro mal “endógeno”. Pero acabaremos desenmascarando pronto a quienes viven de tal asociación. Aunque todo esto lo sabe bien el editorialista y cualquiera que se rija por una lógica básica. Más bien, se diría (y se ha dicho) que lo de Koiné es la estrategia de lanzar al «poli malo» a recibir los palos; así, ahora cualquiera que avale la inmersión quedará como «poli bueno».
6) «Los autores del texto olvidan que en Europa existe un Estatuto de las Lenguas Minoritarias. Si se impone un idioma contra otro, los usuarios del agredido pueden reivindicar derechos lingüísticos escolares, canales de televisión y otros apoyos oficiales. Lo que consagraría una fragmentación de la sociedad. Y cancelaría por siempre la inmersión escolar y la unidad civil y cultural de la nación catalana. Por eso, simulando defenderlos, el manifiesto es una letal arremetida contra los catalanes.»
Esta es la traca final. Apoteósico. Es decir, el editorialista sabe que cuando se impone un idioma sobre otro (cosa que, por definición, sucede en la inmersión) los usuarios del idioma agredido (o sea, los castellano-parlantes) tienen derecho a reclamar que se garanticen sus derechos…¡Ojo!, acusa a los de Koiné de exceso, de levantar la liebre… de dar la excusa para que todos vean las tropelías que se cometen en Cataluña y para que se pueda exigir en Europa, con buenas razones, que se desmantele toda la organización de imposición lingüística que han construido con su connivencia durante 40 años. Por eso temen que el Manifiesto perjudique a sus intereses. No guarda la sutileza que CIU ha sostenido durante años para construir una pestilencia antiliberal…. Por eso titulan su editorial: “Contra los catalanes”. Contra los catalanes nacionalistas, claro. Los demás no cuentan para ellos. Muy fino todo
Cuarto. Y ya, para terminar, puesto que de política lingüística viene la cosa, si pueden no dejen de perder ocho minutos para ver a una madre castellano-parlante en Cataluña. Cuenta su experiencia en sede parlamentaria, en Bruselas. A ver si ahí la escuchan, visto que nuestra prensa no quiere ver, ni oír, ni divulgar.
Como quienes creían que William Wallace tiraba rayos por el culo, habrá quien crea que el fascismo tenía otra cara. Pero yo diría que se parece bastante a esta. Si algunos quieren seguir pensando que España es una excepción donde no hay extrema derecha… no puedo decir que allá ellos… porque nos condenan
Aún quedan los bises, que diría el de Carabanchel: Si hay alguien con quien no podemos contar para luchar contra los ataques de los que hemos dado cuenta, con los que la extrema derecha cercena nuestros derechos, ya sabemos quién es. Que no tenga reparos en soltar públicamente esto me hace pensar que todo su bagaje se queda en eso… en la táctica populista. Y si llegaran al poder, ¿qué? ¡Qué peligro tendrían en sus manos la educación o los medios de comunicación!