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De paseo con Raquel Tibol (secretaria de Diego Rivera) por el arte mexicano

 

Cuidó a Frida Kahlo, fue secretaria de Diego Rivera, no le dio miedo abofetear al estalinista Siqueiros, sí, al mismo que atentó contra Trotski. Y no se arrugó hace poco a la hora de cantarle las cuarenta a Carlos Slim a cuenta del Soumaya, museo que el magnate levantó en recuerdo de su primera mujer, como si de un nuevo Taj Majal se tratara. Raquel Tibol es la memoria viva del arte mexicano post revolucionario, ha escrito más de cincuenta libros, cientos de artículos, ha comisariado exposiciones, ha hecho museografía. Esta al día en todo lo que se refiera al arte, literatura, cine, danza, teatro y sigue atenta la política.

 

Dice que le gusta cultivar un enemigo nuevo cada día. Pese a ello no consigue quedarse aislada. La siguen reclamando para artículos, libros, y conferencias. El día de la entrevista estaba trabajando en una artículo que le ha encargado el Museo Nacional de Arte sobre Olga Costa, con motivo de una próxima exposición monográfica que le van a dedicar.

 

En diciembre cumplirá noventa años, mantiene la voz viva, y no digamos la agilidad mental. Sufre si no le sale algún nombre o alguna fecha, pero lo cierto es que goza de una memoria prodigiosa. Defiende su autonomía con celo, no se deja vencer por los achaques de la edad.

 

No tiene ordenador, ni teléfono móvil, accede a los correos electrónicos gracias a Judith, la mujer de su hijo Simón. Tiene cuatro máquinas de escribir Olivetti, le da miedo que se le estropee alguna y no poder acabar a tiempo sus artículos. Hace una copia en papel de calco y la original la envía a publicar. Le gusta desarrollar las ideas en papelitos desperdigados que luego junta cuando se pone a dar forma definitiva a lo que escribe, como si de un puzzle se tratara. “Vivo en el siglo XIX pero con la mente bien asentada en el XXI”, le gusta decir.

 

Nos trasladamos a Buenos Aires, mayo de 1953. César Tiempo, responsable de la sección cultural de La Prensa, periódico que había sido nacionalizado por el general Perón, estaba repasando tres artículos antes de mandarlos a picar para su publicación. La secretaria le puso encima de la mesa la lista de los asistentes que iban a participar en el Congreso Continental de la Cultura que había sido convocado para ese mismo mes en Santiago de Chile: Diego Rivera, Nicolás Guillen, Jorge Amado, María Rosa Oliver, Oscar Niemeyer (del que hasta hace bien poco se creía que era inmortal), el por entonces senador Salvador Allende, el organizador Pablo Neruda y un largo etcétera. Un contubernio en toda regla, convocado para tratar sobre cómo enfrentarse a la ola de macartismo que se avecinaba. Eran tiempos de guerra fría. Ese congreso era una buena oportunidad para cualquier periodista. César eligió a Diego Rivera como presa a batir y le mandó un telegrama a Raquel Tibol, que andaba haciendo sus primeros pinitos de periodista freelance por Santiago: “Raquel, consiga entrevista maestro Diego Rivera. Stop. Tomo un mate a su salud. Stop. Cesar”. 

 

Leyó el telegrama y dijo tres veces “bien” en voz alta. Tenía la disculpa perfecta para inmiscuirse en el Congreso, algo que ya tenía decidido de antemano. Raquel no lo sabía, pero aquel telegrama iba a cambiar su vida.

 

Raquel, sus orígenes están en Argentina.

—Yo nací en Basavilbaso. Era un pueblo ferrocarrilero, de pequeños nos metían en las nube de vapor de las locomotoras para curarnos los catarros. Mis padres eran emigrantes judíos de la Europa oriental, traídos por el barón Hirsch a la Argentina. A los siete años empecé a vender entradas en el Cine Astral. Mi madre fundó una biblioteca, pero sus inquietudes iban más allá y se empeñó en montar un cine-teatro. Lo consiguió. En el pueblo se estudiaba hasta cuarto de primaria. Todos mis hermanos mayores ya estaban en Buenos Aires con mi mamá, yo era la menor de seis hijos. Cuando llegué a la capital tenía 12 años y mi madre había muerto cuando yo apenas tenía diez años. Estudie tres años canto e interpretación. Mantengo la voz joven, de natural doy tres octavas. [Se pueden escuchar sus capsulas en Radio México Internacional]. Me metí en la facultad de filosofía y letras y me hice amiga de un grupo con inquietudes artísticas y literarias, discutíamos de todo y visitábamos galerías de arte. En 1950 publiqué mi primer libro, fue uno de cuentos, Comenzar es la esperanza, gracias a una pequeña editorial, Botella al Mar, dirigida por unos exiliados españoles, que estaba dedicada a escritores noveles. Con ese librito gané una faja de honor firmada por el mismísimo Jorge Luis Borges. Me casé con Sergio Leonardo, escritor (Arrabal, Hombre aferrado al viento), poeta, guionista y periodista. Tuvimos a mi hija mayor. Las cosas empezaron a ir mal cuando la niña tenía 2 años. Me separé. Como no existía el divorcio, cogí un tren y me fui a Chile con la niña. Allí vivía uno de mis hermanos. Puse la cordillera de por medio. Esto ocurrió en 1952. En Chile hice periodismo cultural en la radio. Mi hermano era gerente en Radio Prat y logró hacerme un huequito. También escribía para la empresa Zig-Zag, que editaba un montón de publicaciones, entre ellas EVA, dirigida al público femenino. En la radio chilena trabajé desde febrero del 52 hasta mayo del 53, fue mi escuela de periodismo, ya que no pude hacer los estudios formales en Buenos Aires. Un día de febrero 1953 llego Perón de visita a Chile. Yo nunca he sido peronista –sálveme la suerte de serlo-, pero al embajador no se le ocurrió mejor idea que proponerme para hacerle una entrevista, porque yo publicaba en esa revista que se llamaba como su mujer, que por entonces ya había fallecido. Se la hice. Creo que solo conseguí sacarle cuatro respuestas al general.

 

¿Cómo conoció a Diego Rivera?

—En la radio también trabajaba la secretaria de Pablo Neruda, Margarita Aguirre. En aquellos días estaban organizando el Congreso Continental de Cultura y yo estaba al tanto de todos los chismes de ese Congreso. Neruda estaba viviendo a escondidas su historia con Matilde Urrutia, aunque todavía seguía unido a la hormiguita, que era como llamaban a Delia del Carril, su mujer. [Cuando Delia conoció a Pablo tenía 50 años y Pablo 30, vivieron 20 años juntos, le sobrevivió 16 años, vivió 105 años]. Mire, yo no era parte del Congreso, pero seguí todas sus sesiones. César Tiempo se enteró de que Diego iba a asistir y me mandó un telegrama para que lo entrevistara. Este fue el único viaje que hizo Diego a Sudamérica. Diego llegó a Santiago y los organizadores del evento le colocaron de chaperón, de acompañante, a un tal Berchenko, miembro del partido comunista, que era mal pintor y muy aburrido. Yo era una chamaca que tenía mi chispa y Diego cuando me conoció dijo: que nos acompañe también esta mujercita. Con ellos iba a visitar los cerros de Santiago y de borracherías. Para Diego los días tenían 48 horas, le daba tiempo a todo. Aunque no me lo dijo, en secreto hizo el retrato de Matilde Urrutia, ese en el que entre su cabello aparece disimulado el retrato de Neruda. Además sacaba tiempo para asistir a las sesiones del Congreso. Arriba en el escenario parecía un gran buda. Invitaron a los congresistas a un viaje en tren hasta Concepción para que conocieran la loca geografía de ese largo y angosto país. El caso es que Diego, me dijo: Raquelito, venga con nosotros y hacemos la entrevista en el tren, pero con una condición, la entrevista tendrá dos partes, en la primera voy a hablar de mi mujer Frida Kahlo y en la segunda de mí, y así fue, hicimos la entrevista en el vagón comedor.

 

Raquel, ¿había oído hablar antes de Frida?

—Nadie, ¿quien conocía a Frida Kahlo en Sudamérica por aquel entonces? En 1953, nadie. La primera vez que se dio noticia de ella en prensa escrita, en Sudamérica, lo hice yo, en el trabajo que mandé a Buenos Aires para que se publicara, primero apareció la entrevista a Diego y después la semblanza de Frida. Luego utilicé ese primer esbozo que me regaló Diego de Frida en Apuntes para una biografía de Frida, que publiqué en mayo del 54, y que completé con lo que me fue contando Frida, cuando todavía vivía. Diego me habló de la Frida artista y también me habló de sus enfermedades, por esas fechas ella ya había acabado casi toda su obra.

 

Diego sí era conocido.

—Claro, hubo una época que en Estados Unidos se cotizaba más que Picasso. Hasta en lo peor de lo peor de la gran crisis no dejó de recibir encargos.

 

Sigamos con la historia.

—De nuevo en Santiago, el embajador de Bolivia le entregó a Diego una invitación del entonces presidente Paz Estensoro para visitar unos murales obreristas de Alandia Pantoja. Y resultó un viaje un poco accidentado, al avión en el que fuimos se le estropeó un motor y aterrizamos de milagro, pero no pasó nada. Conocimos los murales, pero no nos recibió el presidente, se escondió de Diego. A cambio nos organizaron una comida con obreros en la mina de estaño más importante del mundo. Para llegar hasta allí, el tren atravesaba el desierto de Catavi, un desierto de piedra rosa que es una maravilla, circula a 4.000 metros de altura sobre el nivel del mar, no íbamos preparados para el frío mortal que caía en la noche. Llegamos a la mina y nos ofrecieron una recepción con meseros de guante blanco y obreros amarillistas domesticados ligados al gerente, que era un gringo. También andaba por allí su hija, que iba vestida de Lolita seductora. Regresamos a la Paz, Diego seguía en sus trece de reunirse con obreros de verdad, lo consiguió, le hicieron un homenaje en la sociedad de arquitectos repleta de obreros trotskistas y algunos estalinistas. Allí mismo, Diego les soltó un discurso: Stalin está muerto, Trotski está muerto, olvídense de ellos, únanse y luchen por sus derechos.

 

¿Cómo tomo la decisión de ir a México?

—Bueno, yo conocía bien los entresijos del Congreso que se hizo en Chile. Uno de los acuerdos que se adoptaron fue que se hicieran congresos nacionales, uno por país. El caso es que a Diego se le ocurrió ficharme para organizar el congreso nacional mexicano y decidí aceptar. Así fue como nos presentamos en el aeropuerto de México, en mayo de 1953, donde nos esperaba una representación de la casa chica de Diego: así llamamos a la casa donde vive la amante de planta, la amante oficial, la casa grande es en la que vive la esposa. Estaban Emma Hurtado, entonces novia y, tras la muerte de Frida, esposa de Diego. La secretaria de Diego, la cubana Teresa Proenza, y su novia, Elena Vázquez Gómez, que llegó a ser secretaria del general Cárdenas. Este peculiar comité de recepción decidió que lo mejor era que yo fuera a vivir a Coyoacán, a la Casa Azul. Allí me recibió Cristina, la hermana de Frida, que entendió que yo iba en calidad de enfermera. Aunque yo tenía ya mi pequeño corazoncito de periodista, no me importó. Total que me subieron a la habitación de Frida y me destinaron a una cama gemela a la suya. Frida sacó una dosis de Demerol como para dormir a un elefante y me dijo que se la pusiera. Yo era hermana de médicos, pero nunca había puesto una inyección. Frida me enseñó dónde tenía que ponérsela. Entonces pude comprobar que desde la espalda hasta la mitad del muslo todo era una costra, de las heridas que se hacía ella misma al auto inyectarse. Me indicó que buscara una parte blanda: toca, toca y donde notes blando pica. Así lo hice y se durmió. No sé de dónde saqué el valor. Salí fuera de la habitación, me senté en la escalera que daba a un jardincito para relajarme un poco y en eso apareció el velador que cuidaba la casa y me dice: Señorita Raquelito, ¿no tiene miedo a que se le aparezca el espíritu del señor Troski? Creían que el fantasma de Troski podía deambular por allí, aunque no murió en esa casa. Después de una temporada en la Casa Azul, se trasladó a la casa donde le dieron el pioletazo final, en el año 1940.

 

Antes del que le costó la vida tuvo otro atentado, organizado por Siqueiros.

—El primer atentado contra Trotski fue la causa del divorcio entre Frida y Diego. Muchos lo atribuyen a la aventura que tuvo Diego con Cristina, la hermana de Frida, pero no fue así, eso pasó mucho antes. Diego iba a dejar su camioneta a Siqueiros para ayudar en la logística del atentado y no quería incriminar a Frida. Después de esta historia Diego huyó a Estados Unidos ayudado por Paulette Godard, la mujer de Charles Chaplin con la que estaba teniendo un enredo amoroso y a la que hizo un retrato estupendo. Se fueron a San Francisco. En San Francisco hizo el famoso mural del City College, entre los personajes sitúa a Paulette y Frida casi juntas en la parte central. Paulette de frente con Diego de espaldas plantando el árbol del amor, Frida aparece delante representada con los pinceles de pintora, vestida de tehuana. Los sentimientos de Diego, como siempre eran ambiguos, dispersos. Mientras trabajaba en el mural la gente pagaba por acceder y poder ver cómo lo hacía. Diego, en ese periodo, ejerció de pintor showmanEn esta época, en junio de 1940, Frida le escribe una carta a Diego, una carta que yo llamo carta-informe, en la que en la primera parte le da cuenta del traslado de la colección de arte prehispánico que corría peligro en su estudio, y le hace las cuentas centavo por centavo, y en la segunda parte le hace un reclamo doloroso: tuviste más confianza en Paulette que en mí. Tan sentido, que la primera vez que la leí, lloré. Si quiere conocer a Frida, lea la cuarta edición de las Escrituras.

 

Ya divorciados, Frida se acercó a San Francisco.

—Sí, Diego le escribió una carta para que fuera, para que la reconociera el doctor Eloesser, jefe de traumatología, que había participado en la guerra civil española. En México le habían dicho que era sifilítica, que tenía tuberculosis ósea, y que había tenido la polio. Los análisis que le hicieron dieron como resultado que ni era sifilítica, ni tenía tuberculosis, ni había padecido la polio. Lo que sí tenía era espina bífida, que le había provocado que una pierna fuera más corta que otra y problemas con el pie. Además arrastraba las secuelas del brutal accidente.

 

Vamos que Frida estuvo mal diagnosticada y peor tratada.

—Estuvo muy mal tratada en México, podía haber sufrido mucho menos. Diego sabía que el mejor tratamiento para Frida era el contacto piel a piel, sentir piel viva, para despertar ese cuerpo entumecido. Así que le presentó a Heinz Berggruen, joven alemán de 25 años, tan guapo que en cuanto pudo, Frida, que estaba en el hospital, se olvidó de sus males, hizo la maleta y se fue con él a New York, en dos meses se aburrió del alemancito y volvió a San Francisco para casarse de nuevo con Diego. En diciembre se casaron previo acuerdo en unas pautas de convivencia que han hecho historia y entre las que constaba la exclusión de relaciones sexuales entre ellos.

 

¿Fue un matrimonio abierto a terceras personas?

—Frida tuvo muchos novios y Diego ni le cuento las novias. Aparte de Diego, que lo era todo para ella, Frida tuvo dos grandes amores, el fotógrafo húngaro Nicholas Murray y el pintor español José Bartolí. A Murray le llegó a escribir: te quiero tanto, tanto, casi como a Diego. Murray le hizo unos magníficos retratos a Frida en New York. Yo traté mucho a Bartolí, era un tipo encantador. Frida le regaló un pequeño autorretrato que recientemente se ha vendido en subasta por medio millón de euros. Mantuvieron una relación guardada en secreto durante muchos años. Le escribió montones de cartas, que las firmaba como Mara, quizá de mare en catalán, así le llamaba él. Las hermanas Pecanins eran sus galeristas, murieron casi al mismo tiempo. Lástima, eran mellizas, tan idénticas que no sabía nunca con quien de ellas hablaba. Era incapaz de distinguirlas. La última vez que vino a México trajo un nuevo invento, un mural de maleta, se lleva troceado en una maleta y se arma. Lo expuso en el museo universitario. Era buen artista, buen dibujante y buen caricaturista.

 

Eran de una pasta especial.

—Claro, fíjese, en plena crisis del amorío de Diego con Cristina, su hermana, en una época que se separaron temporalmente, la misma Cristina acompañaba a Frida a toparse con el artista cubano Ignacio Aguirre con el que mantuvo un romance. Allí nadie perdía el tiempo. Aguirre publicó unas cartas como si hubiera sido el gran amor de ambos. Para Frida fue un entretenimiento sin demasiada importancia, sólo duró tres meses, justo hasta que Frida se encontró con el escultor estadounidense Isamu Noguchi, que estaba trabajando en uno de los murales del mercado Abelardo Rodríguez. También tuvo un breve encuentro con el poeta Carlos Pellicer. Esta historia tiene su aquel, porque Pellicer era homosexual sin complejos, de los primeros que salió del closet y además era cristiano hasta el punto de instalar uno de los belenes más bonitos por navidad. Tanto que tenía que abrir su casa para que pudiera acudir la gente a verlo. Pellicer tuvo un breve escarceo con Frida, que esta se lo agradece en una carta: gracias por haberme dejado llegar a tu sol. Lo masturbó, pero no volvió a suceder, no pudo darle su piel de nuevo, no pudo “ser su buen samaritano”, en palabras del propio poeta. En un poema Carlos le pide perdón por ello.

 

Raquel, ¿Frida intento acceder a su sol?

—Frida estaba muy alterada en el periodo previo a la amputación. Hubo un momento en el que quiso tener un acercamiento, fue un poco violento, ese no era terreno para mí y me fui de la casa de Coayacan. Era noviembre del 53, me fui a vivir al estudio de Diego. Todavía andábamos preparando el famoso congreso. En medio de esos preparativos y con la intención de recabar apoyos fuimos a ver a Narciso Bassols, un intelectual de izquierdas muy próximo al gobierno, había sido secretario de Educación y de Gobernación, y este hombre con una sonrisa irónica dice: ¡Ay! Dieguito, Dieguito en pleno macartismo cree usted que va a poder hacer el congreso, no, no se va a poder hacer el congreso. Entonces de pronto me vi sin ninguna obligación ni con Diego ni con Frida y empecé a buscar trabajo.

 

¿Y por donde empezó?

—Me fui sin carta de recomendación. Encontré un trabajo en la biblioteca del Centro Deportivo Israelita, pero pronto conseguí publicar mi primer trabajo como periodista en el suplemento México en la Cultura, una entrevista a Luis Buñuel. Por cierto me pasó algo raro cuando iba a su casa. Tomé un camión [un autobús], se me acerca una mujer que no conocía de nada y me dice: ¿Usted sabe dónde vive señor Buñuel? Fue como si diosito santo le hubiera mandado un mensaje. Me convertí en colaboradora estrella hasta que José Luis Cuevas publicó un artículo acusándome de ser la portavoz de los comunistas; mentira, siempre he ido por libre, de izquierda pero por libre, no he militado en ningún partido político. Solo he trabajado en plantilla en el periodo de 1962-66, que fui secretaria de redacción de la revista Política que dirigía Manuel Marcue. Nos explotaba tanto que a su mujer que era la administradora la llamábamos Doña Generosa, un día le dije: Mira Manuel si quieres te casas con mi marido, pero yo me voy. Me vino bien ese trabajo, gracias a él conocí a todo la clase política mexicana. Después me enteré que estábamos vigilados las 24 horas por la policía política.

 

En esa época se volvió a casar, he visto una foto de su boda con dos testigos de lujo.

—Y que tal ¿se me veía guapa?

 

Sí, claro y se la ve muy orgullosa. ¿Cómo conoció a Boris Rosen, su marido?

—La culpa la tuvo Fanny Rabel, pintora, uno de los llamados fridos, que tiene un gran mural en el Museo Antropológico. Me llevó a una pequeña fiesta que hacían en el Taller de Gráfica Popular. Allí estaba también Boris, nos conocimos, empezamos una relación, nos casamos en 1957. En realidad yo seguía casada, porque en Argentina no existía el divorcio, pero aquí los abogados de Chihuahua hacían unos arreglos y te permitían casarte legalmente. Hicieron de testigos Rivera y Siqueiros. Boris tenia la mejor biblioteca yidish de México, cuando murió la doné. Es curioso porque cuando cumplió los cincuenta le dio por estudiar y recopilar los escritos de los liberales mexicanos del siglo XIX y a ello se dedicó hasta el último día. Solo de Benito Juárez colaboró en la edición de quince volúmenes. [La entrevista la hacemos en lo que fue el estudio de Boris, cargado de libros y algunas obras de arte que ha ido coleccionando Raquel, es un apartamento contiguo a la vivienda familiar donde Raquel tiene su estudio].

 

A usted también le ha dado tiempo a publicar una montaña de libros.

—Muchos, le resumo los que creo más importantes. Una recopilación de escritos de Diego. Este hombre tenía una cultura impresionante. Vivió en Europa desde 1907 hasta 1921, con una sola interrupción al final del Porfiriato. Tuvo que volver a México para exponer los trabajos que había estado haciendo con la ayuda de la beca. Estuvo un tiempo y volvió de nuevo a París con su pareja de entonces, Angelina Beloff. Por esa época ya habían perdido el hijo que tuvieron. En el 21 regresó de nuevo a México, a Angelina le dijo que la escribiría pero nada, desapareció de su vida. Ya en México Diego no regresó como muralista, si no como ilustrador de la revista El Maestro en la que publica un dibujo de estilo cubista que levantó protestas entre los muralistas. Esta revista salía gracias a Vasconcelos. Aunque él era de gustos más clásicos, le gustaba el arte helénico, valoró el trabajo de Diego y le apoyó. Al poco pintó el mural La Creación y ya no paró. Me dio por hacer antologías con los escritos de los pintores, aparte de esta de Diego hice otra de Siqueiros. Este señor desde que su mamá lo puso en el mundo era estalinista y se murió en esa condición. Otra de Frida que va por su cuarta edición, en la que se reúnen 300 textos. Faltan las cartas que envió Frida a José Bartolí y que su viuda Berenice Bromberg las guardó celosamente. Esas cartas son una espinita que tengo clavada. Bartolí, al final de su vida, ya enfermo y ciego me llamó desde Ciudad de México en un viaje que hizo, me dijo que fuera a verle. No fui, ahora pienso que quizá quiso entregarme las cartas de Frida. Nunca lo sabré.

 

Creo que su familia catalana guardó un tiempo estos recuerdos en un baúl.

—Sí, fue la viuda a cumplir con el último deseo de Bartolí, que sus cenizas se integraran en el Mediterráneo. Después fueron al baúl, y lo único que se llevó fueron los recuerdos de Frida, el pequeño autorretrato y las cartas. Las Escrituras de Frida Kahlo llevan un prólogo de Antonio Alatorre que es una maravilla. Este señor era un lingüista de primera, le pedí el prólogo y él no tenía ninguna gana de hacerlo: ya estás tu con tu Frida, me decía. Pero conseguí que leyera los textos, le encantaron y accedió a escribir ese maravilloso prólogo. Alatorre fue un caso singular. Estuvo casado, tuvo tres hijos, ya mayor en 1972 se cruzó en su camino un pintor portorriqueño, Miguel Ventura, cayó redondo y desde entonces vivieron juntos hasta la muerte de Alatorre. En 2010 se casaron Como decía faltan las cartas a Bartolí, que su viuda no quiso soltar y algún texto más hasta quizá cuatrocientos. Además está el Diario. El Diario que circula no está completo, le faltan 19 páginas, que arrancó Dolores Olmedo. Ella me lo confesó. Esta mujer fue narcotraficante, entre otras muchas cosas. Y uno de sus maridos, el rejoneador, Juan Cañedo, cuyo verdadero nombre era Hugo Olvera, también. Me confirmó la propia Lola que faltan esas páginas. En ellas yo había escrito “se equivocó la paloma” de mi puño y letra, porque estaba con Frida, con su hermana y con una escultora boliviana que vino a visitarla. Yo estaba contenta y me gustaba mucho cantar, total que le canté Se equivocó la paloma con letra de Alberti y música de Guastavino, que la compuso en 1941. Le gustó mucho y quiso que se la escribiera en su diario para recordarla. Esto lo conté y algunos falsificadores sacaron esas páginas con imitaciones de la letra de Frida, pero la letra era mía. Por eso sé que son falsas. Lola arrancó esas páginas, pienso que fue por envidia, tenía celos del gran reconocimiento que alcanzó Frida.

 

Todo un personaje Lola Olmedo.

—Lola viene de una familia muy pobre. En una época se ganó la vida como modelo de pintores, posó para Diego al mismo tiempo que hizo el retrato de Frida desnuda que parece un muchacho. Nada que ver con el retrato de Lola. A Lola la retrata con los pelitos de los pezones, y de ahí abajo bien tiesos, como una jovencita en pleno éxtasis sexual, nada que ver con el de Frida, una imagen asexuada. Para completar la secuencia, en esa época Cristina, la hermana, posó desnuda para Diego. Poco después nació Toño, el hijo pequeño de Cristina, y sobrevino el divorcio de su marido. A Lola le introdujo en el narcotráfico el que fue gobernador del estado de México, Carlos Hank González. Fundó un grupo de presión dentro del PRI, el grupo Atlacomulco. El actual presidente de México viene de este grupo. Este fue el maestro de la Olmedo. El hijo de Hank es un personaje muy extraño que tiene un gran zoológico en la ciudad de Tijuana, con tigres blancos, arañas rarísimas. Dicen que tiene un chaleco confeccionado con piel de pene de burro.

 

Se puede decir que usted descubrió a Frida como escritora.

—Yo creo que sí. La puse en valor como escritora, y a Siqueiros también, con sus escritos sobre muralismo y otros temas. A la primera que se le ocurrió reunir las escrituras de Frida fue a mí, ahora se le puede leer en un montón de idiomas. Frida, a los 15 años, ya publicó un poema que le sacaron en El Universal. Le envía cartas a su novio con dibujos. No estudió en el colegio alemán, no es de ascendencia judía, era de ascendencia luterana por todos lados. Sangre judía entre los artista mexicanos podemos encontrar en la abuela materna de Siqueiros. También Diego tenía su parte de sangre judía, el Acosta, viene de judíos portugueses. De vez en cuando hacía alarde de su porción judía. (A Rivera le contrataron para hacer unos murales en Detroit, eso era en lo más crudo de la Gran Depresión. Les llevaron a hotel Wardell. Se enteró que el hotel no aceptaba judíos. Rivera se dirigió a la recepción y dijo que tanto él cómo su esposa lo eran. El hotel, ahogado por la crisis, abolió esa norma ipso facto).

 

Siempre me ha sorprendido el estilismo de Frida.

—Tanto ella como alguna de sus amigas, como Maria Izquierdo, pintora, o su otra gran amiga la pintora, compositora y cantante Chabela Villaseñor, gustaban de vestirse de mexicanas, como las indígenas. Era la influencia de la nueva mexicanidad post revolucionaria. Frida, cuando se casa con Diego, como tiene que empezar a lucirse, quiere tapar la piernecita. Ella misma va sofisticando los vestidos tradicionales. Diseña y manda confeccionar los vestidos, con dibujos para los bordados, inventa adornos para el cabello. Era un gusto verla arreglar su casa, la cocina era un encanto, los animales. Era puro detalle, firmaba las cartas con un beso de sus labios impregnados en lápiz color magenta. Las fundas de las almohadas las bordaba con frases amorosas para Diego, el hueco de una escalera está cubierto de exvotos (pinturas hechas por artesanos para representar el agradecimiento a un santo por un favor recibido), la decoración y disposición del jardín recuerda la estructura de las zonas ceremoniales de los indígenas.

 

De Frida se conservan miles de fotos, en ellas se puede apreciar que era una buena modelo, que sabía y que le gustaba posar.

—Claro, aprendió con su padre, aprendió a retocar, a colorear, a trabajar en el cuarto oscuro. En cuanto le ponían una cámara delante enseguida adoptaba una especie de laxitud sensual, daba igual quien fuera a tomarle la foto, no hay una sola foto de Frida, desde la primera que le tomó su padre con el traje de terciopelo, de la que se pueda decir: se ha descuidado. En todas posa de una manera estudiada. Nació con una cámara a su lado. Lo curioso es que de las seis hermanas, ella fue la única que heredó alguna inquietud artística, intelectual, las otras nada.

 

Frida nunca reía abiertamente, solo he visto una foto de ella, con la guardia baja, riendo y enseñando los dientes. ¿Es cierto que tenía unas fundas digamos de gala para sus colmillos que eran de oro con pequeños diamantes rosas incrustados?

—No lo creo, que tontería. Ella no usaba jamás joyas occidentales. Le gustaban collares pesadísimos con cuentas de piedras que no sé cómo podía llevarlos en ese cuerpo dolorido. Sobre Frida se ha inventado tanto.

 

Llaman la atención esas fotos de juventud, en las que aparece vestida con traje de varón, junto a su familia.

—Sí, pero no tiene nada que ver con veleidades lesbianas. Mientras estuvo con su primer novio, cero lesbianismo. Ella anda por esa época intentando esconder su defecto físico. Fue después, cuando se une con Diego, creo que él la incitó a probar. Pero si busca en las 300 cartas no hay una sola carta dirigida a una lesbiana.

 

¿Recuerda su voz?

—Cuando uno conoce a una enferma que se droga a banderas desplegadas, que tiene los ánimos por los suelos, porque la Frida que yo conocí, ya sabía, se lo habían anunciado, que le iban a amputar la pierna. Estuve en su casa de mayo a julio, se la amputaron en agosto. Después de la operación le llamé y me dijo: vente, ven a verme. Estuve un día con ella. Vivía en la penumbra. Sonreía cuando se despejaba de las drogas y el alcohol, pero no se me quedó grabada su voz, no la recuerdo como algo especial. Creo que tienen alguna grabación en el museo. 

 

¿Cuándo cuaja la Frida pintora?

—Empieza a pintar en el periodo previo a Diego, pero la pintora de verdad surgió en Estados Unidos, con un primitivismo muy sofisticado, con el retrato al doctor Eloesser y con Mi vestido cuelga ahí, en el que aparece a la izquierda Mae West. Ella admiraba a Mae West porque aparte de ser una sexy-girl era escenógrafa, escribía sus guiones y decía cosas como: cuando soy buena soy muy buena, pero cuando soy mala soy mejor o Sólo se vive una vez, pero si lo haces bien, una vez puede ser suficiente. Ese cuadro es muy complejo, toda la parte de abajo es un collage.

 

¿Influyó Diego en la pintura de Frida?

—Aunque ella ya pintaba y escribía desde jovencita, su nacimiento como pintora se dio en Estados Unidos en 1930, y después en Detroit y New York. Mientras Diego pintaba sus murales, ella se relacionaba, pintaba y se formó. Leía mucho, era muy culta, pero se reía de las personas que se manifestaban como cultas. Ella no alardeaba. En las cartas aparecen muchas referencias a los libros que iba leyendo. Un estudioso publicó un artículo en el que daba cuenta de los libros que mencionaba Frida en sus escritos. 

 

Dicen que Frida pintó alrededor de doscientos cuadros que están bastante bien catalogados, pero en los últimos años aparecen falsos Fridas como hongos.

—Todos los días aparece un falso Frida y un falso Diego. Hace poco una pareja de Michoacán puso en circulación centenares de cartas, dibujos, que incluso fueron expuestos en el Museo de la Mujer de Washington y que son todos falsos. Otra cosa son las copias legales. Por ejemplo, hay una galería en la que puede encontrar muy buenas copias hechas por copistas chinos, pero lo advierten.

 

En Alemania existe un museo Frida con copias de cuadros, hechas también por copistas chinos, autorizadas por el Banco de México que tiene el fideicomiso de la obra. Usted ha dudado de la autoría del retrato que Frida hizo a Alejandro Gómez Arias, su primer novio, el que huyó tras el accidente.

—No, ese no es de Frida. Apareció envuelto en papel de periódico en un ropero de unos parientes lejanos. Ya desde muy temprano Frida era buena retratista, su autorretrato, el de su hermana, el de un primo de Lola Olmedo, todos hechos antes de conocer a Diego, y de pronto aparece este que es torpe, está hecho por los que hacen anuncios. Pero Monsiváis, que era amigo de la pareja, dijo que sí era de ella. No es de Frida, sería muy fácil con las técnicas que hay ahora analizar y ver si es auténtico, pero no lo hacen. Si lo hacen me callo la boca. Mientras tanto yo seguiré afirmando que es falso.

 

Entre esas cartas aparece una dirigida a Chavela Vargas.

—Sabe que Chavela Vargas no tuvo nada que ver con Frida, nada. Era muy mentirosa. ¡Qué personaje tan antipático esa Chavela! No sé por qué se le ocurrió a Almodóvar levantarla. Jamás se le mencionó en la casa, ni en ninguno de los escritos de ninguno de los dos, en nada. Lo que ha aparecido son falsificaciones. Yo tenía una columna en Novedades, me pateaba todas las semanas los museos y galerías. Ni una vez la vi, ni la mencionaron. La primera vez que la vi fue hacia 1958, acompañaba a Guillermina Bravo, directora del ballet nacional, que era heterosexual, se separó y por aquella época iba acompañada de su novia, una actriz. Me he recorrido todos los escritos de Diego y Frida, quizá la que más, no existe ni una referencia a Chavela por ninguna parte. Ella se inventó la historia y se la creyeron, eso es todo. No me gusta la gente mentirosa. Además no cantaba bien, no sabía respirar y no era agradecida, no volvió a mencionar después de que se fue al real [de que se aseguró el triunfo], ni a Jesusa, ni a Liliana, la pareja que la rescató en El Hábito. No es de mis favoritas.

 

¿Fue Diego el que propuso matrimonio a Frida?

—Frida estaba ilusionada con Alejandro Gómez, pero este le mentía, jugaba con ella de una manera un tanto infame, le daba largas. En esa época su familia empieza a tener problemas económicos, tienen que vender cosas, joyas, muebles franceses. Es entonces cuando Frida se decide a trabajar para apoyar económicamente a la familia, y es cuando decide pedirle a Diego su opinión, quería saber si ella podía vivir de sus pinturas. A Diego le llamaban la atención las personalidades atípicas. Y Frida lo era. La familia estaba endeuda hasta la coronilla, con la casa a punto de ser embargada. Lo que hace Diego para vencer los recelos de los padres es pagar las deudas y dejar tranquila a la familia. Frida se casa con un hombre mayor, gordo, feo, con bronquitis crónica, los ojos con conjuntivitis hasta el punto de que lo ingresaron varias veces por este motivo, asustado de perder la visión. Además era muy sucio y con un pasado de preocupar, pero era un hombre con una cultura impresionante, y era un pintor de una escala insólita, era un gran maestro. Frida no había tenido maestro, lo encontró en Diego. Ella se va enamorando del personaje y cuando ya se enamora de verdad, dejan de tener relaciones sexuales.

 

Diego era un castiga, al menos esa sensación da si se repasa brevemente su historial. Aparte de sus cuatro mujeres oficiales o casi oficiales –la pintora rusa Angelina Beloff, Lupe Marín, Frida Kahlo y Emma Hurtado–, estuvo relacionado con Marievna, también pintora, también rusa, con la que tuvo una hija; con la vedette Lupe Rivas Cacho, con Tina Modoti, con María Félix, con Paulette Godard, con sus cuñadas Cristina Kahlo y María Marín, un largo etcétera, casi se podría decir que padecía de donjuanismo.

—Él, si tenía un desnudo delante, una modelo, tenía que probarlo. Ese era su carácter, diversificaba. Tanto es así que cuando la hermana pequeña de Frida hizo de modelo tuvo un affaire con ella. Es más, yo creo que tuvo un hijo con ella, el hijo pequeño Toño creo que era de él. Hay una foto chiquita de Cristina con el niño que es igual que él, impresiona. En Las dos Fridas aparece el niño Diego. Emma Hurtado, Yemita, no era una mujer guapísima, ni mucho menos. Pertenecía a la alta burguesía michoacana, fue a pedirle a Diego unas ilustraciones para el primer aniversario de una revista que ella dirigía, México News Week, y de ese encuentro se quedaron pareja. Para Diego la mujer de cuerpo más perfecto fue Lupe Marín, pero con la que más gozó en el intercambio sexual fue con Yemita. Además de estas habilidades era una mujer que, aun siendo chaparrita, más si se compara con Diego, que medía 1,86 y que pesaba 130 kilos, no se arredraba con nada, sabía manejar revólveres, escopetas, camiones y tractores. Dirigía la revista mencionada y al final montó una galería de arte a través de la cual canalizaba la obra de Rivera, excepto los encargos directos.

 

Frida estuvo casi olvidada durante aproximadamente 20 años.

—En vida, en México sólo se le organizó una exposición en el 53, a la que se hizo llevar en su cama. Fue una extravagancia. Murió en el 54 con las exequias por todos conocidas y en el 56 se hizo otra exposición, en la galería de Lola Álvarez Bravo, el fotógrafo, y luego cae casi en el olvido. La única que se acordaba de ella durante esos años fui yo, aunque fuera con pequeños recordatorios en la prensa. Y el primer libro sobre ella lo publiqué yo, me lo publicaron primero en México y después en alemán. La editora era una alemana que se iba a la feria de Frankfurt y ponía un puestito con mi libro. Cada año volvía con el mismo libro, pero le cambia la portada. Hasta el 77 que se hizo una gran retrospectiva. Para esa exposición el primer novio, el escurridizo Alejandro Gómez Arias, escribió una buena semblanza. El asunto Frida se empieza a mover de nuevo gracias a los chicanos que necesitaban personajes simbólicos y a ella la tomaron como un símbolo. Las feministas también tuvieron su papel en este rescate.

 

¿Le gustó la película que le dedicó Salma Hayek?

—Está mal dirigida, no sé por qué le dieron el premio. Fui a ver la película con unas alemanas que hicieron el catálogo razonado de Frida. Se salieron del cine, les horrorizó. Frida es un personaje muy complejo. Quizá el único que la pudiera llevar a cabo sería Scorsese, el que hizo el pequeño capítulo del pintor abstracto de Historias de New York, ese pintor que encontraba el estímulo para pintar en su amante, cuando se excitaba con ella hacía un alto en el camino, no llegaba a consumar y se iba a todo correr a pintar, encontraba así su inspiración.

 

Más que para una película hay material para una serie, son demasiadas historias en una sola vida.

—Sí, por ejemplo, hay una anécdota de una chica que se enamoró de ella. Era la hermana de su principal coleccionista, Eduardo Morillo Safa. Esta chica, que era lesbiana, tuvo un accidente de coche y le tuvieron que trepanar el cráneo, quedó un poco ida. En un momento Frida le dio entrada, pero luego la rechazó. Ella, totalmente alterada, bajó a la cocina, se tomó un veneno y volvió a subir a la habitación de Frida, donde cayo fulminada a los pies de su cama. Frida le llamó a Diego a su estudio –yo estaba con él-, y le contó lo que había pasado. Diego estalló en carcajadas. Consiguieron taparlo todo y que apareciera como una muerte natural.

 

La vida de Diego daría para tres series.

—Sin duda.

 

Estar con Raquel Tibol y no preguntarle por la bofetada a Siqueiros sería pecado mortal. ¿Cómo fue?

—Siqueiros escribió muchísimo, hice una antología por su centenario –Palabras de Siqueiros-, reuní conferencias, entrevistas, artículos, etcétera. Escribí sobre este hombre hasta cansarme y al fin le di una gran bofetada. Y eso que escribí sobre él hasta en un momento en el que nadie quería acercarse a su casa. Una vez me enviaron a entrevistarle para ver si conseguía sonsacarle qué pasó realmente en el primer atentado a Trotski. Fue como una partida de ping pong: me las devolvía todas, no le saqué nada. Le metieron varias veces en la cárcel. Por lo de Trotski tuvo una cárcel floja, muy llevadera, pero la última fue muy dura. Luis Echeverría le ayudó a salir. Por sugerencia suya, el fotógrafo Figueroa y otros fueron a visitarle durante su encierro y le dijeron que solicitara el indulto, pero eso para un militante político es auto ofenderse. Pero tanto, tanto, le jodió estar en la cárcel, que al final lo pidió. Se lo concedieron. A partir de ese momento se hizo incondicional de Echeverría. Fíjese que cuando estaban matando a nuestros muchachos en la plaza de Tlatelolco, Siqueiros estaba tomando café con Echeverría en Gobernación. Cuando hizo el techo del Polyforum, la parte exterior es una variante de la E que usó Echeverría en su campaña a la presidencia. Es decir, se volvió echeverrista de hueso colorao. En el 72 se presentó en un congreso de artistas plásticos de las nuevas generaciones, y aunque no estaba invitado como ponente pidió la palabra y, claro, cómo se la van a negar. Total, que empezó a soltar un discurso sobre la importancia del arte de estado. Yo le empecé a gritar: ¡David, ¿qué pasó con el 17? ¿Por qué borraste el 17, David?! El caso es que cuando estaba en la cárcel le habían tapado un mural en el que se veía a un ejército de mexicanos seguido de otro compuesto por güeros, de gringos se entiende, que pisoteaban un libro en el que aparecía el numero 17, en referencia a la constitución del 17. Cuando salió de la cárcel lo rehízo, pero en el libro desapareció la referencia al 17. Y yo cuando me encontraba con él, le soltaba la cantinela: ¿Qué es lo que pisotean, David? ¿El directorio telefónico? Total, que Siqueiros cambió el discurso sobre las bondades del arte de estado por uno contra Raquel Tibol. Al salir nos encontramos y yo me dirigí a él y le dije: te voy a invitar al cocktail que voy a dar cuando me apliquen el artículo 33 y me echen del país. David, cuando quería ofender al crítico de origen portugués Antonio Rodriguez, le llamaba portugués y a mí la argentina. Imagínese un comunista de partido con un chovinismo tan vulgar. Se merecía una cachetada y se la di.


Hace poco estuve en Bruselas y pude visitar el BOZAR con una gran exposición, Pecados y milagros, sobre exvotos mexicanos. En la portada del pequeño catálogo aparece uno pintado por Hermenegildo Bustos. Usted es una gran especialista en Hermenegildo.

—Sorprende lo buen retratista que era para ser casi autodidacta, en Guanajuato existía una gran tradición pintora. Hermenegildo fue singular, su principal ocupación era la de hortelano, pero tuvo mil oficios y una gran afición por la pintura. Casi no cobraba por pintar, muchas obras las regalaba. Diego fue su gran propagandista, lo puso en valor. Vio algún cuadro suyo y se quedó sorprendido; quiso saber quién era, indagó y descubrió que era un retratista avanzado. Es raro que surgiera, no tenía formación académica, aunque en esa región hay una gran tradición de pintores populares. Era un pintor extraordinario, trabajaba muchísimo la pintura, era muy buen retratista y las pocas naturalezas muertas que hizo son una maravilla. Pascual Aceves Barajas, el padre de Carlos Monsiváis, que era hijo fuera de matrimonio, era médico y se le ocurrió escribir un libro espantoso sobre Hermenegildo. Al final él y su mujer vendían falsos Hermenegildos. El director del Museo de Guanajuato me encargó hacer una monografía de su obra para poner un poco de orden. Vi montones de falsos Hermenegildos.

 

México vivió una especie de explosión artística, a la exaltación mexicanista postrevolucionaria se unió el aporte de los exiliados que fueron acogidos en su huida del horror que se desató en Europa.

—Pero los europeos formaban rancho aparte. Entre ellos estaba Antonio Rodríguez Luna. Nadie lo recuerda, yo creo que ni en España le recuerdan. Para mí el mejor de los españoles, un gran pintor. También estaba Josep Renau, que ayudó a Diego con el mural de los electricistas. Dejaba mucho que desear como muralista. Su mujer, Manuela, se fue para la República Democrática Alemana, y consiguió que les dieran pensión, clases, y le encargaran algunos murales. Renau intentó volver a España, pero al final tuvo que desistir y acabó en la RDA, en Berlín. Trabajó mucho como pintor, ilustrador, y haciendo carteles para anunciar películas.

 

¿Conoció a Remedios Varo?

—La única entrevista que concedió fue a mí. Era tremendamente reservada. La primera vez que expuso en México fue en una colectiva y después ya en solitario en la galería de Jesús Bal y Gay. Ella no se relacionaba con Frida, solo con Leonora Carrington y el grupo de exiliados. Diego asistió a la inauguración de su primera exposición. Me encontré con él a las puertas de un teatro que había enfrente de la galería. Yo iba a ver una obra que se representaba, nunca me han gustado las inauguraciones, no se puede ver la obra con tranquilidad. Diego me vio, cruzó la calle sólo para decirme lo buena que le había parecido la obra de Remedios. El gordo Diego daba saltos en la calle de entusiasmo. Bueno, yo estaba obligada a hacerle una entrevista a Remedios, pero la mujer del galerista se negaba a darme su teléfono. Me enteré que Walter Gruen era su pareja, fui a su tienda de discos, la famosa Sala Margolin, y me dijo: mira, ahí enfrente tiene el estudio. Allí me fui. Vivía rodeada de gatos, era muy callada. Se había ganado la vida con diseños publicitarios para la Bayer, restaurando y decorando muebles y hasta haciendo algunas falsificaciones de vez en cuando. Empezó a falsificar De Chiricos en París, gracias a su amigo Óscar Domínguez, el pintor canario, y cuando estaba muy apretada de lana, también lo hacía aquí, en México. Fue Walter el que la logró convencer de su valor y de que se dedicara sólo a la pintura. Lo hizo y llegó a ser la gran pintora que conocemos. Walter era un austriaco judío que llegó a México, estudió medicina, pero no llegó a ejercer. Después de pasar todo tipo de penalidades por Europa, ya en México se colocó como vendedor de neumáticos y consiguió convencer al dueño de que era una buena idea pasarse a vender discos, al fin y al cabo también eran redondos y estaban hechos con derivados del petróleo. Así se estableció la mítica Sala Margolin, dedicada a la música clásica. Total, que Remedios me recibe y a duras penas le logro sacar unas palabras. De su relación con el surrealismo, lo primero que hizo fue resaltar el machismo de los surrealistas, consideraban a las mujeres como inspiración, como un adorno, casi no las valoraban como artistas. Remedios colaboró en la revista El Minotauro, de Bretón, pero en realidad este no le apoyó. Ella consideraba que su vida no importaba, que lo importante era su obra. Así que salí de la entrevista casi con las manos vacías.

 

¿Remedios era muy amiga de Leonora Carrington?

—Se habían conocido en París cuando Leonora andaba loquita con Max Ernst. Leonora me gusta mucho menos, tuvo el detalle de hablar horrores de Walter cuando murió Remedios, eso me puso en contra de ella. Era rara, le dio la tontera y media, que si Walter le trataba mal. Cuando fue él quien la consiguió poner en valor y logró sacar de ella la artista que llevaba dentro, la estabilizó. Walter era una persona de una enorme delicadeza. Leonora era brusca tenía un carácter agrio, igual quedabas con ella y no te recibía. Manifestaba cariño por sus hijos, pero jamás por su marido Chiki Weisz, que era amigo de Remedios desde la época de París. Chiki llevaba una vida aparte, reservado, gris, todo el espacio lo ocupaba Leonora, aunque era un buen fotógrafo. Lo único que me ha gustado de ella es un pequeño mural para el Museo Nacional de Antropología sobre la cultura maya. No es santo de mi devoción y menos como escultora. Estaba también Alicia Rahon, la mujer de Wolfgang Paalen. Hacía una obra abstracta con toques surrealistas, de una delicadeza y tratamiento del color notable, y claro estaba Paalen. Varias fotógrafas del exilio muy buenas, como Kati Horna, la mujer de José Horna. Él hizo la famosa cuna con forma de barco que decoró Leonora. Pero como le decía, hacían su vida aparte, muchos días esta gente no tenía ni para un café.

 

Inés Amor fue la galerista de Leonora.

—Inés sabía vender muy bien, tenía mucha clientela norteamericana. El primer galerista en Ciudad de México fue Alberto Misrachi en el sótano de una librería que tenía enfrente del Palacio de Bellas Artes. Con él empezó a enredar un poco en este tema la hermana de Inés, Carolina, que fue la que empezó con la Galería de Arte Mexicano en casa. Ella lo dejó pronto y después se trasladaron a un local. Inés se casó con un torero, Rosendo Pérez, y fue muy lista para vender. Por ejemplo, a los hermanos Coronel los llenó de dinero. (Las memorias de Inés Amor son impagables, gracias a Patricia, de la Galería por conseguírmelas). A Leonora, Inés le vendía todo, pero de pronto los coleccionistas dejaron de comprarla, se fue a New York. Vivía en un cuartito vendiendo litografías. Después ya viuda apareció un dentista que tiene su consulta en lo mejor de de las lomas de Chapultepec, y gracias a sus contactos con funcionarios en la consulta le cedieron lo mejor del paseo de Reforma para que hiciera exposiciones al aire libre. Le montó una a Leonora horrorosa, agarró figuritas de plastilina y las llevó a un taller malo, remalo, para traducirlas en esculturas de gran tamaño y perpetraron un espanto. En cualquier caso a partir de ese momento empezó a vender obra de nuevo.

 

Esta historia me recuerda a algo que pasó con Oteiza.

—A Oteiza yo le hice dos entrevistas, odiaba a los muralistas, hablaba pestes de los muralistas.

 

Hablemos un poco de artistas mexicanos contemporáneos.

—Había un pintor que me gustaba mucho. Hacía unos cuadros pequeños, era un pintor surrealista, le hicieron una exposición en el Museo de Arte Moderno que fue un lujo visitarla. Se llamaba Enrique Guzmán. Tenía una cierta crueldad su pintura, en muchos de sus cuadros aparecían cuchillas de afeitar a punto de cortar un dedo, una lengua, un brazo, este hombre tiene cuadros notables. En el año 1978 se presentó con una obra de pequeño formato al Premio del Salón de Bellas Artes. Estaba convencido de que se lo iban a dar a él, pero se lo dieron a Beatriz Zamora, que presentaba un cuadro todo negro hecho con carbones que pesaba por lo menos dos toneladas. Enrique y sus amigos reaccionaron mal, lo descolgaron y lo quisieron tirar por el hueco de las escaleras. Yo les paré. Fue todo un escándalo. Este chico creció en la creencia de que su abuela era su madre, y su madre, su hermana. Su mamá lo tuvo muy joven, vivían en Aguas Calientes, que era muy tradicional, muy religiosa, y taparon el escándalo de esta manera. Cuando se enteró le vinieron todos los complejos del mundo. La historia del premio fallido lo trastornó, durante un tiempo se dedicó a pintar abstracto y acabó suicidándose.

 

¿Qué opina de Gabriel Orozco?

—Aunque le conozco desde la cuna, Gabriel Orozco me parece un farsante. Eso de juntar hojitas que coge en la calle o de ir al mercado a por juguetitos para niños o las fotos de la casa que se estaba haciendo, no, no, no… Y eso que yo le eché a andar. He sido jurado en muchos salones de México, en uno de ellos me gustó mucho una obra que mandó Gabriel, insistí, insistí y al final le dimos una mención. Poco después me llamaron de una galería de Washington para una colectiva de jóvenes latinoamericanos y allí lo mande. Gustó. Unos belgas le editaron un pequeño libro sin haberle hecho una exposición en Bélgica. Después me llamaron para Brasilia, y lo mismo. En este camino dio con Marian Goodman, de New York, y de ahí se fue para el real [el éxito]. En una sala de esa galería puso cuatro tapas auténticas de yogur una en cada pared, y eso no. En una expo en París, en la pizarra para sugerencias, le escribí: oye Gabriel a ver si te rescatas a ti mismo y se la firmé. Una vez me senté en una cafetería con él, estuvimos hablando tres horas y le pregunté: ¿Dime Gabriel, que estás haciendo? Arte de la no significación, me contestó. ¡Eso no significa nada, carajo!, le decía yo. No volví a hablar con él. El padre de Gabriel fue ayudante de Siqueiros. Mario Orozco Rivera era un pintor so-so, más mediocre que bueno, se casó muchas veces y Gabriel tiene medios hermanos por todas partes. Era un borrachales espantoso, no así su mamá, que era muy equilibrada. Gabriel se crió con ella, pero yo creo que algo del carácter dipsómano de su papá se le ha trasladado a él. Esa autovaloración excesiva. Pero bueno, dio con Marian Goodman, una mujer que es capaz de vender frijoles descompuestos como obras de arte y ya no se ha bajado de ahí arriba.

 

Vi hace mucho, en la Documenta X de Kassel, la calavera pintada como un tablero de ajedrez que presentó Gabriel. Con el tiempo se ha convertido en una de sus señas de identidad. Recuerda algo a la historia de Damian Hirsch.

—Lo mismo, ese es otro charlatán. ¿Quién quiere poner un hipopótamo metido en formol en su casa? ¿Quién? Lo han puesto de moda entre nuevos ricos, pero a mí no me impresiona el dinero, a mí me impresiona lo que diga su obra. Bueno, muchas voces importantes ya han hablado alto contra esta manera de hacer las cosas. Otro de la misma cuerda es Julian Schnabel. Este Schnabel es más loco que una cabra, pero le presento mis respetos como director de cine, la primera que hizo fue la de Basquiat y luego la del escritor cubano, Reinaldo Arenas, que no es buena, es superbuena. Monté una exposición de Julian en el Museo Monterrey, fui a New York para seleccionar obra, y revisar el texto del catálogo. Me mandó una limusina blanca a recogerme al aeropuerto y en el trayecto a su casa me pusieron como música ambiental un horroroso rock suyo, él también compone. Por entonces estaba casado con una española guapísima, Olatz. Hice el texto para el catálogo, Olatz lo traduce al inglés y lo cambia. Dije okay, de acuerdo, pero hay que poner: texto modificado con el permiso de Raquel Tibol. Una tiene su orgullo.

 

Me llamaron la atención obras de Yolanda Gutiérrez que expuso en París, en una muestra sobre pintores mexicanos.

—Era muy avanzada, hace mucho que no sé de ella. Otra que me gusta bastante es Manuela Generali, de origen italiano, pinta unos barcos increíbles con unas quillas gigantes. Rosario Guajardo es una pintora abstracta de Monterrey que también hace objetos en plata, es muy fina. También me gustan Mónica Castillo, Víctor Rodríguez, y la performancera Emma Villanueva

 

Francisco Toledo quizá se cotice ahora mismo más que Gabriel Orozco.

—Voy a empezar por lo mejor: Los cuadernos de la mierda son una obra maestra. Toledo es un magnífico ilustrador. Lo idea la tuvo él, recoger en unos cuadernos la tradición de la mierda desde los tiempos prehispánicos, el texto lo escribió uno de los pre hispanistas más prestigiosos de México, Alfredo López Austin. Sus cuadros grandes la mayoría son malos y como ceramista no me gusta. Uno que tiene en el club de industriales es un horror. Fui miembro de una comisión que había formado Bellas Artes para decidir qué llevar a la Bienal de Venecia. Yo propuse que se llevaran los cuadernos. Los de la Galería Arvil querían llevar unas cerámicas suyas, una especie de cilindros. Yo perdí, se mandaron las cerámicas que pasaron sin pena ni gloria. Para la siguiente Bienal, yo gané la partida, mandamos a Paula Santiago: esta mujer hace unos vestidos en papel de arroz escritos con sangre y bordados con su propio cabello que son de una delicadeza extrema. También hace unas esculturitas chicas y una especie de corazas de guerreros que elabora en cera blanca, que ya quisiera Toledo trabajar la cera como ella para mostrar en un día de fiesta. Esta mujer expuso en un espacio de 5 por 5 metros que reservaron para los latinoamericanos que no tenían espacio y destacó. Toledo tiene una cosa curiosa, como Siqueiros, dice que nació en Juchitán, Oaxaca, y no, nació en Ciudad de México. A Siqueiros le pasaba igual; decía que había nacido en Chihuahua y también había nacido en Ciudad de México. No me gustan los mentirosos. Pero bueno cada uno es muy libre de nacer donde le venga en gana. En Oaxaca hay un tapicero excepcional Arnulfo Mendoza Ruiz, sigue una tradición familiar, ha conseguido hacer obras de arte con los tapices, en Japón le adoran. El ceramista Gustavo Pérez también gusta mucho en Japón

 

¿Sigue el llamado arte digital?

—Sí, por ejemplo a José Castro Leñero. Le gusta mucho la temática urbana, el ambiente de la ciudad, el vuelo de una cortina, una persiana a medio bajar, las sombras sobre un edificio, toma fotos de ventanas y luego lo trabaja todo en la computadora y se lo imprimen con un sistema que consigue darle textura. Los hermanos Leñero eran tartamudos, no sabían hablar, eran de una timidez espantosa. Compartían estudio con otra pintora que era más tímida que ellos. Victoria Compañ. Esta pintora tenía un tic: era muy buena dibujante y cuando acababa un dibujo, iba y lo rompía. Ellos para salvar su trabajo, cuando se daban cuenta que estaba a punto de terminar, se lo arrebatan y lo guardaban. Estos hermanos eran muy católicos, y como decía eran tremendamente reservados. Yo tenía un programa de radio y se me ocurrió llevarlos. Tenía muchas tablas y eso me salvó, tuve que hacer el programa hablando de ellos casi como si no estuvieran delante.

 

¿Conoce a Marysole Worner Baz? Voy a visitarle, fue muy amiga de Remedios Varo.

 —Marysole tiene obras buenísimas, en madera quizá sea la mejor escultora de México, y con los clavos de las traviesas de los ferrocarriles. Es pintora, escultora e instaladora. Vive con 26 perros en el cerro. Su hermano, que es arquitecto, le hizo la casita en la que vive. Él es guapísimo y ella chaparrita y feíta, su padre la trataba mal. Es hija de una pareja de gente guapa que tuvieron una hija feíta. Su padre compró cuadros de Remedios Varo. Se volvió drogadicta y borrachísima, estuvo a punto de tirarse con el coche por un barranco, en el último momento se arrepintió, lo dejó todo y ahora ayuda los que tiene problemas con el alcohol. Tiene mucho talento para inventar técnicas escultóricas, y es estupenda haciendo caricaturas en madera.


Hablemos un poco de artistas que no sean mexicanos, empecemos por Botero

—En el Museo Nacional de Bogotá tiene unos estupendos pasteles, la técnica del pastel no es fácil, cualquiera no la trabaja bien, él era muy bueno. Después agarra esta cuestión de las gorduras, esos personajes inflados, cuando logra meter humor está bien. Trabaja en plan comercial con este tema bastante repetitivo. Pero hay algo que me gustó mucho, un señor tan comercial, tan cotizado, de pronto hace una serie sobre el tema de Abu Ghraib. Fue el único pintor latinoamericano que se atrevió con el tema, y expuso en New York y en México. Fue un momento cumbre en su carrera.

 

Se dice que los grandes narcos compran arte.

—Mire Pablo Escobar era el máximo coleccionista, a Botero le compraba a través de un representante, seguramente en aquellos tiempos Botero era pablito, a los que se dejaban querer por Escobar les llamaba pablitos.

 

Dalí.

—Es muy irregular. Se hizo en el Museo de Arte Moderno de México una exposición sobre el Dalí temprano que era para hacerse pipí de gusto. ¡Qué gran pintor fue de joven! Pero después, cuando se vuelve devoto del dólar y se hace el loquito inventado, cuando se crea un personaje, ese personaje le baja la pintura. La vida social en Estados Unidos le arruinó como artista. Claro que tuvo que ver mucho Gala, la ex de Paul Éluard. Gala era un personaje muy tortuoso.

 

Tàpies, Miró y Picasso.

—Tàpies a veces se excedía en la corriente de la no pintura, pero hacía cosas buenísimas, además jugaba mucho con la palabra, el verbo como plástica. Miró sigue siendo para mi excepcional. Y Picasso, ¿qué decir? Hay mucha gente que detesta el último Picasso, el cachondo Picasso de los grabados eróticos y a mí es que me encanta. Pero déjeme que le diga que también me hago pipí con Julio González. Pero no es tan conocido, quizá no tiene quien lo mueva.

 

Julio González quizá no tiene una vida tan espectacular como la de Frida y Diego, quizá le falte algo de leyenda.

—Pocos tienen una vida como la de ellos, pero no se inventaron un personaje para interpretar en público. Ellos eran así. De hecho en privado eran más exagerados que en público. Como cuando Frida le mandaba recaditos a Diego preguntándole: ¿Dónde vas a dormir hoy, en Coyoacán, en casa de Yenita o en tu estudio?

 

Y qué opina de los pintores españoles vivos más cotizados: López y Barceló.

—López es un pintor tradicional con un cierto ritmo contemporáneo, pero me va  a perdonar, mi artista personal preferido es Miquel Barceló.

 

¿Le gusta?

—No me gusta, me encanta. Lo que he visto de él en persona me encanta. Es un extraordinario pintor. Inventa la pintura.

 

Casi me olvido preguntarle, ¿de los tres grandes muralistas cuál es su preferido?

—Esa pregunta es tonta. Si usted es un veedor de arte tiene que saber que hoy le gusta un cuadro que mañana quizá le disguste. Además a los tres grandes hay que añadir a Rufino Tamayo y al quinto, José Chávez Morado.

 

Raquel lleva muchos años de profesión, ¿ha cambiado su manera de ver arte?

—No tengo un esquema, el arte es demasiado dinámico, soy demasiado respetuosa con la obra de arte como para establecer una premisa y atenerme a esa premisa. No, no, no. Repito lo dicho, quizás un cuadro me gusta y al día siguiente ya sea porque ha cambiado la iluminación, quizá por el estado de ánimo, ya no me gusta tanto. Miro la obra, con mucho respeto.

 

¿Como ve la relación entre la actividad como crítica y como comisaria? ¿Ve compatibles ambas actividades?

—Si son buenos, ¿por qué no? La crítica de arte es un género literario y un crítico bueno tiene derecho a hacer de curador, de comisario y hasta museografía. Yo desde luego lo he hecho. Por ejemplo, con Tamayo hice de todo, aunque no nos hablábamos, nos enfadamos por una polémica. Pero yo le organizaba sus exposiciones, tengo un recuerdo buenísimo, de las que monté en Europa: Berlín, San Petersburgo, que entonces se llamaba Leningrado, en Moscú… cuando Tamayo ya era muy mayor. En Berlín tuve que hacer de todo, el espacio no era muy lucido, pero quedó muy bien. Tamayo, cuando entró en la sala y vio el montaje, se emocionó y lloró, un hombre de casi noventa años llorando. En España le monté una gran exposición en el Reina Sofía, pasó sin pena ni gloria. La revista Cambio 16 sacó una nota diciendo: Tamayo, el pintor del PRI, fíjese que tontería. Tuvo poco público.

 

Diego tenía todo un discurso elaborado sobre el papel que debe jugar la crítica. Usted le hizo una curiosa entrevista quizá la última que concedió, en la que opinaba sobre este tema.

—Él opinaba que la labor del crítico era muy difícil, que no tenía que conformarse solo con sentir: me gusta-no me gusta. Tenía que ser capaz de sentir, por supuesto, y de saber transmitir lo que se siente, pero también de distinguir el estilo, valorar la composición, los colores, ir más allá.

 

Vino a México para organizar un congreso que no se celebró y al final aquí se quedó.

—En México el contacto con Frida y Diego me conmocionó, era tan diferente a todo lo que yo había vivido que nunca terminaré de agradecerle a Diego esa invitación. Frida le decía a Diego: ¿verdad que es una salvaje? Lo decía por mí, que no sabía nada de drogas, de lesbianismos. Era un mundo extraño, aprendí tanto cerca de ellos. Además Diego hizo de guía para mí, tuve un guía excepcional, me enseñó los museos, los murales. Yo solo conocía de oídas el mural que Siqueiros había hecho en Buenos Aires en la casa del director del periódico, que es un mural erótico, sexo de mujer a la brava.

 

Tuvo que volver a por su hija. ¿Donde la dejó ese tiempo?

—Al principio con mi hermano en Santiago de Chile, luego él la devolvió a su padre y en el 54 fui y me traje a mi niña, fue una aventura. Para sacarla soborné a un funcionario de aduanas con un paquete de Pall Mall.

 

Hace no mucho abrió sus puertas el Museo Soumaya, el museo de Carlos Slim. ¿Lo ha visitado?

—Aquí me toca el punto, fui a verlo y una periodista –Carmen Aristegui- me llamó para preguntarme en directo, en la radio, por mi opinión sobre el museo. Se la di. La oyó Slim y no le debió gustar mucho. El caso es que me citó en la sede de su banco para interesarse por mi opinión en vivo y en directo. Acudí a la cita y para romper el fuego le dije que se veía mejor en persona que en foto. Estuvimos hablando dos horas, no me ofreció ni agua, ni una flor, ni chocolate, nada. ¿Será por eso que tiene tanto? Este hombre compra por lotes en las subastas, no tiene un criterio claro de coleccionista. Resumiendo, le dije: que su colección de Dalís es mala, que la pátina que habían aplicado a los Rodin era espantosa, como si fuera grasa de zapatos, que en general está pésimamente iluminado, que al estar todas las paredes pintadas de blanco matan la mitad de lo exhibido, que los accesos no tienen barandales y desde luego gente de mi edad se juega la vida, que la colección que se compone de mas de 65.000 piezas es un totum revolutum sin sentido. Mire, yo tengo por costumbre no vender mi ojo, ese es de uso personal, pero también le dije que tenía varios falsos colgados en sus paredes y que lo mejor que podía hacer era contratar un buen profesional, hay muchos en el mundo, que dé sentido a todo ese caos. Le dije que parara, que descolgara todo y empezara de nuevo. Me despaché a gusto, pero creo que no me han hecho ni caso. Como curiosidad, fíjese lo que me preguntó: cómo lucía Lola Olmedo desnuda y a quién votaba yo. A lo primero no le contesté y a lo segundo, como todo lo mundo lo sabe, le dije que a centro izquierda. Pero él no me dijo a quién votaba. Tengo que decir que yo inauguré la sala de espectáculos de ese museo en el 2011 con una conferencia sobre Rosa Luxemburgo para celebrar el día de la mujer trabajadora, y les felicité porque de esta manera demostraban que el museo estaba abierto a todas las ideologías. Aunque para mí no hay que celebrar tal día, sino cuando una mujer trabajadora termina un buen libro, guisa un buen plato o estrena un buen amante. Eso es lo que tenemos que celebrar las mujeres. Le voy a contar algo: no soy mujer de lagrima fácil, pero cada vez que evoco la muerte de Rosa Luxemburgo me emociono, me tiembla la voz, casi me impide hablar.

 

¿Que museos no hay que perderse si se va con poco tiempo a México?

—Imprescindible el Museo del Templo Mayor. En las últimas décadas se ha descubierto tanto que no hay que perdérselo, escarban un poquito y encuentran otra joya. El de Antropología. Yo iría a ver el de Tamayo y la colección de Carrillo Gil. Cada cual tiene que elegir según sus gustos.

 

Yo añadiría el de Arte Moderno para disfrutar con la obra de Remedios Varo, imposible de ver en España. Raquel ¿va al cine?

—Hacía un año que no iba al cine, pero hace no mucho fui a ver Amor, de Michael Haneke, antes de que le dieran el Oscar. Tenía ganas de verla, entre otras cosas porque habla de personas mayores. Es durísima y fui porque tengo 89 años, pero no me la asumí, no me vi reflejada. Pero hay un momento, justo en lo más duro de la historia, en el que al director se le ocurre proyectar cuadros de paisajes desolados, solitarios, nunca vi el uso de la pintura en una película como en esta.

 

¿Le gustó?

—Me extrañó, no sabía quiénes eran los pintores. Tenía sentido, el director hace un corte y dice a los espectadores: esto que están viendo es arte. Los cuadros hacen referencia al entorno en el que se mueven los personajes, aunque sea el dolor de la vejez es arte y su entorno era el que representan las pinturas. Yo así lo entendí. [Los cuadros a los que se refiere Raquel son de Vilhelm Hammershor, pintor holandés del siglo XVIII. Los padres del director tenían colgadas reproducciones en las paredes de su casa].

 

 

 

Alejandro Ipiña es economista. Ha colaborado en las secciones de opinión de El Correo y El País (en especial en la edición para el País Vasco). Ahora mismo lo que más le gusta es contar historias reales o imaginadas

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