¿Cómo es eso de ir por el mundo con una cámara de video filmando, pensando en el montaje, haciendo entrevistas, preguntando, e intentando animar la conversación y leyendo entre renglones mientras ajustas el foco? Hasta ahora me gustaba y ahora ya no. Así de repente. Desde mi reciente viaje a Egipto. ¿Qué ha cambiado desde que empecé a prescindir de la compañía de un equipo formado por un operador de cámara y su asistente, técnico de sonido? El cambio más significativo es que tengo una cámara mejor, de buenísima resolución y que la utilizo solamente con ajuste manual. La calidad de la imagen empieza a importarme más que cualquier otra cosa. Dicen que una imagen vale por mil palabras.
Antes llevaba una camarita que tenía cabida hasta en una carterita de esas que se llevan cuando te invitan a un cóctel. Un aparato que parecía de turista, pequeñito que pasaba inadvertido, que nadie te prohibía en casi ningún lugar. Yo lo utilizaba en automático, casi sin pensar. Iba mirando, escuchando y filmando como si no pasara nada. Me lancé a la aventura de filmar por mí misma cuando, en 2003, tuve la oportunidad de viajar a Zimbabue , donde los periodistas no son nada apreciados por el régimen de Mugabe. Me camuflé de turista y pude trabajar con holgura. Luego vino Argelia y ocurrió lo mismo. Filmé lo que con una cámara profesional apenas hubiera sido posible. Más adelante opté por la cámara pequeña para temas delicados, como las pandillas de jóvenes delincuentes de la Maras Salvatrucha en El Salvador. Gustó mucho en la televisión el estilo espontáneo, la naturalidad de la gente , difícil de conseguir con una videocámara enorme . Así al final he acabado prescindiendo siempre del equipo de técnicos en todo tipo de reportaje, no importaba ya de qué tema se tratara. Pero ahora veo que no me da la cabeza para tanto. Ha empezado a interesarme más la imagen que por todo el resto y la calidad periodística deja mucho que desear. De tanto concentrarme en la luz y en la nitidez ya no sé ni lo que quiero contar. De tanto ver árboles ya no distingue el bosque, “Vor lauter Bäume sieht man den Wald nicht mehr”, se suele decir en alemán para expresar la falta de visión del todo, consecuencia de quedarse atrapado en el detalle. Eso es precisamente lo que me pasa. Me parece que buscando metáforas visuales, o sea leyendo la realidad con los ojos, se activa una parte del cerebro que funciona de forma asociativa y poco racional, mientras que se debilita la capacidad analítica. No sé si será así. Habrá que preguntar a los expertos en neurociencias.
Además, en el trabajo nos están apretando por eso que llaman la crisis y nos dejan cada vez menos tiempo para investigar antes de lanzarnos a la realización. Yo me entusiasmé con la filmación y lo he estado haciendo de forma voluntaria. Ahora, por ahorrar, al periodista se le está exigiendo cada vez más hacerlo todo al mismo tiempo, por obligación. Con la experiencia que he acumulado puedo decir que no me parece una decisión sensata.