Mientras vamos recorriendo la Maremma, aprovecho para leer los diarios de M. en torno al castillo de Migliano (Picadura de escorpión, Editorial Sapere Aude), que tienen un aroma innegable de novela gótica, un género en que el autor se mueve como pez en el agua. No comprendo cómo no ha escrito aún una novela gótica, dejando aparte sus pinitos transgóticos en el manifiesto que alentó hace unos años. Entre castillo y castillo, a la luz de las velas, yo hablo con los muertos con los que él conversa en esos diarios, pues me hago eco de las lecturas de las que en ellos deja constancia: los poemas de Cavafis (en traducción harto mejorable), Malombra de Antonio Fogazzaro, La Europa de mi tiempo de Enea Silvio Piccolomini, Pío II en religión, la historia de la familia Medici escrita por un descendiente contemporáneo nuestro, y por supuesto L’Orlando Furioso de Ariosto. Lecturas las suyas de noble arruinado, que eso es, además de tantas otras cosas, entre las ruinas de su inteligencia, como la voz que nos habla desde De vita beata de Jaime Gil de Biedma. Poca hacienda, algunos libros doctos, de los que hablaba el gran Quevedo para conversar con los difuntos. No está mal como programa de vida, sobre todo contemplando el panorama de últimos días de Pompeya que parece ser que nos espera cuando regresemos a Madrid.
El título de estas líneas lo tomo prestado de la novela de Louis-Ferdinand Céline sobre el recorrido fantasmagórico por Alemania de los jerifaltes de la corte de los milagros de Petain tras la huida de Francia, De un castillo a otro. M. parece también empeñado en ir de un castillo a otro, aunque su modelo sea más el de Rilke que el de la tropa de Céline. Y después de unos lustros disfrutando de la hospitalidad en Migliano, Umbria, del pintor Franco Venanti, ahora ha encontrado a caballo entre su casa en Prata y su morada en la Terra di Tatti, ambas en la Alta Maremma, su lugar en el mundo. Como en aquel anuncio publicitando la venta de Baroja que encontró Baroja y le hizo enamorarse del sitio en el que montar su “casa de la vida” cuando empezó a sentirse viejo, leemos en algún lado acerca del Castello di Tatti:
“Grande complesso archittettonico fortificato organizato attorno ad un cortile, al quale si accede attaverso due porte al arco tondo in arenaia”.
Lo que me encuentro en Tatti no desmerece este anuncio. Se trata de dos plantas en un ala del castillo que parte del cassero o torre del homenaje, que también estaba en venta, pero a un precio fuera del alcance de un profesor de estética. Una escalera de piedra interna para acceder a sus premisas, señorial, austera, probablemente tiene varios siglos de antigüedad. Techos altísimos, paredes que M. ya está planeando cubrir con frescos y tapices, una chimenea antigua de piedra y mucho espacio, muchísimo, para hacer bibliotecas y recibir a sus amigos. Desde una de las ventanas se ve el Tirreno, y en el Tirreno dos islas: Elba y detrás, en los días claros, Córcega. ¿Se puede imaginar el lector mis delirios napoleónicos cuando me enteré de este particular? Ya le estoy dando vueltas a la historia de un hipotético hijo del señor del castillo en los tiempos del vendaval napoleónico, al que ya sitúo en la Universidad de Pisa, irredentista italiano perdido, uniéndose a las tropas del corso para terminar con el feudalismo italiano que paradójicamente le había proporcionado su posición en el mundo. No lo mando a la batalla de Waterloo con Fabrizio del Dongo porque me da pudor. Pero todo se andará.
Hagamos un poco de historia de estas piedras, tan antiguas, y de sus anteriores propietarios. La aristocracia de las ciudades-estado etruscas de la zona obtenía la mayor parte de sus ingresos a través de la explotación de los recursos de las minas de las cercanas Colinas Metalíferas. De aquellos tiempos arranca el primer núcleo habitado de Tatti, cuyos moradores explotaron la riqueza de los bosques de la zona, tan necesarios para la actividad minera. La población permaneció bajo la influencia de Vetulonia hasta al menos el siglo V a.C., cuando pasó a estar bajo la égida de Roselle que se había apoderado de todo el territorio hasta Populonia y Massa Veternensis (Massa Marittima). Los romanos siguieron aprovechando la riqueza minera y surcaron el sur de la Toscana de calzadas, una de las cuales atravesaba esta zona, la strata antiqua et carraria, que venía desde Grosseto por el valle del río Bruna a través de los lugares de Ribolla, Tatti y Prata.
Entre el siglo IV y el V d.C. el burgo de Tatti formó parte una línea de defensa bizantina, fluctuante en la zona montañosa de Tirli, Scarlino y Roccastrada; Tatti pudo haber albergado un presidio bizantino en esa línea formada para detener el avance hacia el sur de los longobardos de Lucca. En la Edad Media Tatti estuvo estratégicamente situada en un nudo de comunicaciones entre los burgos y monasterios de la Alta Maremma, que a menudo coincidían con las calzadas romanas en una continuidad de uso ininterrumpida desde la Antigüedad. Desde el siglo VIII la sal extraída del Lago Prile pasaba por aquí camino de Chiusi, pero también el lago aprovisionaba de sal a las cortes o granjas del episcopado de Lucca en la zona. Los primeros documentos que citan a Tatti se remontan al siglo IX, procedentes de los inventarios de la diócesis de Lucca, propietaria del pueblo y de otros de la zona, como Prata, el Castillo de Valli y el de Alma Ravi. En 1188 en la bula del 12 de abril dirigida al obispo de Grosseto (en 1138 el Papa Inocencio II había transferido las sedes episcopales de Vetulonia y Roselle a Grosseto) el papa Clemente III confirma a aquella diócesis, en detrimento de la de Massa Marittima, la parroquia (pieve) de Tatti con todos sus derechos jurisdiccionales.
En 1280 el conde Ildebrandino Aldobrandeschi, conocido como “el rojo” por su carácter sanguíneo, dio en feudo a Nello Pannocchieschi el castillo y la rocca de Tatti con sus cortes. Muchos asocian este Nello a la Pia de Dante. Cuando su familia se sometió a Siena, Nello da Pietra fue obligado a vivir en la ciudad como huésped de la familia Malavolti. Allí se formó y fue nombrado caballero. Al regresar a la Maremma con su esposa sienesa, probablemente de la propia familia Malavolti, vivió a caballo entre sus posesiones de Prata, Tatti, Castel di Pietra y Gavorrano. ¿La Malavolti que Nello Pannochieschi se trajo de Siena es la Pía del canto V del Purgatorio, la que afirma que Siena le dio la vida y la Maremma se la quitó?
Acuérdate de mí; me llamo Pia;
me hizo Siena y Maremma me deshizo:
lo sabe bien aquel que antes me había
dado su anillo para desposarme.
Purgatorio V, 133-136
Traducción de José María Micó
La Pia (probablemente no era su nombre, sino un apelativo familiar), como en otros casos en la Commedia, necesita que Dante rece por ella en la vida terrenal, pues sabe bien que nadie de su familia lo hará. Le pide que rece por ella para acelerar su ascenso hacia el Paraíso. Recuerdo como si fuera ayer mismo lo que me respondió mi madre cuando le pregunté a mi madre de niño a la salida de misa qué era el Purgatorio, en particular su sentencia final: “yo tendré que pasar allí mucho tiempo antes de ir al cielo”. No hace falta que me pida como la Pía a Dante que rece por ella en sufragio por su alma. Lo hago habitualmente.
En Gavorrano se conmemora todos los años la defenestración de la desdichada Pia. Todo el pueblo y múltiples visitantes asisten acongojados al salto desde la ventana más alta desde la torre de la Via Terranova. La tradición afirma que Nello Pannochieschi se deshizo de su esposa para poder contraer nuevas nupcias con el mejor partido de la Maremma: Margherita Aldobrandeschi, quien a su vez pudo ver rescindido su matrimonio con Guido de Montfort, el asesino de Viterbo, que languidecía en una mazmorra en Mesina. De ese matrimonio nacerá un hijo, Binduccio. Los esposos fijaron su residencia en el palacio que Nello Pannochiescchi poseía en Massa Marittima (en aquella época Massa di Maremma). El infortunado Binduccio fue asesinado a los trece años por unos sicarios de los Orsini, que lo arrojaron a un pozo que aún se conserva en Massa: el Pozzo dell’Innocente. Dice así la placa:
“In questo pozo il 1 maggio dell’anno 1300 mori annegato Bindoccio Pannocchieschi decenne, figlio di Margherita di Sovana e di Nello che fu sposo della Pia dei Tolomei”
La Maremma se convirtió en teatro del enfrentamiento a escala de toda Italia entre los güelfos comandados por Carlos de Anjou y Guido de Montfort y los gibelinos que cobraron nuevo impulso tras las Vísperas Sicilianas en 1282 y la coronación tras el interregno de un nuevo emperador, Alberto de Habsburgo. Cuando Guido fue arrojado a una mazmorra en Mesina por los aragoneses, Margherita Aldobrandeschi, su presunta viuda, una de las mujeres más extraordinarias de toda Italia en aquellos años, se encontró entre la Escila de un papado, que le impuso dos nuevos matrimonios tras anular su matrimonio con Nello Pannochieschi, y la Caribdis de Siena que demostró abiertamente su apetito por la Maremma. En su testamento dado en Gavorrano en 1322, Nello dejó los castillos de Prata y Tatti al hospital de Santa María de Siena, como nos recuerda otra placa en lo que fue la plaza de armas del castillo de Prata, en frente de la otra casa que M. tiene allí.
Sin embargo, otras voces vinculan a la Pia al señor de Prata, Tollo degli Alberti, quien en 1282 había sometido Prata a Siena mediante un pacto que garantizaba a esta última un punto de referencia potente en la Maremma; de ese acuerdo formaba parte su matrimonio ventajoso con una joven que pertenecía a una de las familias más importantes de Siena, los Malavolti. Nello Pannochieschi obtuvo por segunda vez el cargo de podestà de Volterra y, por voluntad de Guido de Montfort, el de capitán de la liga güelfa en Toscana. Tras la muerte de Carlos de Anjou en 1285, los gibelinos toscanos vieron llegada la hora de su desquite y la chispa del nuevo enfrentamiento entre las dos facciones se encendió en Prata. Tollo degli Alberti quiso honrar los pactos que había subscrito con Siena y por esa razón fue asesinado en una iglesia de Massa Marittima por tres sobrinos suyos gibelinos que no le perdonaron su acercamiento a Siena. En 1289 los güelfos se impusieron a los gibelinos y Prata fue tomada por la Liga Güelfa. La guerra tomó un nuevo rumbo cuando las tropas de Siena arrebataron varios castillos al linaje Aldobrandeschi, como los de Roccastrada, Scansano, Montepescali y el propio Tatti.
Con La conquista en agosto de 1327 del castillo de Montemassi por Guidoriccio da Fogliano comenzó la decadencia definitiva de la familia Pannocchieschi. Los Malavolti reestructuraron el castillo y las murallas de Tatti, que además adoptaría el nombre de “Rocca dei Malavolti” hasta comienzos del siglo XVI. Tatti fue fiel a sus nuevos señores sieneses hasta el fin de la República de Siena. En 1555 Siena pasó de ser una república a una provincia de la odiada Florencia de Cosimo I dei Medici, el aliado de Carlos V y de la Monarquía Hispánica en Italia central. Algunas familias sienesas no aceptaron este estado de cosas y, refugiados en algunos burgos, entre ellos Tatti, continuaron la guerra durante cuatro años más. Escasamente ayudados por Francia, debieron someterse a la postre a los florentinos. Cuatro años y cuatro meses después de la caída de Siena, Tatti se sometió a Cosimo I. Al final de la guerra el burgo de Tatti fue un lugar de reposo para las tropas sienesas y francesas que se dirigían a los puertos de Piombino y Porto Ercole para su evacuación de la Toscana. Una guerra tan larga fue desastrosa para la Maremma grossetana y sus burgos. Sus habitantes fueron diezmados por las numerosas batallas, pero más tarde debieron luchar contra otros enemigos, como la malaria que trajo el empaludamiento de los campos acarreado por el abandono de la agricultura y la superpoblación de las bestias salvajes en los bosques. Paseando entre las vetustas piedras de los burgos y castillos de la Maremma uno tiene a veces la sensación, bastante justificada, que el tiempo se detuvo allí en el crepúsculo de la Edad Media.
Entre Gavorrano, Castel de Pietra, Massa Marittima, Prata y Tatti. La vida del nuevo stupor maremmae transcurre de un castillo a otro, como en una novela gótica, a la luz de las velas, escuchando con sus ojos a los muertos, y entre esos muertos naturalmente destaca el lamento de la desdichada Pia.