A veces solo dices si para decir no, rogando para que -empero- no sucedan las cosas, ciertas cosas.
Apenas sigues la rutinaria aquiescencia del mundo; por no apearte, aviniendote al mal gusto de encoger los hombros y pensar en la volatil fugacidad de algunas pesadumbres.
En cada uno de esos síes hay un tañido del viento, un ruego y un suspiro.
En cada uno de esos síes una muerte.
Pero qué es el morir sino quedarse en la interminable rueda del que no desfallece.
Asi, ahora, este cigarrillo y este café que me dan la vida, tras la agotadora incertidumbre del dia a dia.