Martín Torres y Pau Masaló. Superflua.
Hace poco más de un año, Martín Torres (editor) y Pau Masaló (arte) decidieron fundar Superflua, una editorial centrada en biografías y crónicas canallas sobre el mundo de la moda. Se presentan como una editorial de libros en castellano con la mirada dirigida hacia lo que llaman «narrativas» sobre la industria del vestir. «Narrativa al modo anglosajón, que es más amplio que el español. ‘Narrativa’ como forma de contar una historia al estilo Histoires de la mode, de Didier Grumbach, uno de los mejores libros de historia de la moda», término que les permite, a la vez, no ceñirse al ensayo periodístico, sino también a las memorias.
Una industria la de la moda que, para los no familiarizados, es parte fundamental de la economía en España con un peso considerable en el PIB. Una industria con tantas funciones como definiciones. A través de las visiones críticas escritas por voces autorizadas que trabajan para medios como The New York Times o Le Figaro, Superflua narra la evolución formal a lo largo del tiempo de la industria del vestir: cómo se desarrolla y proyecta ideas en las formas, el diálogo entre diseñadores, influencias, épocas…. Martín Torres me cuenta que uno de los libros que le inició en este interés, ya de adolescente, fue La conspiración de la moda (1988), de Nicholas Coleridge, «un trabajo de campo periodístico sobre toda la cadena industrial de la moda». Tras Coleridge buscó afanosamente en librerías españolas otros interesantes títulos en nuestro idioma, que ya atesoraba él en otras lenguas en su biblioteca, como la biografía sobre Yves Saint Laurent escrita por Marie-Dominique Lelièvre, Saint Laurent, chico malo, ejemplar que era imposible encontrar al otro lado de los Pirineos. Así fue como detectó el vacío existente en nuestro país sobre este nicho editorial y se lanzaron a editar ellos mismos esas historias: «Es lo que, desde entonces, he estado buscando: libros bien informados y narrados. Aquí se editan ensayos de corte más académico o técnico sobre moda, pero no ensayo periodístico».
Con Martín, desde la sede de Superflua, en un piso situado en el Eixample barcelonés, recorremos los títulos que hasta ahora acoge el catálogo de esta novedosa editorial y que junto a Pau selecciona cuidadosamente:
Saint Laurent, chico malo, de Marie-Dominique Lelièvre, la única biografía no autorizada del diseñador. La autora se enfrenta a la instrumentalización del mito de Yves por parte de su socio Pierre Bergé; El perfume perfecto, de Chandler Burr, un trabajo de campo de 360º sobre la industria del perfume. El autor acompaña la creación de dos perfumes, uno francés (Hermès) y otro estadounidense (Sarah Jessica Parker) para comparar la cultura que envuelve cada uno. En el camino desentraña todos los pasos de la industria perfumista; Dioses y reyes, de Dana Thomas, la biografía cruzada de dos de los mayores diseñadores del cambio de siglo: John Galliano y Alexander McQueen; Obsesión Alaïa, de Laurence Benaïm, un pequeño retrato íntimo de un diseñador “extraterritorial”. El triunfo de la individualidad de Azzedine Alaïa contra toda una industria que arrasa con quien no sigue sus pautas y Una carrera en la moda, de Bill Cunningham, las memorias de juventud del influyente fotógrafo del NYT. Una especie de «retrato del artista incipiente», pues narra cómo se educó como artista y sombrerero, cómo formó su ética y todo aquello a lo que se enfrentó y renunció para permitir que su estilo artístico se desarrollara de un modo genuino.
El próximo título que verá la luz, «las memorias inéditas en nuestro país de la editora jefe de Vogue, Diana Vreeland», al que se sumará Fashionopolis, de Dana Thomas, sobre la sostenibilidad de la industria textil.
En definitiva, para aquellos que aman la moda y para quienes «la moda es la vida» tratada de un modo ligero, cosmopolita, desapasionado e indolente, Superflua será su editorial favorita… Porque, no lo olviden, el conocimiento de lo superfluo es imprescindible.
Ser editor no es de las profesiones más sencillas, ¿cuál es el motivo por el que alguien decide convertirse en editor?
Del mismo modo en que la lectura despierta el deseo de escribir, también produce el de editar. Uno edita porque le gusta leer, aunque en este caso su papel sea el de mediador y no el de creador. Dicho esto, no hay en mí vocación, sí gusto por las letras. Ahora me dedico a editar porque tengo un proyecto muy concreto en mente, pero más adelante quizás me dedique a otra cosa.
¿Qué hace que dos emprendedores, que no se dedicaban a la moda, se embarquen en una pequeña editorial para dedicarse intensamente a este tema? ¿Es más una afición, una admiración por esta temática, lo que les ha llevado a unir sus caminos?
Aunque nos hayamos centrado en el periodismo de moda nuestra actividad es la editorial; tiene que ver con los textos, no con la moda. Aunque sí es cierto que, por nuestros contenidos, somos una bisagra entre ambas industrias. En efecto, había un interés temprano por la moda –cuenta Martín–. Cuando era adolescente leí el libro La conspiración de la moda (1988), de Nicholas Coleridge, que era un trabajo de campo periodístico sobre toda la cadena industrial de la moda. El libro me entusiasmó y es lo que desde entonces he estado buscando (respecto a este tema): libros bien informados y narrados.
Era un espacio el vuestro que estaba sin ocupar.
Sí, aquí se editan ensayos de corte más académico o técnico sobre moda, pero no ensayo periodístico. Así que hubo un momento en el que decidí cambiar de vida y crear la editorial.
¿Cómo es la dinámica a la hora de trabajar? Ese llegar a acuerdos entre dos personas cara a cara, ¿es necesaria una especie de balanza entre poli bueno y poli malo para lograr coincidir, finalmente, y llevar a buen puerto un trabajo?
Nuestro trabajo está muy diferenciado. Pau se ocupa de la imagen, la web, el diseño… y yo de la edición, así que no hay mucho roce. El tema en el que más discutimos es en las portadas, pero al final dependen de tantos factores (posibilidad de obtener los derechos de una fotografía, de manipularla, el precio, la opinión del autor, etc.) que, a veces, nuestra opinión cuenta poco.
¿En qué momento entran en contacto con el sector editorial para emprender su propio nicho?
Hace unos cuantos años un amigo, Emilio Sánchez, editor de Libros del K.O., me dijo que iba a montar una editorial. En aquel momento me sorprendió que alguien se atreviera a una empresa que creía imposible de financiar. Pero la idea se quedó en mi cabeza. Con el tiempo su proyecto le ha ido bien y ha sido un ejemplo a la hora de decidirnos. Yo había trabajado freelance para algunas editoriales, así que ya conocía el sector. Y Pau también trabajaba como diseñador gráfico y creador de webs.
¿Por qué el nombre Superflua? ¿Alude de forma sutil al mundo al que se dirigen, como dándole un tinte de superficialidad a la moda?
Por un lado, buscábamos un nombre «sonoro», fácil de recordar, llamativo; luego, jugamos con la idea –cada vez menos común– de que la moda es algo frívolo y prescindible. Pero lo más importante es el sentido «auto irónico», algo que nos parece fundamental en cualquier actividad vital.
Cuando, en realidad, no es así -esa superficialidad, digo-. Vuestra visión es más un trato riguroso, respetuoso y crítico respecto a la profesionalidad de la moda
En efecto, nos gusta esa paradoja. No sólo la moda es importante (es la segunda industria del planeta), sino que los autores que publicamos están reconocidos como los mejores en su campo. El desinterés que existe en España al respecto nos ha permitido tener un catálogo de primeras figuras.
¿Cómo se describirían como editores? ¿Cuáles son sus referentes en la edición y en el mundo de la moda?
Aunque suene alejado de lo que hacemos, uno de mis referentes es Jesús Munárriz, de Hiperión. La suya es una editorial «de autor», es sencilla en la forma pero publica textos de gran calado y calidad filológica, refleja sus obsesiones y está abierta al mundo. Según tengo entendido, creó la editorial para poder publicar a Hölderlin; pues sólo hay que ver lo que ha logrado después, proporcionar al lector en español una gran variedad de tradiciones poéticas.
Acantilado también es un referente, en especial por toda la reflexión de los aspectos formales del libro que hizo Vallcorba. Tenía una gran cultura de la historia de la edición y la aplicó de un modo racional sin renunciar a la estética en las varias editoriales que tuvo.
¿Qué virtudes ha de tener un catálogo de una editorial?
En nuestro caso, lo más importante es el tratamiento de los temas: tienen que estar escritos con rigor y ser críticos. No nos interesan los publirreportajes. Y como editorial centrada en un tema concreto –que al final es un mundo bastante pequeño– intentamos que haya variedad en los enfoques, no repetirnos demasiado.
¿Cuáles dirían que son las señas de identidad de Superflua?
Publicamos ensayo periodístico sobre la moda y biografías y memorias de sus protagonistas. Como consta en algún rincón de nuestra web, definimos Superflua como una editorial cosmopolita, ligera, desapasionada e indolente. Es nuestra ética y una postura frente al mundo.
La editorial nació con la intención de recuperar libros que eran imposibles encontrar en España porque no estaban traducidos y ofrecerlos en castellano a un público interesado en este sector ¿Qué opinan de la afirmación: un editor que sólo se dedica a recuperar o traducir libros no es un editor?
En mi opinión un editor es un mediador entre el escritor y el lector; debe permitir que un texto llegue en las mejores condiciones a su destinatario. Editar una traducción requiere tanto trabajo como editar un texto escrito en castellano. Dudo que a los escritores consagrados les toquen mucho las comas… En todo caso, la edición/publicación de traducciones es importantísima para cualquier tradición cultural.
Y a la hora de traducir, ¿traducen ustedes? El traductor es una figura fundamental para un editor, para el libro y para el autor. Es el que puede ayudar a que un libro sea tan bueno en otro idioma como en su idioma original. ¿Se le debería dar mayor relevancia a la figura del traductor?
La tarea de traducir se la encargamos a traductores. El traductor es fundamental para reflejar fielmente en nuestra lengua lo que el autor ha escrito. Como editor, y siempre consultando con el traductor, tomo algunas decisiones: por ejemplo, nuestros libros, por su temática, están plagados de expresiones en francés; y aunque soy partidario de traducir todo lo traducible hay términos extranjeros tan asimilados que prefiero dejarlos en el idioma original. Intento que la corrección de estilo no arrase con las peculiaridades del original, que no resulte un texto plano aunque no sea ortodoxo. Además, hay algunos «defectos» de estilo que me gusta que tengan lugar, como las aliteraciones. Por ejemplo, en nuestro próximo libro se dice que Coco Chanel era una «obsesa de las sisas»; bien, podría cambiar el calificativo por otro para que no se produjera esa aliteración sibilante, pero me encanta. Como decía Auden, ante un defecto de estilo lo mejor es sonreír y seguir con la lectura. Reír es fundamental para disfrutar de la lectura y la vida.
¿Traducir una obra es más sencillo y asequible que crearla de la mano de un manuscrito y de un autor propio en estos momentos?
No, traducir es más caro. Pero no porque las tarifas de traducción sean elevadas, sino porque encarece el coste de producción del libro cuando las tiradas son cada vez más pequeñas (menos lectores), y es difícil recuperar la inversión.
¿Para cuándo autores españoles y una visión (revisión) de la moda española?
Pues una de nuestras intenciones era traer a textos extranjeros para que sirvieran de modelo a los escritores de aquí y se animaran a escribir sobre moda. Sólo puedo decir que algo tenemos entre manos…
¿Cuál fue el primer libro que editaron?
Empezamos con una biografía sobre Yves Saint Laurent escrita por Marie-Dominique Lelièvre, Saint Laurent, chico malo.
¿Por qué escogieron este libro para empezar?
En primer lugar por la envergadura del personaje, pero luego porque no había ninguna biografía suya publicada en España (de las tres que tenía entonces, ahora ya son cuatro), y porque la que hemos publicado se adapta a nuestro carácter: es un texto absolutamente crítico y escrito de un modo accesible.
¿Cuál es su método a la hora de ‘escoger’ sus objetivos? ¿Qué criterio sigue Superflua a la hora de hacer su selección para próximos lanzamientos?
Trillar entre la gran cantidad de textos que hay publicados en el extranjero y escoger aquellos que se adapten a la narración periodística crítica y solvente.
¿Y cómo llegan a esos libros? ¿Se guían por recomendaciones externas, son fruto de una búsqueda personal o un título les lleva a otro?
Por lo general, a través de la prensa extranjera, de los catálogos de varias editoriales de fuera y claro, también me aprovecho de nuestras autoras para consultarles, ellas están en el centro de la industria de la «moda escrita».
Vamos a hacer una breve presentación a los lectores de los cinco libros que han publicado hasta ahora. ¿Qué diría de cada uno?
—Saint Laurent, chico malo, de Marie-Dominique Lelièvre: Es la única biografía no autorizada del diseñador. La autora se enfrenta a la instrumentalización del mito de Yves por parte de su socio Pierre Bergé. Además, trata el tema de la descolonización de Argelia, un tema poco tratado por las otras biografías del modista. Como dice el periodista Christopher Petkanas, Lelièvre es la única escritora que no ha ganado nada por escribir sobre YSL.
—El perfume perfecto, de Chandler Burr: Un trabajo de campo de 360º sobre la industria del perfume. El autor acompaña la creación de dos perfumes, uno francés (Hermès) y otro estadounidense (Sarah Jessica Parker) para comparar la cultura que envuelve cada uno. En el camino desentraña todos los pasos de la industria perfumista.
—Dioses y reyes, de Dana Thomas: es la biografía cruzada de dos de los mayores diseñadores del cambio de siglo: John Galliano y Alexander McQueen. Sus biografías sirven como caso concreto de cómo la industria de la moda ha apostado y exprimido la creatividad para crecer exponencialmente y cómo ha desechado luego a quien ya no servía a sus intereses.
—Obsesión Alaïa, de Laurence Benaïm: Un pequeño retrato íntimo de un diseñador «extraterritorial». El triunfo de la individualidad de Azzedine Alaïa contra toda una industria que arrasa con quien no sigue sus pautas. Gracias a su obsesión por la perfección y a no venderse a los grandes grupos, Alaïa no sólo sobrevivió a las sucesivas crisis, sino que acabó siendo considerado uno de los grandes últimos técnicos de la moda.
—Una carrera en la moda, de Bill Cunningham: Las memorias de juventud del influyente fotógrafo del NYT. Son una especie de «retrato del artista incipiente», pues narra cómo se educó como artista y sombrerero, cómo se formó su ética y todo contra lo que se enfrento y a lo que renunció para permitir que su estilo artístico se desarrollara de un modo genuino. Pero lo mejor es que lo hace de un modo optimista, sencillo y alegre.
¿La moda para qué?
La moda puede tener tantas funciones como definiciones. Sin despreciar el resto de aspectos, a mí lo que más me interesa es su evolución formal a lo largo del tiempo, cómo se desarrollan y proyectan las ideas en las formas, el diálogo entre diseñadores, influencias, épocas… Desde luego desde un punto de vista más historiográfico que, pongamos por caso, económico o sociológico. En los últimos años la moda como industria y sus tentáculos, que es la publicidad, ha crecido de un modo exponencial y ya ocupa un lugar preeminente dentro del showbusiness. Ha fagocitado el Arte (imitando sus estrategias creativas y apropiándose de su prestigio), pero también ha impuesto su modus operandi en ese mercado. Hoy es difícil encontrar un ámbito en el que la moda no esté presente (Lipovetsky habla de «la estetización del mundo» como síntoma). Sólo por ser la segunda industria más contaminante del planeta, la moda es importante.
Y qué decir de la moda española, nuestra gran industria de la moda, número uno en el mundo en cuanto a trabajo, creación, innovación… Además, sin olvidar que España ha tenido verdaderos momentos de gloria…
En efecto, actualmente la industria de la moda en España concentra a varios de los mayores fabricantes de ropa del mundo: Zara, Mango y Desigual. Uno de ellos, Zara, es artífice de varias innovaciones que recorren toda la cadena de la moda y permitió que la gente pudiera vestir de diseño a un precio asequible. Recuerdo que a finales de los ochenta y principios de los noventa copiaban a Prada y Armani, al menos para hombre así lo recuerda –apunta Martín–, con lo que uno podía vestir de diseño por poco. Ese modelo tiene cosas buenas y malas; de hecho, podemos considerar que el gran éxito de Zara va a ser también su condena: su innovación en la distribución y su capacidad para crear un ritmo febril de novedades se ha demostrado insostenible para el planeta. Por otro lado, estas grandes empresas son una parte fundamental de la economía en España. Su facturación es descomunal con un peso considerable en el PIB, por no hablar de los puestos de trabajo que generan. Pero que el país sea una superpotencia en el textil no ha tenido reflejo en su creatividad. España no genera ideas. Estas grandes empresas deberían favorecer mediante el patrocinio un ambiente del que pudieran surgir nombres e ideas en cuanto a la creación. Todo creador necesita una industria detrás; pero las grandes marcas no parecen dispuestas a arriesgar. Un ejemplo de la falta de implicación de las empresas es que este verano el Museo del Traje ha tenido una de sus secciones cerradas porque no tiene la climatización adecuada (lo están arreglando), pero es una institución que debería estar regada por el dinero de las grandes empresas, las cuales deberían dotarlo de unas instalaciones espectaculares y patrocinar exposiciones que marcaran la temporada. Lo mismo pienso en cuanto a preservar los archivos de los diseñadores, las becas de estudios, etcétera.
Recordemos que la moda española tuvo su propia cooperativa de alta costura fundada en 1940 y logró exportar su arte al mundo con colaboraciones en París, etcétera, y eso no lo sabe casi nadie.
Toda la burguesía de la posguerra alimentó una industria de alta costura local que alcanzó un gran nivel. El mismo Cunningham se refiere a ello en sus memorias: los compradores internacionales recalaban en España porque era barata y la confección estaba bien hecha; señala en especial a Pertegaz. Hay pequeñas iniciativas para recuperar a uno u otro diseñador, pero se echan de menos algunas cosas. Sorprende que no exista un museo dedicado a Rabanne. Al pobre lo jubilaron porque en 2001 dijo que había tenido una revelación y que la Estación Mir iba a caer sobre París, cosa que, por supuesto, no ocurrió, pero que avergonzó a sus «amos». Si uno consulta bibliografía sobre Historia de la moda, muchos nombres ya no se tienen en cuenta o han sido olvidados, pero Rabanne permanece, y no por ser un excéntrico, sino porque hizo algo diferente y relevante ligado al momento creativo de su época, tenía una visión más allá de la confección; su obra puede interpretarse bajo muchos puntos de vista. Pero no tiene museo, cuando hoy en día las exposiciones más visitadas son las de los diseñadores de moda. Por no decir que tampoco tiene una biografía crítica… Sólo hay que ver lo bien que ha funcionado el Museo Balenciaga en Guetaria. Y bueno, no hablemos de los años ochenta, una época en las que se hicieron cosas relevantes en Barcelona y Madrid, y que ahora parece que no haya existido. Es imposible encontrar una visión de conjunto de ese último gran momento de la moda en España. Los montajes que hacía el Equipo Buque, la publicidad, los catálogos, los vídeos de los desfiles, la manera de proceder de los diseñadores, sus influencias, qué les permitió ascender y cómo les afectaron las sucesivas crisis… Ahí hay varios libros.
En realidad, vuestra labor es importante porque están recuperando esos grandes momentos de la alta costura y de la moda en general, sus creadores, una forma de volver a hacernos soñar ahora que parece que nos saturan entre tanta mediocridad (llámalo blogueras e influencers) que opinan de todo sin conocer la mayoría (no quiero generalizar) el origen y evolución social e histórico de nuestra moda.
Hay una cosa que para mí es importante: hoy en día se considera que «todo» está en internet, y es una impresión falsa; todo está en los libros, y lo que permanece es el papel. Y es en los libros donde se puede encontrar un relato veraz y contrastado, aparte de una interpretación de conjunto, sobre los diferentes aspectos de la moda.
Y en otro sentido, la industria de la moda se nutre de muchos elementos. Consideramos que el relatarla alimenta su imaginario, pero para que sea fructífero debe ser un relato crítico; las marcas ya se dedican a crear su propio imaginario interesado (lo que me parece bien), pero luego eso debe ser contrastado y contestado.
Los títulos y los personajes escogidos en su editorial no dejan indiferente a nadie. Son biografías y crónicas despiadadas y sin tapujos como la de Cunningham, el cronista del New York Times al que la revista The New Yorker describió sus columnas como «una crónica exuberante, a veces bochornosa, vista en retrospectiva, de la manera en que nos vestíamos».
Aunque Cunningham era un tipo adorable, no por ello dejaba de ser muy crítico con la industria de la moda y, en especial, con las editoras de las revistas, a las que consideraba sobreactuadas.
En general, todos nuestros autores –los vivos– han sido vetados por las casas de moda sobre las que han escrito. Eso es un buen síntoma.
Recuperando lo que les comentaba antes de nuestra tendencia a olvidar nuestro pasado. La misma Dana Thomas, autora de Dioses y reyes, señalaba que hoy «todo es aburrido y previsible». Aunque tampoco había perdido la esperanza: «Confío en que, en algún momento, nos sea devuelta la creatividad. Necesitamos que la moda vuelva a ser fabulosa». ¿Qué opinan?
La industria quiere correr tan pocos riesgos para seguir creciendo que ha desterrado la creatividad; eso, además, abarata la producción. Las casas de moda ya son tan gigantes que funcionan solas. Dana cree que el sector sólo se salvará mediante la producción sostenible, una vuelta a la creatividad y la artesanía y al consumo de ropa responsable.
Es necesario (por salud mental, a veces, por salirnos de este ambiente tosco que respiramos a diario) recuperar y revisar el nombre de telas y usos olvidados: otomán, lamé, shantung, crêpe de chine, moaré, gorgorán… y el glamour de algunos personajes del pasado: Nureyev, Talitha Getty, los Rothschild, Diana Vreeland…
Esos tejidos que nombras recuerdan que el mundo no se hizo ayer ni la gente vestía de sport; hay una variedad increíble de tejidos, en algunos casos muy opulentos, altamente evocadores y que han desaparecido de la producción. La jet set es una gran generadora de historias y en muchos casos, además, patrocinaron grandes eventos artísticos.
Por cierto, me ha llegado que el próximo título estará dedicado a la editora jefe de Vogue, Diana Vreeland, otro personaje fundamental para entender la moda.
Lo interesante de la Vreeland es que es una mujer, como ella dice de sí misma, eduardiana, puesto que se crió en esa época, pero que es capaz de dar un enorme salto mental y ser la editora más influyente de los años sesenta, cuando estaba en Vogue. Su mayor baza era la personalidad: expansiva e intensa, vivía para disfrutar cada momento. En sus memorias se deja ver clasista y machista, aunque es muy liberal y no tiene barreras para nada. Lo importante, creo, es saber que una persona como ella tenía las riendas de algo tan influyente como la revista de moda más importante del momento.
Además, estas memorias las publicamos después de las de Cunningham para que sea más fácil ver el contraste entre ambas personalidades.
Asimismo, son las de Superflua lecturas muy cercanas, muy asequibles y, si te gusta la moda y te gusta leer, puedas evadirte del mundo a través de este otro mundo a la vez que adquieres cultura y revisas conocimientos.
Es la tradición anglosajona del ensayo periodístico: reportajes de fondo, bien documentados, rigurosos, pero con un punto de vista narrativo. Dana Thomas tiene un innegable don para contar historias, y Chandler Burr desarrolla su libro con una estructura casi novelesca de historias cruzadas (hay que notar que ambos son estadounidenses y ambos han escrito para el «rey» del ensayo periodístico, The New Yorker).
Ustedes tienen su sede en Barcelona. En Barcelona hay un estilo de vestir muy definido y diferente al de Madrid, por ejemplo. Y hay que recordar que la Gauche Divine fue un movimiento de intelectuales y artistas durante los años sesenta y comienzos de los setenta que abarcaba literatura, cine, etcétera… no podemos olvidar esa foto de Gabriel García Márquez con Cien años de soledad por sombrero. Y la moda de la mano de Teresa Gimpera como musa. Se echan de menos esos momentos de creación rompedora. Así como los años ochenta y noventa en Madrid…
La Gauche Divine fue un fenómeno aislado de la burguesía barcelonesa que no ha tenido continuidad porque socialmente España cambió por completo. En los últimos años del franquismo un grupo de hijos de la burguesía catalana tuvo la oportunidad –y la aprovechó– de viajar y empaparse de la primera línea de la cultura europea de entonces; tuvieron el buen tino de importar lo que vieron: en arquitectura, edición, moda, fotografía… Podrían haber dedicado el dinero y la energía en otra cosa, pero se divirtieron trabajando y han dejado un gran legado. Yo soy un absoluto admirador de la obra de muchos de ellos, pero en especial de los escritores.
La cuestión es que una vez se restaura la democracia se acaba el aislamiento de España y hay una mayor permeabilidad a la cultura extranjera. Los miembros de lo que se da en llamar Gauche Divine fueron unos pioneros, pero existieron porque se dieron esas condiciones en concreto. Los años ochenta y noventa fueron décadas con mucha energía, con mucho optimismo, había muchas cosas por hacer; parece que ahora esa energía ya no está o ha sido absorbida por la tecnología. En mi opinión el nivel no es tan alto como el que había entonces, pero se siguen haciendo cosas interesantes aunque quizás son más minoritarias.
Y es bueno dar a conocer al público que leer moda es entender también el entorno, «con un libro de solamente 300 páginas, me he acercado más a la cultura francesa que leyendo decenas de novelas», les he leído…
Es algo que suele suceder en el ensayo. Por los temas y cómo estos se desarrollan, estamos muy cerca de la disciplina de la historia cultural, lo que ocurre es que al tratar de moda no se le da tanta importancia. Cualquiera de nuestros libros establece conexiones e interpreta el entorno cultural en el que se inserta el tema. La biografía de Saint Laurent no sólo habla de historia de la moda, de la estrategia de construir un mito, trata también de los pieds-noirs, la sociedad cultural que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial, el Pop, el Mayo del 68, la llegada de los socialistas (Mitterrand) al poder, la cultura financiera de los 90… No es sólo cotilleo de altura.
Por lo tanto, la moda es una fuente de conocimiento. No se puede entender nuestra cultura sin el estudio de la moda española.
Sí, la moda puede ser tomada como síntoma y es una parte más que explica un todo. Aunque yo no soy muy partidario de las compartimentaciones nacionales sobre este tema. Sí hay una tradición literaria francesa o inglesa, y son bien distintas; pero no creo que en moda pueda considerarse así; en todo caso hay algunas particularidades españolas, pero en todo Occidente (como mínimo) la moda es francesa.
Han comentado que quieren ampliar la mirada, «la moda es cultura y no sólo Instagram o revistas de tendencias». Desarrollen esto.
Vivimos en un mundo ensimismado. Para las nuevas generaciones el pasado no existe. Las revistas de moda están muy bien y cumplen una función, pero es una función interesada. Son necesarias visiones de conjunto que expliquen lo que ha sucedido o sucede en esta industria. Esto ocurre con cualquier sector, la moda no puede quedar aparte.
Se presentan como una editorial de libros en castellano, centrada en lo que llaman «narrativas» sobre moda. «Decimos ‘narrativas’ porque es un concepto amplio, ya que englobamos muchos tipos de narraciones”. Expliquen esto.
Tomamos el término «narrativa» al modo anglosajón, que es más amplio que el español, que sólo se refiere a la ficción. «Narrativa» como forma de contar una historia. Uno de los mejores libros de historia de la moda lo firma Didier Grumbach y se titula Histoires de la mode. Pues a eso nos referimos, a las diferentes historias, narraciones, que dan cuenta de un fenómeno. Y como no nos ceñimos al ensayo periodístico, sino también a las memorias, buscábamos un término que pudiera englobarlo todo.
La presentación y el diseño, muy importante para una editorial también. ¿Trabajan ustedes cada libro, además de texto y autor, diseñan la imagen de marca manteniendo una línea estética para que la gente les identifique como marca con el diseño de portadas, web, etc?
Sí, creo que lo hemos logrado con los pocos títulos que llevamos publicados. Nuestra intención es que haya pocos elementos en la portada y se dirijan directamente al espectador sin mucha confusión. Pocos colores, normalmente planos, una ilustración, un marco de color y el fondo blanco… Esa es nuestra imagen.
Los libros de Superflua se convierten en fuentes de contenido para la redacción de artículos del sector, ¿se plantean seguir dirigiéndose a un lector dentro del circuito periodístico más familiarizado con él o sus intenciones son de ampliar este público?
Si bien es cierto que los periodistas de moda son los que, por motivos obvios, pueden estar más interesados en nuestros libros, nuestra voluntad desde un principio es llegar a cuantos más lectores sea posible. Tratamos temas o personajes conocidos, famosos incluso, de un modo muy ameno; el libro sobre Galliano y McQueen se lee como una novela y tiene la ventaja de diseccionar un pasado muy reciente, algo con lo que el lector puede a empatizar fácilmente. Y no tenemos una voluntad elitista, así que pienso que podemos llegar a más público.
Es una editorial Superflua muy joven pero con muchas ganas, ¿cuáles son sus grandes expectativas y, a la vez, temores?
Las expectativas son asentarnos en el mercado como la editorial de referencia en nuestro campo y ampliar el número de lectores a una capa no especializada, simplemente gente a la que le gusten las buenas historias. Y claro, también queremos alimentar el imaginario de la moda en España, tener nuestro lugar en una industria tan grande e interesante.
El temor siempre es que el trabajo no sirva para nada, que no se vendan los libros y haya que cerrar.
La gente no sabe ni se imagina lo que cuesta crear un libro… Una de las premisas para editar es la de asumir el riesgo, ser valiente, como les decía. Editar es un mundo de incertidumbres, nunca se sabe qué libro alcanzará el éxito que uno desea…
Toda empresa tiene su incertidumbre, ¿no? Nosotros asumimos nuestra parte; más que valientes, somos inconscientes. Los gustos del mercado, o del lector, son inescrutables, en efecto.
Existen vías diversas de edición. Parece que se está abusando también del tema del crowdfunding que es una tabla de salvación para muchos proyectos editoriales, pero que no termina por encajar al final… Me comentaba también que esperaban que el Gobierno (cuando se forme) lleve a cabo la ley…
El crowdfunding sirve para proyectos muy concretos y para recaudar dinero entre la familia y los amigos, poco más. No es algo que sea muy útil para una editorial, que es un proyecto a más largo plazo.
Con los niveles de lectura y el tamaño de la industria editorial (un 33 % menor después la crisis), creo que urge un plan nacional de lectura como una catedral. El libro no sólo no puede competir contra el audiovisual, sino que para las nuevas generaciones ha perdido el prestigio que antes poseía.
Los datos dicen que en España se lee muy poco y que todas las editoriales terminan redundando en el mismo tema. Precisamente, ustedes innovan en una temática sin competencia, ¿les interesa ampliar más o les basta con abastecer a quienes ya tienen como lectores y al sector que se dirigen?
Actualmente los libros que publicamos forman parte de la colección Moda y memoria, pero a medio plazo queremos ampliar, con otra colección, la temática y género de los libros, aunque igualmente girarán en torno al mundo creativo.
Sin duda es importante construir un nicho sólido de seguidores. Y muchos opinan que ayudados con el tema de las redes sociales también. Existe, incluso, precedente con algunas editoriales que crearon una masa importante de lectores antes de empezar a publicar, ¿cuál es vuestra experiencia con las redes? ¿las consideran importantes?
No somos grandes entusiastas de las redes, especialmente de Twitter, que nos parece que saca lo peor de la gente. Instagram es más amable, aunque como decía Adam Curtis, «es el realismo socialista de nuestro tiempo»; nuestra presencia es discreta. Además de «para exhibirse», Instagram puede servir como escaparate o medio de comunicación, y si bien es cierto que la gente se agrupa por afinidades, tampoco significa nada comercialmente. Pero ocurre algo –a mi parecer monstruoso–, y es que un porcentaje muy significativo de usuarios accede a las noticias de los medios tradicionales a través de las redes sociales, así que guste o no, hay que estar en ellas.
Para terminar díganme sus escritores más elegantes de la historia.
En el mundo real, Margarita Rivière. En la esfera mito, Anne-Marie Schwarzenbach y Bruce Chatwin, ¿acaso los viajeros no resultan siempre elegantes?
Sus diseñadores favoritos (de todas las épocas) y por qué…
Me quedaré con dos diseñadores de mi época. Cuando era joven me gustaba mucho Claude Montana, pienso que es el mejor discípulo de Balenciaga sin necesitar citarlo nunca literalmente. Trabajaba las formas más que los temas. De ahora me gusta Jonathan W. Anderson por su idea de comisariado, de considerar Loewe como una marca cultural. Pienso que es muy inteligente y su apuesta por la artesanía, un acierto.
¿Qué es un hombre elegante? ¿Y una mujer elegante?
Para mí la elegancia no depende del género. Elegante es una persona educada.