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Mientras tantoDéjala que caiga

Déjala que caiga


 

Nada más terminar el sorteo de los octavos el Real Madrid anuncia en tuiter el resultado con una foto de Ramos sonriendo y con los brazos abiertos, y con el escudo del Schalke por debajo de su cintura. Cualquiera diría que hay que controlar la euforia y, sobre todo, la imagen; pero el madridismo ha de celebrar los vientos favorables (el madridismo son Leo y Kate en la proa del Titanic), entre otras cosas para alejar a los enemigos al acecho y a resguardo de la tormenta que no cesa, esa Tramontana pavorosa del cuento de García Márquez que provocaba suicidios.

 

Infantino, el Secretario General de la UEFA, aparece ahí (hoy como el calvo de la Lotería), siempre acompañado de un exfutbolista que se muestra más en forma que en sus años de jugador. Un exfutbolista florero (la antítesis de Platini, que cada vez recuerda más al Pignon de ‘La cena de los idiotas’) invitado al evento casi como las bellezas con las que se presentaban el viejo Tony Curtis y sus pelucas.

 

De Riedle se acuerda uno porque era una estrella de Alemania, uno de esos jugadores alemanes que sólo eran estrellas si acaso en su selección, y en sus equipos dejaban pasar el tiempo melancólicos por un campeonato mundial, como Jane Eyre mirando a través de las ventanas de Thornfield esperando al señor Rochester.

 

El sorteo de la primera eliminatoria ya es como una tradición navideña con esas copas rellenas de pelotitas con sorpresa, como kinders (por las que al principio uno pensaba que se iban a poner a jugar a lo de cogerlas y pasárselas sujetas entre la barbilla y el pecho), mientras en la platea los representantes de los equipos luchan por poner la mejor cara de póquer al conocer sus emparejamientos. Platini no, pues ya se sabe que no ha ido a representar ni a jugar sino a mostrar sus maquetas hechas con palillos, la última una figura de Neuer tan curiosa como frágil.

 

Butragueño serviría como el Matt Damon de ‘Rounders’, ya habiendo descubierto hace años el gesto con las Oreo de Teddy KGB, cuyo local clandestino se parece en la iluminación y el atrezo a la sala de Nyon. Nada se hubiera visto diferente en su rictus de haber tocado el City o el PSG pues esa corbata suya se habría llevado todas las miradas de farol.

 

Uno, en beneficio del espectáculo, hubiera puesto a Nedved en el escenario en vez de a Riedle, aunque hubiese sido otro concepto, como anunciar champú de camomila en lugar de Just for men. Pavel, balón de oro en dos mil tres (un premio, no igual que el de Owen, aunque si un poco como el Óscar a Marisa Tomei), andaba por allí en la penumbra, pero en realidad, que no traten de engañar a nadie, era Bodhi reconvertido en directivo bianconero después de haber salido con vida de la ola de Bells Beach.

 

El mismo día que cumplía años Keylor, al Madrid le caían en suerte, otra vez, los mineros del Ruhr, que no están (ni son) como para cubrirle nada a Ramos, ni mucho menos, aunque sea por casualidad y con toda inocencia, sino para ir avistando icebergs, pasando por un Mundialito virgen en Marruecos (tan caótico en el recibimiento como el Tánger de Paul Bowles), de camino a la undécima.

 

Publicado en ‘El Minuto 7’.

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