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Mientras tantoDejemos hablar a los parques

Dejemos hablar a los parques


«Granadas», de Pedro González.

 

El jardín cerámico

La cerámica es hija del fuego y la tierra –como los volcanes- por eso sus obras son como rocas, imperecederas al paso del tiempo. Fue la primera de las artesanías, que sirvió a los humanos primitivos para fabricar utensilios de la vida cotidiana, que ayudaron a su supervivencia y progreso. Y no fue sólo cuestión de recipientes y vajillas, sino también de entretenimiento y fabulación. Los primeros muñecos articulados fueron de barro cocido y cordel.

Los rosales no se reproducen por semillas sino por esquejes, que se clavan en tierra húmeda, para que produzcan sus propias raíces, y se clone y crezca la planta madre, avivada por el calor ígneo del sol. Sus flores son ricas en forma, color y aroma, aunque perecederas como cualquier ser vivo orgánico. No obstante, las rosas se convirtieron en los ejemplares más preciados de cualquier jardín, hasta llegar a ser consideradas como las reinas de las flores. Las rosaledas se pusieron de moda a comienzos del S. XX, gracias al éxito y prestigio que había logrado la Rosaleda de Bagatelle, creada y construida en 1905 por el arquitecto paisajista francés J. C. Nicolas Forestier en el Bois de Boulogne de París. Diez años más tarde, en 1915, el Jardinero Mayor de la Villa de Madrid, Cecilio Rodríguez, inspirándose en la francesa “roseraie” de Forestier, diseñó la –inicialmente- llamada Rosería del Retiro, sobre el terreno de un antiguo estanque, que se convertía en pista de hielo en invierno. La Rosaleda del parque del Oeste no vendría a nacer hasta 1955, diseñada por Ramón Ortiz, también Jardinero Mayor del Ayuntamiento de Madrid, “sobre una superficie de 32000 m2, en el que crecen anualmente unos 20 000 ejemplares de unas 600 variedades diferentes de rosales modernos (400 de porte bajo y el resto de trepadores, llorones y pie alto.).”

La Escuela de Cerámica de la Moncloa (ubicada en pleno Parque del Oeste, a escasos metros de la Rosaleda) fue fundada en 1911 por el crítico de arte Francisco Alcántara, al calor de los principios de la Institución Libre de Enseñanza, alentada por Francisco Giner de los Ríos: renovación pedagógica, trabajo de laboratorios, viajes didácticos de profesores y alumnos, y métodos activos experimentales. El perfil de colmena -o sombrero de duende- del horno monumental de ladrillo de la Escuela de Cerámica, constituye uno de los iconos arquitectónicos más pintorescos del gran parque de poniente de la villa madrileña.

«Fondo marino», de Paloma García Cabanes

La rosaleda del Oeste suele organizar todos los años, a mediados de mayo, un “Concurso de rosas nuevas”, que se convierte en una de las citas más apetecibles de la primavera madrileña. Este año de 2022 en el que han vuelto a celebrarse las fiestas y las ferias (tras la etapa crítica de la pandemia) la Rosaleda y la Escuela de Cerámica de la Moncloa han celebrado sus “esponsales” primaverales, no sólo con su tradicional un concurso de rosas, sino organizando una exposición al aire libre -“El jardín cerámico”- de piezas creadas por las alumnas y alumnos de la vecina Escuela. La combinación resulta todo un acierto. Nunca la vecindad propició relaciones tan fecundas entre el arte del barro vidriado y las rosas naturales. Que los nuevos ceramistas gocen de una sala de exposiciones tan privilegiada, ayuda a que “intervengan activamente en el mundo de la creación artística actual”, como reclama la página web de su escuela.

Las piezas expuestas, diseminadas por todo el recinto, no compiten con las rosas, sino que las realzan. Este contraste de materiales efímeros (las flores) e imperecederos (las cerámicas) se estimulan entre ambas. El paseo se torna gozoso -y hasta filosófico- para cualquier visitante de la Rosaleda que se adentre por sus senderos y pérgolas floridas, buscando esas piezas o presencias inusuales, que pueden aparecer en cualquier rincón de este jardín de los prodigios (casi como el mágico jardín de Klingsor, en Parsifal, de Wagner).

Vista general del estanque de la Rosaleda, donde se instalan las principales piezas de la exposición cerámica.

Tal vez la relación de escala entre las cerámicas “de salón”, y este gran jardín con planta de anfiteatro, deje a las cerámicas en cierta desigualdad de condiciones en su contienda por alcanzar la belleza y la armonía entre Arte y Naturaleza. Sin embargo, tras las pequeñas cerámicas siempre se esconde una idea brillante, que fue la chispa que desencadenó su creación. La temática de esta exposición colectiva de jóvenes ceramistas es variada, aunque abunden las tentaciones por las formas abstractas o espirituales, cuando más locuaces se vuelven estas obras, es cuando tienen referencias figurativas o conceptuales.

Para este paseante (que encontró esta exposición por puro azar), la pieza que más llamó su atención fue una recreación del fondo marino, por su originalidad y riqueza cromática, expuesta en el bordillo del estanque de los nenúfares, justo en el centro del jardín, frente a la entrada principal. Los dragones y monstruos flotantes («Tortuga» y «Camaleón» de manuela Barrero), con los que comparte estuario, también poseen ese don de hacernos sonreír y lucubrar, porque representan en su estatismo la pulsión de la vida. Los tres caracoles cornudos que transitan por el borde del estanque, son como coches de choque guiados por extraterrestres, que nos recuerdan que “Piano, piano…” (“s’arriva lontano”), de Amelia Vidal.

«Piano, piano» de Amelia Vidal.

También puede contemplarse un inquietante bodegón de granadas cenicientas rajadas -de Pedro González- a escala de balón de baloncesto, que dejan ver sus pepitas internas. Más que inspirarse en la tradicional tesitura colorista del rubí para evocar sus brillantes granos, el ceramista se vale de una textura y un cromatismo más próximo al calamar cefalópodo, para evocar una de las frutas mas simbólicas e icónicas de toda la Historia del arte.

Lo cierto es que esta exposición efímera (concluye el próximo 8 de junio) viene a recordarnos lo bien que casan los grandes jardines con las obras de arte. ¿Qué sería del famoso y literario Parque del Retiro, sin sus glorietas, estatuas y monumentos? Si la Naturaleza despliega su discurso en silencio, las obras de arte que allí se instalan, se convierten en sus palabras, de piedra, bronce o barro cocido, que tanto nos reconforta escuchar. Dejemos hablar a los parques.

Mientras tanto, escuchemos la voz de los ceramistas de esta insólita y necesaria exposición, que han inscrito sus sensaciones y sentimientos en tres azulejos blancos, en el pretil del estanque:

“La vida está llena de pasiones, la nuestra la cerámica”.

“El arte no es lo que ves, sino lo que haces que otros vean.”

“El arte es lo que dejas salir de tu alma”.

Sombra de «El hombre que tenía un nenúfar en el cuello», autor de esta entrada.

 

FOTOS: Juan Antonio VIZCAÍNO

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