Hay una blogger, que además es influencer, se llama Mónica de T. y también es periodista y modelo, según cuenta un artículo que tengo delante. Su página “habla de trucos de moda y belleza para estar todo el año sana, bella y con un aspecto saludable”. Practica yoga a diario, esté donde esté (porque viaja mucho), lo cual le canaliza el estrés y le recoloca el cuerpo. Practica también surf, golf desde pequeña y en verano “cualquier deporte acuático”. Caray. Una vida de lo más corriente, vamos.
Yo a lo que voy es al uso que hace quien escribe el artículo (sospecho que es de la muy prescindible revista S Moda que sale los sábados con El País) de los vocablos que pongo en cursi-va. Ya teníamos lo de coach, para el que hace poco Álex Grijelmo ofrecía una lista larguísima de términos a elegir… Seguimos erre que erre con la tablet. Mira que es fácil la traducción… pero ni modo.
A Mónica de T. le han dado el premio a la Mejor Bloguera de Moda: ¡bloguera, oiga! Esto son adaptaciones y préstamos entre idiomas y está muy bien. Pero ella no lo adopta: “Cambiar el armario de una blogger del invierno al verano es una locura”, dice (ahí le doy la razón, seas o no seas bloguera); también aconseja beber “mucho agua”.
Qué paletos somos y qué parvenus (parvenues en este caso). Pues mira, Mónica, por mucho que le eches glamour a tu vida, a mí me parece que vas mal encaminada, lo mismo que el o la periodista que te entrevista. Lo de influencer debe de ser el último grito en empleos (uno de esos empleos gaseosos) y el término habrá que ver si medra. De momento a mí me produce risa floja. Me recuerda a lo de personal shopper, que intuyo que va pasando de moda.
Lo que viene ahora es otra cosa.
Estuve en Pézenas, en el sur de Francia, un pueblo renacentista precioso, paseable, lleno de pequeñas épiceries y de artesanos. Uno de ellos, el maître artisan Serge Ivorra, dedicado a la restauración de puertas, ventanas, maderas antiguas en general, y también a la enseñanza del oficio, me pidió que le buscara la palabra española que corresponde a un cierre que ellos llaman espagnolette, y que se parece mucho a lo que llamamos aquí falleba, según mis averiguaciones. Parece que el cierre –el típico de las “contras frailunas” de tantas casas antiguas de Madrid– les llegó de España, pasando por Cremona, y el hombre tenía esa necesidad de restituir su nombre original a la espagnolette.
El amor a las palabras.