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Del country

En 20 horas para PBS, Ken Burns intenta contarnos la historia de la música country.

Mi auto avanza por la autopista 287 hacia el puente Tappan Zee. Las vigas sobre el río Hudson (¿se les puede llamar vigas si lo único que parecen sostener es la oscuridad del cielo?) están iluminadas con un color morado que me hace pensar en las máquinas matamoscas: esos aparatos que yo miraba de niño, zumbando al lado de las carnes, en el mercado de la Universidad Agraria, en Lima.

Mis hijos duermen, sentados en el asiento de atrás. Mi esposa ha cerrado los ojos. Parece reposar. En la radio del auto se escucha Born to Run de Emmylou Harris.

Días antes, en Beacon, un pueblo del valle del río Hudson, escuché otra canción similar a la de Harris. Venía desde la radio de una enorme camioneta pick up estacionada frente a un Diner. La voz era de esas que salen arañando la garganta. La acompañaba una guitarra. Yo le dije a mi esposa: That’s Marle Haggard!

Ella me miró. Me dijo estar impresionada ¿Tanto había aprendido sobre el country?

Es que yo, hasta muy poco antes, jamás hubiera podido reconocer la voz de Emmylou Harris o la de Marle Haggard. O las canciones de la familia Carter, o Hank Williams (el Shakespeare de la música country). Tampoco las de George Jones, Tammy Wynett, Jimmy Rodgers o Roy Acuff. Ni siquiera sabía que existían los nombres Wylon Jennings o Townes Van Sandt (el autor de Pancho and Lefty).

No tenía idea de la diferencia entre el sonido de Nashville (Tennessee) y el de Bakersfield (California). No sabía un pepino sobre la muerte de Patsy Cline (murió a los 30 años en un accidente de avión), ni la gran invención de un músico de Kentucky llamado Bill Monroe: el Bluegrass.

Y es que mi historia con el country apenas empezó unas semanas atrás. Un sábado por la tarde, en la biblioteca de un pueblo de los suburbios de Nueva York.

Yo había entrado a la biblioteca con la idea de sacar una buena película. Pero pasé frente al ventanal que da a una calle llamada Bedford. Y ahí, sobre un estante, vi una caja de plástico con 8 discos en DVD. Me la llevé a la casa.

Country Music es un documental de 20 horas, en ocho episodios para la televisión pública de los Estados Unidos (PBS) producidos por Ken Burns. Burns ha intentado contarnos la historia de un género que yo relacionaba, en mi profunda ignorancia, sólo con la vida de los campesinos blancos poco educados de las montañas del sur: los hillbillies, los rednecks.

En las siguientes semanas, por fragmentos, a oscuras, tumbado sobre el sofá de la sala, a muy altas horas de la noche –cuando solo hay silencio en este pueblo y mi hijos por fin se han dormido– terminé de verlo. Y algo aprendí.

En la historia del country la música se entremezcla con la narrativa de la esclavitud y con la dinámica del capitalismo. Por ejemplo: el banjo tiene sus orígenes en la música de los esclavos. Bien mirado, el instrumento es un tambor con cuerdas.

En el sur del país, donde blancos y negros convivían a fines del siglo XIX sin mayores recursos, las canciones montañeras eran historias de la vida agrícola. Hablaban de sus precariedades, de su relación con Dios y de la vida en familia.

La dinámica del capitalismo: la primera gran radio de la música country la fundó un muchacho de Nashville para promover la compañía de seguros de su padre. Las siglas de la emisora eran WSM: We Shield Millions. Esa radio transmitía, los sábados por la noche, un show con bandas de música montañera que se juntaban en un auditorio: el Grand Ole Opry.

Los agentes de seguro se paseaban por las calles de las ciudades sureñas la noche del sábado, anotando las direcciones donde se escuchaba la radio WSM. Al día siguiente, los agentes tocaban la puerta de esas casas y ofrecían regalos: memorabilia del Grand Ole Opry. Pedían permiso para entrar a la sala y ofrecer sus pólizas.

Los periódicos de Nueva York bautizaron al sonido de Tennessee como Hillbilly Music. Era un nombre que aludía a la vida de montaña. Conforme creció su popularidad se acuñó el término Country & Western Music. Décadas después, el marketing decidió que Country era un nombre que abarcaba mucho mejor a un género constituido por muchos sonidos diferentes.

En la historia de la música country hay muchas tragedias. Una de las más conocidas es la de Hank Williams, que escribía inspirado por Dios. Williams murió a los 29 años, destruido por el alcohol y las drogas. Iba doblado de dolor sobre el asiento trasero de un automóvil, en una ruta nevada, el primer día del año nuevo, camino a un concierto entre las montañas.

La historia más famosa tal vez sea la de un músico que abría sus conciertos diciendo que su nombre era Johnny Cash. The Man in Black siempre estaba de gira, lejos de su familia. Se dedicó al alcohol y las drogas. Casi muere. Nadie lo quería contratar.  Pero Cash se rehabilitó, se casó con June Carter (de la Carter Family) y se hizo leyenda.

A Cash le gustaba dar conciertos en las cárceles. En uno de ellos, mucho antes de que dirigiera su propio show desde el Ryman Auditorium en Nashville (donde hizo un dúo con Bob Dylan), un prisionero de San Quentin, Marle Haggard, lo vio cantar y quiso ser como él.

En 2017, la revista Rolling Stone publicó una lista con los 100 cantantes más importantes del country.  Haggard ocupaba el primer lugar.

En esas 20 horas del documental de Burns, también aprendí que en algún momento, a mediados del siglo XX, el country parecía morirse. Que gente como Emmylou Harris y la Nitty Gritty Dirt Band lo salvaron. Ellos le dieron respiración artificial desde géneros como el rock, el pop y la música folk. Entonces aparecieron músicos extraordinarios como Marty Stuart, Dwight Yoakam, Loretta Lynn, Vince Gill y Garth Brooks.

Y en esa parte de la historia también se hicieron famosos tres nombres que sobrepasaron al género country. Tres que siguen vivos y produciendo: Willie Nelson, Kris Kristofferson y, sobre todo, la diosa de las montañas de Tennessee: Dolly Parton.

Dice una leyenda que cuando los carceleros de Sudáfrica decidieron terminar con el confinamiento brutal en el que tenían por 27 años a Nelson Mandela, éste se hizo cargo de la radio de la prisión. Mandela habría estado maquinando durante meses cuál sería la primera canción que escogería para decirle a los sudafricanos que seguía vivo. Y una tarde, desde los parlantes de la cárcel, él hizo que sonara Jolene. Mandela lo explicó alguna vez: «Es que Dolly Parton canta desde el corazón».

Las mejores canciones del country, he aprendido, salen de ahí.

 

 

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