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¿Del juancarlismo al felipismo?

 

En 1975, cuando Juan Carlos I asumió la jefatura del Estado a la muerte del general Franco, pocos españoles hubieran apoyado la reinstauración de la monarquía. Luego, a lo largo del tiempo la ciudadanía fue simpatizando con su persona por su identificación con la democracia y su contribución a la modernización del país. Gran parte de la población apoyó el juancarlismo. Hoy en día, la historia es por desgracia muy distinta. La figura del monarca y la Corona están muy deterioradas por múltiples razones, entre ellas los escándalos de corrupción que han salpicado también a los Borbones.


Siempre pensé, bastante antes de que comenzara el desprestigio monárquico y de que Juan Carlos anunciara su decisión de abdicar, que su hijo, el príncipe Felipe, tendría muy duro, tal vez más que lo tuvo el padre, consolidarse en el trono. Y todo ello a pesar de su indiscutible buena preparación intelectual, infinitamente superior a la del padre,  así como el rodaje y experiencia que en los últimos años ha tenido. Se lo tendría que ganar el futuro Felipe VI, pensaba yo; y al igual que yo muchos como yo.

 

Estimaba que tendrían que cambiar de arriba abajo las cosas. No sólo dependía de él mismo la capacidad para convertirse en un buen jefe de Estado. Así lo observé cuando hace diez años contrajo matrimonio con una mujer no ligada a la realeza, una joven periodista de clase media y divorciada. Esa decisión la consideré un punto a su favor, porque a mi juicio le hacía ser una persona como los demás, más cordial, menos distante, más próxima y solidaria con los problemas de la calle. Sin embargo, no se lo pusieron fácil cuando por fas o por nefas comenzaron a trascender episodios polémicos de su esposa y futura reina y ésta a su vez no contribuía demasiado a caer simpática a la gente, que comenzó a criticar su altivez. Debía, y debe de ser, una tortura ser objeto del juicio permanente ciudadano de cualquiera de sus actos.

 

La realidad se le fue complicando al príncipe hasta extremos que jamás él mismo hubiese imaginado. Los escándalos del cuñado y del propio padre, al igual que las dificultades matrimoniales eran en sí un gran lastre. Pero más aún lo fueron  la gravísima crisis económica y social que vivía España y la desconexión con las nuevas generaciones. Lo que era navegar en aguas procelosas se convertía en tener que salvar el barco en una tempestad con un oleaje cada vez más feroz.

 

Los españoles nunca fuimos monárquicos. Tampoco creo que lo seamos en estos momentos. En 1931 expulsamos a Alfonso XIII y nada ni nadie puede asegurar que la ciudadanía no haga lo mismo a corto o medio plazo con el futuro rey. Las circunstancias actuales convierten en casi titánica la tarea de Felipe VI. Personalmente me resulta harto difícil considerar posible que surja de la noche a la mañana una corriente de simpatía a favor del felipismo.

 

Sólo, pienso yo, la posibilitaría si el nuevo monarca se convirtiera en el gran motor de la regeneración moral que España viene necesitando urgentemente desde finales del pasado siglo. ¿Motor de cambio? ¿Será capaz de inyectar una imagen de limpieza, de transparencia y en definitiva de honradez a la población en general y sobre todo a su generación y las siguientes? Quizá tenga la intención y la inteligencia, ¿pero tiene los recursos y sobre todo la credibilidad suficientes?

 

Ojalá me equivoque, pero yo tengo muchas dudas al respecto. Para empezar, una buena parte de la sociedad cuestiona con razón la utilidad y conveniencia de la monarquía en la sociedad actual. No nos engañemos. La monarquía es un modelo de Estado anacrónico. Se acepta sólo cuando no reporta problemas. Pero cuando es parte del problema (la falta de ética), la población se rebela contra ella y la mete en el mismo saco que la clase política y financiera: ladrones, caraduras, vagos, etcétera, etcétera, etcétera.

 

Si en España se salvó en los 39 años del reinado juancarlista fue por algunas indudables actuaciones positivas del monarca, sobre todo en la primera mitad de su mandato Sin embargo, a lo largo del tiempo fueron trascendiendo ambiguas posturas suyas incluso durante la intentona golpista, negocios poco claros, flirteos con turbias princesas y su comportamiento bastante hipócrita con su yerno de infeliz nombre. Sin duda, este individuo pasara a los libros de historia como uno de los grandes artífices de la descomposición de la familia borbónica. Quién se lo iba a decir cuando se dedicaba a ganar títulos y más títulos jugando al balonmano.

 

Pero ahora el borrado de la enorme mancha que ese bribonzuelo ha dejado en la familia real no basta para que los Borbones puedan seguir reinando en España. A lo mejor hoy resulta impensable, pero tarde o temprano será muy necesario someter a la opinión ciudadana la legitimidad de la monarquía. Sólo entonces Felipe VI podrá sentirse respaldado por la mayoría de los españoles como en su momento se sintió su padre a pesar de que éste llegó al poder no por el refrendo del pueblo sino por decisión del dictador.

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