Para un fanático del fútbol europeo, el fin de semana pasado fue, posiblemente, lo más cercano que se puede llegar al paraíso terrenal: la final de la Copa de Alemania; el desenlace de una de las mejores temporadas de la Premier en la historia; la despedida de Del Piero, un héroe monumental, de las filas de la Juve; de hecho; el descenso en ultimo minuto del Villarreal. En fin, un sin fin de historias para alimentar la mente, la memoria, pero sobre todo la emoción, que es de lo que vive el fútbol.
El Manchester City se llevó los titulares, y su primera liga en 44 años nos proporciona la excusa perfecta para mirar atrás a aquel equipo de los celestes que hacia finales de los años 60 marcó el período más exitoso en la historia del club, ganando la liga en 1968, la Copa en 1969 y consiguiendo el doblete de Copa de la Liga y Recopa de Europa en 1970, siempre bajo las riendas del legendario Joe Mercer.
Pero para unos enamorados de la nostalgia como nosotros el éxito no se puede medir solamente en medallas, y la partida de Del Piero de la vecchia signora coincide con el retiro de un buen número de compañeros de una selección que prometió y prometió durante una década, hasta que finalmente, en el 2006, con la ayuda de uno que otro muchacho y el empuje emocional de arrebatarle a domicilio la gloria a su eterno rival, Alemania, logró proclamarse campeona del mundo. En definitiva, que nuestro encomio de hoy va dirigido a Italia.
Porque si Alessandro Del Piero ha estado en todas las jugarretas que el destino le ha tendido a la Juve en los últimos 20 años (y el destino no ha sido indiferente con los equipos italianos en este lapso), pues también lo ha estado el Pippo Inzaghi en las del Milán en los últimos diez. Y son precisamente los rossoneri los que con esta campaña se han propuesto cerrar un ciclo que hace tiempo se estancó en el pasado. Ahora que Berlusconi se ha visto libre de tareas y conflictos políticos, el Milán ha iniciado un proceso de renovación que pasa por la salida de una serie de jugadores, míticos, eso sí, que desde hace tiempo dejaron atrás sus mejores años. Entre ellos cuenta el propio Inzaghi (38), como no, pero también Gianluca Zambrotta (35), Alessandro Nesta (36) y Genaro Gattuso (34).
El sello de lujo de esta generación, sin embargo, habría de llegar con la selección – una Italia cuya moral se había visto destruida tras la derrota en casa ante Argentina en 1990 y unos penaltis inolvidables en la final de Los Angeles en 1994. Otros penaltis mostrarían el lado cruel de la suerte a Del Piero en los cuartos de final de Francia ’98 ante los locales y significarían la entrada a la selección absoluta de los jóvenes baluartes de aquella Italia: Pero el preciado título escaparía el destino de Italia nuevamente, cuando un “gol de oro” de Trezeguet otorgó a Francia el honor de convertirse en campeón vigente de Europa y del Mundo simultáneamente. La infamia parecía el único legado de esta selección tras desafortunadas participaciones en el mundial de 2002 y la Eurocopa de 2004, así como un nuevo escándalo de corrupción en la Serie A que involucró tanto al Milán como a la Juve.
Hasta que apareció el sino inexorable de la retribución. En Alemania 2006 el público italiano vio la oportunidad perfecta de vengar la osadía de los teutones, quienes 16 años antes se habían coronado campeones en suelo latino. Sin embargo, para entonces las figuras de Del Piero e Inzaghi, Gattuso y Nesta, se consideraban demasiado viejas como para ser verdaderos protagonistas. Era el turno, se creía, de Grosso, de Toni, de Gilardino. Y lo fue, de hecho, con el ligero detalle que el eje creativo de la azzurra fue un vejestorio de 31 años que dejaría su marca en el fútbol para siempre: Alessandro Del Piero.
Hoy se despide uno de los grandes de los últimos tiempos. Acabará en Qatar, como Raúl, otro grande de la misma generación, o en Nueva York, quién sabe. Pero en nuestras mentes vestirá siempre de blanco y negro, o de azul, junto con el resto de una generación que vino a dar la cara justo cuando todos la daban por fracasada.