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Frontera Digital« Del sentido del trabajo… » (I)

« Del sentido del trabajo… » (I)

Estelas, cual cometas   el blog de Ricardo Tejada

En una entrevista reciente a un estadista europeo, la expresión « sentido del trabajo » vino a sus labios. ¿Qué entendía por ella ? Todo son conjeturas porque no lo explicó. Si tenemos en cuenta su plan de reforma de las pensiones (ya habrán adivinado de quién hablo), hay, desde luego, en sus requerimientos una exigencia de trabajar más tiempo, de ser más productivo, en último término. ¿Da mayor sentido al trabajo esta intensificación? “El valor del trabajo” es algo a lo que él —y otro dirigente del mismo país, en el pasado— ha estado siempre muy apegado. Y con él la innovación, las empresas emergentes (startup), etc. Antes era el mito del progreso; ahora el de la innovación, que permite seguir alumbrando el tótem del crecimiento porque sí. Entiendo que la productividad aumente los beneficios, aunque habría que preguntarse a dónde van y para qué uso, pero no entiendo por qué tendría que dar mayor sentido al trabajo. En el ámbito que conozco no tendría que importar la cantidad de artículos que uno escribe sino su calidad. El sentido de leer no deriva de que leamos más rápido y durante más tiempo, sino de comprender bien de manera global los significados de las frases y de que lo hagamos uña y carne de nuestro ser. El sentido de acariciar no es acariciar más rápido y de manera más fuerte, sino de hacerlo pausada y suavemente. El sentido del trabajo no consiste en que trabajemos más, nos evaluemos a destajo, calibremos a conciencia lo que hemos ganado en un día, sino en que lo que hagamos tenga sentido y nos procure una satisfacción compartida.

Curiosa naturaleza del trabajo. Su sentido consiste en que su producto tenga sentido. El trabajo es un destacado generador de sentido en nuestras sociedades. Va centrifugando todo el sinsentido que pueda adherirse a él para que, poco a poco, nos quedemos con lo más genuinamente nuestro. Se nos antoja pensar que cuando su producto formase parte de nosotros mismos, del sentido de nuestra existencia en este mundo, adquiriría plena presencia. Sin embargo, eso ocurre pocas veces o, si somos optimistas, no siempre. Los trabajos son, de entrada, o se vuelven, “alimentarios”, en algunos casos, por incapacidad de los trabajadores de transformar por ellos mismos las condiciones de trabajo, en otros casos, desde casi el principio. Lo que de creatividad, o al menos de creación, tiene casi todo trabajo, se envilece en trabajo como pura subsistencia vital.

Sea dicho de paso, no comparto esta distinción propuesta por Hannah Arendt, entre el homo laborans, el que trabaja para su subsistencia vital, para mantener el ciclo vital, el proceso incesante de la vida, llegando incluso al incesante consumo constante, propio del siglo XX, y el homo faber, el que obra, el que fabrica objetos y configura un mundo objetivo, estable y permanente. Creo que se olvida de algo importante en el trabajo: el oficio, el sentido del oficio, la deontología inherente a cada oficio. En muchos trabajos hay todo ese ramillete de facetas por las que da gusto el trabajo, que le dan su dignidad e incluso su grado de creación. El panadero que indaga en las harinas, en las levaduras, en la forma de hornear el pan, aúpa el trabajo a rango de oficio, realmente meritorio y admirable. Lo mismo podemos decir del agricultor consciente del desafío ecológico, del fabricante de una pieza metálica, de aleación especial, etc, etc. Incluso el que hace una faena muy repetitiva puede poner algo de obra en su trabajo, aunque cuenta menos repetición diferenciante haya, más difícil será lograrlo.

La deuda creciente de los Estados (indudable, pero de qué modo), la prolongación de la esperanza de vida (también, aunque de manera desigual, socialmente hablando), lo poco que supuestamente trabajan los franceses (no en años totales, de seguro, sino en tiempo de vacaciones), la imposibilidad de aumentar la natalidad, parecerían justificar la necesidad de trabajar de manera más prolongada para poder pagar las pensiones de los compatriotas de mayor edad. Un último “argumento”, entrevisto en unas declaraciones hechas por el jefe del Estado en los pasillos, sería el de contentar a las plazas financieras, que, seguramente, tienen algo que ganar en los seguros de vida, en los planes de pensiones complementarios que de modo directo o indirecto son promovidos por la reforma. No es extraño entonces que el presidente de la CEPYME parisina, que aprueba sin ambages la reforma de las pensiones, y haga declaraciones frecuentes en la televisión para apoyarla, sea fundador de una aseguradora importante…

El capitalismo es, hoy en día, (lo ha sido siempre), un tanto esquizofrénico. Por un lado, tendríamos que ser más productivos, más innovadores, más competitivos para así, supuestamente, arrimar, todos, el hombro. Pero, por otro lado, llama la atención que el capitalismo financiero, bursátil, sea un modo de generar cantidades astronómicas de dinero sin apenas trabajo, con un clic de ratón, y que la Inteligencia Artificial (IA) vaya a tener la capacidad de volver superfluos muchos nichos laborales.

El sentido del trabajo para el sistema económico, para el Estado es una cosa; el sentido del trabajo para el que lo ejerce de manera continuada es otro. El que trabaja a lo largo del tiempo adquiere una experiencia inestimable, fruto de sus aprendizajes, errores, correcciones, mejoras y desengaños, pero no hay que olvidar que cualquier persona termina también “gastándose” poco a poco. Uno no se gasta como una cerilla. Uno se gasta cansándose. Y el cansancio no es algo que pueda ser medible. Los parámetros económicos no son capaces de medirlo ni de comprenderlo. Peter Handke en un libro impagable, Ensayo sobre el cansancio, evocaba su infancia y adolescencia en su pueblo natal y luego su vida, ya de joven, en la ciudad. Mientras que cuando participaba en las tareas del campo, en la cosecha, por ejemplo, eran cansancios que “unían”; en la construcción, en un trabajo intermitente y repetitivo, ya no era un “trabajo nuestro, un trabajo en común”. Ya no disfrutaban de un “cansancio en común”, sino que estaban cada uno rotos de cansancio. Cada trabajo genera sus cansancios y su forma de vivirlos. Hoy en día, el trabajo delante de un ordenador no es lo mismo que delante de una cadena de montar. Puede incluso cansar también los compañeros de trabajo, el jefe, la monotonía, el país en el que uno vive, las inútiles “reformas” institucionales en donde uno trabaja, tantas cosas. Lo peor es que a uno le desprovean de su oficio. Es, sin ninguna duda, la alienación muy siglo XXI. No te quitan el producto de tu trabajo, o no solo, sino que te desproveen de aquello a lo que uno estaba más apegado en su oficio, la obra ben feta, que diría Eugenio d’Ors, aunque le doy otro sentido.

Por mucho que tengamos una actividad que nos guste, que incluso nos apasione, el cansancio va haciendo mella. No digamos si el trabajo es lisa y llanamente para ganarse las lentejas, o/y especialmente aburrido, duro o exigente. Puede ser una fatiga física, muscular, unas habilidades que se vuelven menos prestas, unas dolencias musculares, una lumbalgia, una artrosis. Los seres humanos no solo ven pasar el tiempo, sino que el tiempo mismo hace mella en ellos, son tiempo encarnado. Envejecemos y maduramos. ¡También podemos enmohecemos, aprisionados en una oquedad de un árbol, al abrigo, miserable, de unos líquenes! Eso no ocurre con la Inteligencia Artificial. Los ChatGPT nunca se cansarán. Terrible perspectiva…¡Habría que ponerles una aplicación o un programa para que se cansasen! La fatiga puede ser también inaprensible, actividades repetitivas, desmoralizaciones varias, tareas absurdas, disminución del entusiasmo inicial, descompensaciones con respecto a los cambios surgidos en el lugar del trabajo, modernizaciones sin sentido, burocratizaciones, despersonalización de las relaciones laborales, etc. En otras ocasiones, una falta de reconocimiento, un encontronazo serio con el patrón, un asqueo de todo, una sensación de sentirse más solo que la una, un acoso prolongado —la lista es, desgraciadamente, ilimitada— pueden hacer desbordar el vaso y quitar todo rastro de motivación en el trabajo. Necesita así uno imperativamente jubilarse, harto de todo y de todos. Es más corriente de lo que se piensa.

El trabajo a lo largo de una vida tendría que ser una larga y prolongada destilación de saberes y experiencias y no, como la película Mamut mostraba, o los ensayos de Richard Sennett lo demostraban, una desenhebrada sucesión de percances a cual más incongruentes y absurdos.

Hace poco, en un supermercado de París —creo recordar­— un empleado de la carnicería fue convocado por su jefe para notificarle su despido. ¿Cuál era su “falta”? La de no poder llevar a cabo el trabajo de tres personas a la vez… En efecto, los trabajadores de este supermercado llevaban tiempo reclamando la contratación de más personal, sin que la dirección les hiciese caso. El despido de esta persona provocó una serie de manifestaciones y protestas dentro del supermercado, algo que fue considerado inaceptable por la dirección, la cual ha interpuesto hace poco una demanda contra 39 asalariados, reclamando nada menos que la prohibición de manifestarse en sus locales. Este comportamiento abusivo y explotador de la dirección de este supermercado me ha hecho recordar el que ha padecido en los últimos meses un buen amigo editor de París, al que la dirección de la editorial, por no querer contratar a dos personas en dos funciones distintas, le reclamaba hacer ambas tareas. Mi pobre amigo ha padecido así un burnout prolongado del que ha salido sano y salvo por su lucidez y tenacidad, sin olvidar el apoyo de su familia. Afortunadamente, al final, ha podido contar con un buen abogado que ha puesto en evidencia las múltiples irregularidades en las que se le hacía trabajar, lo que le ha permitido ganar el juicio y tener una buena indemnización. Trabajos disímiles, pero situaciones igualmente abusivas.

El Informe semanal de RTVE nos planteaba este sábado pasado una perspectiva un tanto dulcificada: la de los fines de semana de tres días. ¿Quiénes se podrán beneficiar de ella? ¿Los que pueden teletrabajar? Pero no creo que lo puedan hacer los médicos, los barrenderos, los policías, los profesores de primaria y secundaria, los currantes “toyotizados”… Leía hace poco un artículo de un diario francés en el que se decía que casi la mitad de los que teletrabajan son controlados. Sí, aquí en Europa, no en China. Incluso hay sistemas para vigilar que el trabajador delante del ordenador muestre siempre su sonrisa…Menos o más días, más o menos productivos…No. Lo esencial tendría que ser si nos sentimos libres dentro del trabajo o si, la guinda en el pastel, necesitamos también una esfera que, fuera del trabajo, nos haga más libres, una esfera que no sea el ocio consumista en que se ha ido convirtiendo estas últimas décadas, tal y como nos lo advirtieron ya, en esos años 80, los análisis pioneros de Juan Cueto.

Le Mans, a 19 de abril de 2023

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