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Deporte, ocio y ciudadanía

 

Aunque pueda resultar sorprendente cuando miramos las páginas de los principales diarios deportivos, hubo un tiempo en el que el fútbol no era el rey. Sin embargo, tanto el fútbol como el cine solo se transformaron en los dos espectáculos de entretenimiento preferidos de la naciente sociedad de masas entre la segunda y la tercera década del siglo. Para propios y extraños era evidente entonces que el ocio de masas había conquistado la capital del Reino. No hay que olvidar que los trabajadores tenían cada vez mayor tiempo libre y la Gran Vía en construcción iba a ofrecer un escaparate indispensable de ocio y consumo. Como destaca José María Báez y Pérez de Tudela en su recomendable Fútbol, cine y democracia (Alianza), en plena crisis del régimen restauracionista se inauguraba en Madrid el Stadium Metropolitano (con una capacidad para 23.000 espectadores) y el Monumental Cinema (cuya capacidad rondaba los 4.000).

 

Fueran conscientes o no, los cambios en la vida cotidiana de aquellas personas estaba sufriendo un cambio radical, una revolución aparentemente silenciosa de la que aún somos producto. Tampoco aquellas elecciones de ocio fueron demasiado desencaminadas, ya que un siglo después seguimos prendados por el cine y el fútbol. A ambos entretenimientos se entrelazaron la difusión de la radio, la explosión de la publicidad, o el avance del boxeo, los toros, el teatro y la zarzuela. En este sentido, a partir de la década de los veinte el deporte se convirtió en un vector del cambio social. Vinculado a la mercantilización del ocio, esta eclosión deportiva fue la responsable de la profesionalización de los deportistas y del incipiente consumo interclasista. Estos hábitos ciudadanos iban dibujando un nuevo contorno urbano.

 

Quizá debamos volver la vista a estas cuestiones porque, pese a las graves tensiones sociales de la época, el ocio favoreció una atractiva sociabilidad basada en el divertimento y la concordia. Y es que, en plena Segunda República, una película o un equipo de fútbol podían aglutinar a adversarios políticas bajo los mismos sentimientos de pertenencia. Por eso mismo, la fuerza de la pasión futbolística, o de la emoción cinéfila, no puede ser despreciada. El ocio contribuyó de manera decisiva a la democratización de la sociedad española, siendo escuela de ciudadanía. La afirmación podría ser escandalosa si no fuera ya un lugar aceptado por la historiografía reciente. José María Báez lo destaca en su trabajo y lo demuestra con abundantes pruebas documentales porque, contra la opinión generalizada, el ocio de masas no adocenó a la gente. Al contrario, la diversión también ayudó a configurar una ciudadanía más crítica.

 

En este sentido, otro reciente trabajo editado por Alianza – que está facilitando últimamente la publicación de sugerente trabajos sobre deporte-, Atletas y ciudadanos (coordinado por el profesor Xavier Pujadas), ofrece un polifónico recorrido a la historia social del deporte desde 1870 a la actualidad. La conclusión primordial del conjunto de once aportaciones especializadas es que el fenómeno deportivo, con sus dificultades y contratiempos, ha tejido una particular sociabilidad que también ha permitido conformar una ciudadanía plural y compleja. Ahí es nada.

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