¿Dónde pasará las próximas semanas el ex presidente de Colombia Alvaro Uribe? Si viviéramos en un mundo justo y razonable, estaría preparando su defensa ante la Corte Penal Internacional, pero como habitamos el planeta de la mentira y de la democracia fractal imagino que dedicará este tiempo a escribir un libro de memorias, asistir a un par de homenajes y planificar una serie de conferencias sobre los éxitos de su política de Seguridad Democrática y la importancia de la mano dura para garantizar las libertades en el mundo occiental, acosado por terroristas sin escrúpulos y con mucha barba.
Uribe es un expresidente que rezuma sangre. Los cálculos optimistas le atribuyen varios records: unos 30.000 desaparecidos, unos 3.000 jóvenes pobres asesinados por el Ejército y presentados como guerrilleros, un presupuesto elefantiásico para la guerra y una patética situación social, con un aumento del 60% del empleo informal y un empobrecimiento general de las clases medias. Pero será invitado a muchos foros como ejemplo del buen presidente latinoamericano porque, en este mundo, la política no es real, sino mediática y Uribe ha sido el emperador de la buena imagen y ha salido del palacio de Nariño con una popularidad que todo político envidiaría.
Los presidentes cuando dejan de serlo desaparecen sin dejar rastro de su responsabilidad. Algunos, torpes de más como Fujimori, han tenido que soportar juicio y cárcel, pero la mayoría se borran del mapa un tiempo hasta que pueden volver a la palestra pública dirigiendo una fundación bienintencionada o como consejero de una o varias corporaciones. Pregúntenselo a Tony Blair, a Felipe González, a José María Aznar o a Julio Maria Sanguinetti.
Los presidentes desaparecen para diluir sus responsabilidades y regresan solo a cosechar la desmemoria. Pobres amnésicos nosotros.