Estaba cenando con unos amigos en Madrid y les contaba cómo me deja desconcertada la cruda realidad que veo cada vez que vuelvo a Europa y cuando el avión desciende para aterrizar no me canso de mirar el paisaje, los ríos, bosques (esto más llegando a París que a Madrid), las tierras parceladas y primorosamente labradas, las casas, los pueblos, la iluminación si es de noche, las carreteras, las autopistas, la multitud de coches, esa sensación de casitas de juguete y escalextric de ricos que produce ver ese mundo en miniatura tan limpio, tan ordenado, tan bien acabado.
Seguramente antes lo miraba con parecido asombro pero ahora lo veo con infinita envidia, porque cada cosa que veo no puedo no compararla con lo que veo cada día en mi pueblo.
Las comparo, las calculo, las cuantifico, pienso ‘con el coste de esa rotonda se podría arreglar el único hospital que hay en la zona’ o ‘con ese tramo de autovía se financiaba por varias generaciones la asistencia sanitaria para casi un millón de personas de la provincia’ (ya os he contado que no hay sanidad gratuita y de la otra casi tampoco), o ‘con lo cuesta esa urbanización tan mona, con sus adosados y sus piscinitas arreglábamos el agua corriente de toda la ciudad, las basuras, y hasta hacíamos alcantarillado…’
Mujeres de Ouagandé a la vuelta del trabajo del campo, con sus aperos
Y así cada cosa que veo porque no se me quita de la cabeza lo que en el sur falta y en el norte no se valora. Se me quejaba Concha, mi ex mujer, por si ahora me iba a convertir en un agarrado, yo que he derrochado el dinero siempre, porque me cuesta pensar en gastar así como así. Pero no llegará la sangre al río, aunque es verdad que hay cosas que ya no me las planteo como antes.
No puedo dejar de pensar en Burkina, como podría ahora pensar en tantos otros lugares del mundo, la desgracia de Haití, o incluida Europa en la que también se pueden hacer cosas. Lo que pasa es que ahora las imágenes son muy vivas, les pongo cara. Algunas incluso tienen nombre.
No me refiero sólo a la caridad, como cuando en España daba dinero a la gente que me pedía por la calle, sino a intentar hacer algo para que las cosas dejen de ser como son.
Construir escuelas para que los niños vayan a ellas y aprendan algo está muy bien, sobre todo si está una ONG detrás y les da de comer un cazo de arroz hervido que es por lo que vienen la mayoría a esas escuelas, por poder comer. ¿Y luego, qué?
Es aquello tan manido de si das de comer a una persona que no tiene para comer una merluza a la vasca o unas kokotxas al pil-pil, les quitas el hambre de un día, pero si les enseñas a pescar les quitarás el hambre todos los días…
En Burkina esto no funciona muy bien por varias razones que he comprobado in situ.
En primer lugar las kokotxas no son gratas al paladar local y me temo que la merluza a la vasca tampoco.
Y en segundo lugar aquí ni hay mar ni ríos y los pocos estanques que hay tienen pocos peces y se acaban al final de la estación seca.
Pero sin ser demasiado literal podríamos trasladar esto a que mejor que escuelas de aldeas que construimos para que coman unos años (la verdad es que también hay que seguir haciéndolo porque no es poco) es construirles una escuela que les dé la oportunidad de trabajar después y les permita comer toda la vida.
Esa es la idea central de la Escuela de Artes y Oficios que quería construir en Burkina y que acabaré construyendo algún día con vuestra ayuda.
Una escuela de costura de mujeres para aprender un oficio y ganarse la vida
Y, además, que se acabara financiando por ellos mismos. Que en unos años la escuela ‘viviera’ de sus matrículas y de los artículos que produciría. Ese es el reto y el éxito o el fracaso de esta escuela. Y que los alumnos tengan un alto % de inserción laboral.
Incluso el principio de un cambio de mentalidad en ellos mismos como dueños de su destino para acabar saliendo del círculo vicioso de la pobreza.
Chicas que han acabado la escuela y ya están trabajando. Privilegiadas
En Europa he comido y cenado con algunos amigos y un día estaba contando algo parecido a esto y mi querido amigo Ignacio Muro, que es más sabio y escribe y enseña sobre ello, me aclaró algo que nunca había verbalizado: el subdesarrollo no es la antesala del desarrollo, como la pobreza no es el preludio de la riqueza.
Y eso es lo que siento cuando se me contrastan en la mente unas imágenes y otras: NUNCA BURKINA ESTARÁ COMO ESPAÑA.
No es que ahora están allí como en España en los años ‘40, ni a principios de siglo, ni en el XIX, nada…
Es otro mundo que corre (mejor dicho está estancado) por diferentes caminos, pero es nuestro deber buscar la manera de que algunos mínimos se alcancen. Y debe salir de ellos mismos, nosotros sólo debemos dejar de explotarles y ayudarles a que encuentren el camino, más que darles caridad cristiana (o musulmana)