Dentro de ese químico mundillo conocí a la que- con toda la informalidad social que durante los «felices veinte» comenzó a imperar en la vida de España- pronto había de ser, así seguía diciéndose, «novia formal» mía. Venía de Sevilla, donde su padre, nada sevillano, fue acreditado dermatólogo, y vivía en la calle de Torija, junto al Senado, en la casa de una amiga de infancia de su madre; tuvo luego el acierto de trasladarse a la Residencia de Señoritas de María de Maeztu. En torno a los mecheros de Bunsen de aquellos pobres laboratorios de Farmacia y Ciencias nos enamoramos, y sobre la marcha decidimos juntar nuestras vidas, tan pronto como económicamente nos fuera posible. Junto a ella leí en el Ateneo el libro donde tuvo insospechado germen mi dedicación a la disciplina que años más tarde había de ser mi oficio universitario: la Historia de la Medicina, de Garrison, bastante más atractiva a mis ojos, que a mis oídos las lecciones de su traductor, el catedrático don Eduardo García del Real. Juntos compusimos los trabajos monográficos que se exigían para la aprobación de la Mecánica química. Ella, acerca del crecimiento de los cristales; yo, sobre el valor de los métodos químicos para la determinación del peso atómico de los elementos y en torno a la significación que pudieran tener las leves oscilaciones numerales del peso atómico así determinados. Juntos, en fin, paseamos por aquel paseable Madrid. Dos hijos y cinco nietos habían de ser la más importante consecuencia visible de ese encuentro nuestro a la luz de los viejos mecheros de Bunsen que ardían en los laboratorios de Ciencias y Farmacia
Cuando la relación con la ciencia del texto presentado es muy forzada, como este caso, nos centramos en otros aspectos. Por ejemplo, que este libro, cogido de la biblioteca de mis padres, viene firmado por mi abuelo en la Navidad de 1977. Podemos dar por amortizada la compra con tres generaciones de lectores, ahí quiero ver al libro electrónico.
Mis niveles de susceptibilidad sureña se dispararon cuando leí «su padre, nada sevillano», ¿qué quiere decir esto? Por cierto en Sevilla, en el manicomio de Miraflores trabajó Pedro Laín Entralgo y en ese manicomio, una vez cerrado se celebraba el Festival «Salta la Tapia» (qué buen nombre) donde en 1984 actuaron Silvio y Luzbel en plena forma.
Por último, el corazón me dio un vuelco cuando leí la palabra procastinación escrita por Laín Entralgo en 1977, yo pensaba que esta palabra era una horterada traducida del inglés por los gurús del coaching, pero veo que no, que ya existía con empaque y presencia latinas. Pienso, no obstante, que de 1977 a nuestros días la ha debido usar poca gente, solo los muy redichos.