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Mientras tantoDesde abajo

Desde abajo

La historia no tiene libreto    el blog de Joseba Louzao

History from below. Se trata de
uno de los conceptos historiográficos más usados desde
hace décadas. No encontrarán ningún historiador que no haya reafirmado
en alguna ocasión la necesidad de una historia desde abajo. El término
fue popularizado por una serie de reconocidos historiadores británicos
en los años sesenta, todos ellos marxistas heterodoxos como, por
ejemplo, Christopher Hill, Rodney Hilton, Edward Thompson o Eric J.
Hobsbawm. Con todo, el término ya había sido utilizado antes por
Georges Lefebvre, una de las primeras autoridades sobre la Revolución
francesa que falleció en 1959, y que nos dejó una de esas obras que
influyeron en la creación de una nueva manera de entender el pasado (La Grande Peur de 1789).
Lo que se pretendía con esta fórmula era comenzar a desentrañar
cabalmente la historia de la gente ordinaria; la mía y la suya. De esta
manera, uno debía alejarse de los grandes nombres y relatos pasados
para rastrear las inquietudes y necesidades de la gente corriente.


Desde
entonces han surgido nuevos enfoques, como la historia de la vida
cotidiana o la microhistoria, y muy diversas formas de entender este
estilo de historiar a ras de suelo, allí donde la Historia juega
imperceptiblemente. Sin embargo, la mejor expresión de estas
preocupaciones se encuentran en el poema «Preguntas de un trabajador
que lee» de Bertolt Brecht, en el que se oponía la importancia de los
trabajadores normales y los soldados rasos a los reyes y generales en
las grandes consecuciones del pasado. Unos versos vívidos que
terminaban de una forma díficil de olvidar: «tantos relatos/ tantas
preguntas». Quizá una preguntas similares a las que se están haciendo,
mientras escribo estas líneas, los trabajadores que arreglan en el
andamio la fachada de esta casa. Escucho y entiendo.


No
pude dejarlo de recordar en las páginas iniciales de mi tesis doctoral:
me encanta acercarme a las interpretaciones sesgadas e imperfectas de
los protagonistas de ese pasado sobre el que trabajo.  Sé que es la
única forma de poder empatizar realmente con ellos. Para entenderlos
mejor y, también, para comprenderme. Un clásico como Johan Huizinga lo
había intuido mucho antes que cualquiera: en lo colectivo y en el
número, (se) pierde la narración y dificulta que surjan imágenes. Y las
necesitamos, al menos, si queremos seguir tomando en serio nuestra
labor. Lo sé, es díficil encontrar el equilibrio necesario entre lo
colectivo y lo individual, pero intuyo que se puede conseguir. Es allí
donde encontraremos la llave maestra, la auténtica clave. En rostros,
en miradas, en palabras. Además, t
engo la suerte de tener día a día a quien me descubre esto.


Hace
unos meses, viajando en el metro madrileño, pude comprenderlo. Una
mujer de mediana edad le narraba a una desconocida su desgracia. Había
estado hablando con el profesor de su hijo y éste le había asegurado
que nunca podría llegar a la universidad. No servía para ello y,
además, era un despreocupado. La mujer no podía aceptarlo. Sacó un
pañuelo de papel y continuó explicando cómo no había dejado su país y
se mataba a trabajar para que su hijo tuviera la posibilidad de un
futuro mejor. Recordaba su pueblo y quería a su hijo. Lloraba y su
compañera de asiento no podía dejar de mirarla fijamente a los ojos. En
ese preciso momento reconocí, como había leído antes en Michel de
Certeau, que la historia comienza a ras de suelo, con los pasos. Unos
pasos que dejan huella y sirven para romper con el moderno hechizo
totalizador que nos hace sucumbir ante la ciudad. Porque los pasos no
se pueden contar con exactitud. Se pueden transformar en número, pero
siempre será una cifra incierta.Y nosotros somos, uno a uno, como nos
recordaba el maestro José Jiménez Lozano, los que importamos.



«Claro
que podría averiguar muchos más detalles, tal vez hallar esa clave que
se me escapa, que debería ser como la llave maestra que desde el inicio
esperaba que se me apareciera: al escribir, al caminar, al leer. Creo
que no existe, o que en realidad no puede haber una sola. La llave es
la mirada, el oído, los sentidos»

ALFONSO ARMADA.

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