Lo de la generación de chulitos que decía Borrell de Mas y los Pujol y compañía, va a ser una cosa medio cierta pero no en plan burguesía catalana, que era la fachada, sino en plan capos de barrio, o de pueblo, de esos que siempre llevan buenos coches y no se sabe pero sí, aunque no exactamente, de donde sacan para pagarlos. Ahora algo se va vislumbrando y entendiendo el porqué de tanta sonrisa de esquina y espalda y pie apoyados en la pared, donde sólo falta el local, que bien podría ser una tienda de mármoles regentada por Jordi Jr. en lugar de la carnicería Satriale’s, con una mesita fuera mientras dos soldados (quién sabe si futuros marinos de la Armada Catalana) guardan la puerta a uno y otro lado. La estética es casi perfecta pues siempre se mostraron en público sin tapujos, a pesar de que se imagina que ya desde hace algún tiempo vacían los armarios de latas de conserva llenas de fajos. Se ve a Marta Ferrusola, en este coup de forcé, como a Carmela Soprano ante un crucifijo diciendo: “… Jesús misericordioso, esta noche te pido que perdones mis pecados y los de mi familia… hemos escogido esta vida con toda consciencia de las consecuencias de nuestros pecados…”, mientras su marido sigue preguntándose incrédulo: “¿qué coño es eso de la UDEF?”. La cercana Andorra es la despensa a la que parece ser que contribuye el clan al completo. Tanto acusarse las familias unas a otras cuando son todas similares solo que con diferentes acentos, tan importantes, óigase, con sus pinganillos y sus traductores y sus letreros dobles para que todo el mundo se entere. O más bien lo contrario. La única cuestión centralizada en este reino de taifas, a cada cual más bandida, es precisamente la mangancia y todo lo demás atrezo, que es como cuando la madre de Eliot abre el armario y no puede distinguir a E.T. de entre todos los muñecos.