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Desde el Atlántico

Escribo hoy frente al Océano Atlántico. No voy a negar que prefiero este mar al Mediterráneo sin mística de Cioran. Me ha inspirado miles de viajes y aventuras, aunque entre ellos nunca estuvo Beirut. Galicia poco o nada tiene que ver con el trajín libanés. La brisa atlántica se entremezcla con un tufo de enfermiza resignación.

 

La calle está desierta a primera hora de la tarde. Es una ciudad fantasma. Dos coches circulando a la velocidad reglamentaria han chocado en un semáforo. La visibilidad es perfecta, la calle está en buen estado, no hay nadie más. Gruño en silencio. Ya me he acostumbrado a Beirut, donde tropecientas mil infracciones al volante concluyen casi siempre con éxito.  Aquí están “aconachados” o agilipollados, como dicen en mi pueblo o, incluso peor, la modorra vital también provoca accidentes.

 

En la calle Real empiezan a aparecer las primeras señoras paseando encadenadas a sus hijas y escoltadas a lo lejos por un marido que nada quiere con ellas. En los últimos 25 años todo sigue igual. Mi prima pequeña, de solo 29 añitos, acude a la cita con el dentista  acompañada por su madre. Nunca se sabe que tipo de atropellos sexuales puede cometer un médico durante la extracción de una muela. La mía me persigue cuando entro a comprar zapatos. Todavía se cree que soy una imbécil sin el menor criterio. No en vano vivo en un país árabe…Unas y otras no distan mucho de esas madres árabes que trincan del brazo a su prole femenina, intentando negociar las mejores condiciones para el virgo, usado o no, de la hija.

 

Una rubia pechugona y con cara de aldeana se acerca por la calle. A su lado, como no, su madre. La gente se gira para verlas y criticarlas mejor. Son las dos finalistas de la última edición de Gran Hermano. Dos grandes nombres para la historia local después de Franco. La pasta que han ganado no les ha servido de nada. Con la facha que llevan no las contratarían ni como porteras de un puticlub.

 

En la cafetería tropiezo con mi vieja profesora de EGB. Sabe que ando por ahí…en un país como Irak o Afganistán, poblado de moros salvajes y peligrosos. Me pregunta qué tal. No está dispuesta a admitir ni por un momento que la respuesta sea bien. Mira a mi madre con cierta compasión. Aunque peor sería que la niña se hubiese liado con un negro…Los amigos de mi padre parecen un poco más leídos, saben que al Líbano se la conocía en sus tiempos como la Suiza de Oriente Medio. Pero tampoco acaban de entender que se me habrá perdido en esa parte del mundo con lo bonito que es esto, con sus eucaliptos incendiados y su feísmo arquitectónico, y con la cantidad de pulpo, centollos y nécoras que uno puede ingerir hasta reventar.

 

Soy una afortunada, mi morriña por la tierra solo es posible en lontananza.

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