Hace un año y varios días inicié este blog (cerca del río azul con tres culebrillas que aparece en la cabecera de este blog).
Me gustaría escribir una especie de balance, pero lo abandonaría en pocas palabras.
He leído mucho, descubierto mucho, preguntado todavía más, angustiado mucho más todavía.
Escrito.
Cuestionado qué hacer con lo anterior.
Cuestionado qué hacer con nosotros.
Y cuestionado qué hacer mañana y siempre.
Imaginado, imagino salidas, éxitos, inicios, finales, huidas…
Pero ayer, 29 de diciembre de 2019, leí por ahí (adjunto aquí el enlace) que:
Aparecieron, a muy pocos días de 2020, unas telas blancas con frases escritas en lo más alto de tres edificios, todas tienen la misma frase y el punto final:
Desde aquí se puede volar.
Desde aquí se puede volar.
Y desde aquí sí se puede volar.
Hoy, 30 de diciembre de 2019, escribo aquí que:
Mañana, día 31 de diciembre de 2019, me acercaré al lugar. Quiero ver los tres edificios, la posibilidad de subir, las telas de cerca, cómo fueron sujetadas a la pared, el trazo y color de las letras, la vista de la ciudad desde arriba, gorriones volando como ratones, palomas como ratas bonitas, la caída, la calle, el cielo alto, la altura, el viento haciendo ondear la tela. Bajar y contemplar el nuevo espacio creado, leyendo algo pequeño (un libro) entre las manos, tomando un café (en taza morada, como el de la cabecera de este blog), echando un vistazo de vez en cuando a los que se asoman y leen la frase expuesta allí.
Que dirían, por ejemplo, alzando los ojos:
– Mira, ¿qué es eso?
– ¿Qué pone?
– A ver…
– Desde aquí se puede volar.
– ¿Desde aquí se puede volar?
– Sí.
– ¿Te imaginas…?
Pero prometo contar y escribir cómo continúa todo desde la tilde final de aquí.
Sí.